G.I. Joe

Imagen de Infancias Bélicas

Cientos de armas e ingenios con los que eliminar a tus adversarios

 

Nada nuevo bajo el sol, los juguetes bélicos han sido la columna vertebral del sector desde hace siglos. Mi nombre de poblador no es casual, como tampoco lo es que comience con los G.I. Joe —los jijoes que decía mi madre— esta serie de artículos.

Allá por finales de los ochenta, los G.I. Joes fueron los protagonistas absolutos de los sueños de miles de niños en España. Todavía no habían llegado los cómics a nuestro país y la serie de dibujos solo la podíamos pillar a través de la Superchannel —y, por supuesto, en inglés—, pero eso no nos desanimaba en absoluto: aquellos muñecos estaban tan jodidamente articulados y tenían tantas armas que eran un reclamo al que era imposible resistirse.

El concepto era simple: tenemos los buenos —soldados patriotas americanos— y los malos —el grupo terrorista Cobra, más tarde Cupra, que no dudaba en aliarse con repúblicas bananeras, moros o comunistas según tocase instruir al personal en uno u otro sentido—. El valor educativo de los G.I. Joes era... ¿inexistente? ¿Tendencioso? ¿Negativo? Bueno, tipos armados que nos inculcaban a los niños que el modelo americano era el mejor... Tampoco es tan malo, ¿no? Compañerismo, capacidad de sacrificio... supongo que rascando algo se saca.

El caso es que eran muy chulos. Lo de poder doblar rodillas y codos, girar los antebrazos, la cintura en todas las direcciones —hasta que petaba la goma y te quedabas con un pobre mutilado, despiazado de guerra—, la cabeza... Y tenían muchas armas y mochilas para llevar más armas. Y vehículos repletos de armas. Sí, bueno, es que era un juguete bélico.

En honor a la verdad hay que añadir que tenían complementos muy trabajados, como fundas para las armas, cuerdas, proyectiles que se disparan con resortes en los vehículos e incluso hubo una edición especial de paracaidistas que llevaban auténticos paracaídas a escala. Es decir, que dentro de lo que es el juguete bélico se esforzaban con las posibilidades.

Además, también tenía cosas positivas, como la presencia de mujeres —sobre todo entre los buenos—, de gente de distintas razas —sobre todo entre los buenos—, de animales domésticos —sobre todo entre los buenos—, de ninjas —sobre todo entre los buenos—, de médicos —exclusivamente entre los buenos: ya sabemos que los terroristas no curan a sus heridos—. También había una buena colección de hippies-punkies-moteros, pero estos eran todos malos, me temo.

El universo que planteaban los G.I. Joe era fascinante y bastante rico para lo que podría parecer a priori con este planteamiento. Los de Hasbro se curraron todo tipo de uniformes y especialidades peregrinas que daban para historias sugerentes y que venían apuntaladas por las fichas —TOP Secret— que venían en el reverso de los blísters, toda una novedad en aquella época.

El apartado estético estaba francamente conseguido y funcionaba con nosotros como un anzuelo de chocolate puro. Incluso a pesar del precario equilibrio que tenían los muñecos —mantenerlos en pie era una epopeya— y de que la “güevera” les cascaba con frecuencia —incluso los pulgares, si eras muy záforas— nos tuvieron fascinados durante muchos años, que hubieran sido más si no nos hubieran cortado el suministro. Incluso habían salido imitaciones chusqueras del mismo tamaño y articulaciones y a precios mucho más interesantes.

Aun así, como todos los conceptos intemporales, después de un tiempo de ausencia los G.I. Joe volvieron no hace mucho. Supongo que, después de todo, las cosas no han cambiado tanto estos veinte años. Muchos de los diseños —quizás no esos camuflajes “urbanos” naranjas o los peinados ochenteros—, de hecho, siguen luciendo a día de hoy.

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