Infidelidades: El nombre de la rosa
Hablemos de la película protagonizada por Sean Connery que adapta la novela de Umberco Eco
La infidelidad —cinematográfica— es necesaria. No un mal necesario, sino simplemente necesaria. Incluso deseable. Está bien que el cine beba de la literatura, entre otras muchas fuentes, pero la traslación estricta es un sinsentido. El nombre de la rosa Jean-Jacques Annaud es un claro ejemplo más.
Esta película parece haber sido realizada para convertirse directamente en un clásico. Y entre otras cosas lo consigue porque toda su narración es cinematográfica en el mejor sentido de la palabra. La novela de Umberco Eco, como el propio Umberto Eco, es enciclopédica. Es una inmersión intensa y detallada en un mundo pretérito para analizar una situación social y religiosa, una concepción de la realidad, de la que podemos sacar muchas conclusiones. Es una obra rica, con un estilo muy propio y muy sólida en su planteamiento.
El nombre de la rosa, la película, es también una obra rica y muy sólida en su planteamiento, pero sobre todo es una suerte que tiene un estilo muy propio que no es el de la novela. En primer lugar, ahí donde Eco tuvo que medir pasos para encajar conversaciones y recrear, aunque fuera con piedras invisibles, la inigualable San Michele, Annaud nos presenta con todo su esplendor la abadía de nuestros sueños, la abadía misteriosa. La abadía del crimen.
El oscurantismo de la época, las tensiones, las incertidumbres, la angustia vital son elementos que se ven plasmados a través de la mera fotografía. Adentrarse en los recovecos del monasterio es palpar el trasfondo. Los monolíticos párrafos de varias páginas de Eco tienen poco que ver con los ágiles encuadres de Annaud, pero ambos cumplen la misma misión: la de sumergir al espectador.
Luego, todo el carisma del hermano Baskerville, que el novelista construye a partir de elementos intelectuales, de un modo reflexivo, es puesto en escena con el magistral Sean Connery, un actor que tiene esa rara habilidad de meterse al público en el bolsillo con apenas una mirada. Un actor que, además, viene respaldado por un ecléctico reparto en el que todos brillan con igual intensidad, creíbles, sugerentes, humanos, personajes que implican al espectador porque parecen reales.
Finalmente tenemos la puesta en escena. En la novela hay un pase de manos evidente: se plantea como una historia policíaca y poco a poco nos vamos empapando de un telón de fondo, el de las herejías, que estimula nuestra curiosidad y nos deja con la sensación de haber abordado una obra mayor. A medida que avanzamos, se crea un tapiz en el que perderse. En la película, el laberinto muta y somos arrojados directamente al tapiz: es la trama asfixiante del concilio la que capta nuestra atención en primer plano para que el impacto del descubrimiento final sea mayor. Tanto da: en los laberintos, caminos dispares llevan a los mismos lugares.
El nombre de la rosa es ambas cosas: una historia de misterio y una ficción histórica que recrea con acierto un escenario complejo. Ambas son igual de importantes. La novela hubiera hecho creer que haría falta una serie completa para adaptarla en condiciones. La película lo desmiente: bastaba con mantenerse lo suficientemente infiel. Y aun así la puerta permanece abierta: con otros lenguajes, se podrá seguir revisitando una obra magnífica que merece ser disfrutada y conocida.
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Gran película. Por cierto me ha gustado esa mención aunque en otro contexto de "La abadía del crimen" el fantástico videojuego que Opera Soft dedicó a esta película en la lejana época de los ordenadores de 8 bits.