El defensor del bosque

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Un relato de José Martínez Moreno para la vivisección de Criptozoología

 

Cojonudo.

Por si no tenía bastantes problemas ya, ahora va y pierdo la mochila. Estupendo. Si no querías arroz, dos tazas. ¿Es que nada podía salir bien en aquella maldita selva? Me acababa de golpear con la rama de un árbol de aquel mar de ramas y había caído al suelo de tal manera que la mochila se me había soltado de la espalda y había ido a parar al río que serpenteaba a unos cien metros por debajo de mí. Me puse en pie y pude ver, con la resignación propia de quien se da por vencido, cómo la corriente la arrastraba río abajo, pensando que en el fondo había tenido suerte. A punto había estado de ir a parar yo también al agua, pues al caer había ido a parar apenas a cinco centímetros del borde del barranco.

Aquella expedición, que tenía como objetivo intentar descubrir la verdad sobre la existencia de un esquivo y supuesto animal llamado mapinguari, había sido un desastre desde el principio y se habían ido sumando contrariedades una tras otra, como si estuviera gafada. O maldita. Sólo así se explicaba lo ocurrido. Sólo así se explicaba que hubiera muerto gente.

 

***

 

Primero perdímos el avión hasta Brasil, después, cuando pudimos coger otro y ya aterrizamos en Sao Paulo, nos perdieron una maleta en el aeropuerto. Luego llegamos al hotel y habían cometido un error con la reserva y nos tocó esperar casi cinco horas hasta poder tener una habitación. Al día siguiente, después de haber dormido fatal, nos reunimos con el resto del equipo y montamos en una avioneta bimotor de aspecto nada tranquilizador que debería llevarnos hasta una zona muy concreta del interior de esa inmensa selva que es el Amazonas. Cuando estábamos a unas dos horas de llegar a nuestro destino tuvimos problemas en un motor y el piloto acabó aterrizando (es un decir) como pudo sobre las copas de los árboles, en una zona montañosa. La pequeña aeronave recibió estocadas mortales al chocar contra las enormes ramas y se produjo varios destrozos. Por suerte no hubo que lamentar pérdidas humanas, aunque tres de los nueve que íbamos a bordo sufrieron heridas, tales como un brazo roto, un hombro dislocado y unas costillas también rotas. El resto recibimos una variada gama de rasguños y golpes en nuestros cuerpos. Yo tuve mejor fortuna que los tres heridos y sólo me llevé un coscorrón en la cabeza que me hizo ver estrellitas blancas que danzaban despreocupadas ante mis ojos y me dejó un chichón grande como una nuez cerca de la nuca. También salí del aparatoso accidente con una mancha amarillenta en los pantalones, aunque no fui el único. Nunca había pasado tanto miedo en mi vida (no sabía aún lo que me esperaba) y mi vejiga lo expresó a su manera, y menos mal que mi barriga no lo hizo, aunque estuvo a punto.

Conseguimos bajar al suelo como pudimos, ya que la avioneta se quedó enganchada en las ramas de los árboles como una mosca gigante en una inmensa telaraña de color verde. Parte de la carga que llevábamos con nosotros se perdió por la selva a través de un enorme desgarrón que se había abierto en la parte inferior del fuselaje. Para mayor desgracia, la mayoría de las provisiones que pensábamos necesitar iban en las mochilas perdidas y ya no podíamos recuperarlas. Cuando estuvimos todos reunidos en el suelo, comprobamos nuestro estado físico e intentamos atender a los heridos lo mejor que podíamos. Probamos a comunicarnos con los teléfonos móviles, pero no teníamos cobertura, por lo que decidimos coger las mochilas supervivientes e intentar llegar a algún sitio civilizado donde pedir ayuda, porque estaba claro que allí no podía aterrizar ningún helicópero si quería conservar sus hélices intactas. Para salir de aquel lugar, contábamos con la ayuda de Edson Aldao do Nascimento, nuestro guía. En principio pensamos que estábamos salvados por el hecho de poder contar con él, pero Edson resultó ser un fiasco, un guía sacado de un todo a cien, incapaz de orientarse con éxito en aquella maraña de vegetación sin tropezarse con algún árbol. Tal vez el hecho de que estuviera medio borracho desde que despegamos no ayudara demasiado.

Nos encaminamos a través de la selva siguiendo con poca o nula confianza a Edson, que a pesar de todo se había colocado en cabeza e iba liderando la expedición asegurando que él sabía dónde estábamos y que nos sacaría de allí. Nosotros íbamos tras él, maldiciendo a los bichos que no cesaban de picotearnos, maldiciendo aquella humedad aplastante y maldiciendo a nuestro guía borrachín. Le dije a Joao, amigo mío y responsable de que yo estuviera allí, que me tendría que compensar por todas aquellas incomodidades con un camión cisterna de cerveza. Me mandó a tomar por culo en portugués.

Tal como imaginaba, acabamos más perdidos y desorientados que antes y la preocupación empezó a asomar a los rostros de todos nosotros, que ya no nos molestábamos en disimular el cabreo con nuestro inútil guía, al cual se le empezaba a detectar cierto nerviosismo. No era asunto de broma perderse en la selva. Si algo salía mal, y ya demasiadas cosas habían salido mal, podríamos tener problemas realmente serios (más todavía) y llegar a encontrar la muerte en aquel sitio. Y por desgracia, todo había seguido saliendo mal. Muy, muy mal. De la peor manera posible.

 

***

 

Mientras avanzábamos por aquel mundo salvaje y primitivo, ajeno por completo a nuestra habitual rutina diaria, sin tener nada claro adónde nos dirigíamos, el infortunio pareció cebarse con nosotros. Lucio, el piloto y dueño del hombro dislocado, se apoyó en el tronco de un árbol con la intención de descansar. Edson gritó intentando advertirle, pero fue demasiado tarde. Un rayo verde brillante, en realidad una serpiente de unos tres metros de longitud camuflada de forma magistral, se lanzó veloz sobre él y le clavó los colmillos en el cuello para después perderse aún con más rapidez entre la espesura. Apenas pudimos reaccionar. El pobre hombre empezó a ahogarse, agarrándose el cuello desesperado con ambas manos en busca de un aire que ya nunca encontraría. Los ojos se le salían de las órbitas como si quisieran escapar de su rostro, que se congestionaba por momentos. Cayó al suelo mientras una espesa baba blanca surgía de su boca y de pronto comenzó a convulsionar. A pesar de los esfuerzos que hicimos por ayudarle, en menos de tres minutos la ponzoña del ofidio se expandió por su organismo y detuvo su corazón para siempre, mientras los demás nos mirábamos espantados. Tras unos tensos momentos en los que nadie fue capaz de articular palabra, quedamos de acuerdo en que lo mejor –no sé si para él o para nosotros– era enterrarlo allí mismo, puesto que no había forma alguna de llevarlo a cuestas y, aunque nadie lo dijo, todo pensamos en que sería un lastre para seguir avanzando y tener una posibilidad de sobrevivir.

La trágica muerte de Lucio había helado nuestros ánimos e introducido una bocanada de miedo en nuestros corazones, pero no iba a ser la última. Un par de horas después, con el susto aún en el cuerpo y mientras avanzábamos apenados y cabizbajos, concentrados cada uno en nuestros pensamientos, otro de los brasileños, llamado Walter, resbaló sobre la hojarasca húmeda y en su caída rompió una rama de un árbol con tan mala fortuna que al quebrarse, formó una peligrosa daga que le penetró con violencia por un ojo y le atravesó el cerebro. Fue una muerte instantánea y espantosa, que a más de uno nos hizo soltar un grito. Él en cambio no soltó ni la más pequeña exclamación, como si le hubiera pillado tan de sorpresa como al resto. Cortamos la rama con un machete para extraérsela y al cabo de unos instantes nos vimos por segunda vez cavando un hoyo, como enterradores profesionales.

Aquella segunda muerte, extraña y estúpida, nos sumió en un silencio lúgubre y pesado, que nos envolvía todavía más que la pegajosa humedad del lugar. El ambiente estaba enrarecido y tenso a causa de esa sobredosis de mala suerte que parecía regodearse en nuestro sufrimiento y yo cada vez notaba a Edson más raro, además de que parecía encontrarse totalmente sobrio, cosa también rara en él.

Nos dispusimos formando sin darnos cuenta un círculo alrededor de la improvisada tumba y permanecimos así unos instantes, en completo silencio. Nadie levantaba la cabeza, nadie hablaba, sólo la selva.

–¿Soy el único que piensa que es muy extraño que hayan muerto dos personas de repente y que todo nos esté yendo como el culo? –la pregunta de Ricardo, uno de los tres españoles contando conmigo, rompió el silencio en mil pedazos que se perdieron en el verdor infinito de la jungla.

–¿Qué quieres decir con eso? –inquirió Fran, el otro español, con cierto desdén– ¿Acaso piensas que hay algo sobrenatural detrás de todo esto, como una especie de maldición o algo así?

–Yo no hablo de maldiciones, hablo de hechos –respondió Ricardo con dureza–. Hablo de un viaje en el que todo ha ido mal desde el principio. Hablo de que hemos sufrido un accidente de avión del que hemos salido vivos de milagro. Hablo de que estamos perdidos en medio de una puta selva que tiene millones de kilómetros cuadrados, de que no sirven de nada los móviles y de que no tenemos provisiones más que para un día o dos tal vez, a menos que alguien sepa cazar. Hablo de que acabamos de enterrar a dos seres humanos en apenas tres horas. Repito la pregunta: ¿alguien más lo ve normal?

De nuevo el fantasma del silencio sobrevoló nuestra posición y esta vez fue Luiz Alberto, el de las costillas rotas, el que lo ahuyentó.

–Está claro que son muchas desgracias acumuladas, pero me niego a pensar en hechos sobrenaturales. Yo me inclino a pensar más bien en que se trata de un cúmulo de adversidades que ha dado la casualidad de que han sucedido en un plazo de tiempo muy reducido... pero nada más.

Estaba a punto de contestar al razonamiento de Luiz Alberto cuando la voz rasposa de Edson se me adelantó, formando unas palabras densas que parecieron serpentear por el suelo.

–Es... es el mapinguari. La selva no quiere que lo encontremos. Ella le proteje. No nos quiere aquí. Nos está echando.

Fran estalló en carcajadas y se encaró con él.

–Esta sí que es buena. Resulta que aquí nuestro amigo borrachín, Edson “Alelao de Nacimiento”, dice que la selva es una mami protectora y estricta que nos castiga por ser chicos malos que quieren despertar de la siesta a su bebé peludo.

Y volvió a estallar en burlonas carcajadas, aunque nadie se unió a sus risas. Edson no levantaba la mirada del suelo y cualquiera diría que su actitud era la de alguien que parecía avergonzado por haber dicho semejante disparate y provocar la risa, pero la realidad era que no quería que viéramos sus ojos y el miedo que bailaba en ellos. Y yo confieso que hubo algo en la manera en que dijo eso de que la selva no nos quiere aquí que hizo que se me erizaran todos los pelos de la nuca a pesar del calor asfixiante.

–Deja al pobre Edson en paz –ordenó Elías, otro brasileño, tocándose el brazo roto, que llevaba en cabestrillo gracias a un pañuelo del fallecido Walter–. Este hombre está asustado y nosotros estamos todos nerviosos. Yo tampoco creo en selvas vivientes, maldiciones, ni cosas por el estilo, pero es evidente que la muerte de nuestros dos compañeros nos ha alterado a todos. Por lo tanto, propongo calmarnos e intentar salir de aquí.

–Yo también pensaba como vosotros –dijo Edson, evitando mirar todavía a ninguno–. Y tampoco he creído nunca en estas historias que algunos contaban sobre la existencia del mapinguari. Pensaba que eran habladurías de los indígenas, cosas que se inventan para atemorizar a los turistas, o qué sé yo. Pero ahora... ahora creo que tantas cosas malas han pasado porque la selva y él se protegen entre sí, porque, por si no lo sabéis, mapinguari significa “el defensor de los bosques”.

Así que ese era el motivo por el que el hombre se encontraba tan raro, pensé yo. Nuestro guía tenía miedo. Ahora lo veía claro.

–Está bien, yo ya no aguanto más chorradas –gruñó Fran–. Dentro de poco anochecerá y sugiero que busquemos un lugar donde pasar la noche, esperar a mañana y proseguir con nuestra búsqueda de una salida de esta maldita selva.

Esas palabras de Fran hicieron que todos alzáramos las cabezas, buscando la luz del sol para corroborar lo que decía, y tuvieron el efecto de conseguir callarnos y de ponernos en movimiento, de modo que así acabó la discusión. Cerca de una hora más tarde estábamos acampados en una zona que nos pareció segura, dentro de lo seguro que puede ser un trozo de selva virgen. Hicimos una pequeña hoguera para alumbrarnos, ya que las lámparas de gas iban dentro de las mochilas perdidas, y cenamos sin apenas articular palabra, envueltos la mayoría en una atmósfera de sombríos pensamientos. Resolvimos hacer guardias por turnos, en previsión de posibles ataques de cualquier depredador, y me tocó la primera. Confieso que la noche en la selva me imponía, y aunque no soy miedoso, saqué el cuchillo de caza de mi mochila y procuré tenerlo a mi alcance.

–Toma, Daniel –me dijo Elías llegando hasta mí y alcanzándome algo que no identifiqué–. Es una pistola de bengalas. La llevábamos a bordo del avión. No es gran cosa, pero te servirá como arma en caso de necesidad y, en cualquier caso, será mejor que un cuchillo por grande que sea.

Le di las gracias y me instalé al pie de un enorme árbol, con la espalda pegada al tronco y la pistola entre las piernas y desde allí observé como el resto de mis compañeros dormían, o lo intentaban. La oscuridad llenaba mis oídos con cientos de curiosos sonidos que poblaban la vida nocturna en aquella exuberante región del planeta y a mí me dio la impresión de que lo que escuchaba en realidad era el sonido de la respiración de la jungla.

Mi turno transcurrió sin incidencias salvo por el ataque de los molestos e inevitables insectos y desperté a Joao para que me relevara. Le hice entrega de la pistola de bengalas y le deseé una buena guardia antes de caer rendido en brazos de Morfeo en medio de un alud de bostezos. Pero la guardia de Joao no fue buena en absoluto. Ni mucho menos.

 

***

 

Esa noche –que parece haber transcurrido hace siglos aunque fue hace sólo dos días– algo nos atacó mientras dormíamos, algo grande y poderoso que provocó el pánico y el caos. No tengo claro en mi mente todo lo que ocurrió. Mis recuerdos son confusos, fragmentados, desordenados, como una película a la que hubieran cortado en partes, mezclándolas y perdiéndose algunas. Recuerdo los gritos, las carreras atropelladas, el miedo... Recuerdo que alguien disparó la pistola de bengalas y que dio por error en Edson. No sé si fue así como pasó, pero me pareció ver que el cuerpo del pobre guía estallaba en llamas de repente, como si el alcohol que siempre había ingerido se hubiera ido acumulando en su cuerpo y hubiera reaccionado con el fuego. Recuerdo sus chillidos de agonía, estremecedores, terribles, enloquecedores. No hay manera humana de olvidar unos chillidos como esos y creo que me los llevaré a la tumba conmigo. Recuerdo una presencia imponente, una figura rojiza, un hedor mareante y un alarido gutural que desafiaba a la razón y me hizo llorar de puro miedo. Recuerdo que salimos en estampida en medio de la oscuridad. Yo corría y corría a ciegas mientras escuchaba los gritos de terror de mis compañeros siendo atacados. Recuerdo correr de forma tan enloquecida que choqué de manera brutal contra algo –el tronco de un árbol, como descubrí a la mañana siguiente–, y caí inconsciente al suelo en el acto.

Cuando desperté, mareado, con un tremendo dolor de cabeza y con una capa de sangre seca cubriéndome medio rostro, ya había amanecido y regresé al campamento para intentar averiguar qué había pasado. Al llegar no vi a nadie, sólo vi los restos grisáceos de la hoguera de la noche anterior y también vi otros restos: los del cuerpo carbonizado de Edson. El mareo y aquella horrenda visión me golpearon el estómago con fuerza y me doblé por la mitad, vomitando todo lo que llevaba dentro. Cuando me repuse inspeccioné los alrededores en busca de los demás. Roto de dolor encontré el cadáver de mi amigo Joao, empapado de sangre y con una herida inmensa que casi le arrancaba medio cuello y parte del pecho y parecía hecha por unas enormes garras. Si hubiera tenido algo más dentro del cuerpo lo habría vomitado allí mismo, pero estaba vacío y sólo pude emitir unas dolorosas arcadas. A casi treinta metros de Joao, semioculto por una planta de enormes hojas, encontré el cuerpo inerte de Fran. Parecía intacto, aunque su cara mostraba tal expresión de horror que no me detuve demasiado en comprobarlo. Seguí buscando, llamando a voces al resto, a Luiz Alberto, Ricardo y Elías, pero nadie me respondía. De pronto escuché un sonido cercano y me puse tenso. Con mi cuchillo de caza en las manos me acerqué a la fuente del sonido y casi me da un infarto cuando Luiz Alberto salió de la nada, con el rostro desencajado, la camiseta y la cara salpicadas de sangre y murmurando una y otra vez: “mapinguari, mapinguari, mapinguari...” A punto estuve de clavarle el cuchillo del susto. Intenté hablar con él, preguntarle por los demás, pero estaba aterrorizado y completamente ido y miraba alrededor suyo con auténtico pavor, como si esperara que algo le atacara en cualquier momento. Entonces se echó a llorar de manera desgarradora mientras negaba sin cesar con la cabeza. Por eso su reacción me pilló por sorpresa. De pronto me arrebató el cuchillo de las manos y sin que yo pudiera evitarlo se lo encajó bajo la mandíbula de un único y brutal golpe. La hoja penetró hasta la empuñadura. Sus ojos se pusieron en blanco, un borbotón de sangre escapó de su boca y se derrumbó como un muñeco de trapo. Yo me quedé allí quieto, mirando, incapaz de reaccionar, y así estuve durante minutos. Cuando por fin salí de mi estado de estupor incapacitante seguí buscando a Elías y Ricardo, pero ya no pude encontrarlos y no sé si están vivos o muertos.

 

***

 

De modo que ahora me encuentro solo. Solo y perdido en una selva hostil que parece querer acabar con nosotros, si es que queda algún “nosotros”. Y encima me he quedado sin mi mochila y la poca comida que llevaba dentro. Me pregunto si seré capaz de salir de aquí. Me pregunto por qué cojones me he metido en esta locura de viaje. Me pregunto cuánto tardará la jungla en cobrarse una nueva pieza.

Al pensar en todo lo ocurrido me viene a la memoria una frase que dijo Edson: “La selva no quiere que lo encontremos”. Pues al parecer el mapinguari, si es que fue él quien nos atacó, sí quería encontrarnos a nosotros. Y ese pensamiento me lleva a reflexionar sobre cómo he llegado hasta allí, cómo me he metido en semejante lío, y mi mente vuela hasta el momento clave: el punto cero de aquella locura.

 

***

 

Todo empezó cuando cierto amigo (Joao) que estaba de vacaciones en España, me invitó a comer porque quería comentarme algo, una noticia que le llenaba de evidente ilusión y nerviosismo. Joao es (era) un gran aventurero y uno de los más reputados biólogos de todo Brasil y la noticia que tenía para mí era de las que hay que comunicar sentado ante un buen plato de comida. Resultó que mi amigo quería que volara con él a su país para participar en una expedición a la selva. Una pequeña expedición conjunta hispano-brasileña que tenía como objetivo demostrar la existencia de una criatura de la cual hablaban los nativos con una mezcla de miedo y devoción y del cual yo no había oído hablar jamás en la vida hasta ese momento: el mapinguari.

–¿Y qué es el maripuri ese? –pregunté yo masticando un trozo de bistec de ternera sabrosísimo.

–El mapinguari o mapinguarí es un críptido que...

–¿Un tríptico? –dije yo con la boca llena.

–Un críp-ti-do –repitió, remarcando las sílabas armado de paciencia–. ¿No sabes lo que es?

Debió ver la cara de merluzo que puse, porque negó con la cabeza y enseguida empezó a explicarme lo que era.

–Ya veo. Pues verás, un críptido es, de manera básica, un animal no clasificado por la ciencia, que en teoría podría existir, pero del que aún no se han encontrado pruebas concluyentes que demuestren o no su existencia. Y ahí es donde yo quiero llegar, a encontrar dichas pruebas para demostrar que este críptido es un animal real y no un monstruo ni nada parecido, sino tal vez un descendiente del megaterio, extinguido hace miles de años en teoría, y que, según creo, seguiría viviendo hoy en día en plena selva del Amazonas, en regiones poco o nada exploradas. ¿Me sigues?

–Más o menos, pero dime ¿cómo es ese animalito? El cómosellame.

–Ma-pin-gua-ri –silabeó Joao con fingido hastío– No es tan difícil, ¿eh? Bueno, el caso es que este animal, según las descripciones, es una criatura bípeda, cercana a los dos metros, con abundante pelo rojizo y poderosas garras, desprende al parecer un olor nauseabundo y emite unos alaridos que dan auténtico miedo. Algunos testigos aseguran que tiene una segunda boca enorme en el estómago, pero seguramente se trate de alguna clase de glándula con cierto parecido a una boca. Mi idea y la de otros científicos es que podría tratarse, como ya te he dicho, de un descendiente del megaterio, que era una especie de perezoso terrestre gigante, un hervíboro que se extinguió hace unos 9.000 años.

–Ajá –admití yo echando un largo trago de mi jarra de cerveza–. Entiendo, o sea que vamos a meternos en un trocito de selva inexplorada y llena de peligros para intentar encontrar a un bicho apestoso, viejo, vegetariano y chillón que puede que ni siquiera exista. Suena tentador.

–Entonces... ¿qué me dices, te vienes? –preguntó sonriendo de oreja a oreja y trinchando un trozo de merluza con su tenedor.

–Pues claro, no sabes lo que me fascina a mí descubrir animales nuevos –contesté en broma, y levanté mi jarra para chocar con su vaso de agua mineral.

Más o menos, eso fue lo que hablamos. Esa fue la conversación que cambiaría nuestras vidas para siempre.

 

***

 

De modo que Joao había juntado un grupo de siete personas, todos biólogos, menos yo, que era el único que no tenía ni idea de biología y se me podía considerar el “enchufado” del grupo. Dicho grupo lo componían por parte brasileña mi amigo Joao y además, Walter, Luiz Alberto y Elías, que también ejercía la labor de cámara para recoger en imágenes todo lo que fuera posible. Y por el bando español, estaban Fran y Ricardo, que llevaban afincados en el país de la samba desde hacía ya varios años. Y yo, claro, que se daba la circunstancia de que me acababan de echar del trabajo con un buen finiquito y no tenía nada mejor que hacer. Una vez en Brasil el grupo se había ampliado con la inclusión de Edson, el guía, y por causas de fuerza mayor, también se había unido a nuestro selecto club Lucio, el piloto de la avioneta.

 

***

 

Y ahora varios de ellos han muerto, otros están desaparecidos y yo no tengo ni idea de cómo salir de esta trampa dibujada en color verde. Un panorama nada halagüeño.

Mientras me encuentro absorto en mis reflexiones siento algo corretear por el brazo derecho. Lo miro y veo con horror siete u ocho bichos de diferentes formas y tamaños que han tomado mi brazo como un buffet libre y me clavan sus variados aguijones para, o bien extraerme sangre, o bien inyectarme venenos de los que jamás haya oído hablar; espero que sea lo primero. Eso me recuerda que en España siempre soy el plato favorito de los mosquitos y se ensañan conmigo todos los veranos, dejándome el cuerpo lleno de picaduras. Me sacudo el brazo, con un escalofrío de repulsión y asco, mientras pienso que aborrezco a los bichos. No sé por qué se me acercan tanto. Se ve que tengo algo en el sudor o en la sangre que les atrae más de lo normal.

No sé si se debe a la tensión, pero siento unos repentinos retortijones y me parece que necesito evacuar los intestinos. Busco un sitio adecuado y me bajo los pantalones. Estoy allí acuclillado y de pronto me asalta una fetidez mayúscula, que no proviene de mis heces, y creo escuchar que algo se acerca. Tendría gracia que el mapinguari me atacara mientras abono un trocito de selva. Sí, tendría muchísima gracia.

Termino a toda prisa y me pongo en pie. Me abrocho los pantalones con manos temblorosas mientras creo escuchar movimientos furtivos cerca de mí, pero apenas tengo tiempo de asustarme porque de repente se planta ante mí una criatura como jamás he visto y como jamás desearía haber visto.

Sus más de dos metros de estatura se yerguen ante mí amenazantes. A tan corta distancia el hedor que desprende es abrumador, insoportable por completo, y a duras penas consigo no vomitar. Observo sus garras, enormes, y me las imagino destripando a alguien sin problemas. El mapinguari me mira y abre la boca, enorme y oscura como la entrada a un túnel. Un ejército de colmillos desfila ante mí. Se les ve entrenados para matar. En principio el megaterio era un animal herbívoro, según me contó Joao, pero estaba claro que miles de años de evolución lo habían convertido en un carnívoro de primer nivel. De pronto el animal emite un rugido grave que me ensordece, me acobarda y me paraliza y siento que ha llegado la hora de mi muerte.

Dejo caer los brazos a los costados y al hacerlo mi mano toca algo metálico que había olvidado que se encontraba ahí. Se trata de mi cuchillo de caza, que llevo atado a la cintura. Un rayo de esperanza ilumina mi mente y me pregunto si podré cogerlo y empuñarlo antes de que la mole se abalance sobre mí. Mi respiración se acelera y mi corazón se dispara por la tensión. Estoy a apenas dos metros de la criatura, a apenas dos segundos de la muerte. Tengo que jugármelo todo a una carta, debo moverme y sacar mi cuchillo. Sin tiempo para pensarlo, me echo a un lado y ruedo sobre mí mismo, consiguiendo extraer el cuchillo por el mango. Me pongo en pie, dispuesto a enfrentarme a mi rival, que no se ha movido de su sitio, pero parece bufar enojado. Hombre contra bestia. Garras contra metal. Modernidad contra reliquia del pasado. La pelea se me antoja desigual, dado el tamaño del animal y su corpulencia, pero no creo que correr me vaya a servir de ayuda.

El mapinguari lanza la cabeza hacia adelante al mismo tiempo que su brazo derecho sale disparado como un relámpago rojizo hacia mí. Me aparto por puro instinto y las garras cortan el aire a dos escasos centímetros de mi cabeza. Parece que la pelea va en serio. Al tiempo que lo esquivo aprovecho para lanzar una cuchillada, pero el animal hace un rápido quiebro y mi cuchillo no encuentra el objetivo de su carne. No sé por qué lo llaman perezoso cuando sus movimiento son veloces como los de un felino. Tal vez la evolución tenga algo que ver en esto, en todo caso, me cago en la maldita evolución.

Mantengo el acero apuntado hacia él y el otro brazo estirado en paralelo, también en su dirección, mientras mantengo las piernas ligeramente flexionadas, en la típica postura del que lleva un arma blanca y está a punto de entrar en un combate cuerpo a cuerpo y que tantas veces hemos visto en las películas. El enorme perezoso parece evaluarme por unos instantes y quizá me está poniendo más nota de la que yo jamás me habría dado. Sudo lo indecible y me digo a mí mismo que debo intentar controlar el temblor de mis manos.

Me la juego atacándole de frente y para mi sorpresa consigo hundir mi cuchillo en un costado de su apestoso cuerpo. El animal lanza un alarido y se retuerce de dolor, quedando desprotegido ante mí por un instante. Debo aprovechar la ocasión y me apresuro a asestar un golpe mortal. Agarro muy fuerte con ambas manos el mango del cuchillo y me dispongo a saltar sobre él. Si ejecuto bien el movimiento, la muerte será instantánea. Me elevo en el aire, grito con furia, arqueo los brazos... Y en ese momento siento en mi cabeza el impacto brutal y traicionero de una gruesa rama de árbol salida de la nada. Me desplomo en el suelo, desarmado, al borde de la inconsciencia. Desde el suelo observo cómo la rama que me ha golpeado no es un arma que alguien ha utilizado en mi contra, sino que permanece pegada a su dueño, un árbol de gran diámetro, y se mueve ¡sola! La rama parece elevarse en el aire después de haber descendido para golpearme y por fin queda quieta, como debería haber estado siempre.

La visión se me nubla, pero antes de que me envuelva por completo la negrura tengo tiempo de ver al gigante rojo acercándose a mí furioso y entonces recuerdo las palabras de Edson y me doy cuenta de que tenía razón: la selva y él se protegen entre sí.

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Patapalo
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Un buen relato al que le podrías haber apretado un poco más las tuercas para hacerlo memorable. En la prosa hay algunas cosas que podrías ajustar, repeticiones y frases sin mucha enjundia que contrastan con otras brillantes, como por ejemplo:

El enorme perezoso parece evaluarme por unos instantes y quizá me está poniendo más nota de la que yo jamás me habría dado.

No obstante, creo que donde cojea es en el enfoque. Me da la impresión de que no te has animado a tirar claramente ni para lo humorístico ni para lo aterrador, y al final se queda algo tibio. Con los elementos que tiene, yo hubiera acentuado el lado gamberro. En vez de meterte en tantos detalles de si hay uno o dos esguinces o quién tiene qué (sobre todo porque los personajes no están nada perfilados, salgo el guía borracho), creo que le hubiera ido mejor dar más protagonismo a la voz narradora en la línea de la frase que te señalo.

Del accidente de la avioneta, por ejemplo, no creo que en este relato interese tanto lo que ha pasado como el modo en el que lo ha vivido el narrador. Ahí es donde deberías poner el acento, creo yo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Dr. Ziyo
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Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Patapalo.

Estoy de acuerdo contigo en que hay frases que mejorar y ciertas repeticiones.

Me ha pasado un poco como a torpeyvago en su relato del Polidori, he dotado al mío de connotaciones humorísticas y al mismo tiempo (pretendidamente) aterradoras, pero no se decanta ni a un lado ni al otro. Y esto te lo digo después de haberlo releído, pues ya no recordaba gran parte del mismo. Aunque tengo que decir que me ha gustado en conjunto, jajajajaa. no Tal vez el error sea querer hacer algo "serio" con pequeñas pinceladas de humor en tan poco espacio. Quizás en una novela sí que habría sitio para hacerlo sin que alterara el resultado final, pues yo recuerdo muchos de los libros de Stephen King en los que me he reído abiertamente en ciertos momentos de la narración a pesar de que el asunto del libro fuera sin duda terrorífico.

Tienes razón en lo de los personajes, no pretendía perfilarlos para nada, ya que básicamente eran carne de cañón que apenas iban a ocupar sitio en el relato. Por lo general, no suelo ahondar en la personalidad de los personajes (tratándose de relatos cortos tampoco me parece demasiado raro) prefiero ceñirme más a los hechos que les rodean, a las circunstancias que les llevan a actuar como lo hacen.

En cuanto a lo del accidente de la avioneta, quería dejar atados posibles cabos sueltos para que nadie me dijera cosas como: ¿y por qué no llevan lámparas de gas en una expedición a una selva? ¿Por qué no llevan provisiones? O cosas por el estilo, aunque quizás podría haber dado una explicación general en la que se viera claro todo sin alargarme demasiado.

Y creo que eso es todo. blush

 

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torpeyvago
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¡¡Enhorabuena!!

Me ha parecido un buen relato, con el que además he pasado entretenido un buen rato.

Como cosas buenas, el ambiente selvático y la búsqueda de críptidos en ambientes imposibles para el hombre incluso hoy en día. Lo preciso de la descripción del maripuri según los datos disponibles y la similitud de Joao con el biólogo David Oren —buena mezcla de capacidad científica y tenacidad—, el rayo verde capaz de matar en segundos, la guardería mutua de selva y críptido, aunque al principio me chirrió el título porque parecía más bien «La guardiana del mapinguarí» que «El guardián de la selva». Me parece original, aunque llega a chirriarme un poco —sólo un poco, ojo—, la evolución hacia el «carnivalismo», lo que también justifica la rapidez de movimientos de la que carece un gran hervívoro en según qué circunstancia —no rumiantes—. Podría sustituirse por la fiereza de un hervívoro, como la ferocidad del toro de lidia, aunque sigue quedando la rapidez de movimientos.

El texto se lee con facilidad y los saltos temporales son muy claros —¡qué envidia me dais en esto, cabro..., digo, compañeros!—. El argumento muy clásico pero funciona perfectamente. A pesar de que el foro no es el mejor ámbito de lectura, especialmente para los cegatos como yo, ha resultado realmente placentero leerlo.

Ahora viene lo que no me ha gustado, que aunque es mucho menos, seguro que al explicarlo abulta mucho más blush .

En primer lugar, el principio se me hace algo ñoño, y puede resultar difícil de conectar con la historia. Y es una lástima porque creo que la escena está muy bien escogida. No, no es exactamente el tono, es, creo yo, el orden en el que se narran los acontecimientos de la propia escena, y ahí es donde interviene el tono. Porque, y llevas razón al hablar de los «Licántropos, C.B.», creo que esa mezcla de tonos, uno normal, que no necesariamente humorísitico, pero sí desenfadado y otro trágico es muy adecuada para relatos de terror, horror y pánico. Pero puede ocurrir, como me pasó a mí, que se nos corte la mayonesa y que no ligue el relato en condiciones. Desde luego, a los genios les da resultado: sólo hay que leer el comienzo de «Las aventuras de Athur Gordon Pym», y eso que es una novela corta escrita a retazos. Pero lo dicho, es un recurso que, si no se emplea bien, puede dar lugar a la impresión de que el autor no sabe hacia donde tira.

La escena del a taque nocturno se me hace confusa. Precisamente las escenas en las que hay confusión se debe trabajar la precisión —de nuevo hablo desde la experiencia... desde mis malas experiencias crying, es algo más a trabajar— porque es muy difícil transmitirle al lector la escena sin caer en el caos. Por eso, sin embargo, me gusta mucho la lucha final. Está descrita con orden, aunque es cierto que es una escena más lenta que la otra, pero queda sin duda mucho más clara hacia el lector y no se le quita ni un poquito de sensación de combate, lucha, emoción.

Hay algunas expresiones que me «chirrían» sin ser incorrectas y sin resultar clichés. Ya digo, que simplemente me chirrían: «La trágica muerte de Lucio había helado nuestros ánimos e introducido una bocanada de miedo en nuestros corazones» por poner dos ejemplos juntos. Aunque también es cierto que hay frases increíbles como la que señala Patapalo.

A algunos personajes les habría aumentado sus atributos y atribuciones, porque el protagonista se queda un poco cojo, el guía va relativamente bien pero lo veo mejorable y Joao quizá hubiese requerido alguna caracterísitica más. No sé, quizá algún adjetivo, una acción propia... especialmente al principio cuando muestras las acciones de manera genérica, podrías particularizar un poco para mostrar cómo es cada uno de esos personajes según esas acciones.

Por último, el final me encanta. Sí que es cierto que hay mucha gente a la que no le gusta la primera persona «imposible», ésa que al final muere y no habría sido capaz de relatarnos lo que le sucede, pero para mí es una narración impactante a pesar de lo ilógico. Tan solo que, personalmente, no habría sido tan explícito con la actuación del árbol, dejando algo a la imaginación del lector —pero no me hagas caso, que ya sabes cómo me va a mí con eso: luego no se entera nadie de lo que trato de escribir—.

De nuevo, enhorabuena y gracias por hacerme pasar un buen rato de lectura.

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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

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Bio Jesus
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Buenas. Pasaba por aquí...blush

Doy mis impresiones personales, 100% subjetivas y opinables. Y obviables, claro.no

Un buen relato, del tipo “expedición maldita” tan en boga en las pelis de los 70. Tenso y con momentos brillantes como en el que Daniel descubre poco a poco a las víctimas del ataque nocturno. Ahí la alarma y la confusión se palpan.

Además tiene un” leif motiv” que poco a poco se va desgranando: la selva protege al críptido. Una idea bien trabajada y que hace fluir la historia. El final es inexorable y así se resuelve.

Yo hubiera cambiado el orden temporal de los sucesos, planteando la “escena española” al inicio, en un orden cronológico. Eso habría ayudado a mantener la tensión “in crescendo”. Tal como la planteas ahora hay un efectos de ”dientes de sierra” que, en un relato tan corto, no te beneficia. Además podrías  conservar los detalles  de humor que, por cierto, dominas de una manera envidiable (si, tengo envidia, ¿qué pasa? angry) cerca del inicio e irlos haciendo desaparecer poco a poco a medida que el terror aumenta.

Otro punto que habría dado mucho empaque a tu historia es el desarrollo de los personajes.  Algunos son carne de cañón, están ahí poco más que para ser picados, triturados o degollados. Necesitarían unos detalles de personalidad (una broma, unas lágrimas, etc) como cuando Fran llama “Edson Alelao de Nacimiento” al guía. Ese comentario le retrata, ya no hace falta más. Pero al resto los veo desdibujados. Y hablando de Edson, tiene mucho potencial. Yo le quitaría lo de borrachín, daría más peso a su intervención.

El final, ya te lo he dicho, es el que tiene que ser. Tal vez hubiera hecho más triunfalista al prota, más eufórico con en su cuasi-victoria para que el contrapunto del golpe de rama y derrota definitiva fuera más intenso.

El relato me ha gustado, pero creo que necesita un poco más de extensión para desarrollar todo su potencial. Creo que merece una segunda oportunidad.

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Dr. Ziyo
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Muchísimas gracias, don torpeyvago y Bio Jesus por perder unos minutos de vuestro tiempo en leer mi relato y otros minutos más en comentarlo.

He disfrutado mucho con vuestros comentarios, no sé, ha sido como leer una carta de un amigo, a pesar de que en ellos se señalen obviamente los errores lógicos que cualquier relato pueda tener y que es fundamentalmente lo que uno espera cuando expone aquí un relato, porque si todo fueran alabanzas no se aprendería nada de nada. Es algo que siempre les digo a los pocos amigos que me leen: sed sinceros y decidme lo que os parece de verdad, con lo bueno y lo malo.

Contestaré primero a don torpeyvago, por ser el primero en comentar.

Cuando comento que el mapinguari ha evolucionado de herbívoro a carnívoro es evidentemente una licencia que me tomo para hacer que la historia fluya como yo deseaba, porque no me imagino a alguien huyendo aterrorizado de un perezoso gigante que mastica plantas y se mueve con la presteza de un caracol relajado, jajaja. No creo que sea muy habitual que un animal cambie sus gustos alimenticios a través del tiempo, aunque eso Bio Jesus en su calidad de biólogo sin duda podrá responderlo mejor.

Cuánta razón tienes en lo del tono y en que me pasa como a ti en Licántropos CB. Me gusta poner cosas humorísticas en los relatos, aunque sean serios. Es algo que hace muy bien Stephen King y yo lo admiro por eso y creí que a mí me podría salir también (ya veis, emulando al maestro, jajaja)no pero me parece que no he sabido equilibrar la balanza, o tal vez sea que en un relato de tan corta extensión las bromas quedan mucho más juntas unas de otras y dan la sensación de relato humorístico. En fin, que hay que saber cómo y cuándo poner ese punto de humor sin pasarse.

Por cierto, qué gusto da cuando un compañero te dice que envidia de ti cierto aspecto puntual a la hora de escribir. ¿No os pasa?

La escena del ataque nocturno no la recuerdo ahora mismo, ya que hace bastante tiempo que escribí el relato, pero la repasaré para ver por qué resulta confusa; una de las cosas que menos me gustan a mí en cualquier cosa que leo.

¡Malditas expresiones que suenan como clichés! Mira que me da rabia cuando me lo decís, porque me esfuerzo en no hacerlo y cuando me doy cuenta he vuelto a caer en la trampa. A ver si consigo erradicarlas de una vez. En cuanto a la frase que apuntó Patapalo, sí, a veces tengo frases buenas, lo reconozco, jajajaa.enlightened

Me alegro mucho de que te haya gustado el final, aunque sea "imposible", cosa que a mí como lector no me importa en absoluto y lo leo como si fuera lo más normal del mundo. Lo del árbol me pareció conveniente exponerlo así, aunque los que ya me conocéis por aquí sabéis que se me debería llamar Dr. Ziyo I El Explícito. Algo que tengo que corregir y que me cuesta, y no porque dude de la inteligencia de los que me leen, sino que me sale solo, es como una necesidad de dar información, o de ser claro, yo qué sé... devil

Y nada más, muchas gracias de nuevo y encantado de haber conseguido entretenerle al menos, no pido mucho más. Ah, por cierto, no conozco a David Oren, jeje. enlightened

Y ahora es el turno de Bio Jesus.

Vamos a lo primero. Me parece muy interesante lo que comentas de los "dientes de sierra" y de la idea de comenzar el relato con la "escena española" para darle tensión. La verdad es que ni se me ocurrió cuando lo escribí y creí que quedaría bien de esa manera.

Seguimos con esta frase:

Además podrías  conservar los detalles  de humor que, por cierto, dominas de una manera envidiable (si, tengo envidia, ¿qué pasa? angry) cerca del inicio e irlos haciendo desaparecer poco a poco a medida que el terror aumenta.

No sabes el piropo que me acabas de hacer con esto del humor, y entiendo que esa envidia tuya es sana, jajajaa. enlightened Y no puedo estar más de acuerdo en lo que propones en cuanto a "sembrarlos" al principio para ir quitándolos poco a poco. Es algo que me apunto para otra vez.blush

En cuanto a los personajes, hay algunos que son carne de cañón, efectivamente, y tal vez debería darles más personalidad a otros, pero me centro siempre más en la propia historia que en ellos. No sé si es un defecto, tal vez sí al parecer; en todo caso también es cierto que recuerdo que el relato se me echaba encima del límite de palabras y me salió así, con sus pros y sus contras. El hacer a Edson borrachín era en parte para dar lugar a ciertas escenas de comicidad. no

Pues nada, muchas gracias de nuevo y me alegro mucho de que te haya gustado. Tal vez tengas razón en que la historia se queda corta en extensión. Si no me equivoco, me parece que tuve que recortarle escenas y palabras porque me excedía del límite. Lo que pasa es que tengo tantas cosas por terminar y por escribir que creo que, de repasarlo, será dentro de bastante tiempo.

Y nada más. Saludos a ambos. yes

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