OZ entrevista a Ismael Martínez Biurrun
Hoy tenemos con nosotros a este escritor navarro con motivo de la publicación de su segunda novela con 451 editores
Ismael Martínez Biurrun, nacido en Pamplona en 1972, es licenciado en Ciencias de la Información y se ha especializado en la escritura y desarrollo de guiones cinematográficos. Ha publicado "Infierno Nevado" (Equipo Sirius, 2006), una fantasía histórica inspirada en el universo de H. P. Lovecraft, y "Rojo alma, negro sombra" (451 editores). Es miembro de Nocte, la Asociación Española de Escritores de Terror.
"Rojo alma, negro sombra", tu segunda novela, impacta ya desde el propio título, el cual, tengo entendido, alude al mundo del grafitti. ¿Qué se esconde tras éste? ¿Encontraremos muchas referencias en la obra? Háblanos un poco de ésta.
“Rojo alma, negro sombra” es básicamente una novela de suspense, pero se compone de muchas capas distintas —dramas familiares, asesinatos, rupturas, elementos fantásticos— que están superpuestas o en fuerte contraste, y en ese sentido se parece al efecto que producen los grafitis. El título proviene de dos colores de esprais muy conocidos, y una de las historias que integran el libro es la de un chico de quince años que se escapa de casa para hacer unas pinturas muy especiales. Pero en absoluto es una novela “sobre el grafiti”. Sería lo mismo que decir que Moby Dick era una novela sobre la fauna marina.
Alguien me comentó que en la presentación del libro en Madrid te animaste a aclarar que las presencias fantasmales de la novela no son meras metáforas, sino que, realmente, hay elementos fantásticos en la trama. ¿Hay un cierto temor a reconocer que la fantasía es un lenguaje válido en literatura?
Literatura es sinónimo de fantasía. Desde el momento en que usamos la forma narrativa estamos fantaseando. Para mí no existe una diferencia sustancial entre inventarse una conversación con el vecino en el ascensor e inventarse un ataque de seres alienígenas de otra dimensión. El escritor tiene todas las opciones abiertas, el papel no le pone límites. Esa supuesta jerarquía de calidad que coloca a la literatura realista por encima de la fantástica sólo se basa en prejuicios y complejos desfasados. En mis novelas, lo fantástico y lo real son dos caras de una misma moneda, no me funciona lo uno sin lo otro. Mis fantasmas son auténticos en un doble sentido: están ahí como fenómeno fantástico, inexplicable pero cierto, y al mismo tiempo encarnan conflictos psicológicos que todos reconocemos de nuestra vida real. Todos sabemos lo que es tener remordimientos, lo que es sentirse atado, o tener ganas de abrirle la cabeza a alguien que nos ha humillado.
Para la publicación de la obra has decidido apostar por una nueva editorial: 451 editores -en referencia a la novela Fahrenheit 451-. ¿Qué tal ha sido la experiencia? ¿Se abren nuevas vías para los autores nacionales?
Realmente fueron ellos quienes apostaron por mí. A veces los escritores noveles enviamos nuestros manuscritos a editoriales que nos parecen tan ideales y perfectas que estamos seguros de que jamás nos contestarán, pero en este caso resultó que sí contestaron. Tuve la gran suerte de que Javier Azpeitia se leyó mi novela, sin conocerme para nada, y le entusiasmó. Por suerte existen algunas editoriales generalistas como 451 que no tienen complejos a la hora de publicar cualquier género y a cualquier autor, incluidos los españoles noveles, si el material que presentan les parece bueno. Es cierto que los autores de fantasía nacionales seguimos jugando en desventaja respecto a los autores anglosajones, pero creo que este es un buen momento para dejar de lamentarse y ponernos exigentes con nosotros mismos. La principal batalla es la originalidad, tanto en los argumentos como en el estilo. La literatura fantástica vive demasiado apegada a los clichés argumentales y al lenguaje del género, y tenemos que romper ese círculo vicioso y arriesgar un poco si queremos codearnos con los autores de literatura mainstream. Eso no significa renunciar a los fantasmas, los vampiros o los ovnis; significa contarlos de otra manera.
La confección de una novela es una tarea importante. ¿Qué nos podrías comentar de tu método de trabajo, de cómo abordas un proyecto así?
Escribo muy despacio porque no paso al siguiente párrafo hasta que estoy convencido del que he terminado, pero intento escribir todos los días, aunque sea media página, para no perder el hilo y el ritmo de la historia. En mi caso el mejor momento es temprano por la mañana, cuando todavía hay silencio y tengo las defensas bajas, osea, que soy capaz de escribir cosas que en otro momento no me atrevería. A veces las releo por la noche y me parecen una basura, pero casi siempre son mejores que lo que escribo cuando la cabeza ya está rodada del día y prevenida contra las ideas extravagantes.
Fotografía de Joel Martínez
En este sentido, ¿tu experiencia en el mundo audiovisual, en concreto en la realización de guiones, te aporta algunos recursos o utilizas métodos totalmente distintos?
En ambos casos se trata de contar una historia de la manera más eficaz, pero una novela se escribe de forma muy distinta a un guión, casi opuesta. Según lo veo yo, el guionista tiene la obligación de ser preciso y no desperdiciar un solo minuto, mientras que el novelista tiene la obligación de experimentar, de “perder el tiempo” en episodios o ideas que no sean matemáticamente necesarias para la trama pero que aporten profundidad o incluso confusión. Sé que va a sonar a excusa de mal escritor, pero yo creo en la imperfección de la novela. Las novelas demasiado planificadas y revisadas, y que cuadran como un balance perfecto suelen ser frías, de cartón piedra. La vida real es una improvisación constante, y algo de esa improvisación debe permanecer en la literatura para que se sienta real. Pero claro, la historia tiene que ir hacia alguna parte, y en ese sentido no está mal tener en cuenta algunos conceptos básicos del guión como la estructura en tres actos. Los tres actos no son una ocurrencia de Hollywood, por cierto, sino de Aristóteles. Hace mucho tiempo que esto de contar historias ya está inventado.
¿Qué autores dirías que te han servido de inspiración, o te han influido, en tu carrera literaria? ¿Y en "Rojo alma, negro sombra" en concreto?
Pertenezco a la generación que creció leyendo a Stephen King, es la referencia inevitable. Creo que es uno de los mejores narradores del siglo y estoy dispuesto a reivindicarlo donde haga falta. Pero hace tiempo que pongo velas a otros santos: Jonathan Lethem, Don Delillo, Chuck Palahniuk… Se trata de gustos, más que de influencias, porque el mecanismo de las influencias siempre es invisible, escapa de nuestro control. Mi ideal de prosa, sencilla, intensa y con un punto lírico, lo encuentro por ejemplo en “La feria de las tinieblas” de Ray Bradbury. Pero dudo que jamás logre a acercarme a él.
En tu primera novela, "Infierno nevado", se percibían ciertos ecos de Lovecraft. ¿Es un estilo que ahora te llama menos o encontraremos todavía algunos elementos en tu nueva obra? A priori, tienen enfoques bien distintos...
“Infierno nevado” está inspirada en un sueño de Lovecraft, tenía ambientación histórica y la escribí con un estilo romántico prestado de otra época. No tiene nada que ver con “Rojo alma, negro sombra”. Para ésta me he tenido que inventar una voz propia, me he tenido que preguntar: ¿cómo escribe Ismael Martínez Biurrun? Y éste es el resultado. Provisional, claro. Supongo que la búsqueda de estilo es un proceso que no termina nunca.
Hace poco se falló el premio Liter de literatura de terror, que recayó este año en Óscar Bribián. Si no me equivoco, fuiste el último en ganarlo antes de que se suspendiera la convocatoria. ¿Qué sensación te produjo saber que se recuperaba este galardón?
Para mí el premio Liter tuvo un significado muy especial por motivos personales, aunque se trate de un premio humilde y sin dotación. Me sacó de un bache anímico en mis esperanzas literarias, y sobre todo me sirvió para conocer a David Jasso, que además de ser un ejemplo como escritor y el precursor del nuevo terror en España se ha convertido en una especie de padrino para mí, mal que le pese. Los ganadores del Liter tenemos el privilegio de ser jurado en la convocatoria siguiente, así que puedo alardear de haber contribuido al descubrimiento de Óscar Bribián (último ganador) y espero que el premio le traiga tanta suerte como a mí, o más.
Otro tema que creo que te toca cercano es el de las nuevas tecnologías, Internet en concreto. ¿Qué influencia dirías que tiene este medio en la literatura actual y en el mundo editorial?
Es muy difícil pronosticar cómo van a afectar internet y los formatos electrónicos al mundo editorial. Pienso que no se producirá una revolución tan rápida y radical como con el mundo de la música. Creo que el libro de papel tiene muchas más ventajas de las que tenía el disco de vinilo sobre el digital, por ejemplo. Pero cuando el libro electrónico se generalice, posiblemente comiencen a desaparecer las ediciones baratas y el libro de papel se convierta en un objeto de diseño. Los libros deberán tener obligatoriamente un valor estético además del contenido literario.
En cuanto a la forma de escribir, me da miedo pensar cómo está afectando el lenguaje rápido y sin ortografía de los móviles y los e-mails a la cultura escrita de las nuevas generaciones. Un consejo general para quien quiera enviar un manuscrito a las editoriales: revisad antes la ortografía y la puntuación. Es mucho más importante que ponerle una portada bonita.
Aprovechando que te mueves en ambos ámbitos, vamos a plantearte una pregunta maliciosa: ¿por qué crees que hay tantos escritores que están deseando ver sus obras adaptadas al cine? ¿Un simple tema económico o más bien un poso cultural?
Es inevitable, ¿a quién no le gusta el cine? Las últimas generaciones nos hemos educado narrativamente viendo películas, nos cuesta ver el cine y la literatura como compartimentos estancos, y en cuanto escribes una novela con estilo ágil y muchos diálogos todo el mundo te dice: “esto es una película”. Ahora han llegado los videojuegos e internet y puede que cambie también la forma de narrar. Será interesante ver cómo escriben las próximas generaciones. Y qué clase de cine hacen.
¿Nos podrías recomendar algún libro que te haya impactado particularmente?
Dos libros recientes: “La carretera”, de Cormac McCarthy, y “La memoria del tiburón”, de Steven Hall. Dos ejemplos de literatura de género publicada a bombo y platillo por editoriales generalistas.
Para terminar, ¿qué nos puedes contar de tus próximos proyectos?
Estoy terminando una novela que en cierta forma toma elementos de las dos anteriores, porque tiene una parte histórica y otra contemporánea. Estoy muy contento de cómo va saliendo, pero me sucede una cosa terrible: en cuanto se acercan las páginas finales de una novela, empiezo a obsesionarme con la próxima. Lo primero que hago cuando pongo el punto final a una novela es abrir un documento nuevo de Word y comenzar con el primer párrafo de la siguiente. De hecho, confieso que ya tengo escrito el primer párrafo de la próxima. Pero para mí esta obsesión es también una bendición; estuve varios años sufriendo un bloqueo, sin saber qué diablos escribir, y eso no se lo deseo a nadie.
Pues mucha suerte con esa nueva novela y muchas gracias por brindarnos esta interesante entrevista.
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