Agua

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Angelito
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El glande afloró anillado al metal y la herida fresca del prepucio elevó el tono coral de los versículos. Ninguno de los presentes reparó en la poca experiencia del mohel, quien trastabillaba con la perfecta pronunciación de las bendiciones, más concentrado en colocar a tiempo una gasa humectada en vaselina. El llanto del bebé, un aullido ahogado por el regocijo de familiares y amigos, tampoco preocupó a nadie, excepto a su hermana, la pequeña Rut.

   —Le duele, diles que paren.

  Su abuelo orientó el rostro hacia la voz ansiosa sobre la izquierda de su cintura, un acto reflejo imposible de borrar, a pesar de que no eran ojos los que rellenaban sus cuencas. Rut se calló obediente al ver ese índice vertical atravesado en los labios, ese cutis salpicado por callos, pústulas y arrugas apretadas en un gesto recio y rematado por el tejido carnoso que asomaba desde la hendija de unos párpados sin pestañas. Muchos niños eran incapaces de mirar la cara del viejo, pero Rut no sabía temer. Acaso los hilos del parentesco apaciguaban los redobles numinosos de su apariencia.

  La sinagoga, un cubo blanco acabado en una modesta cúpula de cemento, se erguía sobre una protuberancia rocosa del oasis. Orgullosos, los padres rotaron a su hijo entre los brazos de la familia durante el camino hasta la casa, unos quince minutos a pie. Rut quiso ir en el coche de los Bendahan, sobre todo por el aire acondicionado, pero la mano artrósica que la sujetaba era imposible de abatir. La frustración se le fue en un suspiro cuando observó que los pelos blancos en el interior de aquella nariz apuntaban al oeste. Una mancha de nubes grises se devoraba el horizonte y, aunque le costó recordar la última lluvia, su piel ya reproducía los dulces escalofríos que los vientos solían traer bajo el brazo, similares a los que también sentía con las historias que su abuelo le narraba algunas noches antes de dormir.

  El anciano había perdido los ojos leyendo las flamas del sol, o al menos eso le contó una vez. En otra versión, el impacto de un misil egipcio reventó un tanque delante suyo y hasta le desprendió los dientes, las uñas y el bello del pecho. En otra, aseguró habérselos arrancado con sus propias manos, porque los consideraba un estorbo para conseguir la experiencia audible de la novena emanación de Yahveh. En otra, se los vendió a los beduinos por un gramo de azafrán. En otra, un soldado sirio le hundió los pulgares en el campo de batalla.

  La primera gota de lluvia cayó al ocaso. Para cuando la madre mandó a la hija a guardar los juguetes en el baúl y acostarse, la noche se vertía en un diluvio. Hacía unos días, el hijo menor de los Bendahan le juró a Rut que tanto los bebés como los jardines provenían del agua; si cae en el suelo, puede crecer una planta; si cae en una mujer, puede crecer un niño. Con la cabeza ya en la almohada, le resultó imposible contar las gotas que impactaban contra el cristal de la ventana. El anciano agregó una colcha, la tapó hasta el cuello, le besó la frente y apagó la luz.

   —Hace mucho que no me cuentas un cuento.

  Las exigencias disfrazadas de afirmación eran su punto débil. Arrastró el baúl con un pie, lo acercó a la vera de la cama y tomó asiento con una sinfonía de vértebras preludiando la enésima aventura.

   —Tú dirás —dijo el viejo.

   —¿Cómo creció este sitio en medio del desierto?

  La luz de un relámpago se coló por la ventana y rebotó huidiza en la caótica geografía del rostro de su abuelo. A veces, por mero reflejo, se le abrían los párpados más de la cuenta, y era en esos momentos cuando Rut rememoraba el interior de las morcillas exhibidas en las carnicerías cristianas de Jerusalén, los mismos embutidos que su dieta le prohibía saborear. En cambio, un aroma milenario y misterioso llenó la habitación tras una larga exhalación del anciano. Con el dorso de la mano, se quitó la babilla blanca y espesa de la comisura de los labios y arrancó con Moisés bajando del Sinaí con las tablas de la ley. No obstante, la historia no iba de Moisés, sino de Ofir, uno de los escribas del Shemot bajo el dictado del patriarca.

   —Pero mi papá dice que en el Talmud…

   —Tu papá no sabe nada —interrumpió el viejo.

  Reanudó con el vagabundeo de Ofir junto a treinta y dos acompañantes varones. A diferencia del resto de cobardes a los que se les había prohibido entrar a la tierra prometida, se empeñaron en caminar hacia el sur. Eludieron a los amorreos con un acierto tan notable que solo les quedó plantarse en el trozo yermo donde los escarabajos y los escorpiones morían de inanición. A falta del cayado de Moisés para golpear las rocas y hacerlas masticables, hubieron de conformarse con el vaivén frenético de sus caderas al unísono, en un rezo que duró cuarenta días y cuarenta noches.

  Yahveh no respondió. Acuciados por las penurias, los treinta y tres hombres se vieron tentados al desliz vergonzoso de adorar becerros, aunque imaginarios, pues el poco oro que les quedaba ya formaba parte de las arcas de saqueadores nómadas del Aravá y variopintos cananeos de avanzada. Ofir se dedicó entonces a lo único que sabía hacer. Sobre un saliente plano, talló el decálogo que bien tenía memorizado para afanarse en sudorosos ejercicios de gematría y permutaciones.

   —Pero mi maestra dice que…

   —Tu maestra no sabe nada. —La rabia de las gotas empezó a dibujar grietas en el cristal de la ventana.

  De sequía en sequía, la esperanza se deshidrató para todos, menos para Ofir, que justo cuando sus seguidores estaban a punto de abrir un vientre y arrancar unas cuantas vísceras en honor a Baal, apareció con aspavientos de profeta para anunciar una segunda tierra con árboles de pan y lagos de maná, un lugar apartado de la inquina y la miseria de los injustos. Sin embargo, en sus prelaciones místicas había descifrado que para ello era preciso engendrar un hijo, ya que solo a él se le revelaría la ruta divina y oculta a través de las brasas del desierto. Si bien la confusión galopó los corazones de aquellos treinta y dos hombres, no fueron capaces de evitar el alborozo que el presagio acababa de infundirles. Cumplieron las instrucciones de Ofir para crear un hijo: ripio para la estructura, arena para rellenarla y treinta y tres generosas porciones de estiércol para adherir el conjunto. Después, una marabunta de sonidos ininteligibles lo levantó.

   —Eso es mentira —denunció Rut—. Para hacer caca hay que comer antes. Así no se puede.

   —¿Y quién te dijo eso?

  —Me lo dijo —dudó un instante y cedió condescendiente— alguien que no sabe nada.

   —¡Exacto!

  La cosa no era más alta ni más robusta que ninguno de los presentes. Fueron pocos los maravillados que se atrevieron a tocarle para comprobar su consistencia. Vértices imperfectos abundaban donde las personas suelen gozar de armonía y redondez. Muy pronto se descubrió que, a pesar de sus monstruosas facciones, de su endeble proporcionalidad y falta de alineación, nada en su porte intimidante se correspondía con su temperamento. La boca no le servía ni para comer ni para hablar. De la nariz no entraba ni salía aire. Veía pero no miraba, oía pero no escuchaba; le sobraba el rostro. Esta certeza resultó indiferente para Ofir, que se le puso enfrente y ordenó a la cosa, con una impaciencia poco sacerdotal, que les guiase a la tierra con árboles de pan y lagos de maná.

   La cosa se echó a andar con un enjambre de moscas zumbándole de cerca. A falta de rodillas, le llevó unas cuantas horas dejar de arrastrar los pies, dos prominencias sin dedos, que recién comenzó a elevar con el bamboleo de la cintura. Los treinta y tres hombres se obligaron a caminar más lento para poder seguirle. A veces, la cosa se detenía.

   —Abuelo, ya sé que esta cosa es un Golem. —Un trueno que sonó a fin del mundo subrayó sus palabras e hizo temblar la habitación. El anciano carraspeó y le crujieron las cervicales.

  A veces, la cosa se detenía. Giraba el cuerpo y permanecía quieto con la cabeza apuntando en una dirección, levantaba un brazo hasta donde el hombro le permitía y, de pronto, restablecía el viaje, que no siempre transcurría en la misma trayectoria. Las piedras se marchitaban a su paso cuando una expedición comercial de nubios, alertada por la pestilencia del aire, le vio venir. La sorpresa de aquel evento sobrenatural, escoltado por aquellas almas raquíticas y harapientas que más bien parecían una horda de muertos forajidos y famélicos, fue tan aguda y traumática que, en el frenesí por escapar de una calamidad inminente con la mayor celeridad posible, los comerciantes y su reducida guarnición dejaron al arbitrio del destino varios cofres con oro, cobre, mirra, especias, miel, un ánfora con vino y dos camellos.

   Esa noche acamparon y cenaron como reyes. La felicidad fue tan grande que ocho de ellos no vivieron para disfrutar del siguiente amanecer. Los restantes sí pudieron notificar que a sus compañeros les había estallado la barriga, empapados en reflujos gástricos de la cabeza a los pies, con trozos de camello a medio masticar encastrados en las encías. Entre tanto, nadie sabía del paradero de la cosa. Apremiados por la angustia e intercalando clamores al cielo, sobrecargaron al camello reservado para el próximo banquete y salieron en su búsqueda. Dividieron esfuerzos en todas las direcciones, conservando siempre la visibilidad entre el grupo; aplaudir en un gesto exagerado con las manos alzadas por encima de la cabeza, señalaba la confirmación del avistamiento.

  Nada. La desesperación les abrumó a niveles insalubres, al punto que alguien se arrojó de cabeza por un barranco, azotado por la culpa de haber desaprovechado la segunda oportunidad que el creador le brindaba. Ofir se alejó más allá de lo razonable para perseguir la estela del aroma inconfundible, subió a un monte y afinó las pupilas a un extremo sobrehumano en un punto diminuto que penduleaba en el interior de un nubarrón convulsionado de aleteos incontables. También perdió la cuenta de las veces que hubo de confirmar el avistamiento antes de lograr captar la atención de los suyos.

  Tardaron casi medio día en alcanzarla. A uno de ellos, el mismo con el de cuyas vísceras se ofrendaría a Baal, se le ocurrió una idea: estimar su trayectoria y adelantarle lo suficiente para poder acampar sin correr el riesgo de volver a perderla de vista. Así lo hicieron. Al cabo de siete noches, volvieron a encontrarse con las ocho barrigas estalladas, rezumadas en un mosto fermentado y reverdecido que bañaba el apetito orgiástico de millones de hormigas y langostas carnívoras.

  Surgieron entonces las primeras dudas. Un bando sostenía que ya estaban en la segunda tierra prometida y que solo debían esperar a la siguiente expedición comercial. Otro bando, que la cosa era un ser deficiente para comprender e interpretar la voluntad divina. Y otro bando, que la causa del desatino eran las moscas, servidoras de Satán que tenían la misión de confundir su orientación. Ofir se inflamó en la tesis de la fe: los infortunios eran pruebas con las que Yahveh separaba a los dignos de los indignos. Surcaban estas reflexiones cuando alguien notó que la cosa tardaba en llegar. Una vez más, salieron en su búsqueda, aunque no tardaron ni veinte zancadas en encontrarla, confiados al olfato y a las columnas de moscas que rayaban el cielo para converger en aquella esfera impenetrable que la envolvía como un útero del tamaño de siete montañas. En efecto, había virado el rumbo.

  Le siguieron con los cofres de oro y cobre a rastras. El segundo camello ya hacía varias jornadas que se digería en los estómagos de varios, no sin extrañar el valor que le atesoraban en cuanto a bestia de carga. Al menos ya no llevaban consigo la mirra y el ánfora con vino, tampoco la miel. Alguien advirtió que en realidad no se trataba de una buena noticia.

  El hambre y la sed arrolladoras volvieron una tarde, y a uno de los hombres le dio por tragarse unas piezas de oro. Ofir le obligó a vomitar, no con la intención de recuperar las piezas, sino para no sufrir otra baja. Los demás le ayudaron con una paciencia de lo más dócil, no con la intención de evitar otra baja, sino para recuperar las piezas. Incapacitado para expulsar el oro que le obstruía las entrañas y le envenenaba la sangre, no hubo más remedio que declararle desahuciado con la misma convicción con la que se le metía el brazo por la boca para extraerle el mal.

  Ni la alegría por las piezas de oro recuperadas pudo impedir que una fiebre aguda les cayera en un anochecer. Doloridos e inapetentes, la mitad del grupo se desplomó entre retorcijones y delirios. El diagnóstico desalentador, realizado por el único con nociones de curandería, señalaba la necesidad de una muerte administrativa y piadosa. Ofir se negó a cometer el mismo error, a dar por muertos a los vivos, sobre todo porque un entusiasmo repentino le recargó de esperanza cuando la cosa se detuvo de golpe con pose de filósofo al borde de la epifanía y con la silueta fulminada por un sol naciente tan brillante que doblegaba entrecejos. Las respiraciones se cortaron en seco a la espera de una reacción. La cosa dio medio giro, hizo otra brevísima pausa y reemprendió el avance. El zumbido frenético, un soplo enfermizo de shofar mastodóntico, empezó a tronar con mayor fuerza. Sabían que muy pronto estarían sepultados por la atmósfera de moscas que traía consigo. El grupo de los sanos se dividió en dos: los que bajo ningún concepto abandonarían a los convalecientes y los que bajo ningún concepto se abandonarían para convalecer. Fue crucial un vehemente discurso de Ofir para que ganaran los primeros.

  La tempestad de inmundicia les pasó por encima. En medio del caos, la discordia cebó el primer sacrilegio. Uno de los hombres se abalanzó sobre la cosa armado con una caliza afilada que le dio en el punto neurálgico del hombro. Aunque le desprendió el brazo derecho, la cosa pudo mantener el equilibro tras un giro que, de haber sido más violento y tosco, le hubiera desprendido también la cadera. Comenzó así una batalla entre amotinados y justos, con cráneos aplastados y clavículas fracturadas, que se prolongó hasta que el barullo de los insectos volvió a tomar distancia. Una vez más, la intervención de Ofir, gran pateador de espinas dorsales, fue crucial para que el bando de los justos acabara victorioso.

  Después de aquello, no se toleró la menor pizca de duda. Sin querer, alguien preguntó si a la cosa le faltaba mucho para llegar a la tierra con árboles de pan y lagos de maná. Su lapidación se procesó urgente. Para entonces ya eran solo cinco personas, sin embargo, el tabardillo se llevó a tres en un mediodía de horno sobre un llano inacabable y falto de toda sombra. Ofir y Yefré, el mismo a quien casi abren el vientre al principio, no dejaron que el desánimo les aflojara las piernas. Abandonaron sus pasos a una inercia inexplicable, con la piel repleta de úlceras y con la lengua desgajada como una hoja otoñal, e imploraron por un milagro que les quitara la sed con los gritos de la mente y con una persistencia no vista desde los tiempos en los que la gente rogaba por una plaza en el arca a Noé.

  Yahveh respondió. Ese día los ángeles se confabularon para vaciar sus vejigas sobre aquel pedazo de tierra, y fue tan contundente que la virulencia de la lluvia y del viento espantó a las moscas. Los surcos de la desecación se transformaron de pronto en ríos con divergencias ciclónicas que bailaron con el aire embravecido, al punto que pilares y capiteles más viejos que la mismísima creación se desclavaron de las tripas del suelo para salir volando entre las nubes. El cielo se desquebrajó entonces en una fiesta de relámpagos enloquecidos, en un concierto de estruendos apocalípticos que bramaron con tanta fuerza que incluso uno de ellos atravesó el laberinto de los siglos y reventó el cristal de la ventana de la habitación de Rut.

  Solo el abuelo se sobresaltó con un gemido amortiguado que no llegó a salirle del pecho, donde el aguijón del tiempo le paralizó en un dolor súbito. Y solamente el abuelo, puesto que Rut ya dormía desde hacía rato y nada cuanto sucedía a su alrededor era capaz de arrancarla del letargo en medio de la noche. Esto no impidió que, en las profundidades de su imperturbable sueño, la niña vislumbrara la respuesta a su pregunta.

  Vio una ciénaga revuelta al abrazo de un arcoíris. Vio un grano de arena sometido a la desoladora belleza del caos. La cosa se arrastraba cubierta por un barrizal grisáceo. El cielo estrujaba las últimas gotas que descendían como una llovizna, mientras se consumaba la corrupción de su cuerpo; la masa sólida que le mantenía unido se hizo blanda. Alcanzó la falda de una protuberancia rocosa en una última brazada. Y al fin llegó. La materia se extendió en una mancha viscosa que se arraigó muy pronto al suelo. El sol animó los primeros brotes verdes. Meses después, el oasis resplandecía como una joya en medio de la nada.

  Rut despertó con la luz del día dándole en la cara y con el llanto hambriento de su hermano rebotando por la casa. Estiró los brazos y se encontró con un cielo despejado a través de la ventana. Bostezó alegre y giró la cabeza siguiendo los trozos de cristal desperdigados en el suelo mojado de la habitación. Muy poco le importó el desastre, hasta que la sorpresa le infló las retinas: su abuelo, Yefré, yacía muerto sobre un fino colchón de agua.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
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Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Una propuesta muy original. Me ha gustado el tono solemne, en particular en contrapunto con la ambientación contemporánea. Creo que es un mecanismo eficaz para integrar la narrativa legendaria con la realidad cotidiana. El tratamiento del gólem me ha resultado muy acertado también: tiene las raíces clásicas y, al mismo tiempo, es diferente en muchos aspectos. Bien equilibrada la receta.

La narración de la búsqueda de la segunda (más o menos) tierra prometida es misteriosa, agobiante y terrible y suscita cuestiones que enriquecen el relato. Para mí, es el punto fuerte de la obra. Tiene el lado fascinante de la fantasía épica pero una pátina fosca que le sienta muy bien. Me ha generado desasosiego.

El final me ha resultado tal vez críptico, o más bien poco contundente, aunque al mismo tiempo encaja con el resto de la narrativa: es fluido, como el agua, conecta aunque pueda tener un aspecto turbio que no deja más que entrever el fondo. Me ha parecido ver la conexión entre todos los elementos que aparecen en el relato y creo que es un acierto no ser más explícito. O igual soy de esos que, en el fondo, no saben nada.

Un gran trabajo. Gracias por compartirlo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Tony Kanapes
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Poblador desde: 08/12/2015
Puntos: 173

Un relato muy original que sabe mantener el aire clásico casi de Biblia, como la segunda búsqueda, con lo novedoso en el origen y uso del Golem.

Cruel, agobiante, la parte central - la mítica - del cuento es lo mejor. Respecto al final, pues me he hecho unas cuantas pajas mentales y aunque no creo que haya acertado, me vale.

3 estrellas y medias.

Gracias por compartir el relato.

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Danduay
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Poblador desde: 07/05/2020
Puntos: 256

Es curioso este relato. Me llama la atención por varias cosas.

Primero, la forma con la que está escrito. Por un lado, es tortuoso y denso (sin resultar pesado), y refleja muy bien el denso contenido ritual de la vida judía; por otro, me parece ver entreverada cierta retranca humorística que le añade “vidilla” a la narración.

Sí se me hace un poco extraño que la historia dentro de la historia utilice ese mismo estilo. Quizá la narración habría ganado si el cuento del anciano hubiera estado narrado con una voz algo distinta, con un estilo literario diferente. Si la forma hubiera sido menos notoria, no se habría notado tanto, valga la redundancia.

La ambientación es muy buena (descripción de ritos, términos y nombres judíos, escenarios…) lo que añade más versosimilitud todavía al texto.

La historia me gusta, está bien desarrollada, tiene intriga y tensión; aunque me ha costado seguirla conforme avanzaba, se me ha hecho más liviana la primera parte y algo más denso el cuento del anciano. No entiendo muy bien por qué muere al final. Si era necesario para la historia, me he perdido algo.

Ah, creo haber visto por ahí algún “bello” en vez de "vello".

En suma, un relato notorio, sobre todo por el estilo, ambientación y verosimilitud. Puntuación: 1 por el golem, 0,75 por el tono, 1 por la forma, 0,75 por la historia y 0,5 extra por el estilo literario; 4 estrellas y mis felicitaciones. Suerte.

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Muy buena historia, me ha convencido mucho el fondo, aunque, en algunas partes, no tanto la forma.

Hay algunas frases que me resultaban difíciles de entender construcciones que veo innecesariamente complicadas, quizás porque se pretenden escribir de forma demasiado poética. Destaco sobre todo una que me volvió algo loco:

Su abuelo orientó el rostro hacia la voz ansiosa sobre la izquierda de su cintura, un acto reflejo imposible de borrar, a pesar de que no eran ojos los que rellenaban sus cuencas.

Esto lo tuve que releer y seguí sin entenderlo bien, y es una pena, porque podría haber quedado muy bien. Es decir, tal y como lo entiendo, en sus cuencas no hay ojos, sino… ¿qué? ¿Qué tiene el pobre hombre en lugar de ojos? Más adelante se entiende que nada, en cuyo caso quizás debería haberse escrito sin más no había ojos dentro de sus cuencas.

En algunos puntos, me perdía quién era el sujeto de cierta oración o el complemento directo. Me costó entender por ejemplo quién iba a abrir en canal a qué (o quién). Puede ser problema mío, claro, a veces dudo de mi propia capacidad lectora.

Pero me estoy deteniendo demasiado en estos aspectos y no quiero dar una idea equivocado: creo que el relato destaca para bien. Se utiliza muy bien el recurso de batallita de abuelo Cebolletas, que parece estar basado en algún texto apócrifo del Antiguo Testamento aderezado con toques propios del viejo que por disparatados o  cómicos bien podrían estar siendo introducidos sobre la marcha. El lector sabe en seguida que no se lo tiene que creer todo y la lectura se vuelve relajada, muy disfrutable; parece evidente que todo va a llevar a algo, que el viejo será uno de los protagonistas de la historia, o su descendiente, pero personalmente me dejé llevar en lugar de tratar de anticipar.

Me gusta mucho cómo se enlaza de nuevo la historieta con el presente, concretamente la frase El cielo se desquebrajó entonces en una fiesta de relámpagos enloquecidos, en un concierto de estruendos apocalípticos que bramaron con tanta fuerza que incluso uno de ellos atravesó el laberinto de los siglos y reventó el cristal de la ventana de la habitación de Rut. Por eso me quedé algo confundido cuando el texto vuelve de nuevo al pasado dentro de la cabecita de Rut, que tiene una especie de revelación onírica. Se me ocurre que quizás, solo quizás, el final podría haber sido un poco más claro.

Es decir… Queda claro que la historia tendría que haber terminado contando que el oasis surgió a partir del fértil estiércol que componía el golem, pero no sé si esto tiene algo que ver con la muerte del anciano o esta se debe a un hecho fortuito.

Creo que ya había una pista en el texto: La rabia de las gotas empezó a dibujar grietas en el cristal de la ventana. Esto me chocó cuando le leí, pero lo olvidé luego y no volví a recordarlo hasta el final. ¿Se debe entender que a alguna fuerza sobrenatural (Yahvé, quizás) le enfurece que el anciano cuente la historia? ¿Por qué? ¿O es que el contar la historia hace que se repita la tormenta primordial? En cualquier caso, la circunstancias que rodean la muerte me resultan complejas de entender. ¡Igual culpa mía por buscar tres pies al gato!

En definitiva, el relato, grosso modo, me gusta mucho por su argumento, la manera de contarlo, el humor esperpéntico tan disfrutable…, pero me generan cierta confusión algunas estructuras gramaticales y el final del mismo, quizás demasiado críptico para mi gusto.

Le asigno 3,5 estrellas.

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

No he conseguido conectar con el relato, la extensión me parece excesiva para lo que cuenta y el tono elegido hace que el lector pierda de vista que la historia se le está contando a una niña, además de que no hay variación alguna cuando habla él o cuando habla el narrador, ni siquiera, cuando se da voz a pensamientos de la niña.

 

Con todo, creo que lo que más le pesa al relato es que muchas imágenes se pierden bajo la densidad narrativa.

 

Mi puntuación: 2 estrellas

 

 

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Repetido :S

 

 

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DamaGP
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Poblador desde: 20/04/2021
Puntos: 19

Me agrada la elegancia del relato y su sentido poético, un poco denso pero no quita que atrape hasta el final. Lo considero un relato muy bueno y le concedo 4,5 puntos.

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Un relato difícil de valorar, porque tiene elementos que me gustan mucho y otros que me fastidian. En realidad ganan los primeros, pero los segudos me impiden el disfrute total de la historia.

Vamos con los primeros, y empezamos por el principio. Como diría El burro, un relato que se inicia con un "El glande afloró..." no puede ser malo. El inicio presentando a Rut y su abuelo es maravilloso. Y nos da las primeras muestras del humor que vamos a encontrarnos por todo el texto. Destaco los "que no sabe nada", son una maravilla.

El tono está muy conseguido, el aire de narración biblica te mete en el cuento y te lleva de la mano porque además está plagado de referencias  fácilmente reconocibles: Baal, el maná...

El estilo es el de Angelito, ya le voy conociendo. Es denso y esta adornado por multitud de vocablos poco usuales. A este texto, en concreto, le van de maravilla, aunque a veces la forma se impone al fondo y me sacan de la historia. Eso perjudica bastante al relato, que ya de por si fluye lento.

Pero lo que de verdad me fastidia es el final. No le veo. Se que me pierdo algo, que esta claro en la mente del autor y también está en el texto, pero yo no lo encuentro. Me puedo poner a elucubrar y  sacar mis conclusiones, pero siempre con la incertidumbre de si habré acertado o no.

Mi nota es 3'75.

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Germinal
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Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

Uno de los difíciles para comentar. Hay un contraste que me resulta extraño entre lo culto de la escritura (yo también empiezo a reconocer el estilo del autor) y el tono humorístico. También el cambio entre la narración en tercera persona y primera que se entrelazan por momentos.

Veo que no soy el único a quien el tema de las cuencas vacías también me ha extrañado, parece como si tuviese unas prótesis negras pero a la vez que no tuviese nada.

Una coma asesina por cierto en “aplaudir en un gesto exagerado con las manos alzadas por encima de la cabeza, señalaba la confirmación del avistamiento.”

Hay momentos en los que al referirse al gólem como ella (la cosa) varios párrafos antes se me ha hecho extraña la lectura: alcanzarla, perderla de vista.

Algunas dudas que apunto aquí y que me ha generado el texto: ¿para los judíos existe Satán? ¿También el apocalipsis (es nuevo testamento) destructivo como quizás lo concebimos nosotros culturalmente? ¿Aceptan la eutanasia sugerida en un momento del relato?

Por último comentar que pese a empezar con un glande y encontrar algún recurso chistoso, en realidad me parece que la ambientación está muy lograda y es bastante asfixiante, y de hecho es al llegar al final cuando encuentro más necesidad de rematarlo con algo que nos arranque una sonrisa. Pero no lo he encontrado, o no he sabido verlo. De hecho, veo que no he sido el único al que el final lo ha dejado más que nada empapado en dudas.

Voy a darle 4 estrellas. Felicidades y gracias por compartirlo.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Denso y críptico, referencias de aroma bíblico sehh no sé, me hacía pensar en el relato de un rabino loco, el desparrame de un maestro sufí ido de la olla... también a mí me ha parecido que las varias voces narrativas podrían haber estado un poquito más diferenciadas y ese final.. entonces, el abuelo era... algo hay que se me escapa...

Tres estrellas y media: *** '

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torpeyvago
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Poblador desde: 29/02/2016
Puntos: 1890

El abuelo maceta

Un relato con el que no puedo ser completamente objetivo porque, vaya, hemos coincidido en varios puntos.

Lo +

Creo que lo que más me ha gustado ha sido la historia en sí y el paralelismo entre la creación del oasis a partir de los restos del gólem y el renacer de la vida por la muerte, en una especie de relevo generacional. Por eso el final me ha parecido potente, un buen desenlace y muy bellamente narrado.

Objetivamente aparecen elementos que sobran para la narración, que, de hecho, llevan el relato al límite de extensión: la ceguera, la circuncisión, «ése no sabe nada», varias de las minihistorias del desierto... Pero, ¡pardiez!, he disfrutado leyéndolo, así es que que le den morcilla al canon.

Brutal la imagen del viejo «olfateando» la tormenta.

Lo -

Algún DDT revolucionario escribió «bello» por «vello». Falta "»" al comienzo de los párrafos de discurso del abuelo, lo que, además, empeora la legibildad del texto. Creo.

En algún momento he tenido que releer el comienzo de párrafos; dicho de otro modo, aunque el texto es difícil, no deja de ser fluido con la excepción del paso de un párrafo a otro en algún momento.

En fin, magnífico relato de:

★★★★½

Estadísticas

Palabras : 2999
Matrices : 17.314
Caracteres : 14.264
Letras : 13.927
Párrafos : 39
Sílabas : 5965
Frases : 145
Szigriszt1993: 62
Perspicuidad : Normal

___________________________________________________________

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Cuando leí la primera frase pensé, no es broma, que me iba a encontrar ante un relato de tipo erótico, algo que se desmiente casi al instante. No obstante, creo que hubiera sido muy original mezclar erotismo y gólem, menuda mezcla.

Me ocurre algo curioso tras leer los comentarios. Como sabéis, yo suelo participar con relatos de humor en el Polidori (y en otros concursos de por ahí), con lo cual estoy familiarizado con él, entonces no entiendo por qué yo no veo ningún aspecto humorístico en todo el relato, como así han señalado algunos compañeros. Si lo del tipo que se come el oro es algo así, yo no he sabido verlo y me ha parecido algo chocante, pero nada más. Tal vez el que la escritura sea tan solemne me ha hecho sumergirme en ella de tal manera que no he sabido ya distinguir nada más que la seriedad del relato.

He encontrado algunas frases que me han parecido para enmarcar y me han producido envidia sana (o todo lo sana que pueda ser la envidia no) aunque también he encontrado algunas un poco embarulladas, que me ha costado darles sentido.

En general el relato me ha gustado bastante, aunque el final me resulta algo difícil de comprender.

Le doy 4,25 estrellas.

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Curro
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Dr. Ziyo dijo:

Cuando leí la primera frase pensé, no es broma, que me iba a encontrar ante un relato de tipo erótico, algo que se desmiente casi al instante. No obstante, creo que hubiera sido muy original mezclar erotismo y gólem, menuda mezcla.

Qué atroz. Esa mezcla ya es fosca solo con plantearla. Da igual hacia dónde discurra luego el relato.

Es curioso, mira que somos autores los que participamos en esto y en los Calabazas, pero el erotismo es un tema que tocamos muy, muy poco.

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torpeyvago
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Curro dijo:

Dr. Ziyo dijo:

Cuando leí la primera frase pensé, no es broma, que me iba a encontrar ante un relato de tipo erótico, algo que se desmiente casi al instante. No obstante, creo que hubiera sido muy original mezclar erotismo y gólem, menuda mezcla.

Qué atroz. Esa mezcla ya es fosca solo con plantearla. Da igual hacia dónde discurra luego el relato.

Es curioso, mira que somos autores los que participamos en esto y en los Calabazas, pero el erotismo es un tema que tocamos muy, muy poco.

Es que mi mamá no me deja smiley

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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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Curro
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torpeyvago dijo:

Curro dijo:

Dr. Ziyo dijo:

Cuando leí la primera frase pensé, no es broma, que me iba a encontrar ante un relato de tipo erótico, algo que se desmiente casi al instante. No obstante, creo que hubiera sido muy original mezclar erotismo y gólem, menuda mezcla.

Qué atroz. Esa mezcla ya es fosca solo con plantearla. Da igual hacia dónde discurra luego el relato.

Es curioso, mira que somos autores los que participamos en esto y en los Calabazas, pero el erotismo es un tema que tocamos muy, muy poco.

Es que mi mamá no me deja smiley

Esperaba una discusión más elaborada; quizás por ello esas siete palabras han hecho que me parta de risa no

Apunta, Pata, para el podcast: La erótica del miedo parte II: Erotismo literal (calificación +18).

(por cierto, llevo tiempo si escucharlos, tengo que hacer maratón...)

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Patapalo
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Curro dijo:

Apunta, Pata, para el podcast: La erótica del miedo parte II: Erotismo literal (calificación +18).

Oído cocina. no

Hace tiempo que nos planteamos hacer un número de Calabazas en el Trastero dedicado al erotismo, pero me da más miedo que una tronada. Quizás podamos hacer uno de íncubos y súcubos en el Polidori...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Hedrigall
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Poco que decir de este relato, y lo poco es bueno. Excelente mano para saber qué explicar y qué mostrar, con un uso del narrador omnisciente envidiable precisamente por eso. Buena estructura de esa historia dentro de una historia, de la que destaco el elegante y fantástico momento atravesó el laberinto de los siglos») en el que las dos convergen. Uso extensivo de los adjetivos que sin embargo son precisos, al estilo de Borges. Múltiples detalles que atrapan los ojos del lector y sobre los que el autor vuelve para ofrecer una nueva arista. Conociendo al autor, colosal contención en las construcciones gramaticales para ofrecer una alternancia entre subordinadas y oraciones cortas, dando como resultado un buen ritmo narrativo.

Tampoco se me escapa la evocación del conjunto del relato: el nacimiento de una nueva vida y la muerte ya esperada, la travesía entre el desierto funesto y el oasis esperanzador, signos de vida y muerte marcados por el elemento más esquivo de esa tierra, omnipresente en la historia, y que da título al relato.

Enhorabuena.

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Lenteja
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Me ha gustado mucho este relato, que me ha recordado al abuelo socarrón de la película de La princesa prometida. Me ha parecido que todo en el texto está muy meditado y, por eso, felicito al autor.

El inicio sirve para mostrar la mirada inocente de la niña, pero ávida de comprender los misterios del mundo en que vive, complejos y fuera del alcance, incluso, de los lectores, como descubriremos al final. El cuento es efectivamente demasiado largo, de ahí que la niña se duerma, pero se trata de un viaje que enlaza, nada menos, que con el momento presente. El gólem es de los que van a quedar en la memoria colectiva del Polidori y el tono suave y casi poético de la narración equilibra la dureza de la historia y atenúa el impacto del triste final.

5 estrellas merecidísimas.

 

 

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Hekizade
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Puntos: 64

Los puntazos: el arranque con la ceremonia del Brit Milá (lo acabo de buscar), acertada estructura de relato dentro del relato, el sabor bíblico, múltiples imágenes e ideas ingeniosas.

Las puntadas: Me sabe mal, pero se me ha hecho pesado en varias partes. Creo que el desarrollo es demasiado largo, hay repetición de ideas (muertes sucesivas de los acompañantes), e incluso de frases: "[...] sino para no sufrir otra baja. Los demás le ayudaron con una paciencia de lo más dócil, no con la intención de evitar otra baja, sino para recuperar las piezas". Por otro lado, los comentarios jocosos rompen un poco el tono solemne general. El cierre es oportuno pero llega un poco tarde. 

2,5 estrellas. 

 

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Invierno
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Puntos: 903

Este autor es de los que tiene un estilo más reconocible, más marcado, de todos los que solemos participar en este concurso. Es algo envidiable. Salvo errorcillos puntuales fácilmente solucionables (como ese “bello”), el relato está muy bien escrito y contiene un buen puñado de ideas geniales. Me encanta la historia de Ofir y este gólem, de principio a fin; me encanta el marco que la rodea, la clásica estampa del abuelito contando el cuento pero con un barniz tan fosco; y el punto en el que ambas historias se unen me ha parecido fantástico, creo que he pegado hasta un respingo. Me queda cierta sensación, sin embargo, de que hay algo más en ese final que no he terminado de captar. Obviamente puede que sea más culpa mía que del relato.

4,5 estrellas.

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Ozymandias
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Puntos: 79

Pues me ha gustado mucho la historia en sí y además me parece interesante cómo está planteada. El contraste entre lo sacro y lo profano, entre la solemnidad y el humor, me ha convencido. La prosa necesita un pulido pero eso es más perdonable cuando el estilo es tan ambicioso, así que no le he dado mayor importancia. Sobre que el estilo es muy elaborado para ser utilizado con un niño, entiendo que el texto no es la narración literal del anciano. 

Lo que sí he tenido en cuenta es el final. En la segunda mitad desaparecen los diálogos entre el anciano y el niño y el relato se resiente porque pierde agilidad. El final de la historia del oasis es de mi gusto pero el último párrafo me confundió, la verdad. Creo que el relato incluso ganaría sin ese epílogo.

En cualquier caso es de lo mejor que he leído

Mi nota es 4'5

And on the pedestal these words appear:

My name is Ozymandias, king of kings:

Look on my works, ye Mighty, and despair!

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L. G. Morgan
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El arranque me ha encantado, tanto la ceremonia como la presentación del abuelo y la nieta, tan bien descritos en sí mismos y tan bien contada la relación que mantienen.

Cuando empieza la historia en sí también arrancaba bien, con un tono ajustado al habla del abuelo, pero se me ha ido haciendo más y más pesada a medida que avanzaba, lo siento. La prosa me gusta en algunas ocasiones y en otras me resulta espesa y alambicada en exceso, cuestión de gustos. Me refiero a varios párrafos de este estilo:

«La sorpresa de aquel evento sobrenatural, escoltado por aquellas almas raquíticas y harapientas que más bien parecían una horda de muertos forajidos y famélicos, fue tan aguda y traumática que, en el frenesí por escapar de una calamidad inminente con la mayor celeridad posible, los comerciantes y su reducida guarnición...».

Ya digo que es cosa de gustos, pero a mí, cuando se acumulan en un texto este tipo de construcciones me lo hacen muy denso. Tanto que aunque el final me gusta, con la explicación del oasis, me llega tarde.

2 estrellas

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Stendek
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La historia es interesante, con un ambientación en principio muy bien lograda. Pero el barroquismo, lo alambicado del lenguaje termina por irsele de las manos al autor, y pasa de lo solemne a lo meramente pomposo, y termina resultando cargante.

Bueno, dos estrellas y media.

 

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Angelito
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Puntos: 263

Muchas gracias a todos por los comentarios y puntualizaciones.

Como bien han visto algunos, solo hay un narrador que es omnisciente, por lo tanto, cuando arranca el “mini-relato”, este cuenta lo que el abuelo le cuenta a la nieta, nada más. El abuelo y la nieta solo hablan cuando intervienen en diálogos.

“Ofir le obligó a vomitar, no con la intención de recuperar las piezas, sino para no sufrir otra baja. Los demás le ayudaron con una paciencia de lo más dócil, no con la intención de evitar otra baja, sino para recuperar las piezas”. Hekizade, la repetición es adrede, no es lo mismo un gato montés, que te montés a un gato.

Lo de bello en lugar de vello, mala mía esa.

Y en cuanto al final: el abuelo se muere de un infarto porque un trueno sonó tan fuerte que se rompió el vidrio. “Solo el abuelo se sobresaltó con un gemido amortiguado que no llegó a salirle del pecho, donde el aguijón del tiempo le paralizó en un dolor súbito. Y solamente el abuelo…”. Igual debí ser más explícito en este caso.

 

Germinal dijo:
Algunas dudas que apunto aquí y que me ha generado el texto: ¿para los judíos existe Satán? ¿También el apocalipsis (es nuevo testamento) destructivo como quizás lo concebimos nosotros culturalmente? ¿Aceptan la eutanasia sugerida en un momento del relato?

Sí. Más o menos (no como en el NT). Y no lo sé, aunque puedo suponer qué corriente dentro del judaísmo escora hacia el no rotundo.

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