DinoRiders

Imagen de Anne Bonny

Rizando el rizo de los artículos peregrinos, hoy voy a lanzar una estéril protesta por la desaparición de un cómic nonato. Como ya habréis adivinado por la portada, se trata del cómic de los DinoRiders.

Bueno, todo aquel que a finales de los años ochenta jugara con muñecos de este estilo, sabrá que cómic de DinoRiders, estrictamente y hablando de España, en realidad sólo hubo uno: el que se incluía en las cajas de los dinosaurios en cuestión. Y de ahí viene lo de nonato.

 

Lo de estéril, pues más o menos por las mismas cosas: protestar por la desaparición de un cómic que sólo aparecía junto a un juguete que lleva más de quince años descatalogado es meramente nominal. Pero es que los DinoRiders, para información del que no los haya conocido, eran el juguete definitivo. Al menos, lo eran para muchos de nosotros. Y lo eran por muchas cosas. Así que, en el fondo, no es tan raro que todavía los eche de menos.

 

Aunque el fondo de la historia era lo más básico del mundo –el malvado Imperio Rulon, constituido por siniestros alienígenas, está empeñado en destruir a los Valorians, unos tipos pacifistas, telépatas y con aspecto totalmente humano; es decir, buenos contra malos-, lo cierto es que la ambientación era talmente sugerente que era imposible no quedar fascinado.

 

Por un lado estaban los muñecos en sí, humanos y marcianos, que estaban hechos con mucho esmero y bien articulados (sólo los G.I. Joe estaban mejor articulados). Las armas que llevaban eran un poco cutrecillas, de plástico y sin pintar, pero venían en buena cantidad y, en el fondo, daban un poco igual, porque el plato fuerte, lo que de verdad hacía interesantes a los DinoRiders, eran, cómo no, los dinosaurios.

 

Debe haber muy pocos niños en el mundo al que no le gusten los dinosaurios. Muy muy pocos. Y de hecho, sólo el hecho de verles, aunque sea en un libro ilustrado, ya suele ser motivo de entusiasmo. Sin embargo, hacer una buena historia con dinosaurios es complicado; al fin y al cabo, eran sencillamente animales gigantes y no especialmente inteligentes (en líneas generales).

 

Así, siempre han existido historias extrañas de viajes en el tiempo y de fantasía sin más –sin viaje en el tiempo, quiero decir- en el que éstos aparecen. Pero DinoRiders iba más allá, y no sólo tejía una historia bastante bien hilada para lo que a historias de dinosaurios se refiere, sino que te llevaba los dinosaurios a tu casa (o, más bien, a la tienda de juguetes).

 

¡Y qué dinosaurios! No me extraña que los juguetes de ahora nos parezcan feos a los de mi quinta, porque allá por los ochenta se hacían virguerías. Para el que crea que exagero, ahí va un dato curioso: el reputado Smithsonian Museum de Estados Unidos contrató a la compañía que hacía los DinoRiders para que fabricara con los mismos moldes las reproducciones que se vendían en los museos (de hecho, sólo les hacían leves cambios, como quitarles algunos mecanismos móviles que eran puramente lúdicos, y se ahorraban ponerles los arneses y los cazacráneos).

 

No sé si es cierto o no, pero se comentaba que incluso podías encontrar los distintos modelos con diferentes colores de piel. Desde luego, es algo bastante secundario, pero creo que el conjunto pone de manifiesto que era un juguete muy cuidado. Y, como juguete muy cuidado que era, incluía un cómic. El cómic.

 

El motivo por el que las cajas de dinosaurio venían con un cómic me resulta tan misterioso como desconocido. Por un lado, y viendo lo fidedignos que eran los dinosaurios, se podría pensar que todo era un proyecto con un fuerte trasfondo cultural. Pero aunque nosotros sabemos que los cómics son cultura, creo que es ser un poco inocente ir tan lejos.

 

Por otro lado, el cómic daba poco valor añadido al juguete. Yo al principio, como soy un poco raro, me los guardaba todos, a pesar de que eran iguales. Esto es curioso, porque, claramente, no incitaban a comprar más cajas; quizá era para que los regaláramos en el cole e hiciéramos adeptos. Si no me falla la memoria, en la segunda edición tampoco cambiaron el cómic. Luego ya, quizás por la dura competencia con los G.I. Joe, desaparecieron.

 

A veces pensé que lo incluían para que la gente se familiarizara con el universo de DinoRiders, en el que cada figurita tenía su nombre y tal, pero mejor servicio les hubiera hecho, entonces, si lo hubieran distribuido gratuitamente a través de las tiendas, pero bueno. Por otro lado, otros juegos pasaban directamente del tema, como las Bestias de combate, y obtenían, al menos en apariencia, una promoción igual de buena.

 

Sea como fuere, el caso es que había un cómic; breve y simplón, pero cómic al fin y al cabo. Unas cuantas páginas a color presentando a los personajes y explicando cómo los DinoRiders se estrellaban en nuestra Tierra prehistórica seguidos por los malvados soldados del Imperio Rulon. Una historia de sota, caballo, rey que se valía, no obstante, para hacer funcionar nuestra imaginación.

 

Y, con semejante precedente, yo me pregunto, ¿por qué no harán más juguetes con cómics? ¿Por qué los americanos sí que tuvieron serie de cómics de DinoRiders y nosotros no? ¿Por qué demonios sólo pude leer el número cero –tropecientas veces-? ¿Por qué le regalaría los DinoRiders a mi prima pequeña? Preguntas retóricas que, lamentablemente, no tendrán respuesta.

 

Curiosamente, otro de los juguetes míticos que más bien ha hecho a la infancia, los Playmobil de los alemanes, también intentó lo de los cómics, aunque, igualmente, terminaron por abandonar. Esperemos, no obstante, que esta extraña relación cómic-juguete siga siendo fructífera. ¡Y que un día reediten los DinoRiders! Entre medio, intentaré localizar el cómic de marras por algún rincón olvidado.

 

Mira que tener más de media docena y haberlos perdido todos…

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