AMARAS AL MONSTRUO POR ENCIMA DE TODAS LAS COSAS
I
—¿Por qué, padre, por qué? ¿Por qué me diste y ahora me odias y me rechazas?
—¡Calla, engendro! ¡No quiero volver a escuchar salir esa palabra de tu boca! Solo siento náuseas al mirarte ¿¡Cómo voy a sentirte como un reflejo de mi ser!?
—No logro comprender tal animadversión por parte de alguien que debería amarme— dice, para sí, la criatura.
Víctor Frankenstein pasea a un lado y a otro de la sala, sin perder de vista a su criatura.
—¡Qué vergüenza me da mirar a esta mi creación!—rezonga mientras pasea—¿¡Cómo puede pedirme amor esta abominación!?
—Dime, padre ¿Cuál ha sido mi pecado? ¿Por qué razón me veo expulsado desnudo e indefenso de "tu Paraíso"?
Agarrando un tronco prendido que sobresale de la chimenea amenaza a la criatura.
—¡Te he dicho que no me llames así! ¡Yo no puedo ser el padre de un monstruo!—Víctor comienza a reír con crueldad al ver como la criatura retrocede, atemorizada por el fuego— ¡Mírate, cosa ridícula! Esa piel amarillenta y apergaminada que denuncia al mundo tu cuna putrefacta ¿Y qué me dices de ese cabello negro, largo y descuidado, impropio de una criatura civilizada? ¿O de esos dientes que quizá tengan la blancura de la perla pero que con ello sólo se hace aun más espantosamente ridículo ese rostro de ojos de res sacrificada y labios estirados y negros?— Víctor tiene a su criatura acorralada contra un rincón, arrodillada, asustada e implorante — ¡Ah! No hay mortal capaz de soportar el horror de mirarte. Suplícame que acabe con tu sufrimiento, desdichado aborto.
—Padre.... Por favor... Te lo ruego... Ámame, como amas a todos los demás.
—¡Calla!—exclama apuntándole con la antorcha como si fuera el dedo de Dios Creador —¡Yo te he dado vida, yo soy el único dueño de tu cuerpo y tu alma, solo yo puedo arrebatarte todo eso!
—¡No, por favor, padre! ¡Seré bueno! ¡Seré bueno!
—Qué ridículo eres—Víctor escupe a la criatura con desdén y desprecio, luego con crueles carcajadas se ríe de ella — ¡Yo soy Prometeo y, tras crear con arcilla a este monigote, puedo dar y quitar la vida con el fuego que he robado a un dios anciano y caduco!—Víctor parece realmente enloquecido.
Aquella criatura de alrededor de 2'44 metros de altura, arrodillada y mirando a su creador como quien mira a un dios furioso apunto de castigare por algo que no termina de comprender, no puede ser más humana.
Entre risas, Víctor golpea los brazos de la criatura con la antorcha.
—¡Para, padre, por favor!
—¿¡Y si no qué!? ¿¡Qué me harás, cosa repulsiva, si no me detengo!? ¿¡Serás capaz de golpear a quien te dio la vida!? —Víctor no se detiene ni cuando la antorcha termina de apagarse contra la herida piel de la criatura. Sigue golpeando hasta que la piel se abre y muestra el inútil sistema circulatorio y los músculos.
Pero la criatura no toma represalias, se deja apalear mientras se pregunta si él aun puede morir.
Finalmente, Víctor, agotado, arroja el tronco y abandona dando trompicones aquel salón.
—Muérete y no molestes—es lo último que dice Víctor antes de cerrar dando un portazo y dejar a su creación en la más absoluta oscuridad.
II
—Elegí las piezas más proporcionadas. Quise darle los rasgos más hermosos ¿Y cómo me lo agradece? Me pide amor ¿Acaso puede el hombre amar a las hormigas? No, simplemente las permiten vivir ¿Acaso no ve un Dios a sus creaciones como meras hormigas? ¿Ha de amarlas cuando son criaturas tan ridículas a su lado? Deberían sentirse afortunadas por permitírseles siquiera respirar.
Alguien llama a la puerta del despacho de Víctor.
—Pasen—dice con desidia, Víctor.
Un criado entra atropelladamente.
—¡Señor! ¡Él....! ¡La criatura huyó y los aldeanos la han prendido! ¡La van a ajusticiar!
—¿Y a mí qué? Bien merecido seguro se lo tendrá.
—Pero, señor...
—¿¡Qué!?—Víctor enfrenta al criado con gesto furibundo.
—Nada... Nada, señor—el cobarde criado sale huyendo.
A un kilómetro de la residencia de Víctor Frankenstein, en la Plaza Mayor de la aldea ya está montado el patíbulo. La criatura mira con pesar y tristeza a la multitud furiosa que rodea al ingenio de muerte y a él.
—Solo quise besar una estrella, como hacían los otros muchachos del pueblo. Sin embargo, solo es a mí a quien ponéis esta soga al cuello—le dice la criatura al pueblo furioso. Su timbre de voz es tal que el silencio reina de repente entre los aldeanos que le miran ahora sorprendidos de que una bestia así pueda hablar con tanta sensibilidad y sabiduría.
La muchacha con la que le sorprendieron besándose, se aprieta ahora contra su madre y su padre para hacerse la ofendida y salvarse de las burlas, dimes y diretes que pudieran acusarla de bestialismo ¿Por qué es más importante la apariencia que escuchar los buenos consejos de nuestra verdadera naturaleza?
—¡Es el diablo quien habla a través de esa cosa!—rompe el silencio un muchacho conocido por su falta de moral y tendencia a los mayores vicios.
Progresivamente la irracional fiebre homicida regresa a los aldeanos.
—No esperes a que el monstruo se haga entender, pues lleva toda la vida intentando que le entiendas y tú haciendo oídos sordos— se lamenta la criatura para sí mientras soporta una nueva lluvia de fruta podrida e improperios.
Al fin el verdugo acciona la trampilla y el suelo cede bajo los pies de la criatura.
Nada.
La criatura cuelga y se bambolea pero no muere. Cunde el pánico entre la multitud que huye en todas direcciones creyéndose en presencia de una obra del maligno.
III
—Mírate—Víctor solo ha acudido a la plaza para burlarse de la criatura —. Un pelele. Un inútil ¿¡Tienes complejo de marioneta, cosa inútil!? Sabes que no puedes morir—se acerca a la criatura que sigue colgando por la soga de la horca — ¡No puedes morir! ¿¡Me oyes, colección de injertos!?— le grita a pocos centímetros de su cara — ¡Para morir hay que ser! ¡Tú ni siquiera estás realmente vivo! ¡Eres una maldita cosa! ¡Un mueble que cree tener entendimiento! ¡Hasta un cactus está más vivo que tú, imbécil!—Víctor está fuera de sí, prácticamente escupe a la criatura al hablar —¿¡Te vas a quedar ahí colgado!? ¿¡Acaso tienes complejo de morcilla!?—Víctor le da la espalda y se dirige al criado que le ha acompañado hasta allí. El hombre lleva consigo una escopeta de caza de dos cañones —¿Sebastián?
—S... Sí... Se.... Señor— tartamudea el criado.
—Adelante—Víctor se aparta de la línea de fuego —. Esta cosa necesita algo de motivación para moverse.
—Pe... Pero... Se... Señor...
—¡Obedece! ¡O te juro que le harás compañía en la horca!
El criado cierra los ojos con fuerza y aprieta el gatillo. Un disparo. Luego otro. El cuerpo de la criatura se balancea con cada impacto pero no hay reacción aparente.
—¡¡¡Reacciona, maldito engendro, solo yo puedo decidir cuándo te mueres!!!—Víctor, ya completamente enloquecido por la rabia que le invade al ver que las cosas no salen como él desea, agarra por las solapas a la criatura y prácticamente se cuelga y balancea con él.
—¡Víctor von Frankenstein!—los ojos de la criatura se abren de repente y su tono de voz carecen de toda calidez anterior —¡Suéltame!— de un manotazo se quita a Víctor de encima y lo envía por los aires varios metros atrás— ¡No te cansas de repetir que no soy nada tuyo, que ni siquiera soy ALGO!—con la facilidad con la que se aparta una telaraña la criatura troncha la horca y se arranca la soga del cuello —¡Bien! Si ni siquiera existo para ti ¿¡Por qué he de tener sentimientos humanos como la piedad!?—la criatura avanza hacia Víctor, quien completamente aterrorizado intenta apartarse de ella arrastrándose entre los adoquines de la plaza pero sin dar la espalda a la amenaza. —Dime, Víctor ¿¡Por qué debería tener piedad de ti!?
—¡Sebastián! ¡Dispare a la cabeza! ¡Maldita sea...! —pero Sebastián ya no está allí. Salió corriendo en cuanto la criatura "se reanimó".
—¿¡Por qué me das la vida y luego me dejas tirado en un rincón!? ¿¡Por qué me creas y luego me desprecias!?—la criatura se detiene a pocos centímetros de Víctor, este ya no puede retroceder más pues acaba de tocar con su espalda el muro de una de las casas —No eres ningún dios, Víctor ¡tan solo eres un niño que se aburre fácilmente!— la criatura alza su pie por encima de la cabeza de Víctor. El barro de la suela de su bota mancha la cara de su creador — ¡Yo! ¡Yo si soy un dios!— como una espada de Damocles la bota de la criatura pende sobre la cabeza de Víctor von Frankenstein — ¡Deberías estar contento, Víctor! ¡No eres Dios pero has creado a uno! ¡Y, ahora, arrodíllate y suplica por tu vida a tu Dios! ¡¡¡SUPLÍCAME POR TU VIDA, VÍCTOR!!!
Víctor cierra los ojos con fuerza y pone los brazos sobre su rostro como inútil protección. La bota cae con rabia y...
Cuando Víctor vuelve a abrir los ojos solo queda una huella de bota a escasos centímetros de su cuerpo y una promesa susurrada al oído antes de que la criatura se marchara.
—Ahora tu vida y la de los tuyos me pertenece. Yo decidiré cuándo y cómo acabará. Mientras tanto... Feliz Día del Padre.
Relato admitido a concurso.