Una Navidad con Mickey
Sobre la adaptación de Cuento de Navidad más acertada que he visto hasta la fecha
Una Navidad con Mickey —la horrible traducción de Mickey's Christmas Carol, que vendría a ser como la versión de Cuento de Navidad de Mickey— es una de las mejores adaptaciones que he visto de la famosa historia de Charles Dickens. Ya en primer lugar, debido a que es una de estas películas de animación de técnica clásica, se ha convertido en un clásico atemporal: no hay efectos especiales que chirríen y el salto temporal al siglo XIX hace que tampoco se vea nada obsoleto. Es una película que ha envejecido muy bien.
En segundo lugar, capta a la perfección el espíritu de Dickens. Sí, en primera instancia, Dickens es un moralista. Su Cuento de Navidad busca emocionar al lector – espectador y suscitarle compasión, caridad y sentimientos de fraternidad, y todo esto es respetado en la adaptación. Vamos, que no elude su vocación primigenia de sermón.
Al mismo tiempo, también se captan matices más sutiles de retrato social, de romance amoroso, de comedia de situación e incluso de terror. Sí, de terror: Dickens cultivó el género de las ghost stories y hace uso, cuando lo considera adecuado, de sus recursos para aumentar la tensión argumental. En este caso, los momentos de la visita del primer aparecido y del fantasma de las Navidades futuras son destacables.
Además, como en toda buena adaptación, se ha dejado espacio a la revisitación personal que tan necesaria es para podamos hablar de una obra viva y no de un simple apéndice. El tono por momentos irónico y por momentos belicoso de los diálogos dota de un dinamismo y una chispa a la película que son memorables. Ese rifirrafe en el que Scrooge consigue librarse de dar limosna para que siga habiendo pobres y los voluntarios tengan algo que hacer —No me pidan que les deje sin trabajo... en la noche de Navidad— es de una genialidad absoluta.
Esta revisitación a través de los personajes de Disney es particularmente acertada. Ya no se trata solo de que los propios símbolos de la compañía —el tío Gilito, encarnación de la avaricia, o Mickey, de la buena voluntad— refuercen el mensaje de la obra original, sino que los creadores del filme se han abandonado a un juego metaliterario tan peregrino como funcional. Los “cameos” de Pepito Grillo o el gigante de las Navidades pasadas dotan de una dimensión particular a la película y la concatenación de las moralinas lacrimógenas dickensianas con los números circenses de Goofie tienen un sabor único.
Es posible que esta película se concibiera como un relleno, como material promocional o un producto secundario dentro de la gran industria de derivados que Disney mantiene y alimenta, pero por una conjunción de elementos, se ha convertido en una adaptación impecable de un gran clásico. Una cita inexcusable el mes que viene. Al menos, para mí.
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