DMZ: Las cinco naciones de Nueva York

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Reseña del último volumen de esta colección publicada por ECC

 

DMZ comenzó como el relevo en Vertigo de 100 Balas, que sucedió a Predicador, que sucedió a Sandman... En esta línea que ahora languidece ante la aparente indiferencia de sus responsables siempre ha existido una serie que se ha mantenido como estandarte de todas las demás. Con DMZ, quizás, la responsabilidad fue demasiada. El arranque fue estupendo: se nos mostraba el día a día en una Manhattan destrozada y aislada a causa de una guerra civil a través de las vivencias de un reportero novato que ha acabado allí de manera fortuita. Brian Wood y Riccardo Burchielli no querían hacer una versión de 1997: Rescate en Nueva York, así que dejaron de lado el aspecto más pulp y se centraron en la más árida política-ficción. Esta decisión, muy propia de un Wood que suele optar siempre por el lado menos espectacular y más -ejem- trascendente y activista, conlleva sus riesgos.

El protagonista, Matty Roth, fue madurando ante nuestros ojos de una forma fluida, mezclándose con los habitantes de la DMZ y conociendo con precaución a los combatientes de ambos bandos. El guionista pronto se estableció en una zona de grises llena de escepticismo. Los reflejos de la realidad norteamericana contemporánea que Wood integraba en el relato solo iluminaban a los parias mientras enseñaban las vergüenzas de los burócratas y militares ansiosos por hincar el diente a la isla de Manhattan. Tampoco se mostraba Wood mucho más benévolo hacia figuras chegueváricas que poco tardaban en abrazar los principios de Maquiavelo. Superado el ecuador de la serie, el guionista había conseguido crear un riquísimo universo ficcional construido desde la verosimilitud de los hechos narrados y el rechazo a rutinas maniqueas y mantenía a DMZ -junto a la posterior Scalped- como la serie más potente de Vertigo (¡y sin siquiera tener que recurrir a la magia o la ultraviolencia!). Más o menos por esas fechas, Wood manifestaba su deseo de que DMZ durara unos sesenta números.

Y sin embargo, DMZ duró un año más de lo planeado, quién sabe si por el propio deseo de Wood y Burchielli o por petición editorial. Por una vez, vamos a pensar que los editores no tuvieron mucho que ver en esta decisión (las ventas no eran muy boyantes, en Vertigo la mayor parte de las series están más controladas por sus creadores que lo que es habitual en el mainstream y, por último, los mandamases de DC estaban muy liados en otros menesteres). Vamos a pensar que Wood creía tener aún más cosas que contar de DMZ. El caso es que el resultado no fue el esperado. Wood, que en otras ocasiones se ha manejado con soltura en el relato corto (lo hemos comentado alguna que otra vez hablando de Demo o Northlanders), convirtió los tejemanejes y motivaciones de los habitantes de la DMZ en algo tedioso, con Matty arrimándose a uno, luego a otro, luego a otro y después al uno sin importar demasiado tanto vaivén.

Por suerte, cuando la serie empezaba a dar unas señales de agotamiento verdaderamente alarmantes, Wood la clausuró como está mandado, retomando el brío inicial y siendo de nuevo coherente con su propuesta hasta el final. Las cinco naciones de Nueva York, el último tomo de la colección, es un largo epílogo (toda vez que el conflicto ya ha concluido) en el que Matty tiene que afrontar las consecuencias de haber jugado tanto y tan fuerte todos esos años. El protagonista corona su propia cima de forma consecuente y también lo hacen sus responsables. Primero, Ricardo Burchielli ha evolucionado ante nuestros ojos, despojándose de suciedad y mejorando aún más esa fluidez narrativa que ya se le adivinaba en los primeros números de la serie. Y segundo, Brian Wood, quien, lejos de crear una obra perfecta, sí ha compuesto una historia personalísima, con mucho empaque y, lo más importante de todo, necesaria.

 

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