Superhéroes made in Jan

Imagen de Anne Bonny

Petisoperías sobre las creaciones del conocido historietista en su primera etapa de Superlópez

Superlópez nació como parodia de los superhéroes americanos. Ésta es una perogrullada indispensable cuando se habla del personaje, y algo que, paradójicamente, se desdibuja a medida que avanza la serie. Sin duda, todo lector que haya seguido sus peripecias se habrá percatado de cómo el marco de la parodia se iba quedando pequeño para este gran autor hasta el punto en el que, creo yo, se convierte en algo anecdótico.

 

Parodias de superhéroes, de hecho, hay muchas, y se podría decir que las de Superlópez tampoco son las más ajustadas, ni las más actuales, ni las más descarnadas. Como el mismo autor ironiza a través de su personaje en una de sus aventuras, Jan no es experto en superhéroes, sino en guías turísticas. Y puede que sea precisamente eso lo que haya salvado al personaje, dándole su espacio propio.

 

Superlópez sigue siendo el tío en pijamilla azul con la “ese” de Superman y el mostachillo castizo debajo de la gran nariz. Sin embargo, mucho ha cambiado en las aventuras que vive (y más todavía, aunque algo desafortunadamente a mi parecer, en los últimos tiempos).

 

Aquellos que hayan leído “El génesis de Superlópez”, tanto en su recopilación de Olé como en las tiras originales (que son del año la polca –como esta expresión-), se habrán quedado sorprendidos con el cambio del personaje. Allí es cuando Superlópez es realmente un personaje paródico y, sobre todo, plano. Los chistes son muy muy cortos y muy muy tópicos, y los propios dibujos transmiten correctamente, pero poco más. Desde luego, hay unos cuantos puntos muy graciosos, pero llama la atención ese toque acartonado que muestra lo que es: una obra limitada en muchos aspectos.

 

Curiosamente, cuando se abre la serie “Olé”, que lo hace con una serie de historietas muy en la línea de la parodia (con una especie de remake, incluso, de la llegada de Superman a la tierra tamizada con el filtro nacional), ya se nota otro estilo. Las historietas son más ágiles y van más allá de la simple parodia. Los personajes se perfilan y, poco a poco, se salen de la órbita de la más pura imitación cómica. Todo esto va acompañado de un aumento de longitud en las historias.

 

En el segundo y el tercer número se mantiene esta tónica, pero se pasa de las historietas cortas (esa especie de tiras cómicas prolongadas) a auténticas “sagas” por capítulos. De hecho, los dos primeros números largos se podrían considerar una historia única. Y, de nuevo, los personajes van ganando más y más profundidad, aunque los secundarios eternos brillen por su –cuasi- ausencia.

 

A partir de estos números Jan se desmarca totalmente de la línea superhéroes paródicos, aunque sigan existiendo elementos indispensables para el personaje: aventura, peligros, salvamentos, responsabilidades (muy bien jugadas en “La semana más larga” o “Los cabecicubos”), y otros clásicos. Y aunque sin duda se eligió el mejor camino para el personaje, curiosamente no puedo dejar de sentir una extraña nostalgia por el Supergrupo, que sólo tuvo una reaparición estelar en la citada “La semana más larga”.

 

¿Qué es lo que hace que funcionase tan bien este grupo algo tópico de personajes? No estoy muy seguro de saberlo, pero creo que se juntan varios elementos.

 

Por un lado, el grupo está bien equilibrado (Superlópez, el Capitán Hispania, Latas, Bruto, Mago y La Chica Increíble), y cuenta con un representante de cada tipo de superhéroe. Resulta curioso, por ejemplo, ver su incursión al Superbanco, del que no se cogería ningún personaje para completar el grupo ya presentado a pesar de que aparecen unos cuantos bien populares (como el Lanzarredes).

 

Por otro lado, tenemos que los personajes presentan una cierta profundidad. A veces nos olvidamos de este aspecto en los cómics cómicos, pero es importante que los protagonistas no sean planos. Es una de las claves, por ejemplo, de los Asterix. Y es uno de los motivos, además, por los que siempre he soñado con escribir alguna aventura adicional para el Capitán Hispania, el primer personaje que copié repetidas veces para aprender a dibujar.

 

Pero a parte de estos dos lados, creo que el elemento determinante es que Jan, a pesar de dejar que prime el elemento cómico dentro de la obra, la parodia bastante mordaz, no se olvida de que todo lector busca en un cómic diversión, y que gran parte de esta diversión pasa por la aventura.

 

Así, al final, las batallas del Supergrupo no se diferenciaban tanto de las de los “de verdad”, y sus aventuras no eran menos trepidantes que las de cualquier superhéroe con película. Supongo que por ello se disfrutaban tanto, y supongo que por ello, una vez más, se pone de manifiesto que, al ver una buena parodia, dan ganas de sugerir al autor que nos regale, por una vez, una historia del género, pero en serio. Debe ser que es normal que los autores que más críticos han sido con determinados géneros, como Alan Moore, son los que más jugo han sabido sacarles.

 

Al final, quedará el recuerdo de las épicas aventuras de estos superhéroes que trascendieron a su propio ámbito, y, quién sabe, quizás alguna vez podamos disfrutar de un nuevo cameo del Capitán Hispania.

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