Sueños rotos (FUERA DE CONCURSO)

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Dr. Ziyo
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Una casa apartada a las afueras de la ciudad. Una habitación envuelta en la penumbra. Una mesa sobre la cual una solitaria vela alumbra con una llama casi inmóvil los rostros de las dos personas que se hallan sentados a ella, uno enfrente del otro. Él es el doctor Víctor Frankenstein, un científico de ideas excéntricas y delirantes respecto a la resurrección de cadáveres, repudiado y denostado por la gran mayoría de sus colegas. Ella es la señorita Claudia B., una mujer dotada de una sensibilidad especial, alguien que, en opinión de muchos, es capaz de comunicarse con los muertos. En opinión de otros es una farsante, una cuentista y una sacacuartos, pero su fama como médium es lo que ha llevado al doctor hasta su casa. En circunstancias normales nunca hubiera puesto un pie allí, pues como científico y escéptico, las personas como ella no le merecen ningún tipo de crédito. Pero ahora está desesperado –desesperado como nunca lo ha estado–, sabe que el tiempo se le escurre entre los dedos y no ha encontrado otra solución.

Hace cinco días que su prometida Elizabeth ha desaparecido. Este hecho de por sí ya sería poco tranquilizador, pero es que además la policía encontró sangre en su habitación y un gran desorden en el mobiliario, como si hubiera habido una pelea con grandes forcejeos. La idea, la angustiosa idea de que ella pueda estar muerta, le oprime el pecho hasta dejarle sin respiración y casi detener su corazón, por eso quiere saber, necesita saber qué ha ocurrido. Tiene que saberlo cuanto antes, en caso de que haya sido ese su trágico final, para hallar su cadáver con la mayor premura posible. Y todo por una poderosísima razón: él es capaz de resucitarla.

Tras años y años de investigaciones, de fracasos y de ser marginado por el resto de la comunidad científica, había conseguido crear por fin un suero que al ser administrado por vía intravenosa a un cuerpo humano fallecido era capaz de devolverlo a la vida varias horas después. Aunque dicho suero tenía sus limitaciones, ya que no funcionaba con personas que llevaran muertas más de siete días; en ellos era imposible la resucitación. Hasta ahora todos los sujetos que sí habían resucitado habían vuelto a morir, la mayoría apenas unas horas después de ser revividos, un par de ellos transcurridos dos días y otro de ellos, el que más duró, cinco días después.

Pero había habido una excepción.

Hacía poco más de un mes había conseguido resucitar el cadáver de un hombre de gran estatura y corpulencia que presentaba un aspecto lastimoso a consecuencia de algún tipo de accidente traumático cuya causa él desconocía. Reconstruyó su desfigurado rostro como pudo y le sustituyó la pierna y el brazo derechos, masacrados por completo, por los de otro cadáver de similares características. El resultado final no era algo agradable a la vista, eso debía reconocerlo; enormes y feas cicatrices rojizas surcaban toda la anatomía de aquel hombre y su cara resultaba inquietante cuanto menos, por no decir siniestra. Todo ello se conjuntaba para otorgarle un aspecto hosco y amedrentador que no le iba a facilitar hacer amigos, desde luego. Pero el doctor Frankenstein estaba tremendamente orgulloso de su creación, la cual se veía tan «viva» como cualquier otra persona y con el paso de los días se diría que adquiría más fuerza y vitalidad. Frankenstein sabía que había logrado algo casi impensable: trasplantar miembros de un cuerpo a otro con plena funcionalidad y además hacer que los muertos volvieran a la vida. Era algo al alcance de unos pocos elegidos, esos a los que la gente llamaba genios. O dioses.

Debido al lapso de tiempo durante el cual el suero podía tener efecto –esos siete días desde el fallecimiento–, era crucial hallar el cuerpo de su prometida lo antes posible, si es que estaba muerta. Su mente racional rechazaba esa idea de plano, pero en lo más hondo de su corazón tenía la certeza de que así era. Puesto que la policía parecía carecer de indicios y daba palos de ciego en la investigación, se había visto obligado a actuar por su cuenta. Llevado por su desesperación y por su ansia de encontrarla, había tomado una decisión que tan solo una semana antes le habría parecido algo impensable: acudir a una vidente. Lo hizo al pensar que, si Elizabeth estaba muerta como él creía, habría alguna manera de contactar con su supuesto espíritu y tal vez este le revelase la ubicación de su cuerpo. Y aunque él no creía en principio ni en espíritus ni en la mediumnidad, ni en nada que no pudiera comprobar con sus propios ojos, estaba dispuesto a probar cualquier cosa, lo que fuera, con tal de averiguar el paradero de su prometida, pues si tardaba demasiado ya no habría forma de revivirla. Por eso se hallaba en aquella casa, con aquella mujer. Era su última esperanza, el clavo ardiendo al que se aferraba con todas sus fuerzas.

El doctor Frankenstein y la señorita Claudia B. se hallan los dos sentados a la mesa, cogidos de las manos por indicación de ella para «que fluya con más facilidad la energía de los espíritus». Él accede a todo lo que ella le pide y, aunque se siente algo ridículo e incluso arrepentido de haber venido, la remota posibilidad de poder encontrar el cuerpo de Elizabeth le lleva a obedecerla en todo.

De pronto la llama de la vela se agita con violencia, pero sin llegar a apagarse, y un súbito frío se apodera de la estancia. El cuerpo de la señorita B. se tensa y echa la cabeza hacia atrás.Víctor comprueba, a pesar de la escasa iluminación, que sus ojos se hallan abiertos del todo y en blanco. La mujer se encuentra en estado de trance.

Víctor se inquieta, pero no interrumpe el contacto con las manos de la médium, cuyo rostro aparece transfigurado por la tensión. De pronto surge de la boca de la mujer algo que semeja una espesa neblina blanquinosa que fluye despacio hacia arriba, casi arrastrándose por su cara, hasta  flotar por encima de su cabeza y quedarse allí, estática. La neblina, que no es otra cosa que un ectoplasma, la sustancia de la que se dice que están formados los fantasmas, altera su forma, de manera que comienza a perfilar una figura humana; un torso y un rostro que el doctor reconocería entre un millón. Se trata sin ninguna duda de su prometida: Elizabeth.

Su visión le causa gran pesadumbre en un principio, pues confirma sus peores temores y, aunque ya lo esperaba, no puede evitar una enorme punzada de dolor. Pero también le produce cierta alegría posterior al pensar que ha acertado al venir a esa casa, porque eso le ha permitido poder verla allí delante de él de nuevo. A pesar de su inicial escepticismo, Víctor comienza a admitir que aquello tiene que ser real, pues Claudia B. tiene las manos pegadas a las suyas, no mueve un solo músculo del cuerpo y es imposible en su situación que pueda realizar ningún truco. ¿Cómo iba a poder recrear una imagen de Elizabeth de manera artificial si él ha acudido allí casi por sorpresa y ellas no se conocían? No encuentra una explicación racional y científica para lo que está viendo, por lo tanto, piensa, tiene que ser un fenómeno auténtico. Ese pensamiento es casi refrescante para su mente y se deja llevar por el entusiasmo ante lo que contemplan sus ojos.

–¡Amor mío, eres tú! –exclama con un hilo de voz.

La imagen fluctúa, parece debatirse entre quedarse o desaparecer. Las manos de la médium presionan de forma fugaz las suyas en una suerte de espasmo y él comprende que debe guardar silencio porque interfiere en la comunicación de la señorita B. con el espíritu de su amada.

Al final, eso que se supone que es el espíritu de su prometida consigue estabilizarse y su imagen se hace más nítida. Su mirada se clava en la de él y aunque no abre la boca para nada, se escuchan una palabras susurradas que parecen pronunciadas con el mayor de los esfuerzos:

–«...el bosque... el... bosque... el... bos... que...»

La voz se debilita hasta desaparecer, al igual que la imagen, ante el desconcierto del doctor. La llama de la vela lanza un súbito fogonazo, como si le hubieran arrojado encima algún tipo de producto inflamable, y la sensación de intenso frío se termina en ese mismo instante. La médium abre los ojos, parpadea como aturdida y después rompe el contacto físico establecido entre las manos de ambos. La sesión ha finalizado.

–¿Qué... qué ha querido decir con eso del bosque? –pregunta ansioso Víctor.

Ella niega despacio con la cabeza.

–El mensaje que su prometida le haya podido enviar queda entre usted y ella –aclara la señorita B. con amabilidad y delicadeza–. Yo soy un simple canal entre los dos mundos. Mientras estoy en trance mi consciencia se halla en otro lugar y mis sentidos quedan anulados casi por completo, por lo que soy incapaz de ver lo que los demás están viendo o escuchar lo que los espíritus vienen a comunicar.

El doctor Frankenstein aparta la mirada, decepcionado por la respuesta, pero convencido de que aquella mujer dice la verdad. Tras lo que acaba de experimentar, ha llegado a la conclusión de que no se trata de ningún fraude y que, por extraño que parezca, Claudia B. es capaz de establecer contacto con personas fallecidas.

Poco después se despide de la médium y abandona la casa. En el camino hacia la suya cree comprender las palabras dichas por Elizabeth. Es en el bosque donde debe buscarla.

***

Dos figuras solitarias caminan por el bosque a través de la gélida y nubosa noche. El doctor Víctor Frankenstein y la criatura a la cual él llama «Hijo y que no es más que un engendro resultado de un monstruoso experimento, se han adentrado entre los árboles con un objetivo: recuperar el cuerpo de Elizabeth antes de que sea demasiado tarde.

Media hora de búsqueda –que al doctor se le antoja interminable– y aún no han encontrado ni rastro de ella. De pronto, la lámpara que portan para alumbrarse ilumina a un extraño ser albino en las alturas que les sobresalta. El temor inicial deja paso al alivio primero y a la curiosidad después, cuando Víctor reconoce al animal posado en la rama. Se trata de una lechuza de plumaje blanco que, tras mirarlo a los ojos durante unos segundos, lanza un agudo chillido, despliega sus alas y sale volando con un elegante y silencioso planeo. El doctor interpreta eso como una señal y parte raudo en la dirección en la que ha volado la rapaz.  

–¡Vamos! –Insta a su criatura a seguirle y ella lo hace, aunque parece no compartir el entusiasmo de su «padre», que se gira para apremiar al hombretón–. ¡Venga, Hijo! ¡No te quedes rezagado que tienes que alumbrarme!

Recorren unos cuantos metros en la dirección marcada por la lechuza, iluminando el camino con su luminaria para poder fijarse en cualquier detalle anómalo. Y entonces Víctor se detiene.

A los pies de un árbol de gran tamaño, las ramas y la hojarasca amontonadas parecen ocultar un bulto bajo ellas. Con el corazón galopando en su pecho se acerca más y observa que de entre las hojas secas sobresalen lo que parecen mechones de cabello negro. Negro como el de Elizabeth.

–¡Aquí! ¡Alumbra aquí, Hijo! ¡Rápido! –ordena con voz emocionada.

Él obedece, aunque ni mucho menos con la presteza que el científico hubiera deseado. Se diría que está desganado, desmotivado. Esta noche está muy callado, más de lo habitual. No es que sea un gran conversador, pero suele hacer alguna pregunta curiosa cuando se hallan en lugares nuevos para él.  Y casi todos lo son.

Víctor hinca las rodillas en el suelo y comienza a apartar hojas y ramas de manera frenética hasta dejar al descubierto lo que es sin duda el cuerpo de su amada. La visión es paralizante para él, que permanece arrodillado sin poder apartar los ojos del cadáver destrozado que tiene ante sus ojos. Su respiración es jadeante debido al esfuerzo, pero también al miedo, el desconsuelo, el horror y la rabia que le inundan. Nubes huidizas de vaho surgen de su temblorosa boca para desaparecer casi al instante. Lo que ha encontrado es una Elizabeth rota, troceada, dividida en seis partes cubiertas de sangre seca, las que corresponden a sus cuatro extremidades, la cabeza y el tronco. La temperatura de esos días glaciales ha ayudado a mantener a raya la descomposición, de manera que, aunque el olor comienza a ser muy desagradable, no llega a resultar hediondo todavía.

Víctor se inclina sobre los restos y los abraza, sin poder controlar el llanto. El roce de las partes desmembradas produce un sonido que hubiera revuelto el estómago de cualquiera.

–¡Amor mío! –exclama entre sollozos–. ¿Quién ha podido hacerte algo así? ¿Quién, Dios mío?

El doctor se incorpora y le habla al cadáver con tono desesperado, casi delirante. En ese momento comienza a caer una ligera llovizna de gotas heladas.

–Yo te reconstruiré, Elizabeth. ¿Me oyes? Te reconstruiré. Volverás a ser una mujer completa, mi amor. Luego te reviviré y cuando lo haya hecho buscaremos a tus asesinos y te juro por mi vida que no habrá piedad para ellos. Entonces nos casaremos y seremos felices, como siempre habíamos soñado. Te lo prometo.

Guarda silencio durante unos instantes en los que barre con la mirada las distintas partes del cuerpo mutilado de su prometida. En ese momento su lado científico aflora al exterior y le permite contemplar unos detalles en los que no se ha fijado hasta ahora, pues la emoción y el aturdimiento provocado a causa del macabro descubrimiento se lo han impedido.

–Acércame la luz –pide con urgencia a la criatura, que permanece inmóvil a pesar de haberle escuchado.

Ante su pasividad, Víctor arranca la lámpara de manos de su «hijo» y la acerca más para comprobar sus sospechas. La carne visible en las heridas de Elizabeth no presenta cortes limpios, lo normal si su asesino hubiera utilizado un instrumento cortante y afilado, sino que aparece desgarrada de manera tosca, como si le hubieran sido arrancados por la fuerza de una bestia descomunal. ¿Pero qué clase de animal ocultaría de esa manera a su presa sin devorarla?

Y en ese momento es cuando el doctor Frankenstein lo comprende todo con dolorosa claridad.  Su Hijo, esa criatura a la cual él insufló la vida, es quien ha terminado con la de Elizabeth. Lo que veía en sus ojos cuando la miraba no era admiración por su belleza, sino otra cosa –odio tal vez– que le ha llevado a matarla. Por eso la desgana de esta noche. Por eso se mostraba reacio. Por eso su silencio y su pasividad.

Se gira hacia él, que permanece estático, con la mirada al frente y expresión hierática e indescifrable.

–¿Por qué, Hijo? ¿Por qué?

El revivido no contesta de inmediato y el bosque entero parece callado, como si esperara su respuesta, pero al cabo de unos segundos la criatura desvía la vista hacia él y su vozarrón se eleva en medio de la quietud reinante.

–Ella me apartaba de ti, Padre. Tú la preferías a ella. Lo veía en tus ojos. Sé que jamás sentirás tanto amor por mí. Soy tu creación, tu Hijo, pero sé que me acabarías abandonando tarde o temprano... a no ser que ella desapareciera. –Hace una pausa tras la cual añade–: Tuve que hacerlo, Padre.

Víctor no da crédito a lo que escucha. La mandíbula le tiembla debido a la ira. Gotas de lluvia bañan su rostro, pero él parece no advertirlas.

–¡Maldito seas! –estalla de pronto–. ¡No vuelvas a llamarme Padre jamás! ¡Has matado a la mujer que amaba! ¡Tú has matado a mi Elizabeth!

Pero la criatura permanece impasible, ajena a las palabras de su creador y al profundo dolor que le ha ocasionado. Mirarlo es como contemplar un muñeco de cera; un horrible muñeco de cera de enorme tamaño.

Su confesión, junto a su actitud, desesperan al científico, que aún no puede creer que algo tan terrible haya ocurrido. Una bola de ardiente cólera que nace en su pecho y asciende por su garganta se libera con un grito que estremece al bosque entero.

Y de pronto Víctor arroja la lámpara sobre el monstruo que, cogido por sorpresa, lanza un gruñido mezcla de dolor y asombro. El aceite se derrama por su cuerpo y las llamas lo envuelven en cuestión de segundos. Víctor lo contempla con horror empapado en ira.

Ardiendo como una tea, el ser que un día creó extiende sus brazos y agarra al científico por la cabeza con sus enormes manazas. Lo levanta del suelo como si no fuera más que un muñeco y lo acerca hacia él. Las llamas prenden su cuerpo y él grita enloquecido. Una enorme pira pone fin a las vidas de ambos y se alza por encima de los árboles. El fuego se extiende a las ramas cercanas y ocasiona un incendio que calcina los tres cadáveres allí presentes. Al poco rato, la lluvia, misericordiosa, se apiada del bosque y se derrama con fuerza sobre él.

En el suelo carbonizado quedan los restos humeantes de un hombre y sus sueños rotos.

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torpeyvago
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Poblador desde: 29/02/2016
Puntos: 1890

¿Tienes fuego?

Gran relato, sí señor.

Para mí, el mejor de todos. Si se hubiese mezclado la impresionante escena de horror plastificado con el tono de éste, a modo de frankensteiniana literatura, habrías arrasado, según mi humilde opinión.

Lo mejor, lo dicho, el tono. El primer párrafo resulta muy natural y, salvo lo que comento luego, fluye la narración con esa naturalidad que menciono. Me gusta ese toque decimonónico de sentimientos exagerados —pero no sobreactuados—, esas pasiones románticas. El final se adivina pronto, pero como el viaje hasta el final es agradable, no importa demasiado. El abordaje del tema, cual a barco inglaterrense, es fantástico. Una buenísima continuación a la historia original: les robas el fuego a los dioses y éstos te lo devuelven con generosidad, tanto metafórica como literalmente.

Lo peor, quizá el final resulta algo precipitado. Si es por espacio, es cierto que llegas a 2.900 palabras, cuarta arriba o abajo, pero esas cien plus alguna de la parte de la médium que puediere sobrar —por supuesto, no me quietes lo del ectoplasma o los ojos en blanco, no, me refiero a la repetición de su fama y de los escrúpulos del doc; insisto, la repetición que además me parece que provoca un bache narrativo— te daría espacio para rematar ese fantástico final.

Puesto que no entra en concurso, paso de puntuar, que es algo que me cuesta mucho, pero arriba, estaría muy arriba. ¡Enhorabuena!, y gracias por compartirlo.

___________________________________________________________

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

torpeyvago dijo:

¿Tienes fuego?

Gran relato, sí señor.

Para mí, el mejor de todos. Si se hubiese mezclado la impresionante escena de horror plastificado con el tono de éste, a modo de frankensteiniana literatura, habrías arrasado, según mi humilde opinión.

Lo mejor, lo dicho, el tono. El primer párrafo resulta muy natural y, salvo lo que comento luego, fluye la narración con esa naturalidad que menciono. Me gusta ese toque decimonónico de sentimientos exagerados —pero no sobreactuados—, esas pasiones románticas. El final se adivina pronto, pero como el viaje hasta el final es agradable, no importa demasiado. El abordaje del tema, cual a barco inglaterrense, es fantástico. Una buenísima continuación a la historia original: les robas el fuego a los dioses y éstos te lo devuelven con generosidad, tanto metafórica como literalmente.

Lo peor, quizá el final resulta algo precipitado. Si es por espacio, es cierto que llegas a 2.900 palabras, cuarta arriba o abajo, pero esas cien plus alguna de la parte de la médium que puediere sobrar —por supuesto, no me quietes lo del ectoplasma o los ojos en blanco, no, me refiero a la repetición de su fama y de los escrúpulos del doc; insisto, la repetición que además me parece que provoca un bache narrativo— te daría espacio para rematar ese fantástico final.

Puesto que no entra en concurso, paso de puntuar, que es algo que me cuesta mucho, pero arriba, estaría muy arriba. ¡Enhorabuena!, y gracias por compartirlo.

Pues vaya, admito que me ha sorprendido este comentario tan positivo. Pensaba que no se llevaría muchas flores, de hecho se quedó fuera por ese motivo.

Es cierto que el final es tal vez algo precipitado, incluso me lo pareció a mí mientras lo escribía, pero tampoco quería alargarlo con palabras innecesarias. Respecto a lo que comentas de que he repetido lo de la fama de la médium y los escrúpulos del doctor, la verdad es que no me he dado cuenta, una vez más. Esto me pasa porque, por lo general, estos relatos los publico directamente, sin nadie que los lea antes, pero también tengo que decir que mis "lectores" no tienen vuestra capacidad de análisis (yo tampoco) ni mucho menos y sus comentarios no suelen ir por esos caminos, sino que suelen limitarse a un "me ha gustado mucho" o "yo cambiaría esto por aquello" y poco más.

En fin, mil gracias por leerlo y comentarlo. En cuanto a la puntuación, ya elijo yo mismo las estrellas, jajajaa.no

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Germinal
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Puntos: 1307

Escenas poderosas, la de la médium y la final, claro. Alguna reiteración de información excesiva. Creo que podría funcionar adaptándose fuera de Frank e hijo, yo lo veo muy reciclable, de hecho me ha recordado un relato del anterior Polidori cuyo nombre no recuerdo, aunque debo decir que en este caso el giro resulta muy obvio, demasiado.

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Dr. Ziyo
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Germinal dijo:
Escenas poderosas, la de la médium y la final, claro. Alguna reiteración de información excesiva. Creo que podría funcionar adaptándose fuera de Frank e hijo, yo lo veo muy reciclable, de hecho me ha recordado un relato del anterior Polidori cuyo nombre no recuerdo, aunque debo decir que en este caso el giro resulta muy obvio, demasiado.

Gracias por leerlo y comentarlo, Germinal. yes Eso de la reiteración de información excesiva tengo que mirarlo porque coincides con lo que me ha dicho torpeyvago y son cosas que a mí cuando lo estoy escribiendo se me escapan.

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LCS
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Puntos: 6785

Muy buenas, compañero. 

Me temo que no estoy de acuerdo con Torpeyvago. Creo que es una buena idea, pero el texto necesita ser depurado. Vamos al grano. 

En primer lugar, el planteamiento me parece excesivamente largo. Hay un exceso de información. Yo creo que eliminaría los seis primeros párrafos y empezaría el texto en el párrafo que comienza con "El doctor Frankenstein y la señorita Claudia B....". Seleccionaría de los párrafos anteriores la información que me pareciera más necesaria (que no creo que fuera mucha) e intentaría intercalarla a lo largo del resto del texto. 

Por otro lado, los diálogos: me parecen demasiado dramáticos. Casi propios del teatro romántico. 

También cambiaría el nombre al doctor. Creo que no es necesario utilizarlo. Bastaría con usar a alguien equivalente. Es un personaje tan conocido que con un pequeño esbozo bastaría para reconocerlo. 

Por último, el final. Me parece demasiado trágico, casi wagneriano. Además creo que pondría el punto en "los restos humeantes de un hombre."

En resumen, la idea es buena, pero le falta al relato un poco de cocción. Supongo que es normal, el texto ha sido descartado y no ha pasado por la presión del concurso. 

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torpeyvago
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LCS dijo:

Me temo que no estoy de acuerdo con Torpeyvago.

angryangryangry

Bueno, mi criterio es el que es: siempre fallo con las loterías del Polidori. Incluso con mis propios relatos.

En serio, me parece un comentario muy acertado, aunque yo sigo en mis trece, claro indecisioncheeky

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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

torpeyvago dijo:

LCS dijo:

Me temo que no estoy de acuerdo con Torpeyvago.

angryangryangry

Bueno, mi criterio es el que es: siempre fallo con las loterías del Polidori. Incluso con mis propios relatos.

En serio, me parece un comentario muy acertado, aunque yo sigo en mis trece, claro indecisioncheeky

 

Por supuesto, faltaría más. En el Polidori no nos pondríamos de acuerdo ni aunque hubiera VAR. 

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Dr. Ziyo
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LCS dijo:

Muy buenas, compañero. 

Me temo que no estoy de acuerdo con Torpeyvago. Creo que es una buena idea, pero el texto necesita ser depurado. Vamos al grano. 

En primer lugar, el planteamiento me parece excesivamente largo. Hay un exceso de información. Yo creo que eliminaría los seis primeros párrafos y empezaría el texto en el párrafo que comienza con "El doctor Frankenstein y la señorita Claudia B....". Seleccionaría de los párrafos anteriores la información que me pareciera más necesaria (que no creo que fuera mucha) e intentaría intercalarla a lo largo del resto del texto. 

Por otro lado, los diálogos: me parecen demasiado dramáticos. Casi propios del teatro romántico. 

También cambiaría el nombre al doctor. Creo que no es necesario utilizarlo. Bastaría con usar a alguien equivalente. Es un personaje tan conocido que con un pequeño esbozo bastaría para reconocerlo. 

Por último, el final. Me parece demasiado trágico, casi wagneriano. Además creo que pondría el punto en "los restos humeantes de un hombre."

En resumen, la idea es buena, pero le falta al relato un poco de cocción. Supongo que es normal, el texto ha sido descartado y no ha pasado por la presión del concurso. 

Hola, compañero.

Vaya, pues creo que no coincidimos en la manera de enfocarlo. Que el texto tenga que ser depurado no lo niego, pero yo creo que precisamente esa primera parte del relato es básica para poner en situación al posible lector, quitando obviamente esa reiteración de información que me han señalado. Lo que ocurre es que tal vez sea demasiado largo para un relato con tan poca extensión.

Sí que es verdad que se podría cambiar el nombre del doctor y simplemente que fuera otro más que se dedicara a lo mismo que Frankenstein, de manera que te evocara su figura de inmediato.

En cuanto a los diálogos, son dramáticos porque la escena final es un drama, quiero decir, no se me ocurre de qué otra manera podría escribirlos sin contar con ese elemento dramático.

Por otro lado, que el final sea trágico es justo lo que quería: trágico para todos sus protagonistas y que no hubiera el más mínimo espacio para algo de felicidad.

Respecto al final, que enlaza con el título, me pareció que era una frase que quedaba chula (no se me ocurre otra palabra, o sí: poética). Eso de hacer mención a sus sueños rotos, pero sin nombrarlos (por un lado el sueño de haber creado por fin a su monstruo, y por el otro, el sueño de vivir una vida junto a su prometida) me pareció un buen broche final.

Muchas gracias por leer y comentar.yes

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LCS
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Dr. Ziyo dijo:

LCS dijo:

Muy buenas, compañero. 

Me temo que no estoy de acuerdo con Torpeyvago. Creo que es una buena idea, pero el texto necesita ser depurado. Vamos al grano. 

En primer lugar, el planteamiento me parece excesivamente largo. Hay un exceso de información. Yo creo que eliminaría los seis primeros párrafos y empezaría el texto en el párrafo que comienza con "El doctor Frankenstein y la señorita Claudia B....". Seleccionaría de los párrafos anteriores la información que me pareciera más necesaria (que no creo que fuera mucha) e intentaría intercalarla a lo largo del resto del texto. 

Por otro lado, los diálogos: me parecen demasiado dramáticos. Casi propios del teatro romántico. 

También cambiaría el nombre al doctor. Creo que no es necesario utilizarlo. Bastaría con usar a alguien equivalente. Es un personaje tan conocido que con un pequeño esbozo bastaría para reconocerlo. 

Por último, el final. Me parece demasiado trágico, casi wagneriano. Además creo que pondría el punto en "los restos humeantes de un hombre."

En resumen, la idea es buena, pero le falta al relato un poco de cocción. Supongo que es normal, el texto ha sido descartado y no ha pasado por la presión del concurso. 

Hola, compañero.

Vaya, pues creo que no coincidimos en la manera de enfocarlo. Que el texto tenga que ser depurado no lo niego, pero yo creo que precisamente esa primera parte del relato es básica para poner en situación al posible lector, quitando obviamente esa reiteración de información que me han señalado. Lo que ocurre es que tal vez sea demasiado largo para un relato con tan poca extensión.

Sí que es verdad que se podría cambiar el nombre del doctor y simplemente que fuera otro más que se dedicara a lo mismo que Frankenstein, de manera que te evocara su figura de inmediato.

En cuanto a los diálogos, son dramáticos porque la escena final es un drama, quiero decir, no se me ocurre de qué otra manera podría escribirlos sin contar con ese elemento dramático.

Por otro lado, que el final sea trágico es justo lo que quería: trágico para todos sus protagonistas y que no hubiera el más mínimo espacio para algo de felicidad.

Respecto al final, que enlaza con el título, me pareció que era una frase que quedaba chula (no se me ocurre otra palabra, o sí: poética). Eso de hacer mención a sus sueños rotos, pero sin nombrarlos (por un lado el sueño de haber creado por fin a su monstruo, y por el otro, el sueño de vivir una vida junto a su prometida) me pareció un buen broche final.

Muchas gracias por leer y comentar.yes

 

Por supuesto, es tu relato. Faltaría más. Yo solo te he dado mi opinión, pero no significa que sea la más acertada. Ya sabes la manía que tenemos los escritores de reescribir todo lo que leemos. 

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LCS dijo:

Por supuesto, es tu relato. Faltaría más. Yo solo te he dado mi opinión, pero no significa que sea la más acertada. Ya sabes la manía que tenemos los escritores de reescribir todo lo que leemos. 

enlightened Ya lo sé, ya.

Y se aceptan todas las opiniones, lo que pasa es que con algunas se tienen más puntos en común que con otras. Supongo que eso nos pasa a todos.

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