«Y, tras la vida, veremos aquello que hay en otro mundo.»
–del Libro de Neferkara.
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Aquello excedía todo lo que sabíamos, todo lo que comprendíamos. La realidad siempre nos sorprende, es cierto, pero aquello… Sin duda era el descubrimiento más increíble de la historia, pero sobrepasaba toda racionalidad. Debíamos hacer algo, y lo hicimos, por el bien de la humanidad. Por eso creamos ‘La Duat’.
ISLA GRIEGA DE AMORGÓS.
EN LA ACTUALIDAD.
En cuanto lo vi llamé por teléfono a la Base.
―Sí, Jefe… estamos seguros… Sí… un sarcófago… sí, de mármol negro… grande como un autobús y atado con cuerdas y cadenas de hierro gruesas como mi brazo… ¡que sí!... ¡ya sé que no tiene sentido!… Sí, un sarcófago egipcio… tiene escrito textos en jeroglífico… habrá que descifrarlos… no, nadie de mi equipo sabe jeroglífico… No sé, mira a ver si te puedes traer al profesor Heshmat, de la universidad de El Cairo… Sí, es sorprendente... Bien, mandadnos el equipo de rescate. Nos va a hacer falta un transporte muy grande… Sí, te envío las fotos. Encárgate del papeleo con los griegos. Bien, adiós.
―¿Qué te ha dicho? –me preguntó Alicia.
―Que qué hace un sarcófago egipcio de la época de los faraones en una cueva gigante dentro de una montaña de una isla griega.
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Tardamos varias semanas en catalogar y transportarlo todo. Dentro del sarcófago de mármol negro encontramos el féretro más extraño que había visto en mi vida. Era de metal y tenía esculpido en la cubierta el cuerpo atado con cuerdas y cadenas de una mujer de cabello largo y ojos y boca abiertos, como si estuviera gritando. Era una visión terrorífica. Estaba repleto de jeroglíficos. El sarcófago de mármol negro no pudimos transportarlo, era demasiado grande y pesado. Hicimos una copia del texto jeroglífico escrito en él.
EL CAIRO. EGIPTO.
Aquella mañana la sala de reuniones estaba llena con todos los miembros del equipo arqueológico. Si hubieran estado en alguna de las dos plantas de superficie hubieran podido ver, a través de los grandes ventanales, un complejo de edificios de baja altura y diseño moderno, pero no, la reunión se realizaba varios niveles bajo tierra, pues, a pesar de las apariencias, se trataba en realidad de un centro multidisciplinar donde la agencia –ultra secreta y privada, aunque recibía fondos de varios gobiernos– realizaba sus investigaciones más avanzadas –y de máxima confidencialidad– sobre egiptología y todos sus insondables misterios de ultratumba; y también hubieran podido ver a lo lejos las pirámides de Guiza. Las instalaciones estaban a las afueras de El Cairo. A la entrada del muro que lo rodeaba había un simple cartel que ponía: «Centro de Análisis Gubernamental. Prohibida la entrada salvo al personal acreditado.» En el mundillo de lo paranormal, a la agencia se la conocía como ‘La Duat’ –el inframundo de la mitología egipcia– aunque, naturalmente, oficialmente no existía; era para las momias, los no-muertos y demás misterios de ultratumba lo que el Área 51 estadounidense significaba para todo lo relacionado con los ovnis y la vida extraterrestre.
―Bien, buenos días a todos –empezó diciendo el Jefe.
El Jefe, como le llamábamos, era un tiarrón de casi dos metros y voz profunda de nombre Akins Mahe, doctor en egiptología y ciencias ocultas y, a pesar de lo que pudiera parecer por su fuerte carácter, una buena persona.
―Esto es lo que tenemos… –continuó diciendo–. Hace unas semanas… nuestro equipo en Grecia, al mando del profesor Olmedo, halló lo que parecía una enorme cámara funeraria, sorprendentemente de origen egipcio, y en ella encontraron un sarcófago de mármol negro de grandes dimensiones. Según hemos podido averiguar, por los textos jeroglíficos allí encontrados, ‘la momia griega’ –como la llamamos– es de una tal Hehet, Gran Sacerdotisa de Hathor, que vivió durante el mandato del faraón Mentuhotep II, de la dinastía XI, del 2050 a. C. aproximadamente. Al parecer fue declarada culpable del intento de asesinato del faraón y enterrada viva en la isla griega de Amorgós, y, aunque cosas más raras hemos visto, ¿verdad, profesora Hayakawa?, esto es ya, por sí solo, sorprendente y único en la historia de la egiptología. Pero más inquietante si cabe son sus increíbles medidas de seguridad, la forma en que fue momificada y enterrada: es como si hubieran tenido miedo de que pudiera revivir para vengarse… Los conjuros escritos por todas partes, los amuletos, así como toda la ornamentación ritual usada en la cámara mortuoria… Bien, en estos momentos la tenemos custodiada en uno de los quirófanos de los niveles inferiores a la espera de los resultados de las primeras analíticas. Hay, sin embargo, ciertos aspectos… precauciones que habrá que tener en cuenta, sin duda… así que préstenme atención y les explicaré el protocolo de actuación que pondremos en marcha.
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Tras la reunión, el Jefe me encargó guiar a los nuevos agentes por las instalaciones –al menos por los niveles superiores y zonas clasificadas como ‘públicas’–.
―Profesor Olmedo –me preguntó un jovenzuelo recién salido de la universidad–, ¿el profesor Mahe es siempre tan…?
―Oh, no, a veces es… mucho peor –le dije con cierto tono burlón–. Tranquilo, es alguien en quien se puede confiar. Me podéis creer, le conozco desde que empecé a trabajar con él, hace ya casi siete años.
―Esto es enorme… ¿a qué se dedica exactamente la agencia, profesor? –me preguntó una joven japonesa.
―Buena pregunta. Como veis, todas las puertas tienen cerraduras cifradas; algunas, sobre todo las de los niveles más profundos, con protocolos múltiples. Aquí todo es muy secreto… y peligroso. A veces nos llevamos sorpresas… unas veces agradables, otras no tanto, ya iréis aprendiendo.
―¿Aprendiendo a qué?
―A no asustaros de lo que encontréis –les dije en tono serio–. Este mundo nuestro guarda secretos, amenazas, y nuestro trabajo consiste en mantenerlos a buen recaudo, de modo que la humanidad no peligre.
Todos me miraron con recelo y cierto repelús, lo noté; pero era necesario que se enfrentaran desde ya a la realidad.
―¿Cuántos niveles subterráneos tiene el complejo, profesor?
―Pues muchos, no podría ser más exacto; para alguno de ellos ni siquiera yo tengo autorización de acceso. Se construyó a principios del siglo XIX y luego tuvo varias ampliaciones, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial y el asunto Hatshepsut.
―¿Qué fue aquello, profesor?
―Mejor que no lo sepáis… si os lo cuento tendría que mataros, además, oficialmente la explosión se debió a un escape de gas –y hubo risas nerviosas–. Bien, mirad aquí, en esta sala de vacío experimentamos con la gravedad –les dije al pasar junto a un gran ventanal blindado.
Dentro, algunos técnicos vestidos con trajes de astronautas flotaban en ingravidez.
―¿Qué tiene que ver la gravedad con el antiguo Egipto, profesor?, ¿y cómo consiguen anularla? –me preguntó un joven egipcio.
―Está relacionado con el Libro de los Muertos y el viaje hacia ‘aquello que hay en otro mundo’ –les dije recitando parte de un viejo conjuro.
―¿A qué se refiere, profesor? –me preguntó una joven nigeriana.
―A ver, ¿cuál es el objeto de la agencia, chicos? –les pregunté de improviso.
―La egiptología, profesor –me respondieron al unísono.
―Bien, pues debéis saber ahora que la egiptología engloba no sólo a las momias muertas, sino también a las vivas y a su viaje al más allá… ida y vuelta… y a otras cosas, muchachos… y a otras cosas también. Y ahora… continuemos la gira. ¿Os interesa ver la momia de un gato que perteneció a la reina Cleopatra? Pues seguidme…
Tras dejar en el comedor de superficie a los nuevos agentes, bajé a ver cómo iba la autopsia de la Gran Sacerdotisa Hehet. Sentía mucha curiosidad y ciertos temores, la verdad. Y mis presentimientos no me engañaron, no, pues lo que sucedió a continuación helaría la sangre al más valiente.
[4]
Caminando por uno de los pasillos del nivel -15, uno de los de máxima seguridad, al final del cual se encontraba el quirófano de autopsias nº3, me sorprendió el estruendo de una explosión y una humareda me bloqueó el paso. Comenzó a sonar la alarma. En eso varias personas, saliendo de entre aquella nube de vapores, se cruzaron conmigo corriendo a la desesperada.
―Doctora Saadauri, ¿qué ha pasado? –le logré preguntar.
La doctora Saadauri era la responsable del equipo que se encargaba de la autopsia de la momia.
―¡Ha despertado, no sé cómo ha sucedido, pero abrió los ojos y mató al doctor Abbas! No nos dio tiempo a reaccionar… gritó algo, las bombonas de nitrógeno líquido explosionaron y… –exclamó mirándome con ojos desorbitados– ¡está vida, la momia está viva! –y corrió desesperada hacia el ascensor.
En eso la silueta de una mujer asomó de entre la nube tóxica. Vestía andrajos y vendas, y, sin embargo, era como si se estuviera reconstruyendo, no puedo explicarlo mejor, su cuerpo, aunque medio putrefacto por el paso del tiempo, se retorcía mientras se rehacía, incluso su vestimenta… era como si para ella el tiempo acelerara y yo estuviera viendo una película a cámara rápida, no sé… Su cuerpo estaba tatuado, sus ojos parecían arrojar chispas. De sus manos salían rayos que hacían implosionar los cristales de los despachos del pasillo. A su paso las paredes y el suelo se agrietaban. En eso llegaron algunos agentes de seguridad y comenzaron a dispararla, pero era como si nada. La mujer siguió caminando, gritando y destruyéndolo todo a su paso. Trastabillando, retrocedí a duras penas; salí corriendo y logré alcanzar el ascensor justo cuando se cerraban las puertas. Dentro estaban los técnicos del quirófano y los miembros de la agencia que habían logrado salvarse.
―¿Estamos todos bien? –pregunté.
Todos, desconcertados y asustados, contestaron que sí. Y sin perder un segundo, llamé por mi móvil.
―¿Jefe?... Sí, soy Olmedo. Sí… la momia ha revivido, sí… revivido… No lo sé, estaban haciendo la autopsia inicial… sí… no lo sé, no estaba allí, la doctora Saadauri me ha dicho que despertó… no, no sabemos cómo… Han explotado las bombonas… sí, el doctor Abbas y algunos agentes… sí, el resto logramos escapar… No sé, era como si tuviera superpoderes… Las paredes y el suelo han empezado a agrietarse… Parece una mujer… Sí, que cierren inmediatamente las compuertas de contención blindadas de todos los niveles… hay que aislarla como sea. Sí, vamos para allá.
Apenas cinco minutos después estábamos reunidos en el despacho del Jefe.
―Doctora Saadauri, ¿qué ha pasado? –le preguntó el Jefe con tono impaciente.
―Habíamos comenzado la autopsia de la momia, apenas habíamos retirado algunas basuras superficiales del cuerpo cuando abrió los ojos, gritó algo en una lengua que desconozco y agarró del cuello al doctor Abbas, que era el que se encontraba más cerca de ella. Lo levantó con una mano como a un muñeco y lo lanzó contra la pared. Luego… no sé, fue todo tan rápido… Lanzó como unos rayos y las bombonas de nitrógeno líquido explotaron, luego todo fue humo y fuego, y salimos corriendo.
―Qué opina de todo esto, doctor Youssef –preguntó el Jefe.
El doctor Youssef era nuestro experto en rituales funerarios.
―No estoy seguro, pero todo indica que Hehet no sólo era la Gran Sacerdotisa de Hathor, sino también una poderosa experta en magia negra y ciencias ocultas; los jeroglíficos encontrados en el sarcófago y en el ataúd, así como por toda la cueva griega, son los más extraños que he podido estudiar nunca. No sólo pretendían facilitarle el paso al inframundo, no, sino que, mucho más importante, evitar que pudiera regresar de él. Son los Hechizos de Contención más rotundos que he visto en mi vida.
―¿Hechizos de Contención? –pregunté.
―Sí, para evitar que pudiera no sólo regresar del más allá, sino ni siquiera escapar de la misma cueva… Como si estuviera encerrada dentro de un poderoso escudo con multitud de capas a cada cual más infranqueable.
―Pero entonces, ¿cómo ha podido revivir? –volví a preguntar.
―En cierta forma la hemos ayudado nosotros a hacerlo. Al traerla aquí la hemos liberado de sus cadenas, podríamos decir. Los Hechizos de Contención sólo tienen efecto en los límites de la propia cámara funeraria. Por eso, al sacarla de allí…
―Bien, ya sabemos lo que es, no merece la pena lamentarnos… Ahora… ¿cómo acabamos con ella? –exclamó el Jefe.
―Por ahora la tenemos encerrada en los niveles inferiores, pero a la vista de sus… poderes me temo que no tardará mucho en llegar a la superficie. Debemos evitarlo a toda costa –explicó el agente McKinley, el jefe de seguridad de ‘La Duat’.
―Bien, ¿alguna idea? Tenemos los muros blindados, gruesos como los de un castillo de la Edad Media, tenemos compuertas acorazadas estancas que aíslan cada nivel, y con el sistema de videovigilancia sabemos en todo momento dónde se encuentra, pero aún así… –comentó el Jefe.
―Sí, ¿pero cómo la atrapamos?, ni siquiera las balas lograron detenerla –dijo uno de los agentes de seguridad.
Durante unos segundos en la sala reinó un angustioso silencio.
―Quizá haya una solución –dije.
Y todos se me quedaron mirando.
―Explícate, Olmedo –me dijo el Jefe.
―Quizá podríamos usar la cámara de vacío, aunque para eso alguien se tendrá que arriesgar –añadí.
―Bien, manos a la obra –dijo el Jefe.
Cinco minutos después todos ocupábamos nuestro lugar.
[5]
Una de las cosas que he aprendido trabajando en ‘La Duat’ es que no todas las leyendas son falsas, ni todos los conjuros cuentos para niños; y, sobre todo, que hay principios científicos, leyes de la física, que al primer vistazo nos pueden parecer magia. De eso el antiguo Egipto sabía mucho.
La cámara de vacío –básicamente una sala del tamaño de una cancha de baloncesto con un generador de vórtices transdimensionales en su centro– nos permitía reproducir a escala acontecimientos estelares propios del Big Bang con un grado de exactitud sorprendente. Era, resumiendo, como el Gran Colisionador de Hadrones del CERN de Suiza pero más a lo bruto. Y gracias a él estábamos descubriendo secretos del cosmos que no hubiéramos ni imaginado. Y lo más extraordinario es que se basaban en textos de antiguos papiros hallados en la tumba de un enigmático sacerdote, de nombre Neferkara, de la época del rey Narmer, el fundador de la dinastía I; textos, al parecer, copia de arcanos manuscritos de origen desconocido, según explica el mismo sacerdote. De hecho éstos fueron la razón primera del porqué se creó la mismísima ‘La Duat’. La cámara de vacío era, naturalmente, materia declarado top secret, y, por tanto, su existencia era, oficialmente, sólo un mito infundado.
―Bien. Aquí está Hehet –dije.
Miramos los monitores y la encontramos en el nivel -7, echando rayos y truenos por las manos y los ojos, abriéndose paso a través de los muros del laboratorio de genética nº4.
―Lo que pensábamos. Parece que los muros no son un obstáculo demasiado resistente para evitar su avance. A este ritmo llegará a la superficie en unos minutos –dijo el agente McKinley.
―Bien –dije–, no hay tiempo que perder; aprovechemos sus ganas de escapar. La cámara de vacío está en el nivel -1. Abramos algunas de las compuertas estancas de modo que la guiemos hasta allí; hay que hacer que entre en ella.
Desde el control de mando, el Jefe fue activando varios servos y las compuertas seleccionadas se fueron abriendo. Vimos cómo la momia, sin sospechar nada, iba avanzando por nuestra trampa.
―¿Y si sospecha algo y no entra en la cámara? –preguntó la doctora Saadauri.
―Bien, por eso dije antes que alguien se tendría que arriesgar –les expliqué–. Iré a la puerta norte de la cámara. Haré que me vea y así provocaré que entre en la cámara. Ella entrará por la sur. Yo saldré y una vez que ella entre, Jefe, cerrad las compuertas y activad el vórtice, ¿de acuerdo?
Llegué a la puerta norte de la cámara y aguardé. En eso llegó la momia por la puerta sur. Como sospechábamos se detuvo recelosa sin entrar. Era como si tuviera un sexto sentido.
―¡Eh, bruja! –grité y agité los brazos desde el otro extremo de la cámara.
En cuanto me vio, me gritó furiosa y entró en la cámara.
―¡Ahora!... ¡cerrad las compuertas! –dije por radio.
Lo que sucedió a continuación no duró más de unos segundos, pero se nos hicieron eternos.
El vórtice de la cámara de vació provoca como agujeros negros, sí, pero agujeros negros de una naturaleza mucho más… no sé, distinta. Veréis. Una de las cosas que ahora sabemos de los antiguos egipcios es que su mitología funeraria no es tan fantasiosa como se cree. Es más, el inframundo a dónde van los muertos es más real de lo que nunca nadie pudiera imaginar. El cosmos guarda misterios y uno de ellos es este: El Libro de los Muertos del antiguo Egipto está basado en hechos reales. Los dioses egipcios que conocemos en la actualidad se basan en seres reales de otra dimensión. Luego, con el paso del tiempo, los egipcios fueron distorsionando aquella realidad en mera leyenda y mitología, es cierto, pero al principio eran reales. Todo eso lo aprendimos de los textos de Neferkara… y de otros sucesos de antaño, pero eso no viene ahora al caso. Y nuestro vórtice está diseñado para ser un portal que conecte con dicho inframundo, allá, en algún lugar perdido del espacio más profundo o, incluso, en otra dimensión.
El Jefe activó el vórtice y éste comenzó girar. En eso una implosión abrió como una grieta en medio de la cámara. A través de ella se veía todo negro. Era como el ojo de un huracán, como si tuviéramos en la sala una tormenta eléctrica de dimensiones apocalípticas. En eso los rayos atraparon a la momia como cuerdas de luz, y ella, a pesar de su férrea resistencia, fue incapaz de desatarse. Luego el agujero negro se la tragó. Y desapareció. Eso fue todo. Habíamos conseguido destruir a la momia, o, al menos, llevarla lejos, a un lugar del que no pudiera regresar jamás. El inframundo era, por fin, su última estancia, su cárcel perpetua.
Luis J. Goróstegui
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.