La noche, apretada y ominosa, era propicia para las reflexiones. Ardión, la bruja más poderosa del poblado, estaba llena de dudas. Al día siguiente sus dos hijas cumplirían ocho años y alcanzarían la adultez. Las reflexiones eran necesarias porque ella, célebre por sus juicios implacables, enfrentaba la decisión final.
De pie ante el lecho de las niñas se sintió embargada por la sensación conocida, esa dicotomía vergüenza- orgullo que ellas, Claudina y Orus, producían al mirarlas una y otra vez.
“Ya desde el nombre son tan diferentes que no puedo evitar compararlas. Claudina, con ese nombre suave heredado de la madre de aquel macho designado para mi apareamiento. ¡Estúpido nombre con la claridad de esa a sin misterio y de la i con un tintineo de campanillas! Claudina es deforme, me desagradan (nunca pude acostumbrarme a ellas) sus piernas largas, su piel lechosa y ese pelo suave esponjándose en castaños.
En cambio, Orus es perfecta y me llena de orgullo, hace honor a nuestra estirpe. Su nombre (por mí elegido) evoca a aquel Horus que conocí hace mucho tiempo atrás, en uno de mis viajes atemporales. Orus, mi admirada Orus de belleza oscura, con su piel violeta, la prolongada nariz aguileña en busca de su fino labio inferior y sus hirsutos cabellos renegridos”.
Ardión nunca había podido eludir las diferencias, solo las soportaba con el conocimiento de que Claudina había heredado la totalidad de los genes paternos y de que Orus, era completamente suya.
Debía dejar de pensar, era imprescindible preparar el agasajo para el día siguiente al que asistirán todas las mujeres de un poblado de mujeres. Un festejo simple pero trascendente: la comida preferida de cada niña y el cumplimiento de su mayor deseo.
Ardión inició el ritual del sueño inmediato: estornudó dos veces sobre los rostros dispares y chasqueó los dedos como castañuelas heridas. Los párpados súbitamente bajos y la respiración pesada le otorgaron un último instante para evaluar las diferencias. Levantó la manta y observó en Claudina esos pies idénticos a los de ese padre desechado años atrás, aquel triste hechicero humano con muchas palabras y conjuros fallidos; también había heredado de él esa ternura inútil que la hacía adormecerse abrazada a su frasco lleno de mariposas doradas.
“Tonta niña, siempre añorando a su padre y pensando en primaveras con un semblante suave y una sonrisa a medias”.
A su lado Orus , bellísima y oscura, con esas piernas nudosas y palmadas que la revelaban chozno de aquella Estirge ancestral, piernas armónicas que casi la hacían volar al intentar el paso. Su adorada Orus era perfecta, no necesitaba suavidades coloridas dentro de un frasco porque su mano colgando hasta el piso, se asentaba sobre el rugoso lagarto espinoso que siseaba bajo la cama.
Basta de cavilaciones se dijo Ardión acercándose al ventanuco, alargó la vista sobre la huerta colmada de mandrágoras y digitalis y escuchó, más lejos, el sonido que llegaba desde el corral de abastecimiento, esa melodía que regocijaba sus noches: el ululato de las hienas, el graznido áspero de aves carroñeras, el tauteo de los zorros en un inicio de rabia y el quejido del animal exótico clamando por su liberación.
La noche se desperezaba hacia la mañana del festejo…
Salió de la casa atravesando el patio umbroso… Mientras se encaminaba al corral y a la despensa de vituallas pensó que aún era joven, olfateando en su cuerpo el olor pútrido que hablaba de vitalidad .Y sintió latir ávidamente la enorme hendidura entre sus piernas (producida por el parto simultáneo de sus crías).
“Mañana todo habrá terminado. Ellas serán libres y yo habré recuperado mi tiempo y mis deseos”.
Franqueó la puerta del cobertizo que guardaba sus pócimas secretas. Era un momento perfecto para ella, su regocijo campeaba entre el alejamiento definitivo de Claudina y Orus dentro de pocas horas, su sexualidad recuperada y esos lamentos quejumbrosos de los animales cautivos que le llegaban desde el corral cercano. La fascinaba sentirse implacable decidiendo destinos ajenos.
Se acercó a los estantes colmados por delicias y posibilidades de conjuros…
Seleccionó los ingredientes exactos para los platos preferidos de las niñas: un recipiente donde ondulaba una viscosidad caliente, algunos huevos del rincón con arena y abundantes hojas de la huerta perniciosa para el aderezo ideal. Más tarde regresaría al corral en busca de la carne necesaria.
Entró a la casa y, en pequeños calderos diferentes, se dispuso a preparar los manjares para el día siguiente…
Hora incierta donde la oscuridad se afirma desafiando la luz que se avecina. Último momento de la noche. En ese instante, Claudina y Orus despertaron a causa de la caravana mujeril que se acercaba entre cánticos y chillidos eufóricos.
Desperezándose, con esa voz aguda que solía despertar a Claudina, Orus dijo:
—¡Por fin ha llegado el día de la comida rica y del deseo más grande!
Claudina miró por la ventana la oscuridad profunda:
—Todavía es de noche…
—¡Niña tonta que no estudia lo que es importante! Y que solo se complace leyendo cuentos de animalitos y princesas encantadas. ¿Acaso no recuerdas las antiguas divisiones de la noche? Hoy comenzamos a ser adultas de manera que debemos saber cosas como esas. A ver…nos acostamos a prima noche, Ardión seguramente estaba preparando nuestro desayuno delicioso durante la noche intempesta y ahora ya termina, estamos exactamente en el dilúculo, el último momento de la noche.
—Es que no me interesan esas cosas…
—¡Claro que no! Por eso somos tan diferentes —dijo Orus altaneramente—.
La niña clara miró su frasco de mariposas doradas y gimoteó desalentada:
—¡Solo quedan tres! ¿Se habrán volado durante la noche?
—Bueno, bueno…basta de tonterías. Ya llegaron, nos están esperando, busquemos el mejor vestido y salgamos al patio.
—Yo no tengo vestidos bonitos, todos son oscuros y con esos madroños de guano y colitas de lagartijas.
—¡Tampoco sabes eso? ¿Es que acaso no te hemos explicado que mientras somos jóvenes no tenemos olor natural y que debemos llevarlo en las prendas? Pero hoy todo cambiará —dijo la niña oscura al tiempo que acariciaba la helada lengua oscura del lagarto a sus pies—.
Tácitamente, ellas comprendían que esta era la última vez que despertaban juntas. Esta circunstancia aumentó el diálogo y, tal vez, las confidencias.
—Mi deseo más grande es estar junto a mi padre, hoy estará cerca de mí y podré escuchar sus cuentos, ver su sonrisa y después…marcharme con él.
—¡Pero Claudina! ¿Por qué es tan importante ese hombre al que solo viste dos días cuando tenías cinco años? ¿Acaso lo recuerdas?
—¡Por supuesto que lo recuerdo! Recuerdo que acariciaba mi pelo, cantaba melodías maravillosas y paseamos cerca del arroyo todas las tardes…
Escuchando la temática recurrente, Orus interrumpió mientras se vestía:
—Mi gran deseo es tener un vehículo para volar, para poder ser libre hasta que aprenda realmente a recorrer las alturas.
—¡Yo no quiero volar, yo quiero a mi papá y tener mis mariposas!
En el patio penumbroso Ardión recibió a las brujas menores que la respetaban y temían. Zolum era diferente, ella no le temía( casi la desafiaba), había sido su mentora de juventud y se destacaba en medio del grupo eufórico y bullicioso por sus alborotados cabellos blancos y esa sagacidad adivinándose en el estilete de la mirada. Ardión (que a nada le temía) sintió recelo ante la anciana que podía anticipar sus estrategias. La vio acercarse con su paso volandero y musitar en su oído:
—Debemos hablar, Ardión…Debemos hablar antes de que llegan las niñas. Te espero junto al pozo, mi lugar preferido.
El pozo, tétrico aljibe situado en el rincón más alejado del patio, con sus enigmas y el fondo victimario colmado de huesos.
—¿Has preparado todo?¿Podrás cumplir los deseos?
La carcajada estridente de Ardión habló de su triunfo sobre empresas imposibles.
—¡Con Orus es tan fácil! Solo quiere un vehículo para volar.
—¡Qué ocurrencia! ¿Acaso ya no sirven las escobas, los bonetes y los filtros?
—Hay que actualizarse, Zolum. La novedad son los transportes personalizados, objetos personales a los que sentimos gran apego. No debes preocuparte…
La otra dudó en seguir preguntando porque conocía muy bien la implacabilidad de su antigua pupila.
—¿Y el deseo de Claudina?
—Con ella ocurre siempre lo mismo, es imposible hablar. ¡Solo sabe extrañar a su padre y pensar en sus mariposas!
—¡Nunca debiste permitir que él estuviera esos días con ella! Han pasado tres años pero seguramente lo recuerda muy bien. ¡Tosco chamán con palabras inútiles! ¡Aprendiz de brujo! ¡Pretencioso hechicero!
—Calma Zolum, ya no puede hacernos daño. Después de todo…desapareció y nunca más lo vimos —dijo con una sardónica sonrisa que la otra entendió perfectamente—.
Regresaron…
Los tazones humeaban delante de las niñas…
—¿Podemos empezar? —preguntó Orus golosamente—. Y expresándose como la niña que era todavía dijo a Claudina, sentada a su lado, mientras acariciaba el lagarto adormecido a sus pies:
—Mi sopa roja es más linda, no me gusta el color verde de la tuya.
—Hoy no quiero mi sopa de albahaca con trocitos de carne, hoy solo quiero a mi papá.
—Si no comes no habrá deseo…
Un gesto de Ardión autorizó el comienzo. Apresuradamente, Orus removió su brebaje preferido hecho con sangre vieja de sanguijuelas y seleccionó el huevo de cáscara blanda, el más apetitoso, donde se removía una diminuta serpiente.
—Tenías razón… ¡Todo es tan simple con ella! —dijo Zolum mirando a la madre—. Pero es muy diferente con…
—¡Yo no quiero comer, quiero cumplir mi deseo, quiero ver a mi papá!—repitió Claudina caprichosamente—.
Ardión oyó el chillido de carcajadas brujeriles y supo que la consideraban con poca autoridad para imponerse. No podía tolerar esos pensamientos ajenos que menguaran su importancia. Solo debían esperar y… comprobarían su poderío de siempre. Se acercó a la hija que no provocaba risas burlonas, su hija preferida, y tomando la mascota que dormitaba a sus pies, la volvió hacia arriba. Expectantes, el corro de mujeres observaba; alargó la mano y la aguzada uña central se hundió profundamente en el vientre tierno del lagarto. Era angustiante ver como el animal se debatía mientras crecía y crecía, abultándose hasta parecer un varano gigantesco. El momento cruento acabó cuando lo vieron girar y, ya erguido, sacudir las crestas espinosas del lomo profiriendo un alarido de triunfo, él sabía (y todas sabían) que le había sido insuflado el poder de volar.
El rostro radiante de Orus se abrió en una gran sonrisa de labios finos y dientes puntiagudos al ver cumplido su máximo deseo. La satisfacción le hizo montarlo inmediatamente y abrazar su grueso cuello escamoso antes de elevarse por el aire hasta perderse de vista.
La euforia reinante no logró ocultar el gimoteo de Claudina. Irritada, al límite de la tolerancia, Ardión preguntó:
—¿ Vas a comer?
—La carne está rica y tiernita pero no me gusta el caldo verde, tiene un sabor amargo…
—Cómo era un día especial reemplacé la albahaca por hojas de digitalis purpurea y espolvoreé la sopa con chispas de tus mariposas doradas.
La niña desconocía el peligro de las hojas pero lloró desconsoladoramente por la pérdida de sus mariposas de oro.
—Solo otro trocito de carne, querida (dijo utilizando irónicamente ese término humano que despreciaba).
Desfallecida, con los ojos turbios de agonía, Claudina preguntó:
—¿ Y mi deseo?
Ardión recordó aquel lamento que faltaba en el corral desde la noche anterior y el olor nuevo en el aljibe del fondo del patio.
Despiadada, acercó un trozo de carne viscosa a la boca despavorida y con voz victoriosa exclamó:
—Este es tu deseo cumplido. ¡Tu padre nunca estuvo tan cerca!
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Relato admitido a concurso.