Tendencia natural al gore

Imagen de Anne Bonny

El determinismo no existe en ningún arte, pero sí mecanismos y obstáculos naturales

Me gusta la literatura de terror. De hecho, escribo también literatura de terror. A pesar de ello, el cine de terror rara vez me atrae. Con los cómics estoy en un punto intermedio, con las pasiones divididas. Y no deja de ser natural, porque aunque estemos hablando de un mismo género, y de unos mismos resortes anímicos en el espectador / lector, los recursos para activarlos varían enormemente.

No me refiero únicamente a que dentro de cada arte, o de cada forma de expresión, haya un cierto número de modas o tendencias, sino a que, teniendo en cuenta el soporte que va a permitir la interacción, hay un modo más aparente de hacer las cosas, que es el que marca la que he denominado tendencia natural al gore.

En un interesante artículo, mi compañero Miguel Puente hablaba de que los miedos del ser humano son universales, y que tienen que ver con los instintos en gran medida, concretamente con el instinto de supervivencia y el dolor. Por supuesto, el abanico es muy amplio: el terror existencial o el pavor supersticioso podrían dividirse en elementos y unidades hasta llegar a sus raíces primigenias. En cualquier caso, como los miedos del objetivo son universales, cabría imaginar que los métodos para llegar a ellos también. Y esto sería cierto si no dependiéramos del medio, del intermediario, de la forma en la que vamos a acercar la historia o la sensación.

Por ejemplo, en el cine funcionan muy bien los sustos de gato (es decir, sobresaltar al espectador como hacen nuestras queridas mascotas felinas). Los motivos son tan sencillos como obvios: en el montaje se pueden disponer aumentos del volumen de la banda sonora, el encuadre de la escena lo decide el director, el espectador -sobre todo si está en una sala de cine- no tiene nada que decir sobre el ritmo al que acontecen los hechos, etcétera, etcétera.

Por el contrario, en una novela es francamente complicado dar un susto de gato (no digamos ya un buen susto de gato): apenas hay control sobre el ritmo de lectura, las letras no son envolventes y están en competición con el ruido ambiental (en el amplio sentido del término), hay que contar con la capacidad lectora de la "víctima" para sobresaltarlo, y así sucesivamente. Es por ello que es mucho más común encontrar una novela que busque la angustia del escenario que una que pretenda sobresaltar al lector.

¿Y qué ocurre con los cómics? A priori podríamos pensar que sus mecanismos deberían ser próximos a los de las novelas, pero la cosa no es tan sencilla. Un guionista de cómic tiene que tener presente que el lector ojea, aun sin pretenderlo, la doble página completa (sobre todo, la página que está leyendo), por lo que no se puede apoyar en la sucesión de las viñetas para desarrollar su miedo ya que la información no le llega de un modo realmente secuencial (que es lo que permite jugar con el giro de página). Al mismo tiempo, la mayor baza para crear terror en un cómic es la imagen, pero también con ciertas limitaciones: se puede obligar a un espectador a ver una sombra fugaz en el cine porque la luz y el movimiento están en manos del director; en un cómic, por el contrario, los detalles poco aparentes pueden perderse.

Con elementos como estos, es normal que haya una tendencia al gore en los cómics de miedo. El terror de vísceras es uno de los grandes clásicos, porque apela a lo más profundo de nuestro ser, y funciona muy bien de un modo gráfico, incluso contemplativo. Reposa, claro está, en la pericia del dibujante, al menos en gran medida, pero es muy efectivo, incluso más que en el cine, ya que precisamente el dejar en manos del lector el ritmo de la historia aumenta su efecto. Las historias de monstruos, por lo tanto, tienen buen feudo en los cómics de terror.

Esto no quiere decir que todos los cómics de miedo sean de horror gore, del mismo modo que, aunque reine el susto de gato en el cine, hay magníficas películas de terror atmosférico sin sobresaltos. Recuerdo, por ejemplo, una historieta homenaje a Nemo en la que unos demonios iban a arrojar por la ventana la cama del niño: no había sorpresa, no había gore (los demonios no eran desagradables a la vista siquiera), pero el terror funcionaba a la perfección. La angustia que generaba aquella breve historia era apabullante, de las que dejan huella.

Quizás, de hecho, aquella historia resalta sobre otras del género por no caer en el recurso esperado. Es un buen motivo para buscar cómics de terror que no sólo se basen en la imagen. O que si lo hacen, no sea como esperamos. Recordemos que el terror a lo desconocido es otro de los grandes clásicos.

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Nocte - Asociación Española de Escritores de Terror

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