Censuran la revista El Jueves

Imagen de Luc Hamill

Sucede en el siglo XXI. Apuesto a que sucederá en el XXII. Si no nos hemos extinguido antes, claro. Artículo originalmente publicado el 2 de agosto del 2007

Vamos a introducirnos en el tema. Para quien no lo sepa, El Jueves es una revista humorística y de sátira política que, desde finales de los años 70, se publica semanalmente en España, con lo que lleva más de 1.500 números publicados. Para los amigos argentinos que nos lean, seguro que podrán reconocer algo similar en la revista Barcelona que sacan allí, como también lo hacen los americanos con la MAD.

 

Entre sus páginas suele haber mucha crítica contra la monarquía española, los partidos políticos o la religión, por lo que se estaba jugando con fuego y surgió el incendio: en el 2002 una portada llamativa donde se veía a un Ariel Sharon de rasgos porcinos y con esvástica nazi llegó a verse en todo el mundo. Resulta que la historia se vuelve a repetir y en la portada del número de este 18 de julio aparecían unos caricaturescos Príncipes de Asturias en una postura sexual explícita. ¿Y a qué venía dibujar eso? Pues va en referencia a la ayuda económica anunciada por el presidente de España para las familias que tengan hijos, y, para más pistas, bajo un gran titular se puede leer “2.500 euros por niño”.

 

Lo siguiente que ha pasado es que el juez de la Audiencia Nacional, Juan del Olmo, ha ordenado, a petición de la Fiscalía General del Estado (atención, no de la Casa Real, que en un primer momento nunca supo nada), retirar de los quioscos y prohibir su difusión por un supuesto delito de injurias a La Corona al parecerle “claramente denigrante y objetivamente infamante”. El juez ha pedido, asimismo, que se destruya su molde para que no se pueda volver a reproducir. Claro, así nunca se podrá volver a sacar, ¿no? En fin. Incluso el fiscal ha solicitado cerrar el servicio de la página web de El Jueves tras constatar que en ella se sigue difundiendo la caricatura.

 

Pero ha sido peor: la censura es el mejor marketing. El llamado efecto contrario no se ha hecho esperar y, lejos de impedir la difusión, se ha desencadenado un “marketing viral” en virtud del cual la polémica portada ha aparecido en multitud de medios de comunicación y en una gran cantidad de páginas web. ¿Así pretenden defender la honorabilidad de La Corona? Van listos.

 

Con todas estas medidas ya algunos se han rasgados las vestiduras. Que si vuelta a tiempos oscuros, que si dictadura escondida, censura, opresión... Y vuelta a empezar: la libertad de expresión, ¿qué es? ¿Hasta dónde llega? Vamos a intentar resolver estas preguntas, aunque creo que esto nunca estará muy claro pues nadie puede trazar esa delgada línea para distinguir dónde se utiliza la libertad de expresión y dónde, sin haberla, se dice que se usa. Pero hay algo que sí podemos hacer. Tenemos una Constitución (mejor o peor, la tenemos) y, para conocer nuestros derechos y deberes, qué mínimo que leerla.

 

Curiosamente, nadie que se haya rasgado las vestiduras con el incidente me ha dado motivos para pensar que sí se la ha leído... al menos los primeros 20 artículos, que no hace falta ir más lejos. Pero éste es el peligro de la comunicación de hoy. Incluso es el peligro de esta libertad de expresión. Incluso de lo que yo hago cada vez que me paro a escribir cosas como ahora. Es el arma de doble filo, el daño que se puede hacer al tomar el cetro de dirigirse a muchos y, quizás sin saber bien de qué se habla, empezar a hablar. Es romper las barreras de la información controlada, o puede que desinformar sin saberlo. Pero no nos desviemos. Como decía antes, lo que sí podemos saber es bajo qué ley vivimos. Vamos allá.

 

He leído mucho rollo de que “si todos somos iguales” y, para empezar, no todos somos iguales. No sé quién se ha sacado esa historia. Es más, todos somos diferentes unos de otros. Lo que sí es cierto es que todos somos iguales ante la ley. Pero falta una matización: todos salvo la Casa Real, que tiene la inviolabilidad e inmunidad absolutas de su Titular. Además, las Leyes (sí, en mayúsculas) prevén para la Familia Real un trato deferente en circunstancias que lo ameritan y establecen otros privilegios y prerrogativas lógicos... Nos guste o no, es la ley. Punto y pelota.

 

Eso en cuanto a la Casa Real que, como vemos, recibe un trato especial constitucionalmente. En cuanto a los demás, los artículos 10 (“la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”) y 18 (“se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”) son claros. ¡Rayos! ¿Entonces nuestra libertad de expresión no nos deja caricaturizar al prójimo desnudo? ¿Acaso estamos ante el Gran Hermano de Orwell? No, no, conservad la calma que dos artículos después nos llega el más importante que tratamos, el artículo 20: “Se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa”. Y, efectivamente, nadie ha censurado previamente a El Jueves (he dicho previamente) ya que la revista salió a la calle y todo. Pero hay un puntito más en este artículo 20 que es importante: “Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”.

 

Dura lex, sed lex. No es nada improvisado. No es nada que se han inventado porque les beneficia. Es la ley. Pero claro, a ver, es obvio: si hay derechos, hay deberes, por lo que los derechos nunca pueden ser ilimitados y, hasta el derecho a la libertad de expresión tiene un tope (legal). Yo en particular estoy de acuerdo en que haya un límite. Pero no para esto, sino para todo. La libertad que, sin ir más lejos, tenemos nosotros para escribir en Internet no es algo que siempre haya existido, por eso hay que valorarla y hay que ejercitarla, y por supuesto hay que saberla usar. Y hay que pelear por ella cada día porque pudiera ser que la volvamos a perder. Pero no así. No ridiculizando a quien nos dé la gana, que el Príncipe no tiene nada que ver con la enmienda del presidente, por no decir que la monarquía española es de lo mejor que tenemos políticamente hablando, que abortó un golpe de Estado, que cada vez que va al extranjero resuelve los entuertos en los que nos meten los ministros y que, en comparación a las monarquías de otros países, no es muy costosa.

 

Y no, no soy monárquico, pero al César lo que es del César. Esto no tiene nada que ver con las ideologías sino con las ideas, las ideas de cada uno y también con el modo en que las leyes nos dejan aplicarlas. Me preocupa más saber qué criterio tengo en otras cosas más trascendentales para mi cotidiano y humilde día a día. Me refiero a ese artículo 65 por el cual “el Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma”. Ya sea el Rey u otro, me parece algo totalmente injusto y una desvergüenza (por no usar palabras mayores) que alguien viva a costa de los demás. Pero no me iré más de la lengua, que también es harina de otro costal.

 

Con El Jueves lo que ha pasado es lo que sigue en el mismo artículo 20, que tampoco hay que ser un erudito en derecho para entender estas frasecitas: “sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial”. ¿Está bien o mal? Ni uno ni otro. Siendo estrictos, es lo que dice la ley. Otra cosa es que se apliquen las normas con tanta rigurosidad para la portada de una revista que para un asesinato. Anda que no tenemos problemas de índole jurídica con más urgencia para resolver que ese, pero por desgracia, ya sabemos cómo funcionan las cosas...

 

Quizás parte de esto se podría haber evitado si los dibujantes, tertulianos, blogeros y demás personas cuyas ocupaciones pueden tener un importante impacto en un amplio público conociesen mejor sus derechos y sus deberes antes de esgrimirlos por ahí como una espada cuando van a ejercer su crítica ó antes de usarlos como un escudo cuando creen que van a por ellos. Que ya somos mayorcitos para interesarnos en lo que queramos o lo que nos debe interesar, ¿no? Bueno, por encima de todo, más allá de censuras, leyes y monarquías, defiende un derecho que no figura explícitamente en ninguna Constitución: el derecho a pensar, pues es mejor equivocarse, que no pensar en absoluto. Y no lo digo yo, lo dijo Hypatia en el año 370 de nuestra era... casi nada. ¿Qué quién era Hypatia? Lo dicho, ya somos mayorcitos.

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