La rama del naranjo
Más de trece niños, hembras y varones, correteaban en el parque frente a mí. Me hacían recordar mi infancia; alegre y triste a la vez. ¡Cómo pasaron cosas buenas y cosas malas! Pero las malas siempre se imponían en mis repasos de aquella época.
No podía olvidar cuánto me contrariaba tener que llevarle merienda o almuerzo a mi hermana mayor cuando se encerraba en la casita al final del patio durante más o menos una semana.
«—Tu hermana está ocupada y no puede venir hasta acá. Llévale esto», cuando escuchaba eso se me erizaban los pelos.
¡Y no entendía que nunca, nunca mandaran a mi hermano gemelo!
Así como me molestaba esa semana, me confortaban los siete días siguientes, cuando mi hermana prácticamente pasaba todo el tiempo durmiendo. Era mi semana más feliz; porque en realidad tocar aquella puerta y sentir el vaho oscuro que salía por el pequeño espacio que habría mi hermana, me afectaba.
Así fueron pasando los años, yo creciendo pero la rutina se mantenía: una semana alcanzando de todo a mi hermana encerrada en su extraña casa, y a la siguiente ella dormitando.
Mi hermano crecía también, y sus burlas por supuesto eran mayores cada año.
Cuando cumplimos quince años me juré: «este año no iré, pase lo que pase, no iré».
Durante la fiesta, a la que mi hermana no fue, y yo sabía por qué, solamente pensaba en mi auto promesa. Pero cuando todos se fueron vi a mi abuela con la cajita de dulces para mi hermana; ella se acercaba y yo preparada para mi respuesta; sin embargo me sorprendió:
—Vamos a llevarle esto.
—¿Las dos?
—Sí, vamos las dos. Ya tú estás preparada —dijo eso caminando ya, e indicándome que la siguiera.
El vaho conocido; pero esta vez no fue una franja de la puerta, esta se abrió completa. Y ante mi rechazo dijo mi abuela:
—Entra que ya estás preparada —cruzando casi obligada el vano, pregunté para qué—. Para tu primer aquelarre.
No tuve tiempo de reaccionar porque en realidad no entré a la «casita». Me encontraba frente a una oscura pradera donde mi hermana me abría los brazos.
—Adelante.
A mis espaldas sentí el sonido de la puerta al cerrarse. Y entonces varios campanazos me hicieron girar la mirada a todas partes; y pude ver como llegaban poco a poco, volando en sus escobas o caminando detrás de su sapo, cientos de brujas. Todas recitaban el mismo adagio: «Señor, en tu nombre me unto;… yo he ser una misma cosa…, he de ser demonio»
¿Era verdad todo aquello?
La respuesta vino de mi hermana cuando ya estaban próximas al millar.
—Este tu sapo, para que lo cuides y alimentes eternamente.
Al tomarlo en mis manos saltó muy rápido a mi regazo, y des intencionadamente, para cuidarlo, lo abracé. Mi hermana tomó mi mano y me guió hasta un árbol.
—Disfruta desde aquí nuestra reunión —hizo una pausa—. Al finalizar serás bautizada como la bruja Raevana, y partirás a tu misión. Ya todas las convocadas están presentes. Comenzaremos la adoración al demonio.
Entonces todas se postraron de rodillas besándole a Satán, invitado de honor, sus partes pudendas.
Después el baile acompañado de ofrendas entregadas al diablo por nivel jerárquico. Para entonces pasar a la orgía de brujas. Yo lo entendía todo gracias a la voz de mi abuela, que inexplicablemente, sin estar físicamente allí, me susurraba cada detalle.
Pero antes de iniciarse la orgía, varias brujas y brujos (que para mi no existían) se confesaron al demonio, y este copuló y sodomizó con todos. Acto en el cada uno de ellos siempre quería superar a su antecesor en lo ofensivo y repugnante.
A veces yo apretaba un poco fuerte a mi sapo y entonces este vomitaba un agua hedionda encima de mi pecho.
—«Ahora el banquete» —escuché decir a mi abuela, o tal vez a mi hermana que se acercaba…, no sé.
—Es tu momento Raevana. Comeremos los cadáveres de brujas y brujos ya fallecidos, y tú debes escoger la escoba de alguno para salir a tu primer acto maléfico.
Me quedé en un hito. ¡Un acto maléfico me exigían! Y Satán mirándolo todo. ¿Qué era todo eso?
Yo pensaba en mi fiesta de quince años…
—La escoba, la escoba, la escoba… —coreaban miles de voces.
Entonces caminé hasta donde las iban colocando y escogí una que prácticamente con alegría comenzó a volar.
Gracias a los vómitos pegajosos de mi sapo no me caí y fui tomando equilibrio poco a poco, mientras la escoba se elevaba. Lo último que escuché de mi hermana fue el recuerdo del obligado regreso antes del amanecer, y con al menos una víctima.
En la periferia del pueblo no apareció nadie, era ya muy tarde en la noche. Entonces me dirigí al parque del centro y sin ningún tipo de prejuicio escogí a un hombre que dormía, claramente borracho, en un banco apartado.
Se rió de mi cuando lo desperté y eso trajo como consecuencia que mi adrenalina (todavía no me atrevo a certificar que las brujas tenemos adrenalina), se disparara. Apreté a mi sapo para que disparara orine en sus ojos y lo desmayé de un golpe. Entonces lo subí a la escoba y regresé victoriosa al territorio del aquelarre.
Coloqué a mi víctima en la mesa central y el demonio me honró al compartir sus partes sangrantes conmigo.
Después se reunieron los restos quedados de otras víctimas de brujas iniciadas y se repartieron cocidos.
Entonces comenzó a amanecer y casi sin notarse las brujas fueron marchándose. Cuando ya era completamente claro se abrió la puerta por la que había entrado y el rostro sonriente de mi abuela apareció.
—¡Ven mi niña! ¿Lo ha hecho? — interrogante dirigida a mi hermana—. ¿Cuál es tu nombre? —esa si fue conmigo después de la señal positiva de mi hermana; me sorprendió pero logré reaccionar rápido.
—Raevana.
—Me gusta —expresó después de varios segundos—. Vamos a la casa para que descansen —en realidad habían pasado siete días.
Así recuerdo ahora, después de…, no sé cuántos años. Mi primera noche de brujas. Pienso en ella mientras estudio a cada niño en ese parque de juegos, ¿a cuál de ellos le chuparé la sangre esta noche? ¿La rubiecita de pelo largo o el negrito delgado? En mi colección de niños no tenía ningún negro así que ya casi estaba decidida por él.
Le chuparía un poco de sangre y después lo colgaría por cualquier parte junto a los demás; al otro lado del portón. Ellos me ayudaban en las consultas que brindaba a las brujas principiantes.
Siempre pude soportar con bastante facilidad las dos vidas: «afuera y adentro de la casita», solo tenía que pasar la puerta. Todo hasta conocer a Joseph. Ya llevaba dos o tres años de bruja; y en realidad me había destacado considerablemente en mis sacrificios y maleficios, pero él me impactó de inmediato; creo que lo llaman «amor a primera vista».
De novios estuvimos muy poco tiempo, para nada Joseph se imaginaba que compartía su cama con una bruja y yo siempre luché por evitarlo.
Incluso me ausenté a uno o dos aquelarres, que era una insubordinación mayor; únicamente Satán pudo impedir mi sacrificio.
Pero su condición fue tremenda: convertir a Joseph en sapo o en escoba.
Nunca olvidaré aquella noche, la última. Al otro día cuando cruzara el portón debía llevarlo en mi mano para entregarlo. Y como si lo supiera él fue maravilloso, incluso me hizo dudar. Pero si escapábamos nos encontrarían de todas formas y entonces yo sería sacrificada y Joseph…, en realidad no sé qué harían con él.
Lo entregué de sapo, al menos así lo cuidarían más.
—¡Miguelito, Miguelito! —la voz de la madre llamando a mi objetivo me sacó de los recuerdos— ¡se lo llevaban del parque!
Entonces «casualmente» se desprendió una rama del naranjo que estaba encima de la mujer y se encajó en su cabeza. En medio de la confusión logré llevármelo para mi colección de niños sangrantes.
JUSHUN
Relato admitido a concurso.