Super 8

Imagen de Jack Culebra

Todo un homenaje para los nostálgicos de E.T. y los Goonies

 

 

Seguramente se podría buscar una justificación histórica o social para haber ambientado este Super 8 en 1979, una serie de elementos que dan una dimensión adicional a la historia que encierra, pero estoy convencido de que la explicación más aparente es la correcta: estamos ante un filme para nostálgicos.

Las reminiscencias de grandes clásicos del cine de aventuras fantástico de los ochenta, como las mencionadas Los Goonies (1985) o E.T. El extraterrestre (1982) son más que evidentes tanto en los elementos propiamente plasmados en la película (los escenarios, los protagonistas, los antagonistas, la misma historia) como en los que se ven reflejados indirectamente (el uso de las luces y el sonido, el montaje, la estructura narrativa...). Da la impresión, incluso, de que se ha optado -acertadamente- por rescatar hasta un savoir-faire, que podríamos percibir en cosas como la elección de los actores: Spielberg fue largamente conocido por su habilidad para dirigir niños en los platós, y J.J. Abrams toma aquí el relevo con especial acierto.

La misma trama que se nos presenta parece hija de una época. Dejando de lado que en Europa siempre hemos sido más escépticos con el tema de los marcianos (mejor dicho, alienígenas), hay que reconocer que, gracias al cine americano, en un momento dado, al menos los niños de mi generación, llegamos a incorporar un imaginario de abducciones, naves espaciales, extraterrestres, agencias secretas y un largo etcétera más que completo.

Este imaginario podemos rastrearlo con facilidad a lo largo de la película, pues en Super 8 no se nos ha negado ni uno solo de los tópicos: encontramos desde misteriosos componentes cubiformes que podrían haber sido robados de Terminator a siniestros militares que podrían haberse pluriempleado entre Expediente X y El Equipo A. El conjunto se sostiene, cómo no, gracias a la honestidad con la que está planteada toda la película: la premisa que se nos adelanta es respetada con escrupulosidad.

También, es de justicia señalarlo, por las actuaciones de todo el reparto. Bravísimo por esos niños capaces de actuar en dos registros: en la propia Super 8 y en el cortometraje que desarrollan durante la película y que se nos brinda la oportunidad de ver en los créditos, un guiño genial en sí mismo.

Sobre los efectos especiales (donde podríamos englobar cosas como el propio diseño del alienígena) habrá difícil consenso entre los que vean a un equipo cegado por las propias posibilidades actuales en la materia -sí, Super 8 va de niños frente a marcianos y de niños grandes en las bambalinas y tras las cámaras- y los que vean, como en mi caso, bastante equilibrados estos aspectos -muy lejos de desmanes como Transformers-.

En cuanto a la narración, cabe señalar que es algo más dura, al menos en un primer nivel, que las que vimos en los grandes clásicos del género de los ochenta, aunque en realidad no difiere tanto: hay un discurso antibelicista, hay retrato social, hay un inconformismo latente, grandes dosis de romanticismo... Y todo ello cubierto, cómo no, por una buena capa de aventuras que, sin agobiar, no se toman un momento de respiro.

En conjunto, Super 8 es una película para darse todo un homenaje si eres un nostálgico de aquella época dorada, cuyo brillo quizás dependa, en gran parte, de la propia edad que teníamos cuando la vivimos. Un homenaje que se ha dado a sí mismo Spielberg -con unos cuantos cómplices- para regocijo de todos nosotros. Pero también es una película que aun con peculiaridades insoslayables llega sobradamente al espectador actual. Yo la vi con mis hijos y os aseguro que la disfrutaron tanto o más que yo. Lo cual, quieras que no, es una buena señal.

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