Una pequeña parada en el camino

Imagen de Victor Mancha

Full de reinas y cincos —dijo Eduard soltando una risita —. Vuelvo a ganar. Y no creáis que no llevo la cuenta de lo que me debéis. No señor, nada de eso.

 

Daniel soltó sus cartas con resignación y esperó a que Georgie, con sus torpes manazas, empezara a repartir una nueva ronda. El día estaba en calma y el sol acariciaba suavemente las hojas de los árboles. Daniel observó las lápidas y estatuas a su alrededor. El cementerio estaba bien cuidado y resultaba un lugar agradable donde pasar la tarde. Aunque Daniel llevaba dos semanas muerto, aún le costaba hacerse a la idea. Una parte de él seguía esperando a despertar de un coma en una cama de hospital, o todavía mejor, en su habitación, en su propia cama, tras un mal sueño extrañamente vívido. Esa parte de él era cada vez más pequeña, a medida que iba adquiriendo conciencia de que realmente había fallecido, de que habían sacado su cuerpo sin vida de entre los restos de su coche y de que los días iban pasando, lentos pero inexorables. Los gritos de Eduard lo apartaron de esos pensamientos.

 

—¡No, no, no! Estás repartiendo mal. Dos cartas primero. Empiezas repartiendo a Gina, luego a Daniel, luego a mí y por último te apartas tus dos cartas. ¡Por Dios! ¿Cuántas veces tengo que explicártelo, orangután peludo? De verdad que a veces me pregunto si hay algo parecido a un cerebro dentro de esa gran cabezota tuya o si solo la usas para llevar sombrero.

 

—No me llames ogaruntán peludo —contestó Georgie dolido—. Georgie no es un ogaruntán peludo. Gina, dile que no me llame ogaruntán pe… ¿Qué es un ogaruntán?

 

—Georgie, Eduard, silencio los dos. Y Eduard, deja de meterte con Georgie. Estoy harta de tus salidas de tono y de tu mal humor.

 

—Sí, jefa —contestó Eduard a regañadientes.

 

—Y por lo que más quieras, deja de llamarme jefa. En mis tiempos ésa no era forma de dirigirse a una dama.

 

— ¿Y desde cuando a una ex prostituta se la considera una dama? —murmuró Eduard entre dientes, de manera que sólo Daniel que estaba sentado al lado suyo pudo oírlo.

 

—¿Qué has dicho, Eduard? —dijo Gina con voz gélida.

 

—Nada, nada —contestó Eduard levantando las manos en un gesto apaciguador.

 

Daniel sonrió. Aunque no dejaban de pelearse entre ellos, quedaba patente que se respetaban y se apreciaban, quizás incluso se querían. Daniel también había empezado a cogerles cariño. Era un grupo extraño, sí, pero si tenía que pasar la eternidad atrapado en este cementerio, se le ocurrían peores personas como compañía.

 

—Tengo una pregunta —dijo Daniel.

 

—Dispara, Danny Boy —dijo Eduard con aire de suficiencia—. ¿Qué es lo que quieres saber ahora?

 

Tras aceptar el hecho de que estaba muerto, lo cual no había sido fácil, en estas dos semanas Daniel había hecho infinidad de preguntas. Por lo que había sacado en claro, el cementerio era el único sitio por el que podían moverse. Cada vez que había intentado salir, notaba como una especie de fuerza que le empujaba hacia atrás. Después de un tiempo había dejado de intentarlo. Nadie podía verlos u oírlos. También sabía que no necesitaban comer, respirar, o tan siquiera dormir, aunque de vez en cuando cada uno se retirara a algún mausoleo a pasar un rato a solas, algunas veces a ensoñar, como lo llamaban allí: una especie de duermevela en la que todos se sumergían a veces y en la que soñaban que seguían vivos y eran felices.

 

—¿Por qué estamos sólo nosotros aquí? ¿Dónde está el resto de la gente que hay aquí enterrada?

 

—Fácil. No todo el mundo aparece aquí —contestó Eduard—. Hay gente que sencillamente muere y va… a donde quiera que sea que vayan, Danny Boy. Y algunos sólo se manifiestan por unos días, o semanas antes de continuar su camino. Para ellos esto es tan sólo… una pequeña parada en el camino, supongo. En caso de que no lo hayas notado, uno no aparece aquí precisamente con un manual de instrucciones.

 

—Pero supongo que tendréis alguna teoría, ¿no? ¿Por qué seguís vosotros aquí? ¿Por qué estoy yo aquí?

 

—¿Cómo era tu vida antes del accidente, Daniel? —Preguntó Gina de repente—. ¿Eras feliz?, ¿tenías todo lo que querías?

 

Daniel se puso a pensar por un segundo. La pregunta le había cogido desprevenido. Se rascó la cabeza.

 

—Pues… no lo sé. Supongo que sí. Acababa de terminar la carrera, ¿sabéis? Fui el segundo de mi promoción. Iba a empezar a trabajar en uno de los mejores estudios de arquitectura del país. Tenía toda la vida, un futuro lleno de posibilidades por delante, una familia y amigos que me querían. Desde que era pequeño siempre quise, no, no quise, supe que haría algo importante con mi vida. Que mi vida serviría para algo. –Daniel miró a su alrededor—. Supongo que me equivocaba.

 

—Y eso te molesta.

 

—¡Por supuesto que me molesta, Gina! —Dijo Daniel levantando la voz—. ¡Me molesta muchísimo! ¿Cómo no habría de molestarme? Intento evitar atropellar a un maldito, un asqueroso y piojoso perro vagabundo y termino aquí.

 

Todos se habían quedado mirándolo en silencio.

 

—Quizás por eso es que sigues aquí —dijo Gina con voz dulce, poniendo su mano sobre la de Daniel—. Quizás tienes que aceptar que tu camino se terminó antes de lo que esperabas. Quizá eso es lo que necesitas hacer antes de poder seguir adelante.

 

—¿Aceptar que la vida no es justa? ¿Que si existe Dios es un mal nacido que disfruta jugando con la gente? ¿Es por eso por lo que vosotros seguís aquí? ¿Por qué no lo habéis asumido?

 

Esta vez fue Eduard el que habló:

 

—Hay un millar de razones por las que seguir aquí. En algunos casos es la culpabilidad, en otros la venganza… algunos acaban superando, aceptando esas razones y continúan su camino.

 

Daniel lo interrumpió mirándolo fijamente:

 

—¿Y el tuyo, Eduard? ¿Cuál es tu motivo para seguir aquí?

 

Eduard lo miró ligeramente avergonzado.

 

—El mío es el miedo.

 

—¿El miedo? ¿El miedo a qué?

 

—El miedo a lo que pueda venir después. O aun peor: a que no haya nada después de esto.

 

 

Laura estaba sentada sobre la lápida de una tumba con los pies apenas sobresaliendo sobre el vestido blanco con encajes. Un pequeño cuervo negro se paseaba entre la hierba en busca de comida. Daniel se acercó, y Laura, sin levantar la vista del cuervo, dijo:

 

—Estás enfadado.

 

—No. Sí… No lo sé… Supongo. Todo esto es demasiado para mí. Además, ya he perdido la cuenta de cuántas partidas he perdido. Creo que Eduard hace trampas, pero que me registren si sé cómo.

 

Laura sonrió, aunque era una sonrisa triste, apagada, el único tipo de sonrisa que Daniel conocía de ella.

 

—Se aprenden unos cuantos trucos cuando tienes todo el tiempo del mundo. Además, en el caso de Eduard le viene con la profesión —dijo ella, mientras observaba con curiosidad al cuervo. Daniel la miró sorprendido.

 

—Creo que no te sigo ¿A qué te refieres?

 

Laura levantó la vista por un segundo.

 

—Eduard. Eduard fue crupier. ¿No lo sabías?

 

—No, la verdad es que ninguno habla mucho de su vida antes de… ya sabes, antes.

 

Laura volvió a sonreír.

 

—No es fácil hablar sobre las cosas que has perdido. Pero así es. Eduard era el mejor en lo que hacía. Trabajó en algunos de los más importantes casinos de Europa hasta poco antes de su muerte. La baraja con la que jugáis es con la que lo enterraron.

 

—¿Cómo… cómo murió?

 

—Se enamoró de la mujer que no debía. Y eso lo condujo a hacer cosas que no debía. Hay gente que no perdona y que no olvida esas cosas.

 

—¡Oh!

 

—Sí.

 

Los dos se quedaron durante un momento en silencio. Daniel se mordió el labio superior y dijo:

 

—Laura… ¿puedo preguntarte una cosa? Es algo bastante personal.

 

—Puedes.

 

—¿Cuántos años tenías cuando moriste? No me malinterpretes, pero no aparentas tener más de once o doce años, y sin embargo, a veces, no sé, a veces tengo la sensación de que hablo con alguien que posee una sabiduría mas allá de sus años.

 

—Tenía doce años la noche que morí.

 

—¿Y cuándo fue eso?

 

—El 17 de abril de 1907… el día de mi boda.

 

Daniel la miró boquiabierto.

 

—Pareces sorprendido, Daniel.

 

—¿Tenías… tenías doce años cuando te casaste?

 

—Sí. Tienes que entender que las cosas eran distintas entonces. Una niña se convertía en mujer el día que le venía su primera menstruación. No había tiempo para juguetes o muñecas. Empecé a vender flores en la calle cuando tenía siete años. Descubrí lo que es el hambre mucho antes. Yo era una niña bonita y cuando me hice mujer mis padres me prometieron a un hombre mayor, bastante adinerado. No es que pueda culparlos, no realmente. Yo era la mayor de seis hermanos y el dinero y la comida escaseaban.

 

—¿Y cómo…? ¿Cómo moriste?

 

Laura bajó de la tumba dando un pequeño salto. El cuervo, como presintiendo su presencia, levantó el vuelo lanzando un pequeño graznido cuyo eco resonó en el cementerio.

 

—Ésa —contestó Laura alejándose— es mi carga y mi penitencia. Quizás algún día encuentre valor en mi corazón para contártelo.

 

Y años después, una noche bajo las estrellas, Laura se lo contaría, pero ésa es una historia para otro momento.

 

 

—Póquer de sietes. Creo que queda claro para todos que he ganado esta mano —dijo Eduard soltando una risita.

 

Daniel miró a Marcos y Sabrina y les guiñó un ojo.

 

—No tan rápido, mí estimado Eduard. Póquer de reinas —dijo Daniel con una pequeña sonrisa en los labios.

 

—¿Otra vez? ¿Pero se puede saber desde cuándo eres tan bueno? —dijo Eduard soltando las cartas con rabia sobre la hierba.

 

—He tenido seis años de práctica… y uno de los mejores maestros que han existido jamás —concedió Daniel asintiendo ligeramente en dirección hacia Eduard.

 

—¡Bah! —contestó desdeñoso éste, aunque Daniel pudo ver que el comentario le había agradado—.Era más fácil desplumar a ese tontorrón de Georgie.

 

—Todavía lo echas de menos, ¿verdad? —Observó Daniel—. Yo también.

 

—¿Quién es Georgie? —preguntó Sabrina.

 

—¿Que quién es Georgie, preguntas? —Contestó Eduard—. Georgie era un gran tío. Un tío magnífico, estupendo… tan estupendo que ni siquiera tuvo la decencia de despedirse cuando se marchó. Una mañana nos levantamos y ¡zas! Georgie no está. Así, sin más. Con amigos como ésos…

 

—Ya veo, creo que lo entiendo…

 

—¡Tú qué vas a entender! —Gritó Eduard malhumorado, poniéndose en pie—. Tú ni siquiera llevas seis meses muerta. Cuando pases una eternidad aguantando a un patán, a un cabeza de chorlito, a un, a un, a un… ¡botarate!, y éste se largue sin despedirse entonces volvemos a hablar.

 

—No se lo tengas en cuenta —le dijo Daniel a Sabrina mientras Eduard se alejaba murmurando maldiciones para sí, seguido de Marcos, que intentaba calmarlo—. Por mucho que le cueste reconocerlo, Eduard estaba muy unido a Georgie. Todos lo estábamos.

 

—¿Y qué fue lo que le pasó? –preguntó Sabrina curiosa–. ¿Desapareció sin más?

 

—No lo sé. Me gusta pensar que lo que fuera que lo atara aquí dejó de ejercer su control sobre él y pudo seguir su camino. Pero la verdad es que no lo sé. Ninguno lo sabemos. Y a Eduard eso le molesta especialmente.

 

Daniel recogió las cartas, y poniendo un brazo sobre los hombros de Sabrina le dijo:

 

—Vamos, volvamos con los otros.

 

 

Mientras regresaban Sabrina observó que había alguien acercándose a la tumba donde se encontraba enterrado el cuerpo de Daniel.

 

—Daniel, hay alguien visitando tu tumba.

 

—Supongo que serán mis padres o quizás mi hermana.

 

—No, es un chico joven. Es la primera vez que lo veo.

 

Sabrina tenía razón. Había un muchacho delante de la tumba. Daniel se despidió de ella y se acercó hasta allí. El muchacho llevaba en las manos un ramo de flores y parecía nervioso. Estar en un cementerio provocaba ese efecto en la gente, pensó Daniel. El chico, que no podría tener más de veinte años, empezó a hablar y Daniel lo escuchó con curiosidad, y al cabo de un rato una sonrisa iluminó su cara.

 

 

Empezaba a oscurecer. El muchacho se había marchado hacía ya un rato tras depositar las flores en la tumba. Daniel estaba sentado allí, observando cómo el sol empezaba a ponerse sobre el horizonte. Una extraña sensación de satisfacción le invadía.

 

Una voz a sus espaldas dijo:

 

—¿Va todo bien, Daniel? Vi a alguien visitando tu tumba —dijo Laura.

 

—Sí —contestó con una sonrisa

 

—¿Algún conocido?

 

—En cierto modo, aunque no lo había visto nunca. Se llama Adrián y es el chico que hace seis años recibió mi corazón.

 

Se hizo un breve silencio.

 

—Creo que no te entiendo, Daniel.

 

—Adrián estaba esperando un transplante de corazón hace seis años… y acabó recibiendo uno. El mío. Mis padres, que Dios les bendiga, decidieron donar algunos de mis órganos. Los que aún se podían salvar, al menos.

 

—¿Y cómo supo dónde encontrarte?, ¿no son las donaciones anónimas?

 

—Lo son, pero Adrián está estudiando medicina. Está haciendo las prácticas en el mismo hospital donde llevaron mi cuerpo y consiguió acceso a los registros. Averiguó quién era yo, y decidió que era su obligación venir a darme las gracias.

 

—Es un detalle muy bonito —dijo Laura.

 

Daniel volvió a sonreír.

 

—Sí, sí que lo es. Parece un buen muchacho. Va a acabar la carrera este año y va a empezar la especialidad de cirugía. Dice que, gracias a mí, ahora tiene una segunda oportunidad y que quiere hacer algún bien en el mundo. Creo que llegará lejos.

 

Daniel y Laura se quedaron unos minutos en silencio dejándose acariciar por los últimos rayos de sol.

 

—Supongo que te equivocabas —dijo Laura.

 

—¿A qué te refieres?

 

—A tu vida. Sí hiciste algo importante. Sí marcaste una diferencia. ¿No te parece?

 

Daniel, pensativo, contestó:

 

—Sí, supongo que sí.

 

—¿Y es suficiente?

 

Y Daniel, esta vez sonriendo, dijo:

 

—Sí, sí que lo es.

 

Una brisa fresca se levantó y empezó a mecer suavemente las hojas de los árboles.

 

—Te queda poco tiempo entre nosotros, Daniel. Creo que deberías empezar a despedirte. Después de todo no queremos que pase como con Georgie. No queremos tener que aguantar a Eduard quejándose otros tres años.

 

—Lo haré —dijo Daniel, agachándose ante Laura y cogiéndola por los hombros—, pero antes tienes que prometerme una cosa: que vas a perdonarte a ti misma. Lo que ocurrió aquella noche hace tanto tiempo no fue culpa tuya. Sólo tenías doce años. Nadie, y menos alguien a esa edad, tendría que pasar por lo que tú pasaste. Tienes que comprenderlo. Hasta que no lo hagas nunca saldrás de aquí.

 

Laura lo miró con gesto triste. Llevándose un dedo a la cabeza dijo:

 

—Lo sé aquí, pero hay una parte de mí aquí —y se llevó la mano al corazón— que todavía se culpa.—Laura se inclinó y depositó un pequeño beso en la frente de Daniel—. Significa mucho que te preocupes por mí. Te echaré de menos. Ahora ve y despídete de los otros. Eduard está intentando asustar al nuevo guardia del cementerio y piensa que si se esfuerza lo suficiente esta vez será capaz de llamar al timbre.

 

—Lleva años intentándolo. Debería empezar a considerar el rendirse, ¿no te parece?

 

—¿Lo harías tú? —Dijo Laura sonriendo—. Anda, ve.

 

Daniel la abrazó suavemente y se levantó. Sí, decidió, pronto se despediría de ellos, pero no esta noche, no todavía. Sabía en su corazón que aún le quedaba tiempo. Esta noche tenía un timbre al que llamar, a un viejo guardia al que asustar y una partida de póquer que ganar. Se dirigió hacia el grupo de personas con las que había pasado los últimos seis años y que en muchos aspectos estaban más vivos que la gente que seguía levantándose para ir al trabajo todos los días. Mientras se acercaba a ellos escuchó las risas, las peleas y los gritos. Eduard seguía fracasando estrepitosamente en sus intentos mientras Gina, que no podía dejar de reír, repetía:

 

—Definitivamente, la muerte ya no es lo que era.

 

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Patapalo
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Puntos: 209184

Me ha encantado la historia: tiene algo de cuento de navidad, y una atmósfera muy conseguida. He disfrutado mucho con su discurrir, plácido y, de algún modo, intenso, y me ha gustado mucho el retrato de los personajes. Un placer.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Muchísimas gracias por las amables palabras, Patapalo. Me alegra mucho que hayas disfrutado con el relato.

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Me ha gustado mucho. Es unas veces divertido y otras dramático. Por cierto, ¿qué le pasó a Laura?

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

Retrogaming: http://retrogamming.blogspot.com/

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Me gustó. Tiene las escenas construidas de foprma que son fáciles de imaginar y el giro de la donación le da  un aire tierno y conmovedor a la historia. Eso sí, nos debes el qué le pasó a Laura jajjajja.

 

 

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Describes impecablemente escenarios y personajes. Me ha parecido formidable, entretenido y dinámico. Me quedo con ganas de saber qué le sucedió a Laura.

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Victor Mancha
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Muchísimas gracias a todos por vuestros amables comentarios. Es un verdadero placer saber que os ha gustado este pequeño cuento

Respecto a lo que paso con Laura, pues fue una decisión consciente el dejarlo sin contar. Creo que le da un cierto aura al relato que me gusta mucho. Además de que seguro que lo que se os haya ocurrido a vosotros está mucho mejor que lo que le pasó realmente. Pero bueno, si acaso cuando acabe el periodo de votaciones lo comento.

Por cierto me tengo que poner las pilas que me quedan unos cuantos relatos por leer

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Hambleto
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 Excelente relato.

"El mundo se ha desquiciado, ¡vaya faena, haber nacido yo para remediarlo!"

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Uno de los mejores relatos que te he leído, Victor. La psicología de personajes es de lo más redondo que leí en mucho tiempo, y la sensación de melancolía que recorre cada párrafo no me resulta forzada, sino completamente natural. Me recuerda en esencia a cierto relato que presentaste para los Bardos, pero en lugar de centrarte en el lado cómico, te dejas llevar por la ternura y al mismo tiempo las ganas de existir (no ya de vivir) y de trascender en esta vida. Enhorabuena, uno de los mejores, sin duda.

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Nachob
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Es un gran relato, muy bien escrito, con su punto de ternura y melancolía. Es suave de lectura, mantiene atrapado al lector y le hace empatizar con los personajes. Muy bueno.

Enhorabuena.

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Raelana
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Puntos: 1561

Un relato encantador, melancólico pero con un punto de humor que hace que no resulte triste. Los personajes están muy bien llevados,  Eduard es estupendo. Queda el hilo suelto de lo que le pasó a Laura, que si no lo vas a contar quizás no tendrías que haber hablado tanto sobre ello. Por lo demás, muy buena historia.

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