La chatarrería

Imagen de Destripacuentos

Éste no es un artículo sobre cómo crear una chatarrería voluntariamente para nuestros escenarios de batalla, sino, más bien, un artículo sobre cómo se crea un chatarrería en nuestro entorno en cuanto se nos cruza por la cabeza la idea de crear nuestra propia escenografía

Supongo que tenemos que aceptar que los aficionados al modelismo, o más bien a realizar escenografía o conversiones de miniaturas, sufrimos una suerte de variante del conocido Síndrome de Diógenes. ¿No? ¿Seguro? Bueno, yo cuando echo un vistazo a mis armarios del hobby no puedo dejar de pensarlo…

 

Todo empieza del modo más inocente y pragmático, leyendo artículos sobre cómo montar tu propia escenografía con un poco de paciencia y buenos ingredientes. Lo que no te dicen los chicos de GW, por ejemplo, es que ellos cuentan con un almacén para ir metiendo “los útiles materiales” que todo escenógrafo necesita, como los famosos restos de plástico de las parrillas de las miniaturas. Personalmente, creo que incluso meten cizaña para potenciar el efecto. ¿Por qué si no se ha corrido ese bulo de que poner piedras en los escenarios de batalla crea un efecto pecera?

 

De este modo, una vez hemos aceptado que apilar pedruscos de río indiscriminadamente no es el modo más razonable de crear el cañón de Batalla por el Paso de la Calavera, y que eso de llenar una mesa de arena de playa requiere unos cuantos pozales y una permisividad por parte del resto de habitantes de la casa que nunca conseguiremos, tarde o temprano nos dejamos llevar y decidimos crear nuestra primera escenografía de verdad. Y, cómo no, la enfocamos de un modo grandioso.

Es entonces cuando te das una vuelta por Internet y ves cómo las latas de refresco se convierten en magníficos depósitos con tan sólo calcinarlos un poco o dándoles una mano de pintura, y cómo el alambre de toda la vida se puede trabajar para crear unas simpáticas alambradas con tan sólo unos alicates -que ni siquiera parecen tan necesarios-. Desde luego, ya que uno se pone en harina no se va a conformar con poner dos depósitos chamuscados rodeados de un poco de alambre, así que sigue recopilando información… y deshechos.

 

Unos tornillos pequeños parecen encajar con la talla de las miniaturas, listos para simular llaves de conductos de fluidos, pero, ¿dónde podríamos acoplarlos? El corcho blanco parece muy fácil de perforar, pero algo endeble, aunque con esas formas tan futuristas, ¿quién puede resistirse a imaginar una fortaleza portátil hecha del níveo material? Mejor lo dejamos de lado y buscamos alternativas. Un trozo de madera, una caja de fruta del verdulero de la esquina que podría darnos la estructura para un castillo y un par de barquillas de plástico del chino, previo lavado de la salsa agridulce, pueden servirnos para ir creando la fisionomía básica de esa ciudad estelar que no deja de crecer en nuestra cabeza.

 

“Habrá que hacerla modulable”, nos apunta un Pepito grillo tendencioso mientras los materiales se acumulan y acumulan y el proyecto es cada vez más ambicioso e irrealizable. La idea de comprar unos paneles de conglomerado -o de asaltar el carro de basura reciclable del súper- no parece tan descabellada. Es entonces cuando todo objeto con una geometría más o menos adaptada al tamaño de las miniaturas va siendo reclutada.

 

Cilindros de cartón de los rollos de papel higiénico -y también los largos de los de cocina para hacer torretas-, cajas de plástico transparentes, redes de las bolsas de cebollas, clavos viejos -y grapas- para crear, no sé, ¡metralla!, huevos de plástico de los kinder y algunas selectas -y no tan selectas- piezas de sus sorpresas… elementos y elementos que van engrosando grotescamente un rincón de la casa, llenándolo todo de polvo y falsas esperanzas hasta que llega el momento de la mudanza.

 

Es entonces, cuando tienes en la mano el codo grasiento del tubo del infiernillo que piensas mandar, cómo no, al infierno, el cual parece tremendamente adecuado para ser acoplado al cilindro de cartón del rollo de papel higiénico cual tubería a lo Madmax sobre la superficie de corcho blanca sembrada de grapas metralla y alambradas de hilo de alambre, que contemplas tu obra y te das cuenta de la cruda realidad.

 

Lo has conseguido, has creado tu primera escenografía -aunque no sea jugable-. Ante ti se extiende… la chatarrería.

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