Vertigo Voices: Deadenders

Imagen de Kaplan

Reseña del volumen de Planeta DeAgostini que recopila la serie de Ed Brubaker y Warren Pleece

 

Ed Brubaker es hoy uno de los guionistas más reputados del cómic más comercial. Su labor en Capitán América, Daredevil, Gotham Central, Catwoman o Batman, por señalar solo las más celebradas en este campo, destacan por alejarse de la tónica habitual de las sagas pequeñas pensadas para ser reeditadas en tomos y el tan preocupante como endémico decompressive storytelling. Las suyas son sagas que enlazan con la esencia del personaje y ayudan a actualizarlo desde el respeto y un cierto orden (en cierto modo, una versión serena y no lisérgica de Grant Morrison).

Al margen de esta carrera ligada a los superhéroes, Brubaker ha desarrollado otra donde ha dado rienda suelta a su pasión por el género negro. Es aquí donde ha logrado sus mayores hitos: Criminal, Incognito, Sleeper, La escena del crimen... En estos títulos es donde destaca entre el resto de buenos artesanos del sector y encuentra un lugar exclusivo y bien identificable, heredado no tanto de otros guionistas de cómic como de los grandes escritores clásicos de noir.

Entre medias de estos dos grandes campos se encuentra Deadenders, la aportación más longeva de Brubaker al sello Vertigo y también la más inclasificable. Nacida con vocación de serie larga, las ventas no fueron las esperadas y forzaron su cierre prematuro cuando aún no había llegado a la veintena de números. Queda, por tanto, una historia algo descompensada entre el principio -lleno de presentación de personajes, contextualización...- y un final en el que Brubaker se ve obligado a cerrar tramas a marchas forzadas.

El protagonista de Deadenders es Beezer, un joven que mercadea con anfetaminas en un distrito exterior de Nueva Belén años después del Cataclismo, un desconocido fenómeno que trastocó las condiciones de vida de todos sus habitantes. En los distritos interiores se dispone de luz solar y bienestar social, mientras que en los exteriores la juventud malvive trapicheando droga y compitiendo con sus motos scooter. Sin embargo, unas extrañas visiones llevarán a Beezer a preguntarse qué ocurrió en el Cataclismo y a ser perseguido por las fuerzas del orden de Nueva Belén. Deadenders consiste, pues, en una alucinada mezcla entre las historias de bandas modders y la habitual pesadilla distópica. A diferencia de otras aventuras futuristas, Brubaker opta aquí por centrar el foco en la incontenible rabia juvenil como leit motiv, dejando para los últimos números el argumento de ciencia-ficción, que hasta ese momento estaba siendo más un mcguffin que otra cosa.

Es fácil rastrear aquí al Brubaker más desconocido, aquel que se inició en el mundo del cómic como autor completo en títulos de corte independiente y autobiográfico como Lowlife. En otras palabras, la estética y la temática de Deadenders están más cerca del Agujero Negro de Burns y las historias más marcianas de Clowes que de Sandman o 100 Balas. Es una pena que las buenas ventas no acompañaran a esta serie, ya que se privó al lector de la oportunidad de disfrutar de un rico universo de historias que ya había sido establecido y en el que su creador se encontraba muy a gusto.

Hay que destacar de igual modo la labor de Warren Pleece como dibujante, a medio camino entre Jack Kirby y el estilo underground de los autores mencionados líneas atrás. Como ocurre con los guiones, el futuro que plantea Pleece (acompañado a las tintas ni más ni menos que por Cameron Stewart) no es el de las civilizaciones majestuosas de Moebius, precisamente.

La edición de Planeta DeAgostini de este Vertigo Voices se completa con la primera aportación de Brubaker a Vertigo, un especial en el que se recupera una figura olvidada del Universo DC, Prez, el Presidente Adolescente. El interés de este especial es anecdótico y está enfocado al más puro completismo, ya que ni la historia (en esencia, una más de desencanto y desarraigo juvenil) ni el personaje dicen demasiado.

Deadenders constituyó, en definitiva, una gran oportunidad desaprovechada de hacer algo diferente en Vertigo. Una propuesta arriesgada, ajena a las modas y llena de calidad y personalidad que merece ser recuperada más allá de su abrupto final.

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