I ¡Concursillo, concursillo, corre corre, que te pillo!

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_Pilpintu_
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Poblador desde: 26/01/2009
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¡Hola a todos! 

Bueno, dejo por aquí unas bases muy sencillitas para el concurso I de Generación Zero.

1. Género Terror.  No importa si son fantasmas, monstruos, locos, brujas, o ranas que hablan; pero sí que el ambiente sea siniestro, y que la historia en sí también lo sea; así los relatos ganadores serán publicados en el extra de "halloween" del primer número de la revista.

2. Longitud del texto. De entre 1000/1500 palabras; aunque se admitirán textos un poco más largo hasta 500 palabras demás están permitidas.

3. Los textos se colgarán en este mismo post, y cada autor puede participar con más de una aportación, con tantas como su inspiración le permita.

4. Las votaciones se harán en un post a parte de la siguiente forma:

En una primera parte quienquiera (participantes o no) votará todos los relatos; dando tres puntos al que más les guste, dos y un punto seguidamente.

De estas puntuaciones saldrán -esperamos-, cinco relatos. Estos cinco relatos habrá que mandarlos formato word a generacionzero.admin@gmail.com poniendo en el asunto "IConcurso GenZero", y entonces yo seré el último filtro. Depende de la cantidad de espacio que quede en la revista se cogerán los cinco relatos o como mínimo tres de esos cinco. Si fuese necesario hacer este recorte mis criterios serían muy simples. De esos cinco serán publicados en el primer número de GenZero aquellos que estén mejor escritos, y mejor llevados; ya que queremos cuidar mucho y bien todo aquello que publiquemos.

Para la publicación si alguno de los pobladores cuyo relato sea seleccionado prefiere utilizar su nombre real, que no el pseudónimo de poblador, podrá especificarlo al enviar el mail.

5. El plazo para colgar los relatos es hasta el 15 de octubre.  A partir de entonces comenzarán las votaciones que durarán cinco dias más; así el día 22 diré definitivamente qué relatos serán publicados.

 

Gracias a todos, y ¡suerte!

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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jane eyre
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¿Valen aquellos que ya hayan sido publicados en OZ (me refiero a la sección no al taller) o tiene que ser material nuevecito?

 

 

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_Pilpintu_
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2909

Si es material nuevo, mejor que mejor, pero si tienes muchas ganas de recuperar algo pues no pasa nada.

Por cierto se puede participar con más de una aportación, ahora edito en las bases.

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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jane eyre
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Edita también la parte de los votos para que pueda votar quien quiera y no sólo los qpartipantes. Sería mejor ¿no?

 

 

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Ghazkull
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Mola. Pensaré en algo.

 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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_Pilpintu_
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Puntos: 2909

Listo Jane; gracias.

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Coon
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Puntos: 2519

Escribiré algo y rescataré un par de textos añejos jeje.

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jane eyre
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A ver si esto se anima y tenemos una de esas votaciones horrorosamente complicadas

 

 

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Coon
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Primer texto rescatado:

 

La Mirada

 

Jack sacó del bolsillo un paquetito de plástico de color verde y una cajita roja. No era nada especial, solo tabaco de liar y papel de fumar de la marca JOB. Aquella marca se puso de moda porque su logotipo era una mujer que aparecía ligeramente vestida. La chica fue una actriz famosa y en la versión original de la ilustración ella aparecía desnuda. Por desgracia el logotipo fue censurado; claro que de eso hacía ya mucho tiempo.

Caminando con la decisión de alguien que conoce las calles por las que se mueve, Jack avanzaba con el rostro iluminado por la luz de su recién encendido cigarro. El humo del tabaco dejaba tras de él una pequeña estela blanquecina que desaparecía en el aire a los pocos segundos. Las calles completamente adoquinadas hacían resonar sus pasos cual truenos en el silencio de la noche. La ciudad al completo dormía. Al menos en apariencia.

Al torcer una esquina se topó de frente con un gato negro que atravesaba una pequeña plaza. No le gustaban los gatos. En realidad no le gustaban los animales. Sin embargo aquel felino le produjo una impresión especial, diferente. La mirada del gato parecía fijada en la suya y el animal caminaba lentamente, como observándole, casi analizándole. Finalmente desapareció por la entrada de un callejón.

Jack continuó su camino, giró a la derecha en una pequeña calle, subió unas escaleras casi escondidas a su izquierda y llamó a una puerta. No hubo respuesta. Volvió a llamar; nada. Quiso probar suerte, giró el pomo de la puerta, empujó y...se abrió. No estaba cerrada. Aquello no le gustó mucho, Chuck siempre cerraba con llave, incluso cuando estaba en casa.

Con el cigarrillo humeante en sus labios, Jack entró en una gran sala oscura. Chuck vivía allí, en aquel estudio de pintura. Siempre le había gustado pintar. Aquel viejo era algo excéntrico.

Rastreando la pared con los dedos, Jack encontró finalmente el interruptor de la luz y lo accionó. Su sorpresa fue mayúscula, Chuck (en realidad no se llamaba Chuck, sino Herman) yacía en mitad de la estancia. Su piel se había vuelto de un color marrón verdoso y las cuencas de sus ojos estaban vacías. Encima e su pecho descansaba una hoja de papel sucia y desgastada. Jack la recogió y comenzó a leerla:

"No me queda mucho tiempo, él sabe dónde vivo, él sabe todos los pecados que cometí. Todos los días me muestra los rostros y los cuerpos desnudos de aquellos niños a los que fusilé. Yo no quería hacerlo ¡solo tenía diecisiete años! sin embargo...aquellas ideas imperialistas, aquel nacionalismo...era demasiado atractivo para un muchacho como yo...y el oro, todo aquel oro...ya viene, siento sus pasos, siento su mirada fija en mi, igual que la primera vez que me lo crucé por la calle. Si os mira daos prisa en hacer todo lo que deseéis con vuestra vida, porque no os quedará mucha..."

La nota se interrumpía repentinamente con un manchón de tinta. Jack no terminaba de comprenderlo ¿Él? ¿quién es él?. Jack giró sobre si mismo y estuvo a punto de caerse de espaldas del susto. Pintado en un lienzo un enorme gato negro le miraba fijamente y en el suelo, al lado, aquel gato que había visto unos momentos antes le miraba también, con las pupilas brillantes y algo similar a una sonrisa en los labios.

 

 

 

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Coon
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Segundo rescate: 

 

Mil y Un Demonios

El sudor bañaba todo su cuerpo, haciendo que su piel brillase como recubierta de una capa de barniz. Las sábanas se le pegaban a las piernas y se retorcían a cada nuevo espasmo. Stefan se agitaba en sueños como si un enjambre de abejas estuviera usándolo de alfiletero para sus mortales aguijones. Las delgadas franjas de luz lunar que se filtraban a través de las persianas le daban a la estancia un aspecto misterioso y antiguo. A pesar de ser una habitación de construcción más bien reciente, la ropa desperdigada en el suelo, los muebles cubiertos de polvo, los lienzos amontonados cubiertos con sábanas y las esquinas manchadas de orín hacían que aparentase varias décadas de antigüedad.

Stefan había comenzado a gemir de forma tenue pero constante. Era algo similar a un llanto nervioso, provocado por el miedo a algo que verdaderamente nos aterroriza. Los espasmos se hicieron más fuertes y los gemidos pasaron a ser gritos desgarradores. El sudor frío empapaba el colchón haciendo que a las convulsiones se sumasen una serie de escalofríos, pero no esos escalofríos que después dejan una extraña sensación de relax, sino esos que se asemejan a unos dedos de hielo recorriendo tu espalda, agarrando con fuerza la médula espinal y propagando un frío mortal por el torrente sanguíneo, haciendo que los bellos de todo el cuerpo se ericen y el corazón casi se nos pare.

Un grito más fuerte que los demás le hizo abrir los ojos y saltar de la cama. Su cuerpo desnudo temblaba como una hoja al viento y su mirada parecía completamente perdida. Como poseído, completamente fuera de si, corrió hacia un lienzo en blanco, agarro una paleta de pinturas y comenzó a dibujar trazos invadido por una especie de euforia histérica “esa cara…oh mi niña…esa cara”. Apenas fue un balbuceo pero cualquiera que hubiese podido escucharlo se hubiera percatado del terror y el dolor que aquellas palabras inconexas desprendían. A los pocos minutos Stefan se apartó del lienzo y contemplo el aterrador resultado . De pronto la sangre se agolpó en su cabeza y sus piernas dejaron de sostenerle. Desplomado en el suelo, inconsciente, una avalancha de imágenes y recuerdos se agolparon en su cerebro. Su antiguo uniforme, el olor de la sangre seca en sus botas, el tacto de la lluvia de agua y cenizas…y de pronto ellos. Una legión de seres indescriptibles, millones de pechos tatuados con una estrella de cinco puntas . Sobre la tierra devastada pudo ver a uno de aquellos seres. Sostenía una guadaña y se apoyaba en un cartel en el que estaba escrito su nombre. Sus pecados eran innumerables. No podía soportar su carga durante más tiempo…Una sacudida recorrió todo su cuerpo, abrió los ojos y pudo volver a ver ese rostro, desfigurado por el tiempo.

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jane eyre
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¿Pero ese tiene 1000 palabras?... yo lo veo cortiiiiito.

 

 

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Coon
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563 y 400 y pico respectivamente, son cortitos si, pero como en teoría no irían solos, deja más margen por si alguien se va mucho. Hay otro que quisiera rescatar, pero son más de 4000 palabras XD. El nuevo estará en el margen.

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jane eyre
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"Zumbidos"

En cuanto salió a una calle más amplia sintió otra vez un zumbido tras ella. Nada de voces gritando ni de ruidos atronadores, sólo ese zumbido que parecía llegarle de todas partes y, al mismo tiempo, era como si naciera del interior de su cerebro.

Miró alrededor, nada parecía producirlo, la vida de aquella avenida era la de siempre y las personas que caminaban por ella, bajo la puesta de sol, no parecía soportar molestias fuera de las normales: el tráfico, las prisas y el anonimato entre tanta gente que sigue la misma dirección.

Volvió al callejón, a resguardarse en su penumbra y en su tranquilizador silencio. Una risa llamativa captó su atención. Salía de alguna de las ventanas enrejadas que daban a aquellas vistas tan poco espectaculares de la ciudad.

Un breve silencio y de nuevo la risa alegró la soledad de aquella calle.

Llevada por la curiosidad se asomó sin reparar en las posibles consecuencias:  en el susto de la persona que viera su intimidad asaltada o en la impresión que daría ella misma si alguien entrara en el callejón y la viera agarrada a aquella reja, de puntillas, asomada para curiosear en un mundo que no le pertenecía.

Sobre una mesita había una caja de música abierta, de esas que tienen una pequeña bailarina con tutú que gira incansablemente.

Con una boa de plumas rosa enrollada al cuello, una pequeña giraba imitando a la muñequita, con los pies enfundados en unos zapatos negros de tacón que se veían enormes en comparación con el cuerpo que los llevaba.

La niña reía y giraba al compás del ritmo marcado por la caja de música, tropezando con la punta de aquellos zapatos que ayudaban a arrancar su hilaridad.

Fue entonces cuando pensó en la palabra madre. Era justo lo que faltaba en aquella escena enternecedora, una madre, la dueña de aquellas plumas que, descalzada de sus tacones, fuese testigo de los giros y las risas de la pequeña bailarina. Pero allí no había nadie, o al menos no era visible desde aquella ventana.

Un gato saltó desde un contenedor tirando una lata que rebotó entre las sombras del callejón y ella se separó instintivamente de la ventana. Tendría que pensar en regresar a casa, no podía quedarse toda la noche allí.

Al echar un último vistazo, los cristales estaban oscuros. Qué sorpresa. El espectáculo había terminado repentinamente y ella volvía a estar sola en el callejón, bueno, ella y el gato que estaría escondido en alguna parte de aquellas sombras ¿acaso no era eso lo que hacían los gatos?

Alcanzó pronto el portal de su edificio, sólo estaba a una manzana y sus oídos habían hecho el trayecto sin escuchar zumbidos que los alteraran.

 

Era la segunda vez que le pasaba. Una semana antes le habían asaltado en la Biblioteca Municipal.

Estaba hablando con la bibliotecaria, una mujer cincuentona algo rolliza que la embelesaba con su tono de voz acariciador, amable como los libros.

Sus recomendaciones se vieron tapadas por aquel zumbido molesto que no dejaba que las palabras llegaran a su cerebro. Asintió, sonrió amablemente y trató de perderse entre las estanterías pero el zumbido no desapareció hasta que abandonó aquel recinto.

La señora de la voz dulce se extrañó al verla salir sin ningún libro. Le dijo que había olvidado algo y abandonó aquella sala impregnada del olor que tanto le gustaba.

En las escaleras de la entrada el zumbido había desaparecido pero ella no se detuvo hasta que llegó al parque infantil. Allí algo llamó su atención.

Eran dos niños sentados en un banco al abrigo de un poco de sombra.

Otros niños jugaban bulliciosos en los columpios o se perseguían en sus juegos, pero aquellos parecían tristes, como ajenos a todo lo que les rodeaba.

No hablaban entre ellos, quizás, ni siquiera se miraban. Parecía como si no se conocieran o como si estuvieran tan acostumbrados el uno al otro que ya no repararan en su presencia.

Ambos se afanaban en morderse las uñas, como si no existiera otro entretenimiento posible, como si todo su mundo se resumiera en aquellos dedos.

Al otro lado del seto que separa el parque de la acera se detuvo un autobús decorado con un gigantesco punto rojo, un logotipo de algo que ahora no recordaba.

Cuando volvió la vista hacia el banco sus ocupantes lo habían abandonado. Los vio de espaldas a ella, atravesando el parque, pasando junto a la papelera de la entrada.

Después todo había vuelto a la normalidad.

 

Ahora estaba en casa, con un libro abierto en el que refugiarse, sin niños que llamaran su atención y sobre todo rodeada de un silencio que sólo se interrumpía con sonidos familiares, de esos que revelan su procedencia con solo escucharlos.

Lee hasta quedarse dormida. Ya es toda una costumbre: el intento de que esos personajes literarios pueblen su sueño, pero no siempre lo consigue.

Esta noche menos que nunca. Son esos tres chiquillos los que se apoderan de la oscuridad de sus horas nocturnas.

Sólo la miran. Con unos ojos vacíos de expresión y unas bocas que no emiten sonido alguno. Sólo la miran. No le hablan, no la escuchan. Sólo la miran.

Despierta sin sobresaltos, en una transición perfecta del sueño a la realidad de su cama. No está asustada, ni siquiera se siente incómoda, simplemente piensa que  pronto cumplirá los 45 y  que tal vez está soñando con los hijos que nunca tendrá. Quizás aquellos ojos le reprochan el no haberles dado la oportunidad de ser o tal vez está predestinada a convertirse en una vieja loca que sueña con  niños ajenos.

Se acomoda la almohada y vuelve a cerrar los ojos. No es raro que se desvele pero el sueño no tardará en llegar. Siempre lo hace.

 

La mañana la despierta y el zumbido se ha alojado de nuevo en sus oídos.

Nunca conseguirá acostumbrarse a él. Necesita salir de aquellas cuatro paredes que ahora le resultan desconocidas.

No encuentra sus zapatos. No están debajo de la cama, ni se han guardado solos en el armario como aquellas botas de agua que no recuerda haber comprado.

El zumbido la obliga a bajar las escaleras con las zapatillas de andar por casa. No se ha parado a mirar en el cuarto que nunca abre, esa habitación que lleva años sin ordenar y que incluso ha olvidado que está ahí.

Recorre calles sin un rumbo fijo, intentando huir de la incomodidad de sus oídos, de ese zumbido inexplicable que taladra sus ideas y no la deja pensar.

El zumbido tiene las riendas de sus pasos y la dirige hacia algún lugar que su consciencia desconoce  pero que sus piernas parecen tener la certeza de dónde está.

Se para frente a un escaparate y el zumbido desaparece ante la visión de su reflejo. Lleva el pelo alborotado, no se acordó de peinarse antes de salir, la gabardina está demasiado arrugada y por debajo asoma la tela estampada del camisón de dormir. Sus zapatillas de cuadros acaban de completar una imagen que no reconoce como suya. ¿Quién es esa mujer que la mira a través del cristal rojo?

Parpadea y es como si despertara en algún lugar extraño, sin saber cómo ha llegado ni porqué está allí.

Su entorno está repleto de colores chillones que no agradan a su vista y entre ellos predominan unos molestos puntos rojos diseminados por todo el lugar.

Ahora recuerda el autobús del parque. El enorme circulo rojo pertenece a una cadena de jugueterías. En realidad es una cara de payaso dibujada con trazos simples pero es en la nariz, roja y vistosa, donde se dibuja el nombre de la tienda. En el interior, esas narices soportan los números de los precios.

Todo está lleno de niños pero no hay ninguno que parezca ajeno a todo lo que le rodea, sumergido en un mundo propio, especialmente solo.

Unos ríen con cajas entre los brazos, otros señalan las estanterías más altas con la mirada iluminada, algunos tiran impacientes de las ropas de sus padres y otros intentan la estrategia del pataleo para conseguir el juguete que anuncian los carteles.

De pronto siente que aquel no es su sitio pero teme volver a casa y que el zumbido la esté  esperando escondido junto a sus zapatos. ¿Cerró la puerta al salir?

Sale por unas  puertas que se abren solas y un niño con un globo en la mano, naturalmente rojo, se le queda mirando.

Oye voces  a su espalda, pero no le importan, vuelve a su casa, a su sitio.

Las voces la alcanzan en el portal pero ya se han mezclado con  el zumbido de sus oídos y con un llanto que está agarrado a su mano y que intenta zafarse sin soltar una nariz roja de payaso que flota sobre su cabeza.

Lo suelta al entrar en el portal porque ha visto a los niños del parque, allí, juntos como siempre. No se muerden las uñas, van cogidos de la mano y llevan la misma  ropa de entonces pero demasiado sucia y demasiado arrugada.

Salen del portal. Lloran. Corren. Hacia dos señores que hay detrás de ella.

No los conoce. Van vestidos iguales y llevan unas gorras poco favorecedoras.

Los niños del parque se unen al del globo rojo que ya no llora.

Ella sube las escaleras perseguida por el zumbido que no deja de martillearle las sienes y la puerta de su casa la recibe abierta de par en par.

No cerró la puerta al salir, ahora estaba segura. Quizás hayan entrado ladrones porque hay una puerta abierta en una habitación en la que ella no recuerda haber entrado nunca.

Los dos señores entran por esa puerta y otro, vestido exactamente igual, le agarra y le habla. Ella no puede oírle. Solo escucha el zumbido que parece moverse por el zarandeo que  el hombre le está dando a sus hombros.

A ella la sientan en una silla y pronto el piso se llena  de gente extraña que entra y sale, moviendo la cabeza o levantando las manos.

Alguien se acerca a ella y le apunta a los ojos con una linterna que le recuerda  a un bolígrafo que tenía de pequeña. El único recuerdo que conserva de sus padres, la imagen de un bolígrafo que se encendía al escribir.

El zumbido sigue envolviéndola.

De la habitación que no recuerda haber abierto sale una camilla envuelta en sábanas blancas. Sus ruedas van dejando una estela de plumas rosas y descubre que sus zapatos se han escondido debajo de esas sábanas.

El zumbido sigue envolviéndola.

 

 

FIN

 

 

 

 

 

 

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LCS
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¿Hasta el diez de octubre sólo?

Voy a intentarlo, a ver si me da tiempo.

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Ghazkull
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10 de octubre....a pensar se ha dicho 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Mauro Alexis
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Aquí va lo mío, tiene título, pero prefiero reservarlo:

   Era de noche, estaba cálido, el viento movía las ramas de los sauces, el sonido de los pinos no me dejaba conservar la calma. Yo estaba afuera de mi casa, sentado sobre el pastizal que hacía ya unos meses nadie se dignaba en cortar. Ésto y la luna llena en el orizonte, desplegando al máximo su reflejo de luz, por instantes me alteraba. Y es que solía tener mucho miedo por las noches cuando me encontraba sólo en casa y no estaban mis padres.
   Cantaba una canción de infantes, lo cual me resulataba como medicamento para desoír al temor, mientras esperaba a papá. Porque sinceramente estar sentado en el livin vacío de gente me ponía aún más nervioso. Y sobre todo lo hubiera hecho en aquella noche.
   Penasaba en cómo le iba a contar a papá lo que había ocurrido.¿Cómo?, si ni siquiera yo comprendía la razón de aquella trágica situación. No había un sentido para tal acontecimiento... Sólo quedaba esperar a que regresara de trabajar.
   Esperé bajo los sauces durante un tercio de hora más del que había estado esperando, hasta que ví su silueta oscura en la vereda. Lo ví abrir el portón de entrada al jardin, ahora nocturno. Caminar lentamente por el pasillo, hasta llegar a mí. Entonces lo oí.

   -¿Dónde está tu madre, Mauro?- me preguntó, frunciendo el entrecejo.

   -No sé papá- contesté.

   -¿Cómo? A mí no me advirtió de que se iría- reparó.

   Intentó llamarla al celular, allí mismo, en medio del jardín, bajo la luna llena, pero no hubo resultado. Luego se acercó a nuestro hogar, apresurado.

   -No, pá- grité pero por dentro quería que ingresara a la casa.

   Se dió media vuelta extrañado por mi acción. Volvió a su intento, y yo volví a gritar intentando detenerlo. Pero no tuve éxito. Al cabo de unos segundos escuché sus alaridos, y su llanto de desesperación. " ¿Quién ha hecho esto? ", refunfuñaba mientras se tiraba del cabello.
   Supongo que comprenderán la situación; no tuve otra alternativa más que dipararle tres tiros en la cabeza a él también. Y les comento que fue fascinante ver cómo explotaba su cráneo, llendo a parar al piso parte de su materia cerebral. Y aunque estaba cansado, debido a haber tenido un día tan agobiante, decidí mutilar algunos miembros de sus cuerpos con una cuchilla, para poder esconderlos en un sitio donde nadie los encontrara y luego desacerme de ellos con mayor facilidad. 
   Confieso que me divertí muchísimo haciendo juegos con sus brazos y sus piernas.
   Ahora, ¿alguno de ustedes quiere, a parte de pregunarme en dónde están los cuerpos, porqué los asesiné? ¿O porqué relato esto en un foro en internet? No lo sé realmente, quizá haya sufrido las peores torturas por parte de mis padres hasta el hartazgo, o quizá no. Lo que sí les he de confesar es que me encanta contar cómo asesino a mis víctimas, porque me apetece ver cómo el rostro de quien me escucha se torna en asombro y terror.

                             El título es <<Parricidio>>.

   Saludos, espero que os haya gustado.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Mauro Alexis
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   Quiero editar!!! Siempre me pasa lo mismo.

   Bueno:

   -Todas las palabras "vi" están erróneamente acentuadas,

   -Deshacer la escribí "desacer".

   Arreglado?

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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LCS
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Puntos: 6785

Bueno, pues ahí va mi relato.

EL CARRUAJE

Aunque llegué a agarrar casi tiritando la culata de la pistola que me había entregado mi padre poco antes de abandonar nuestras tierras, al final fue el conde de Piedrablanca quien se deshizo del demonio, degollándolo delante de mi madre y de mí, apenas sin esfuerzo y sin más consecuencias que unas cuantas salpicaduras de sangre en las manos y la caída de su sombrero de copa a sus pies, pero, por fortuna, dentro del carruaje. Mientras con una mano agarraba al demonio del cabello que se había agarrado a la portezuela, con la otra utilizó para cortarle el cuello el estilete que hasta entonces había llevado oculto dentro de su bastón. Hasta ese momento no me había fijado en el mango. Era una cabeza de dragón, idéntica a la del escudo de armas que llevaban los miembros de su familia. Después lo guardó de nuevo en el interior del bastón, se cubrió la cabeza con el sombrero de copa y se limpió las manos en un pañuelo blanco, que también llevaba bordada la cabeza del dragón de su escudo de armas con la leyenda de su familia  “nada nos detendrá”.

 − ¿Está bien señora? − preguntó a mi madre.
 
            Mi madre asintió con la cabeza sin decir nada. Parecía igual de conmocionada que yo. El demonio había aparecido de pronto, como si se hubiera materializado de la espesa niebla que nos rodeaba desde que llegó la enfermedad. Vino corriendo y se agarró de la portezuela del carruaje. Si no llega a ser por el conde de Piedrablanca, quién sabe qué habría pasado. Desde aquel momento, ni mi madre ni yo podíamos dejar de mirar mucho tiempo por la ventanilla. Cualquier golpe, aunque tan sólo fuera el latigazo de la rama de un árbol contra el carruaje o los gritos roncos del cochero a los caballos, nos hacía girar la cabeza.
 
            − ¿Le ha mordido? −preguntó el conde de Piedrablanca.
 
            − No − me apresuré a contestar.
 
            Teníamos que tener mucho cuidado. La enfermedad parecía contagiarse con la saliva, pero por suerte, estaba convencido de que a aquel demonio no le había dado tiempo a mordernos a ninguno de los tres.
 
No sabíamos muy bien cómo se había originado la enfermedad. Contaban que después de unos cuantos días de niebla, empezaron a enfermar los criados. Al principio todos pensamos que se trataba de algún tipo de epidemia de rabia pasajera, pero poco a poco, el padre Juan nos convenció a todos de que más bien se trataba de un castigo divino por expulsar a las familias nómadas que habían llegado a nuestras tierras, ofreciéndose como braceros por poco más que un plato de comida.
 
La mayoría de los nómadas no hablaban nuestro idioma. Tampoco rezaban a nuestro dios, sino que veneraban de rodillas a figuras zoomorfas con nombres impronunciables durante ceremonias que celebraban en lo más profundo de los bosques iluminados con antorchas. Muchos aseguraban que por su culpa los caminos ya no eran seguros y que estaban infestados de ladrones. El conde de Piedrablanca encabezó un pequeño grupo de voluntarios con la intención de expulsarlos de nuestras tierras. No tardó mucho en conseguirlo. Después de incendiar todos los campamentos que encontró en su camino, los nómadas se marcharon. Pocos días después, como si se tratara de una maldición nos envolvió la niebla y enfermaron los primeros criados.
 
La enfermedad se extendió muy rápidamente. Ya apenas quedaban unas cuantas personas sanas en la zona, cuando mi padre nos pidió a mi madre y a mí que subiéramos al carruaje y acompañáramos al conde de Piedrablanca a la ciudad. Él, mientras tanto, se quedaría a intentar defender de los demonios la mansión que había heredado de sus antepasados con el fiel puñado de criados que aún permanecía a su lado.
 
− Cuida de tu madre. Puede que muy pronto seas el hombre de la casa − me dijo.
 
Y me entregó una pistola pequeña, de esas de un único disparo que se todavía se utilizan en los duelos y la guardé, cebada con pólvora y un balín en el bolsillo de mi levita.
 
Hasta que no apareció aquel demonio y se agarró de la portezuela del carruaje, no pensé que fuera tan difícil disparar a algo o alguien que, si no fuera, por lo que salivaba, todavía tenía el aspecto una persona.
 
            Mi madre empezó a rascarse en la muñeca. Llevaba unos guantes de encaje de color negro, como el resto de su ropa. Había elegido vestirse de luto, porque seguramente estaba convencida de que mi padre no podría continuar mucho tiempo más con vida. Al principio intentó disimular, pero poco a poco se fue rascando de una manera mucho más evidente, no sé si porque no podía soportar la picazón o porque no era consciente de lo que le estaba ocurriendo.
 
 Estaba casi seguro que no le había mordido aquel demonio. No le había dado tiempo. El conde de Piedrablanca le degolló porque después de agarrarse a la portezuela. Además se trataba de su mano derecha, precisamente la que estaba más alejada de la portezuela del carruaje cuando nos atacó.
 
            El conde de Piedrablanca estaba sentado enfrente de nosotros y miraba a mi madre casi sin parpadear.
 
            − ¿Seguro que se encuentra bien señora?
 
            Examiné la muñeca de mi madre de reojo y descubrí las marcas infectadas de un mordisco.
 
            − Madre − dije.
 
            Pero mi madre tampoco me contestó y continuó rascándose. Decían los criados que otro de los síntomas también era la afaxia. La primera facultad humana que perdían los demonios era la capacidad de hablar, como si se animalizaran.  Después empezaban a salivar.
 
            El conde de Piedrablanca sacó con lentitud el estilete de de su bastón. Yo busqué en el bolsillo de mi levita la pistola que me había dado mi padre y la amartillé. El conde de Piedrablanca colocó el estilete en el cuello de mi madre. Le bastaba con apretar un poco para terminar con ella. Saqué la pistola del bolsillo de mi levita y apreté el gatillo con los ojos cerrados.  No imaginé que el ruido del disparo fuera tan ensordecedor. El olor de la pólvora me hizo estornudar. Cuando abrí los ojos, y disipé la nube de humo que se había formado, reconocí al conde de Piedrablanca porque, aunque tenía la cara destrozada por el disparo, todavía llevaba en la cabeza el sombrero de copa.
 
            Mi madre me agarró del brazo y tiró de mí. Me enseño los dientes. Salivaba. Intenté cargar la pistola, pero el balín, la pólvora y la baqueta que utilizaba de cebador se me cayeron. Abrí la portezuela y salté del carruaje en marcha. Rodé unos metros por el suelo, me levanté y eché a correr. Detrás de mí escuché gruñidos.  

 

 

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GoreBringer
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La Hueca
 
 
Guillermo Villavicencio estaba tendido sobre el sofá de piel color vino cuando abrió los ojos y lo primero que vio fue ese hosco retrato de su padre en la pared, supo dónde se encontraba. Bajó su mirada al sentir la reprobación en la expresión del difunto y notó una mancha en la alfombra que le fastidió, afortunadamente no era vómito. Agradeció no haber tenido la energía de beberse el último trago de whisky, el vaso estaba lleno cuando cayó al suelo dejando esa suave mancha apenas visible en su contorno.
 
La cabeza le dolía como pocas veces, se sentó y la envolvió con sus manos, presionándola fuerte, y así permaneció hasta que el dolor disminuyó por fin. Se puso de pie y tomó la jarra con agua que estaba en la mesa junto al sillón, no se sirvió en un vaso sino que bebió de ella hasta saciarse. Al depositarla en su lugar golpeó algo que a través del vidrio del recipiente reconoció como la Hueca, la antigua pistola de su padre que obtuvo ese nombre por el particular sonido que hacía al disparar. Le divirtió el no saber si la había utilizado el día anterior en algún impertinente gorrón o si en realidad la había sacado para usarla en sí mismo quedándose antes dormido. “Qué va, ni siquiera está cargada”, se dijo. Se desperezó y caminó hacia la única ventana ojival.
 
Se le hizo costumbre no ver el sol durante días, y el actual ya estaba escondido tras la colina. La penumbra ya se había adueñado de gran parte de la hacienda y la edificación comenzaba a perder su forma, ya no se distinguía donde estaba qué cosa. “Me he convertido en un animal nocturno sin la habilidad de ver en la oscuridad”. Se sobresaltó, justo al tener esa idea logró ver algo moviéndose entre los árboles, varias sombras que parecían obedecer a un extraño patrón, como una danza macabra. Se talló los ojos y la oscuridad se extendió en los alrededores de la antigua construcción tragándose a las extrañas figuras. Se tranquilizó, no era la primera vez que veía cosas que no estaban ahí. Se alejó de la ventana y se sentó encima del escritorio.
 
Sumido en sus pensamientos quiso recordar los hechos de la noche anterior sin éxito. Aunque cualquier otro día no valdría la pena siquiera intentarlo, éste no era igual a la ya aburrida rutina repleta de opiáceos que le tenía harto. Si le extrañó no poder recordar nada, en verdad le sorprendió el haber despertado en ese cuarto que difícilmente visitaba si no era para revisar algún documento de la propiedad, ya que permanecía cerrado especialmente cuando había gente en la mansión.
 
Nunca había sucumbido ante la insistencia de un huésped de ver la colección de armas de fuego del Señor Villavicencio, antiguo dueño de la casa. En serio le molestaba que sacaran el tema siquiera. Y el hecho de que la Hueca estuviera en la mesa de centro aumentaba su incertidumbre acerca de lo ocurrido las horas pasadas.
 
Encendió las luces y contempló de nuevo el rostro ahora más ceñudo e incluso enojado de su padre, quien había querido salir en la foto con la Hueca a pesar del nerviosismo del fotógrafo al que no dejó de apuntarle durante toda la sesión. Era increíble cómo podía ver los pocos gestos que el señor solía permitirse en esa única fotografía, gracias al juego de sombras y sobre todo gracias a su imaginación y a lo que se metía todas las noches. “Ahora una sonrisa, qué interesante”. Una sonrisa fría que dejó ver los amarillentos y quebrados dientes del viejo. Se llevó las manos a los ojos, perdió el equilibrio y cayó en el sofá. Aún con la cara tapada murmuró entre dientes: “no es real”.
 
Se armó de valor y sin mirar al retrato avanzó hasta la puerta, giró el pomo y descubrió que él mismo se había encerrado. “Sí que me puse loco”, pensó. Sacó la llave de uno de sus bolsillos y salió al pasillo para dirigirse al Gran Salón, donde indudablemente ya estaría lleno de gente de “confianza” que se encontraría bebiendo y disfrutando de una estupenda comida, justo antes de iniciar de nuevo con el ritual. “Malditos pobretones-parásitos” dijo en voz alta, no le importaba que lo escucharan, incluso ya se los había dicho en su cara causando carcajadas simplonas. Eran igual o más ricos que él.
 
Accionó el interruptor de luz y no pasó nada, el pasillo seguía sumido en sombras. Instintivamente regresó por el revólver no sin una creciente aprensión. No había energía en toda la finca y el cuarto estaba apenas iluminado por la ínfima luz que se filtraba por la ventana. Sacó una linterna de uno de los cajones del librero, acto seguido tomó el arma y se la guardó entre el pantalón y el vientre. Salió con el corazón agitado y a los pocos pasos advirtió un líquido viscoso y grisáceo en el suelo, éste definitivamente sí era vómito, el olor era insoportable.
 
Ni un solo ruido, ni una voz, ni una risa a pesar de que el sol ya se había escondido y los vampiros bebedores de whisky ya tendrían que estar fuera. Es que acaso nadie lo había visitado hoy, imposible en estas fechas de fiesta en la que lo único que la gente hacía era participar en tremendas parrandas. Imposible cuando su mansión era reconocida por ser en donde se realizaban las mejores y memorables orgías.
 
Abrió la puerta que da a la gran sala. Aún había brasas en la chimenea y sus ojos que ya se habían acostumbrado a la oscuridad le permitieron distinguir unos bultos en los sillones que parecían ser personas sentadas. “Así que se atreven a jugarme una broma”, dijo. Dirigió la luz hacia los “pobretones-parásitos”, escuchó una detonación y sintió un golpe en el hombro que se convirtió en dolor intenso y penetrante, cayó de espaldas soltando un alarido aterrador. Al instante cogió el arma e intentó tirar hacia donde creía estaba la persona que le había disparado…
 
Lo que pasó los siguientes segundos acabó con su cordura. A cada golpeteo del martillo de la pistola le perforaba el cerebro el recuerdo de la noche anterior, ¡bam! confusión, caos ¡bam! sangre, gritos ¡bam! chillidos, terror… Guillermo había ejecutado a los seis hombres que estaban sentados sin misericordia. Pero el sonido retumbante y profundo de las balas venía de sus recuerdos, porque en ese momento de la Hueca sólo surgió el ruido del percutor y nada más.
 
La policía de la danza macabra no hizo preguntas y una lluvia de balas cayó sobre él. Lo último que Guillermo Villavicencio alcanzó a decir en su último suspiro fue: “no está cargada”.

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_Pilpintu_
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Amplío la entrega de relatos, que tenemos tiempo! 

Hasta el próximo jueves día 15.

Gracias a todos! 

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Ghazkull
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Uf, me viene genial, gracias 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Venga! A ver si llegan los rezagados!! 

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Sombras

Respiré hondo intentando calmarme, sin embargo, no lo conseguí. Me venían siguiendo desde esta tarde, una sombra entre los árboles mientras paseaba. No le dí importancia, mal hecho. Poco después en la tienda, al hacer la compra, al otro lado del cristal del escaparate. En el salón de teatro durante la clase. En mi propia casa, desde las ventanas, unas manchas oscuras en el jardín. Estaba asustado, aun así, tenía que cubrir mi turno de noche en el restaurante. También allí ví sombras, al ir caminando , y en la propia hamburguesería. Ahora, al salir, noté un cambio de ambiente. El aire se movía. ¡Dios, podía degustar el peligro con la lengua! El ambiente sabía a hostilidad y odio. Decidí no ir a mi casa por la ruta del bosque y dar un rodeo, pero al menos caminaría en una zona iluminada. Así, fuese lo que fuese , no me pillaría por sorpresa, lo vería llegar. No contaba con que el miedo me paralizaría nada más verlo, ni que sería tan tonto. Por tanto, cogí la ruta de la carretera, que al menos tenía farolas, y eché a andar, la mano cerrada en un puño y con todos los sentidos alerta, preparado para lo que fuera. O eso pensé cuando ví al hombre vestido de negro que se me acercaba. Fuí más despacio, y me encaré al individuo, sin darle la espalda en ningún momento.No conté con la mujer a mi espalda, que fué la primera que me habló. No la oí llegar. Al oír su voz sentí un escalofrío, sin saber por qué.

-Al fin te encontramos, Alexander.

Yo, que toda mi vida me habían llamado Guillermo, creí en principio que le hablaba a su compañero, hasta que el hombre dijo con voz suave:

-No me mires así, estúpido. Eres tú.

-Me llamo Guillermo, os habéis equivocado de persona.-Intenté irme, pero la mujer me agarró de un brazo y el hombre se acercó para que no pudiese escapar-¿Qué estáis haciendo?

-No, ¿qué estás haciendo tú, Alexander? ¿por qué te empeñaste en escapar?-La voz de la mujer era dura, inflexible, con un timbre soprano.-Te hemos buscado mucho tiempo desde entonces.

-Os sigo diciendo que os equivocáis de persona.

-Creo que vamos a tener que refrescarle la memoria, ¿no crees?-Dijo el hombre con una sonrisa que hizo que me entrase un escalofrío, todo eran dientes.

-No hay tiempo. Llevémonoslo y que se acuerde allí.

-Esperad, ¿llevarme a dónde? No pienso permitir......-Entonces sentí como si me diesen un golpe en la cabeza, y después, oscuridad.

Me desperté aquí, en esta especie de celda. No sé qué quieren. No sé que me van a hacer. Sólo sé que tengo miedo y estoy solo, y que están viniendo a por mí.

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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Ahora que lo veo es muy corto....¿cumple las normas? 

No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!

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_Pilpintu_
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Está bastante bien ! Pero quizás sí que se te ha quedado un poquito corto. Repásalo un poco y añádele lo que quieras; vuélvelo a colgar y yo me encargo de borrar el anterior.

Suerte.

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Mauro Alexis
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   Pil, tal vez fuera conveniente que me descalificaras. Es que mi relato a las penas llega a 500 palabras . Quizá pueda llegar a tiempo con algún otro relato. No sé, lo dejo a tu diposición. Gracias.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Buf, esque no sé por dónde añadirle. Lo dejo así , y si lo podéis aprovechar para la revista hacedlo

 

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LCS
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Venga, animaos y mandad un relato. No seais tristes.

Aún da tiempo a escribirlo. No ocurre nada por pasar una noche en vela escribiendo.

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Mauro Alexis
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   Sí que ocurren cosas oscuras y tenebrosas en una noche lluviosa bajo la luz artificial de las velas. El Mismísimo Lucifer teme escribir en un ambiente tan sinistro...

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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_Pilpintu_
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Pues nada, visto lo visto, a votar!! 

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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jane eyre
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¿Votamos aquí o abrirás post específico?

 

 

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