Segundas oportunidades

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EndikaP
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Puntos: 10

Mi compañero estaba a punto de llegar, así que inspeccioné, de nuevo, todo el material quirúrgico. Todo estaba en su sitio, el formaldehído, los anticoagulantes, los cauterizadores, los germicidas, cada uno con su llamativo color, como un estante con zumos de frutas. Los bisturíes sobre la bandeja y, lo más importante, nuestro paciente amordazado y atado a la camilla, con sus ojos desorbitados clavados en mí. Le vendé la parte superior de la cara para cubrir esos ojos acusadores.

Rocié su cuerpo con desinfectante y lo froté con un paño para hacer tiempo. Forcejeó, pero las ataduras de cuero no cedieron; yo mismo me había asegurado de ello personalmente. Fui por todo su cuerpo, de piernas a brazos y de brazos a tronco, hasta llegar a la cabeza. No fui especialmente cuidadoso con su cara y le pulvericé un poco del aerosol en sus orificios nasales por puro placer. La sala olía a terror y jabón cuando mi compañero entró por la puerta, todavía poniéndose los guantes.

—Vaya, tenías prisa por empezar, ¿eh? —dijo mirando a nuestro invitado—. Veo también que hoy vas a seguir el protocolo y ya llevas la máscara ritual.

Asentí en silencio, recolocándome la máscara sobre la cara. Hacía un calor de mil demonios, y notaba el sudor acumulándose sobre mis cejas.

Se aseguró de que todo estaba listo y empezó a reunir los productos para embalsamar. Noté una sensación de impaciencia en el estómago; quería empezar ya. Momificar a alguien era como jugar con una muñeca del tamaño de una persona a la que poder vestir, no sin antes haberla abierto para ver qué había dentro.

—Bueno —dijo mi compañero cuando ya tenía todo preparado—, empecemos por la boca. Pásame la pistola de agujas, por favor.

Miré alrededor y sentí pánico. No tenía ni idea de qué me estaba pidiendo. Era el primer contacto que teníamos y ya la estaba cagando. Me miró durante unos segundos y resopló ligeramente.

—Eso que tienes a tu derecha, el tubo de metal, el que parece una jeringuilla hipodérmica.

No tardé en encontrarlo, apenas tuve que estirar el brazo.

—Perdón —me disculpé, tendiéndoselo.

—Veo que sigues resfriado. Se te nota en la voz.

Me quedé paralizado sin saber qué hacer o qué decir. Se paró junto a la camilla, preparando la pistola.

—Será mejor que lleves la máscara entonces —añadió distraído—, no queremos que este hijo de puta coja una infección.

—No, claro —repuse, un poco aturdido.

—Queremos que llegue hasta el final del proceso, ¿verdad?

Le dio un par de cachetes en la cara y le soltó la mordaza que yo le había colocado antes de empezar. Nuestro paciente empezó a gritar al instante. Un grito ronco y baboso, más parecido a un gorjeo burbujeante que a un lamento humano.

—¿Qué le ha pasado en la cara? La tiene totalmente hinchada —preguntó mi compañero, volviendo a taparle la boca con la venda.

—De camino aquí intentó huir —expliqué, tal como había ensayado en mi cabeza—. Uno de los guardias tuvo que reducirlo con cierta violencia.

—Ya veo…

—En el proceso también perdió la lengua y algún diente —añadí.

—Bueno, no es que los vaya a necesitar, ¿verdad? —Por el tono de voz, se adivinaba una sonrisa bajo la máscara de mi compañero—. ¿Sabes quién es este hijo de perra?

Negué con la cabeza, mirando al hombre postrado en la camilla.

—Pues no es otro que el Vacíaviejas —dijo él, dándole unas palmadas en el pecho que resonaron por toda la estancia.

—¿De… verdad? —Traté de sonar todo lo aterrado y sorprendido que pude y, por la reacción física de mi colega, diría que lo conseguí.

—Le atraparon hace dos semanas con las manos en la masa. —Hizo con sus manos un gesto como de amasar algo—. Literalmente. Cuando la policía llegó estaba vaciando a una pobre señora. Órgano a órgano.

—Por Dios. —Me esforcé por sonar asqueado—. ¿Por qué haría algo así?

—Ni idea —Se encogió de hombros—, pero si me preguntas, yo creo que se los comía. ¿Te las comías, cabrón?

Volvió a darle un cachete en la cara, aunque esta vez con la suficiente fuerza como para girarle la cabeza hacia un lado.

—Así que el gobierno ha decretado la pena máxima. La muerte en vida.

—La muerte en vida —repetí, muy despacio, con total fascinación. Momificar al sujeto, pero manteniéndolo con vida, en un estado de constante sufrimiento y dolor. Era terrible. Era magnífico.

—Así es —repuso mi compañero, a todas luces complacido por mis reacciones—. Así que no le hagamos esperar.

Volvió a apartar la venda de su boca y, con gran maestría, la sostuvo abierta ignorando sus gritos.

—Sujeta aquí. —Obedecí sin rechistar y sin perder detalle de cómo cogía con una mano la pistola de agujas mientras con la otra sujetaba el labio superior de nuestro paciente.

Colocó el instrumento con fuerza contra las encías y apretó: una pequeña aguja salió disparada y se clavó en el hueso. Nuestro criminal se retorció en un espasmo y el aire que cogió para gritar se atragantó en un lastimero gruñido en su garganta.

—Sujétalo bien —me dijo mientras repetía el proceso en la mandíbula inferior. Esta vez el grito fue genuinamente desgarrador mientras la boca deslenguada se le llenaba de sangre, añadiendo un burbujeo sordo a sus alaridos de dolor. Me esforcé por memorizar cada detalle de aquella escena.

Mi compañero enhebró un alambre por las dos agujas y las enroscó bien para mantener la boca cerrada. Después aplicó adhesivo en los labios y mejillas y, mientras yo le sujetaba con fuerza, le cerró la boca durante un rato con ambas manos para sellársela para siempre.

Después desveló la parte superior de su rostro y le abrió bien los párpados.

—Mira, tiene los ojos del mismo color que tú —me dijo mientras le inspeccionaba.

Me apresuré a coger el adhesivo de nuevo para cerrar aquellos ojos enloquecidos y muy abiertos que iban de él a mí y de mí a él, como si estuviera tratando de comunicar con los ojos lo que ya nunca podría con la boca. Me acerqué con el tubo de líquido pegajoso a sus ojos y me dispuse a cerrarlos para siempre cuando mi compañero me agarró de la mano y me miró muy serio.

—Espera un segundo —me dijo frunciendo el ceño y mirándome muy fijamente.

Se hurgó en los bolsillos y se sacó dos pelotitas de algodón. Yo le miré en silencio, sin entender nada.

—Cuando los ojos pierden humedad se hunden —explicó, mostrándome los algodones—. Estos ayudan a mantener la forma correcta.

Me hizo un gesto con la cabeza y, mientras yo le sujetaba con fuerza, le embutió pedacitos de algodón bajo los párpados, añadiendo después un poco de adhesivo en ellos que, según me imaginé, mantendría dentro tanto la poca humedad que quedara como el algodón.

El sujeto se combó sobre su espalda, incapaz de emitir otro sonido que no fuera un leve siseo mientras sus carrillos se hinchaban rítmicamente y expulsaba aire por su nariz con una cadencia enloquecida.

Cuando terminamos con la cara, mi compañero se aseguró se colocar el resto del cuerpo con cuidado y de volver a apretar las correas de cuero que se habían movido con tanto espasmo. Esto sí sabía por qué lo hacía: la inyección de formaldehído haría que los músculos se agarrotaran y se pusieran rígidos; si iba a estar expuesto en el salón del crimen, no queríamos que la gente viera una momia deforme.

—Sujétale la cabeza de nuevo —me pidió mi colega y yo, obediente y solícito, la sujeté con una mano a cada lado, con fuerza para que no se moviera.

Él toqueteó un poco por encima de la clavícula e hizo una larga y poco profunda incisión en la base del cuello del hombre, que hizo que la sangre manara sobre la mesa y goteara sobre el suelo de mármol blanco. La imagen de su líquido vital escapando me trajo muchísimos buenos recuerdos.

MI colega hurgó con un pequeño gancho de metal en el corte y sacó por él una arteria y una vena, que unió con una lazada. Eran dos pequeños conductos de color morado y aspecto resbaladizo que sobresalían ligeramente de su cuerpo. Mientras yo limpiaba un poco la zona con gasa y suero, él se acercó a preparar la bomba y escoger los productos que se iban a utilizar. Los hizo con la sutileza de un chef que prepara una crema, escogiendo los ingredientes con mimo, mezclando todo en su justa medida, creando una pequeña obra maestra.

Al fin, cogió el frasco más pequeño, lleno de un líquido amarillo y fulgurante, con un brillo hipnótico que todo el mundo conocía: el elixir de la vida eterna. Un regalo maldito. Echó dos gotas en la máquina y encendió la bomba.

Se acercó al cuerpo, que seguía resistiéndose pero cada vez con menos ímpetu, y practicó un corte transversal en la arteria.

—Será mejor que no te muevas mucho —le susurró—, no queremos desangrarte. Aún no.

Cuando el agujero estuvo listo, agarró la cánula de la bomba e introdujo el extremo más fino en la abertura. No pude dejar de mirar la arteria, que parecía de goma, como una manguera fina cubierta de diminutas fibras de músculo y capilares. Repitió el proceso en la vena con la misma maestría, pero esta vez el tubo que le insertó estaba conectado a una bobina que serpenteaba hasta el sumidero del suelo. Me sorprendió ver que, mientras la máquina bombeaba los químicos dentro del cuerpo, los fluidos que ahora le daban vida irían a parar al alcantarillado.

La bomba empezó a funcionar con pereza, como si la despertaran de la siesta y con un traqueteo que fue tomando el ritmo del latido de un corazón. Bombeó primero el anticoagulante, de un color verdoso, y pronto la sangre, oscura, densa y caliente, empezó a irse por la alcantarilla.

Después vino otro líquido, de un color azulado que, según me explicó mi compañero, servía para preparar los vasos para el formaldehído. Yo no perdí detalle de todo aquel proceso y di gracias al cielo por tener aquella oportunidad y por tener un acompañante con alma de profesor, encantado de explicarme cada parte del proceso como si fuera su alumno aventajado. Cuando los dos primeros líquidos ya estaban abriéndose paso por su cuerpo se inyectó el elixir, que hizo que el cuerpo volviera a cobrar vida y se volviera a revolver entre sollozos apagados y gemidos lastimeros.

Uno a uno los químicos fueron penetrando el cuerpo del pobre diablo que estaba postrado en aquella camilla. Algunos hacían que los gérmenes se mantuvieran lejos y por tanto siempre estuviera en buen estado, otros hacían que los tejidos se mantuvieran hidratados para impedir que se hinchara. El más importante, por supuesto, era el formaldehído: un potente veneno que mata todo, endurece los músculos, mantiene los órganos libres de putrefacción y, en definitiva, es lo que embalsama. Con el añadido de que, si en realidad no estás técnicamente muerto, te procura una cantidad indecible de dolor.

La sala se llenó del fuerte olor de los químicos que me hizo llorar los ojos hasta que la ventilación hizo su trabajo y liberó de gases la estancia.

—Haz los honores —me dijo, tendiéndome el bisturí y señalando su abultado abdomen.

Lo hice encantado. Con una rápida incisión, que apenas sangró ahora que su sangre se estaba remplazando por otros productos, abrí sus interiores de par en par. Observé fascinado sus entrañas: era como visitar una casa en la que habías estado cientos de veces, pero a la que han cambiado los muebles de sitio. Familiar, pero, a la vez, completamente nuevo.

Mientras el otro se encendía un cigarro y dejaba de prestarme atención yo me dispuse a vaciar su cuerpo, sacando la bilis y todo lo que ya no necesitara hasta dejarlo limpio. Fue maravilloso.

Cuando terminé lo volví a coser como había hecho en decenas de ocasiones, haciendo que cada punto de sutura fuera mi pequeña obra maestra, sabiendo que, esta vez sí, mi arte perduraría durante siglos.

—Bueno, amigo —dijo mi compañero a mi espalda, quitándose la máscara ritual para salir de la sala de embalsamado—, veo que lo tienes controlado. Te dejo tranquilo para que lo vendes. ¿Te veo mañana?

—Sí, por supuesto —respondí, un poco molesto porque me incordiasen en mitad del proceso.

—Y cuídate ese resfriado —dijo él, saliendo ya a través de la puerta abatible. 

Terminé la sutura y observé mi obra. Aquel cuerpo, completamente inerte pero sumido en constante dolor. Atrapado con la agonía en su propio cascarón para siempre. Me quité la máscara y me limpié el sudor de la cara con la manga de la bata. Había conseguido escapar a aquel destino por los pelos, pero ahora estaba preparado para administrar aquella terapia a mis próximos pacientes.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Patapalo
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Puntos: 208859

Confieso que no soy muy fan del gore, del horror de tripas per se. Por eso, al principio he arrancado el relato con algo de recelo. El tema este de laboratorios donde se destroza a un personaje para horripilar al lector lo he visto demasiado. Pero, ah, el tema a fin de cuentas es otro. Cuando he visto el toque distópico has captado de nuevo mi atención y, al final, te me has ganado. Es un muy buen relato.

Me ha gustado particularmente que se vayan dejando pistas suficientes pero sin mascarlas tampoco demasiado. Se sabe, se palpa la tensión, y al mismo tiempo el leit motiv principal (el intrarrelato) es otro: la monstruosidad. Es un buen juego de espejos que el narrador se encuentre cómodo en su nueva posición, muy sangrante. Es un tipo de humor negro que me ha recordado a algunas historias de 2000 AD. Muy conseguido. Muy potente en una idea muy sencilla.

A ese respecto, solo dos ligeras pegas. Creo que podrías haberle sacado más jugo al título, con alguna reflexión tipo "después de haberla liado en mis últimos trabajos, más me valía lucirme con este", al comienzo, para darle un dimensión a su ligero nerviosismo (no parece el tipo de tener más que uno ligero) bajo la máscara.

Luego lo del resfriado no sé si está del todo bien gestionado, porque tenemos la información de que es la primera vez que trabajan juntos y cuando se lo dice, ni siquiera hay un comentario en off al respecto. Se sobreentiende, pero igual hay lectores a los que descoloca.

En cualquier caso, es un relato ejecutado con muy buena mano, muy compacto y bien desarrollado en su sencillez. La escritura es muy limpia y eficaz, sin alardes pero bien ajustada al personaje y el escenario. Consigues que imaginemos ese mundo distópico sin en realidad decir gran cosa de él, y eso es buena señal. Vamos, que muy buen trabajo. Y original el uso de la momia.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Salimos de Egipto...¡bien!

Un relato "malrrollero"que consigue varios logros con aparente sencillez. Para empezar logra transformar lo que va a ser una simple escena en una historia, conocemos u mundo distópico donde la justicia es brutal y a un protagonista de pesadilla.

Y ese es otro logro que alcanzas, logras conectar con la bestia, tal vez porque los ejecutores también son montruos.

También destaco el estilo, muy medido para ser un relato muy cercano al gore.

Le falta,para mi gusto, algunos momentos de tensión en los que el protagonista sienta que puede ser descubierto. Realmente planteas dos muy claros: los ojos y la voz, pero se resuelven demasiado rápido y por la torpeza extrema del compañero. El protagonista simplemente respira aliviado. Eso me ha hecho desconecar un poco del relato.

Mi nota es un 4

 

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Efepe
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Poblador desde: 28/05/2017
Puntos: 320

La sensación general que me ha dejado tu relato es muy diferente a los anteriores. Los otros me han entretenido mucho, aventuras divertidas. El tuyo me ha dado escalofríos, y conseguir eso no es fácil. La historia parte de una idea poco novedosa pero bien trabajada (momificar en vida para eterno sufrimiento), me ha recordado a las momias de «Reliquia de un mundo olvidado» deHazel Heald con Lovecraft (buenisimo, por cierto) y. Aunque a mi no me gusta tanto detalle gore, entiendo que lo has utilizado como clave para crear esa atmósfera desagradable.

Pasaré a puntuar más tarde.

EFePe

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Germinal
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Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

Un relato de tensión y tripas. Me ha descolocado que el compañero (la palabra por cierto se repite innumerables veces) no descubra el canje. Me hubiese resultado más creíble que fuese la primera vez que trabajan juntos y que tuviera que justificarlo, cosa que lograría en mi opinión añadir cierta tensión.

Hablando de tensión, se desaprovecha algún momento que pueden generarla, el momento de los ojos, por ejemplo: quedarse extrañado, mirarlo en silencio durante unos instantes, no sé, algo que quede flotando y que no se resuelva tan rápido.

Una frase que creo que está mal construida además causando cacofonía: “no sin antes haberla abierto para ver qué había dentro.” “no sin antes abrirla”

Otra cosa que se revela al final y que se me hace extraña es  que nuestro amigo habla de “administrar aquella terapia a mis próximos pacientes”. Luego, ¿se trata de un médico cirujano? ¿Un loco? ¿Piensa suplantar a la víctima de ahora en adelante? ¿Y si es así cómo va a conseguir que no lo reconozcan? ¿Quizás en ese mundo distópico se identifican mediante chips y lo robará del cadáver? No logro adivinar cómo lo conseguirá, deja demasiadas preguntas en el aire lo que impide cerrar el relato y por tanto la redondez de la historia.

Voy a puntuar el relato con 3 estrellas. Felicidades y gracias por compartirlo.

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Efepe
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Poblador desde: 28/05/2017
Puntos: 320

Mi puntuación es 3,8

EFePe

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Para mi gusto, este es uno de los mejores relatos que llevo leídos.

No me importa si es "gore" o no lo que describe, en mi opinión lo es en su justa pero necesaria medida. Creo que podría haberlo sido mucho más y sin embargo, el autor no ha querido ensañarse.

Está claro que cada persona es un mundo y que cada uno lee e interpreta los relatos a  su manera. Yo veo una historia redonda, con un tipo que se hace pasar por otro y que no es detectado por razones obvias: el compañero, el embalsamador auténtico, da por sentado quién es él y no se plantea dudar de su identidad en ningún momento. Y no lo hace porque el falso embalsamador se encarga de que así sea.

Como digo, uno de los relatos que más me han gustado. 4,5 estrellas.

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Buen relato, bien construido y narrado. 

Se agradece sobre todo la buena mano con las descripciones, ya que es el punto fuerte de la historia. Ha habido momentos en los que he sentido repulsión, añadido a la constante tensión que se palpa en toda la historia. 

No me ha convencido tanto el uso de las máscaras y la relación de los dos empleados. Al principio se dice que es el primer contacto de ambos, y sin embargo el veterano le comenta si todavía está resfriado. Esto descoloca. Es un poco hacer trampas, digamos. Sin embargo tiene fácil solución, por ejemplo decir que el veterano le hizo la entrevista de acceso, o que antes de empezar a trabajar le hicieron una ruta por el edificio y le presentaron a quien sería su compañero de momificaciones.

Por otra parte necesitaría una descripción más detallada de la máscara ritual. Para que diera resultado debería cubrir toda la cabeza, así evitamos que el cabello pueda jugar en contra del engaño. Pues si uno es calvo y el asesino no, ya la hemos cagado.

En fin, un buen relato con dos puntos importantes a repasar para que el engaño, que está muy bien escrito, eso sí, fluya sin imperfecciones. 

3´5 estrellas. 

  

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Vamos a comentar algún relato con nocturnidad y alevosía...

En este Polidori muchos autores han decidido jugar al engaño, parece casi que hubiera sido una norma no escrita. Aquí en realidad no se pretende engañar al lector, sino proponerle averiguar cómo está engañando el protagonista a su compañero de labores. Porque, aunque desde el principio se nota que hay algo oscuro en ese... "novato", lo meritorio para mí es lograr que en un relato tan corto yo haya apostado por tantas teorías distintas, cuando el escenario y las posibilidades eran tan reducidas.

Lo más escalofriante y a lo que más vueltas le di es a la siniestra distopía que se nos presenta. Soy muy imaginativo, y no pude evitar pensar que yo iría a todas partes con una cápsula de cianura bajo la lengua, por si soy acusado por error de un crimen no cometido (al prota de Cadena perpetua le habría ido bastante mal en este universo...). En serio, ese tipo de distopía hace que me estremezca, soy demasiado dado a imaginarme en las situaciones que leo...

Es difícil reseñar cuando ya otros lectores han señalado casi todo lo que quería aportar yo. Estoy de acuerdo en que las escenas de tortura explícitas no suelen ser agradables (al menos no para mí), pero en este caso se llevan con humor y cierta visión científica e instructiva que reduce el impacto. Varias partes de la momificación me turbaron de forma especial porque me descubrí pensando vaya, qué interesante y me di un poco de miedo... Aun así, para mí quizás el relato se podría haber centrado un pelín más en el morbo y la fascinación del protagonista y menos en la casquería, o procurar que las descripciones fueran más poéticas; por ejemplo, la sangre manando hacia el sumidero es algo asqueroso pero fascinante por la manera en que se describe mientras que lo de los algodones en los ojos es demasiado gratuito. Pero esta es la aportación quizás demasiado personal que siempre me empeño en hacer.

Hay un par de puntos algo artificiosos que echan a perder un poco el comienzo del relato, ambos ya comentados, pero yo los tenía escritos así que lo siento, lo expongo, que no me gusta escribir para nada :D

El tema de la máscara ritual no me pega, no lo encuentro realista en un universo distópico tan cruel como este. Si dos funcionarios van a destrozar a un condenado sin público ni ceremonia, ¿por qué llevan máscaras rituales? Quizás habría quedado mejor una máscara más funcional, para impedir que los gérmenes contagien al reo en tan delicado momento, por ejemplo. Lo del resfriado sí me encaja como excusa para que no reconociera la voz, pero, como ya te han dicho, habría sido mejor que no se conocieran (algo también poco realista salvo que -joder, espero que no- la pena de muerte en vida sea común en la época y el gobierno necesite muchos de esos funcionarios de prisiones tan especiales). No sé, es responsabilidad del escritor solucionar esos cabos sueltos y el resfriado es quizás un parche demasiado fácil (muy de serie cómica estadounidense).

Pero en general, es un buen relato. Se comprende muy bien, no he visto erratas que señalar (o no las recuerdo), la historia asusta mucho y el gore se maneja con sutileza admirable para que no resulte demasiado enfermizo a lectores sensibles. Por todo esto, le daría 3,5 estrellas.

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Stendek
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Poblador desde: 27/05/2020
Puntos: 198

Un buen relato, de ilimitada crueldad. No apto para estomagos debiles.

Le doy 3,8.

Un saludo,

Javier Garrido

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Svanda
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Poblador desde: 29/01/2017
Puntos: 112

Hola!

Como ya sabéis, pongo 4 notas y al final saco una puntuación final con todas ellas.

  • CC: Calidad de contenido (la idea en sí)
  • CF: Calidad en la forma: Cómo se trata ese contenido, si es una narración sin más o si introduce elementos diferentes.
  • F: falicidad de lectura. Que el texto y la exposición sean comprensibles.
  • G: Gramática y puntuación.

CC: 3. Entiendo que lo potente de este relato no es la idea en sí, sino tratar de generarnos malestar por las descripcione y las imágenes espantosas que evoca :S. El grueso del relato es la descripción del proceso de embalsamamiento, algo que se ha repetido, de hecho, en otros realtos, aunque sí hay un giro final inesperado :)

CF: 3.5. Muy descriptivo, pero es evidente ya que es, creo yo, la intención principal del escritor. En este caso, no creo que pueda ser un punto negativo ya que el gore es así xD

F: 5. Aquí, como anotación personal, lo de urgarse en los bolsillos para sacar pelotitas de algodón me descolocó un poco. ¿Por qué llevaba pelotitas de algodón en los bolsillos, este señor?. Es un tipo raro sin duda. Supongo que es mejor que las recoja de la mesa de material o algo así. Sería como ir al médico y que sacase de sus bolsillos el talón de recetas o unas tiritas no

G: 3.

  • "La bomba empezó a funcionar con pereza, como si despertase de las siesta y, con un traqueteo..." - Quizá con una coma queda mejor, pero es una pijotada.
  • "Se volviera a revolver" - suenan muy similares y queda raro.
  • "apenas sangró ahora que su sangre" - igual que antes, muy parecidas.
  • "Los hizo con la sutileza de un chef" - sobra una S.

Nota final: 3.5 estrellas.

 

¡Mucha suerte! :)

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Buen relato, fantásticamente escrito y, en especial, descrito. Es un placer culpable el de disfrutar un texto tan descarnado. Es cierto que le falta tensión, creo que porque el pase de manos se ve demasiado pronto. No por falta de habilidad para esconderlo, creo, sino fruto de la decisión del autor. Saber tan de inicio que el protagonista es el que debería estar siendo embalsamado, me hizo pensar en un giro final que no terminó llegando.

Aún así, el texto se disfruta muchísimo a pesar de estar centrado en las bondades del arte del embalsamamiento en vivo. Los detalles distópicos, pequeños y sugerentes. Era arriesgado usar un enfoque tan descriptivo, pero cuando se tiene tan buena mano...

Puntuaré más adelante, en cuanto haya leído más relatos.

 

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Poco más que añadir a lo ya comentado, aunque me habría gustado mantener el quid de la cuestión sin revelar hasta un poco más adelante.

Tres estrellas: ***

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Eddy Sega
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Poblador desde: 16/12/2011
Puntos: 2382

Un relato escrito con mano quirúrgica. Aquí prima más el cómo que el qué, arrastrando al lector a esta suerte de pasaje de “Hostel” en el que disfrutarán (entre los que me incluyo) los amantes de lo truculento y lo visceral. No me preocupa que al inicio se “descubra” (lo pongo entre comillas porque, obviamente, no está demasiado escondido) el pastel, ya que al poco después queda claro que ese no es el giro que el autor quiere dar al relato. Y así nos lleva de la mano de ese siniestro asesino hasta el final donde, entonces sí, he notado a faltar algún giro. 

Me encanta la trama sencilla, esa momificación en vida, un castigo más cruel si cabe que el que el asesino regala a sus inocentes víctimas.

No queda clara la relación de los dos verdugos (muchas veces lo llama “compañero”, hubiera preferido “acompañante”) si se conocen hace tiempo, si han trabajado poco tiempo juntos…

En cualquier caso es un relato que he disfrutado mucho. Mis felicitaciones.

 

Votaré los relatos en cuanto haya leído suficientes como para establecer un ranking más o menos fiable.

 

¡Saludos!

 

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Mi valoración es de 4 estrellas.

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Mzime
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Poblador desde: 01/02/2016
Puntos: 352

Relato tremendo que solo un sádico puede escribir enlightened. Alguna reflexión provoca escalofríos:

Observé fascinado sus entrañas: era como visitar una casa en la que habías estado cientos de veces, pero a la que han cambiado los muebles de sitio. Familiar, pero, a la vez, completamente nuevo.

 Bien llevado y bien ejecutado, solo hubiera necesitado alguna mejor ancla para que el lector despistado pillara mejor el intringulis de primeras [o sea: yo]. Por otra parte, y dejando a un lado la perversa naturaleza de un Estado que dicta tales condenas, eso de morir en vida ["Así que el gobierno ha decretado la pena máxima. La muerte en vida"] es un poco de Perogrullo: nadie muere si no está vivo. Y si encima te momifican con autopsia de por medio...

En fin, que me ha gustado bastante, está bien escrito y tiene gore por arrobas, aunque haya algún problema de coherencia o explicación. En resumidas cuentas: 4,25 estrellas es mi valoración.

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Eddy Sega
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Poblador desde: 16/12/2011
Puntos: 2382

Paso a dejar la puntuación pendiente de este relato:

★★★★

(Cuatro estrellas)

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mawser
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Poblador desde: 17/07/2009
Puntos: 253

Buenísimo. Me ha encantado cómo el autor va deslizando pistas a lo largo del relato sin necesidad de subrayados, así como la idea general de método de momificación para maleantes, con toda la parafernalia de máscaras rituales y demás. Además, consigue dar muy mal rollo y no solo por las pinceladas gore que salpican el relato.

5 estrellas.

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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