Tiene hambre. Tiene un hambre enorme. Voraz. Como cada vez que despierta después de uno de sus descansos. Pero cree que no va a tardar demasiado en saciar su apetito. Parece que un nuevo grupo de humanos le ha encontrado. Sin duda, se ha despertado por ese motivo. Calcula que en unas horas tendrá a su disposición comida como para hartarse. Si todo sale como espera.
Sí, ahí se van acercando ya. Ahora comenzarán las dudas, los interrogantes y las elucubraciones sobre su naturaleza: ¿qué es?; ¿qué no es? Y enseguida, la diferencia de opiniones: saquémoslo del hielo; no, dejémoslo ahí y avisemos a alguien. O algo por el estilo. Pero aunque algunos duden, al final se impondrá el pensamiento del más impulsivo de ellos, que arrastrará al resto de la manada. Oh, sí, le extraerán de su lugar de descanso, por supuesto. Siempre lo hacen. Al fin y al cabo, es él quien influye en sus mentes para que sea así una vez que es hallado. Él es el titiritero y ellos sus marionetas.
***
–¡Eh! ¡Aquí! ¡Tenéis que ver esto! –grita Nikolai, que gesticula con las manos para atraer la atención de sus amigos.
La primera en llegar es Valentina. Los demás están terminando de salir de la cueva que han descubierto y explorado, aunque sin encontrar nada interesante. No era demasiado profunda y han tardado apenas unos minutos en recorrerla con sus linternas. Un buen lugar para refugiarse si les hiciera falta.
–¿Qué pasa? ¿Qué has visto? –pregunta Valentina.
Pero antes de que Nikolai responda llega el resto del grupo.
–¿Qué has encontrado, Nikolai? –pregunta Sergei con curiosidad. A su lado se encuentran Mihail e Irina.
–Eso quisiera saber yo –contesta el aludido mientras señala con el dedo una porción de hielo medio oculta entre unas rocas y que da la impresión de contener algo en su interior–. No tengo ni idea de lo que es, pero parece…
–Parece un cadáver –interrumpe Valentina–. Y se ve enorme.
Todos asienten, pues el presunto cadáver no mide menos de dos metros de altura. Nadie da muestras de sentirse alterado por el descubrimiento, como si fuera tan normal encontrarse cuerpos entre la nieve cada dos por tres.
–A saber la de tiempo que lleva ahí –dice el autor del hallazgo.
–Yo diría que es un animal –insinúa Valentina, que se ha arrodillado en el suelo para verlo más de cerca–. No se le ve ropa, y parece que estaba cubierto de pelo, pero es como si lo hubiera perdido en algunas partes. Creo que podría tratarse de un oso.
–Yo lo encuentro muy delgado para ser un oso –opina Sergei, que por lo general, nunca opina como los demás.
–Podría ser un oso que muriera de hambre –argumenta Irina.
–Misha –dice Sergei llamando por su diminutivo a Mihail–, tú eres biólogo, ¿qué te parece a ti?
–No sé. Tengo dudas –comenta mirando con interés la figura empotrada en el hielo–. En principio, lo más natural sería pensar en un oso, por las montañas donde nos hallamos, pero necesitaría verlo mejor para confirmarlo.
–Vamos a sacarlo de ahí y lo averiguamos –propone Nikolai. Y coge decidido el piolet que cuelga de su mochila.
–¿Pero qué haces, loco? –dice Misha mientras agarra del brazo a su impulsivo amigo para detenerlo.
–Bueno, no digo sacarlo del todo. –Se defiende Nikolai–. Lo que pretendo decir es que rompamos un poco el hielo por aquí y por allá para liberar el bloque donde está atrapado. Así podremos darle la vuelta y verlo de frente. Tengo curiosidad por verle la cara. ¿Vosotros no?
–Sí, claro, pero está congelado –observa Valentina como si no fuera algo obvio y que Nikolai acaba de mencionar.
–No me digas –comenta Sergei con ironía–, ¿será porque está envuelto en hielo?
–Lo que quiero decir es que va a ser complicado sacarlo de ahí –responde ella con cierto fastidio–. Podemos tardar horas.
–Pues entonces lo mejor será que comencemos cuanto antes, ¿no? –dice Nikolai antes de lanzarse a dar el primer golpe de piolet.
A él se une Sergei. Valentina lo hace un poco después y por último, Irina. Misha es el único que intenta mantenerse apartado, pero cuando comprueba resignado que sus amigos no van a detenerse, decide unirse a ellos para acabar cuanto antes con el asunto.
Horas después, tal como habían calculado, han conseguido despegarlo. Entre todos le dan la vuelta y lo dejan boca arriba, o como prefiere decir Misha, en decúbito supino.
–¡Dios, pero qué cosa más fea! –exclama Irina.
Nadie contesta, todos están demasiado impactados por lo que están viendo. A pesar de la capa de hielo que lo rodea, el cuerpo se puede contemplar con relativa nitidez. Parece tratarse de una criatura bípeda, con características de depredador, como atestiguan sus garras y los afilados dientes que asoman de su mandíbula entreabierta.
–Es como contemplarlo a través de una urna de agua congelada –comenta Nikolai haciéndose eco del pensamiento colectivo.
–Además de congelado, yo diría que está momificado y que lleva ahí seguramente bastantes cientos de años –apunta Misha, que no puede identificar al animal.
–¿Estás diciendo que hemos descubierto una momia? –pregunta Sergei sin poder contener la risa.
–Casi con toda seguridad –responde Misha serio–. ¿Habéis oído hablar de la momia de Ötzi?
Tal y como esperaba, ninguno de ellos sabe una palabra.
–Ya veo que no –se responde a sí mismo–. En 1991, si no recuerdo mal, una pareja de montañeros alemanes descubrió un cuerpo enterrado en el hielo en una montaña en los Alpes, muy cerca de la frontera austroitaliana. Os lo resumo para hacerlo breve: lo que habían descubierto era la momia de un hombre que había muerto hacía más de cinco mil años y cuyo cadáver estaba en un excelente estado de conservación debido a la congelación y a la momificación natural. Aquella montaña era parte de los Alpes de Öztal, de ahí el nombre con el que fue bautizado: Ötzi.
–¿Y tú crees que a este animal le pasó como a ese hombre… Ötzi? –quiso saber Irina.
–Como digo, estoy casi seguro del todo. No hay más que fijarse un poco. Incluso a través del hielo se puede apreciar que los trozos de piel que aparece desnuda, como en el brazo derecho, se ven como si fuera cuero. Al menos yo lo veo así. Es un rasgo muy típico de las momias. Mi teoría es que murió al aire libre y el clima hizo todo el trabajo. Luego con el tiempo se iría cubriendo de nieve que se endureció hasta crear esa capa de hielo que lo rodea. Igual que ocurrió con Ötzi. En climas extremos, tanto fríos como cálidos, aunque secos, no es extraño que puedan darse casos de momificación de manera natural.
–Eres todo un cerebrito, Misha –comenta Sergei.
–No te burles de él, Sergei –dice Valentina.
–No me burlo, en absoluto –responde él con una sonrisa que desmiente sus palabras.
Todos callan entonces. Mientras, sus miradas parecen querer perforar el bloque de hielo para llegar a su interior e intentar averiguar qué es lo que han hallado. Una aparente hibridación entre hombre y bestia tal vez. Quizás un eslabón perdido en la evolución humana. Es lo que la mayoría de ellos piensa. Aunque no todos.
***
Bueno, pues todo ha transcurrido según lo esperado. Y ahora que ya le han visto la cara es cuando alguno de ellos sugerirá que quizás se trate del Yeti. Ocurre casi siempre. Luego otros lo negarán a toda costa, lo habitual. Una discusión estéril por otra parte porque, desde luego, no se trata de ese ser. Es algo mucho más antiguo. Más evolucionado. Y letal.
***
–No sé qué es esto, pero creo que podría ser el Yeti –comenta Valentina con la mirada fija en la criatura.
–¿Estás hablando en serio? –pregunta Sergei, que la mira como a un bicho raro.
–Desde luego. ¿Es que nunca habéis oído hablar del Yeti o qué? Pues esto de aquí se parece mucho a su descripción. Si así fuera, podríamos ganar mucha pasta como autores de un descubrimiento sin precedentes.
Misha no da ningún crédito a esa teoría, que encuentra descabellada, al igual que Sergei. Para ellos son habladurías nada más. Irina duda y Nikolai es el único que acepta la teoría sin parecerle ninguna locura.
Sin embargo, lo cierto es que Misha sigue sin poder identificar al extraño espécimen con nada conocido. Algo no cuadra y por eso se acerca a él para observar el cuerpo con más detenimiento.
–No he visto nunca algo así –dice–, es como una mezcla imposible de varias especies: oso, simio, humano tal vez... Por lo que veo –dice apuntando con el dedo–, tiene algunas heridas. El brazo derecho está roto y también el cuello, porque ese ángulo es antinatural del todo. A lo mejor fue eso lo que lo mató, una caída desde ahí arriba.
Todos levantan la vista para contemplar el lugar donde señala, que es justo la parte superior de esa pared rocosa donde se halla enclavada la cueva. Luego la dirigen de nuevo al extraño ejemplar. A continuación comienzan a lanzar sus propias teorías.
Mientras sus amigos conversan, Misha contempla aquel bulto congelado sin decir nada, con una expresión seria y preocupada.
–Te veo muy pensativo, Misha. ¿Pasa algo? –pregunta Nikolai ante la actitud callada de su amigo.
–No es nada. Bueno, no sé... –Le cuesta contar lo que piensa, pero al final lo dice–. La verdad, hay algo que me da mala espina en este asunto.
–¿Mala espina a ti, que eres el científico del grupo? Pues estamos apañados.
Misha no se molesta en contestarle.
–¿Y en qué estás pensando exactamente? –La pregunta, cargada de curiosidad y cierta incredulidad, la hace Sergei
–El paso Dyatlov –responde Misha.
–¿El qué? ¿De qué hablas?
–De algo que se llamó El incidente del Paso Dyatlov.
–Ya, claro. ¿Podrías explicarte y dejar de hacerte el misterioso, por favor? –dice Irina con un punto de impaciencia en la voz.
Misha la mira y le dedica una sonrisa desganada de medio lado.
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Le encanta esta parte. Siempre hay un listillo en los grupos. Siempre. Uno que sabe cosas que los demás desconocen y que se las termina contando para informarles. Una información que por lo general suele ponerles nerviosos, aunque ninguno quiera admitirlo.
***
–En enero de 1959 –explica Misha– una expedición de alpinistas liderada por un tal Igor Dyatlov vino aquí, a los Urales, para escalar el monte Otorten, el mismo en el que nos encontramos ahora. Les sorprendió una ventisca que les obligó a variar su ruta y a acampar para protegerse de ella. Esa misma noche, los nueve miembros que componían aquella expedición murieron de una forma horrible e inexplicable. Hasta 1990 no se desclasificaron los informes de lo sucedido, algo que se consideró entonces como secreto de Estado.
Cuando termina de hablar mira uno a uno a los rostros de sus amigos. Por sus expresiones está claro que ninguno de ellos ha escuchado jamás una palabra sobre el tema.
–Has comentado algo sobre muertes horribles e inexplicables. ¿Puedes concretar un poco más? –. El que pregunta es Sergei, movido por una morbosa curiosidad.
–Según los informes, salieron huyendo de sus tiendas porque algo los aterrorizó, a pesar de que llevaban armas, que se dejaron abandonadas. A unas cuantas víctimas les faltaban los ojos y la lengua; la nariz en uno de los casos, cortados con precisión quirúrgica y con las heridas cauterizadas. Algunos parecían haber muerto por dosis letales de radiación y otros estaban destrozados por dentro, con lesiones internas que no se pudo explicar y que fue como si hubieran sido frenados de golpe tras someterlos a enormes velocidades. Hay mucho más, pero no recuerdo todos los detalles.
Cuando termina, todos lo miran perplejos.
–¿Sabéis lo que significa Otorten en el dialecto de esta zona? –pregunta.
Nadie responde. Todos esperan que él lo haga.
–«No vayas allí» –revela–, aunque también tiene otro significado más rotundo: «La montaña de la muerte».
–Un momento –dice Irina todavía perpleja–, ¿estás diciendo entonces que este animal pudo ser el que acabara con aquellas personas? No es por nada, pero según tú el bicho lleva siglos congelado.
–No estoy diciendo nada de eso. Lo único que digo es que no me gusta. Me pone nervioso estar cerca de esta cosa indefinible. –Se calla y entonces añade–: Tal vez sea porque ese lugar, el paso Dyatlov, es justo donde nos encontramos ahora mismo–. Y tras decir esto da media vuelta y se aleja de allí.
Todos lo miran sin reaccionar. Sergei se encoge de hombros, después mira hacia el bloque que contiene a la criatura y de pronto considera que aún le sobra un trozo de hielo que sobresale en la parte superior, donde está la cabeza. Coge su piolet dispuesto a remediarlo.
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La cosa enterrada en el hielo sonríe para sus adentros mientras con la mente empuja al joven a golpear con su herramienta. En cualquier momento se producirá el accidente, mejor dicho, su voluntad hará que se produzca. Algo leve, nada preocupante, aunque vital para sus planes de escapar de allí y alimentarse.
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De pronto, un golpe yerra. El metal se hunde en la mano de Sergei, que lanza un alarido de dolor mientras se arranca el guante de un tirón con la mano sana. Presenta un feo desgarro de algunos centímetros. Varias gotas de sangre afloran de la carne abierta y se vierten sobre los restos congelados de la criatura desconocida.
–¡Dios! ¡¿Habéis visto eso?! –exclama Valentina de repente con ojos desorbitados.
–¿Que si hemos visto qué? –pregunta desconcertada Irina, sin saber de qué habla su amiga. Nadie ha visto nada; todos estaban pendientes de Sergei.
–¡Se ha movido! ¡Os juro que se le ha movido un dedo!
–¡Claro que sí y dentro de un momento se pondrá en pie y se pegará un bailecito para nosotros, no te jode! –escupe Sergei con la cara contraída por el dolor–. Haz el favor de no decir chorradas. Este bicho está momificado y, además, tiene el cuello roto. Está más que muerto. –Al decir esto la fulmina con la mirada–. Hay más probabilidades de que te salga un tercer ojo en la frente que de que esto pueda moverse.
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Debe tener más cuidado. Casi lo fastidia todo, pero es que esas gotas de sangre… Se ha estremecido cuando las ha sentido tocar el hielo. Ha podido olfatearlas como si las tuviera apenas a un centímetro de su cara. Hace tanto tiempo que no come nada y tiene tanta hambre… Pero no le volverá a ocurrir. No se precipitará. A partir de ahora va a estarse muy quieto, como buena momia. No tiene más que esperar y pronto comerá toda la carne fresca que le apetezca. Cuando se vayan a dormir será su oportunidad.
***
Nikolai saca de su mochila un botiquín de primeros auxilios y cura la herida de Sergei en medio de un repentino y tenso silencio. Sin apenas darse cuenta, el día ha declinado y comienza a oscurecer. Los cinco amigos deciden entonces internarse en la cueva y pasar allí la noche, pues resulta idónea como refugio. Tras cenar algunas de las provisiones que portan en sus mochilas, extienden sus sacos de dormir y se introducen en ellos, cansados tras horas de excavar la nieve congelada. Hay unos tímidos intentos de charla, pero pronto decaen. Alguien apaga la última lámpara de gas y el silencio se apodera de la cueva.
***
Parece que todos duermen. Es hora de librarse de su gélido envoltorio. Esa es la parte que más le gusta, la que le hace asombrarse de sí mismo y de las aptitudes que posee para la caza. Se remueve dentro de ese bloque helado, ese gélido útero al cual él mismo dio forma aplicando su propia saliva, cuya composición química lograr transformar el hielo para crear una especie de «huevo»: una capa exterior dura y compacta que encierra un interior casi líquido, inapreciable visto desde afuera. Por suerte, y gracias a su evolucionado metabolismo, no necesita consumir oxígeno durante su particular hibernación.
De igual manera, posee una insuperable capacidad de mimetismo y de transformación. Es capaz de alterar su organismo para modificar su aspecto a voluntad y adquirir los rasgos físicos que se le antojen. Eso le sirve también para fingir heridas de todo tipo, letales o no. Un señuelo infalible a la hora de tranquilizar a aquellos que descubran su cuerpo congelado y que, en caso de advertir algo extraño que les haga recelar, como ha sucedido en esta ocasión, les hará descartar una hipotética resurrección por su parte.
Ahora mismo está todavía demasiado débil para romper todo el cascarón. Necesita llegar como sea a esa sangre que le ha goteado encima; que él ha provocado que le goteara encima. Con una uña impregnada en saliva escarba en la capa dura del «huevo» hasta llegar a la superficie. Por fin, alcanza su preciado objetivo. Desmenuza los pedacitos de sangre congelada, se los introduce en la boca y se los traga sin demora. Al instante percibe la energía que le ofrecen; la justa y necesaria para salir del interior de ese capullo helado. Después deberá arrastrarse en completo silencio hasta la cueva donde ellos duermen. Su primera víctima es crucial. El aperitivo principal. Debe matarla y devorarla sin despertar a nadie. Ella le proveerá de las fuerzas necesarias para acabar con todos los demás. Ella le hará invencible para la sangrienta lucha que sucederá a continuación. Ella será la pieza clave que le permitirá aplacar el hambre voraz que le posee. Luego podrá volver a esconderse y a hibernar de nuevo.
Imaginar todo eso le divierte, le excita y le llena de un enorme regocijo.
Le encanta enterrarse en el hielo y vestirse con su camuflaje de momia congelada.
Disfruta jugando con la innata curiosidad del ser humano.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.