¿Pero quién demonios lee cómics?

Imagen de Anne Bonny

El "demonios", obviamente, lo he introducido como licencia literaria para atraer a más gente a leer esta breve reflexión sobre quién lee cómics.

 

 

 

La primera respuesta que le vendrá a la cabeza a mucha gente será “los críos”. Y bueno, no es una mala primera aproximación. Todos, creo yo, hemos leído algún tebeo de niños. Incluso los señores más adustos, serios y razonables tuvieron algún cómic de su gusto de pequeños.

 

Echando la vista atrás (como les ha ocurrido a algunos con la creación del foro de Cómic Alternativo) descubrimos rápidamente la gran cantidad de ellos que ha habido ya sólo nacionales: Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Carpanta, Superlópez, etc. Y también de fuera, como los Pitufos, o los Astrosniks, y para niños y para niñas, y para niños buenos y niños malos, y así hasta el infinito. Quizás lo más remarcable haya sido siempre, en esto de los cómics y los niños, el que haya sido el único elemento con el que se consigue que lean casi el 100% de las veces.

 

Así que bien, los niños; pero, obviamente, no son los únicos. Y de ahí pasamos al segundo gran grupo que viene a la mente de mucha gente: los frikis. Los otakus con eso del manga, los roleros con esas historias de dragones, tipos musculosas y señoritas ligeras de ropa, los siniestrillos con su humor negro lleno de niños y calaveras… En cualquier tienda especializada, ésas que ahora proliferan y con las que ni soñábamos en mis tiempos, se puede encontrar una buena colección de cómics y un nutrido grupo de lectores. Y, qué duda cabe, ha sido un buen impulso para este arte. Pero tampoco es que haya sido el impulso.

 

Frikis o no frikis, los jóvenes siempre han leído cómics. Revistas míticas como El Víbora bien se nutrieron de este fenómeno –aunque se defenestraran recientemente-, y cualquier encargado de la FNAC se lo sabe de memoria: hordas de jóvenes de muy distintas procedencias y estilos, pero con un denominador común –la falta de efectivo- invaden las secciones de cómics para echar algunas largas ojeadas a su mercancía. Algunos, de hecho, incluso compran.

 

Así, niños y jóvenes de todo tipo y catadura. Y ahora es cuando llega la pregunta del millón: ¿quién demonios compra, entonces, al famoso Capitán Trueno?

 

No es una pregunta retórica. Cualquiera que se haya dado un paseo por una feria del cómic o por una tienda de cómics de coleccionista, se habrá dado cuenta de que una porción importante del negocio sigue moviéndola un grupo muy particular de niños: los de antes de la transición.

 

Sí, no nos engañemos: una reedición completa de Tintin es muy apetitosa, pero su target de mercado es muy claro, y no se trata de un estudiante que se pida un préstamo. Hazañas bélicas, El guerrero del antifaz y otras reediciones para nostálgicos están a la orden del día, en muchas ocasiones para enriquecer también –culturalmente- a las nuevas generaciones. Hubiera sido una pena que nos perdiéramos Nemo o El Príncipe Valiente por haber nacido demasiado tarde, la verdad.

 

¿Y los ancianos? Venga, ¿qué es lo primero que se leen del periódico? Si hasta el Mensajero de San Antonio tiene una con un simpático fraile. Efectivamente: la tira cómica.

 

Entonces, ¿quién demonios lee cómics? Bueno, pues básicamente todo el mundo, para qué nos vamos a engañar. Como decían los del TBO, que siempre supieron mucho de estas cosas, “para todas las edades, incluida la de piedra”.

 

Y esto no es nada. Cuando el tema se acepte socialmente, como en la vecina Francia, el disfrute y la cultura ganarán varios enteros. Después de todo, el cómic es la rica mezcla de dos artes: la literatura y la pintura. Quizá, a estas alturas, podamos considerarlo ya un arte por sí solo, y adecuado para todos los públicos. ¿Qué más se puede pedir?

 

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