Una columna de Canijo sobre el panorama numérico – literario actual
¿Se acuerdan de la escena? Historia del cine, sin duda, aquel camarote minúsculo, casi el trastero del barco, y en él el señor Otis B. Driftwood, los polizones Tomasso, Fiorello y Ricky Baroni, el fontanero, la manicura, los camareros, las criadas, el ayudante del fontanero, la muchacha que buscaba a su tía Micaela, la barrendera… y también dos huevos duros… o mejor que sean tres… Al final, la Sta. Claypool llegaba para su cita con Driftwood, abría la puerta… y la multitud se desmoronaba.
Qué grande, sí señor, tanto que, con el tiempo, lo que se creó como una más de las delirantes secuencias de una película cómica terminó instalándose en nuestro imaginario colectivo hasta formar parte de multitud de frases hechas: “Hay menos sitio que en el camarote de los Marx” “Estar más apretados que en el camarote de los Marx” “Hay más gente que en el camarote de los Marx” y tantas otras.
¿A qué viene lo anterior? Pues a que, según multitud de artículos, opiniones, estudios o lo que sea, se está llegando a un punto en el que en esto de escribir se está juntando más gente que en el camarote de los Marx. Cada voz que habla sobre el tema menciona unas causas u otras, las facilidades que dan las nuevas tecnologías tanto para escribir como para publicar, sea en las condiciones que sea, el acceso a la alfabetización y la cultura de un número cada vez mayor de personas, la crisis y el tiempo que ahora sobra a tantos curritos que no tienen un trabajo con el que hacer honor a su denominación… Muchas, muchas cosas, cada una con su nivel de incidencia, pero que todas en conjunto hacen que, casi con el mismo número de efectivos que la masa lectora, haya un ejército de personas con sus textos bajo el brazo y con ganas de ser leídos y, a poder ser, compensados por su esfuerzo literario.
A simple vista, esto no tiene por qué ser malo. Según muchos, armados todos con el aforismo de que en la variedad está el gusto, esto nos lleva a una oferta mucho más amplia, a que la competencia por cualquier nicho lector se haga tan feroz que sólo los mejores puedan asentarse en él, a que, a modo de selección natural, sólo los más fuertes, los más adaptables, los más preparados, puedan sobrevivir y dejar un legado.
¿De verdad es esto así? Yo no lo tengo tan claro. No, no creo que esta selección sea tan natural como se dice. Según mi opinión, la selección que se hace está siendo cada vez más antinatural, siempre entendiendo por naturalidad el que las obras y sus autores se defiendan a sí mismos por sus cualidades estrictamente literarias, y por antinaturalidad… todo lo demás…
Si uno se da un paseo por Internet, encontrará multitud de artículos hablando del escritor 2.0, de la importancia de la marca personal para un autor, de la necesidad del escritor, novel o consagrado, en ciernes o simple aficionado, de dedicar cada vez más tiempo a promoción, tanto personal como de obras concretas, de la utilidad e importancia de las redes sociales y, por ende, la sabiduría en su manejo, de la importancia del carisma a la hora de establecer contactos de interés, y un largo etcétera de actividades, conocimientos y, sobre todo, tiempo para dedicarse a ellos (y si no se dispone de tiempo, con un poco o un mucho de dinero se pueden contratar este tipo de servicios a un número cada vez mayor de profesionales o semi profesionales que los ofrecen).
Es a esto a lo que nos lleva la saturación y, que yo sepa, ni el marketing, ni el carisma personal, ni el conocimiento de herramientas de Internet, ni la disponibilidad de tiempo o dinero para promocionar una obra o un autor van a hacer que la novela, relato o lo que sea ganen calidad. No, más bien al contrario: si uno tiene que dedicar cada vez más tiempo a lo que no es literatura será restándoselo a lo que sí lo es, porque, al igual que la energía, el tiempo ni se crea ni se destruye, sino que se reparte, y si el tiempo para pergeñar una obra se reduce… su calidad también. Más aún, se está creando una suerte de especialización publicitaria dentro de la literatura, un valor en alza que está desplazando a otras cualidades como la calidad, la profundidad, la originalidad o la trascendencia.
Sobre este particular, no hace demasiado que leí un artículo en el que se hablaba no sé si de escritores 2.0, nuevos valores literarios o algo así, y entre los mencionados se hablaba de un autor que, a base de una promoción exagerada de su obra (creo recordar que el estar en paro le había dejado mucho tiempo para ello), había conseguido que se difundiera de una manera sorprendente y que su novela autoeditada se vendiera más que muchas de las que ofrecen editoriales de mayor o menor pelaje. A raíz de eso, la novela había sido comprada por editorial de nivel, y ya está en imprenta la segunda. No sé si la obra que lo catapultó a la popularidad y de ahí al contrato editorial es mejor o peor, porque no la he leído y, sobre todo, porque en el artículo, en las explicaciones que se daban para la consecución de ese contrato, no se hablaba en absoluto de ello… Ahí está el detalle, ¿es ésta esa supuesta selección natural que nos trae la saturación, o es más bien una selección antinatural que prioriza aspectos espurios frente a otros más legítimos como la calidad? Me da a mí que es lo segundo.
En fin, señores, es lo que hay. El ecosistema cambia y hay que adaptarse a él si se quiere medrar o simplemente sobrevivir. No vale eso que dicen algunos de que sólo los que tienen un talento especial, los que tienen algo que contar, deberían escribir. No, eso no nos vale (me incluyo en el grupo) a los que quizá simplemente hagamos bulto, a los que participamos activamente en la saturación, porque si es lo que nos gusta y podemos hacerlo, lo vamos a seguir haciendo, y aún no se ha inventado (ni creo que se invente) un medidor infalible de calidad literaria con el que, una vez establecidos unos mínimos, se pueda diferenciar lo que debe ser publicado de lo que no, y siendo esto es así, la ilusión y el ego son un impulso irrefrenable que nos hará seguir adelante con nuestra labor, sea ésta más o menos dañina para el sector de la literatura. Bueno, quizá no sólo dañina para el sector literatura, sino también para aquellas especies que, por no querer entrar en el juego, por buscar como único y exclusivo fin la maestría, aislándose en el proceso de todo lo demás, puede que estén en peligro de extinción. Es una lástima, pero, una vez más, es lo que hay…
“er Caniho”
Soundtrack:
Ojete Calor
Ojete Calor
Si te soy sincero, Canijo, intento no pensar mucho en este tema, porque tienes más razón que un santo y yo no me he metido en esto de escribir para satisfacer mi vocación de comercial XD
Sí que voy a tener un breve pensamiento para mis mecanismos de defensa naturales. Uno nada más. Todo esto del medrar, los pelotazos con grandes editoriales, los superventas, la temática de moda, etc. se basa en grandes masas poblacionales y, para mí, el secreto está en no pensar en ellas. Creo que el único camino para llegar a su ámbito que me puede satisfacer es el inverso: que las masas poblacionales se fijen en lo que haces.
Es decir, me conformo con que haya un pequeño grupo de gente interesada en estas cosas que hacemos tan poco rentables lo suficientemente grande para malvivir y mejorar dentro del mismo. En un ecosistema más reducido, como uno así, sí que es posible fijarse más en la calidad y menos en los flashes publicitarios. Si luego, por casualidad, se da lo otro, bien, pero considero (con mis medios y mi carácter) una pérdida de tiempo correr detrás de algunas metas.
Una de las cosas que puede traer Internet es, precisamente, una mayor heterogeneidad en el consumo. Luego, claro, estará en la mano de los lectores abrazarla o seguir creyendo que es normal que al 99% de la población le parezca genial el mismo autor el mismo año.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.