Conan la leyenda: Nacido en el campo de batalla

Imagen de Anne Bonny

Reseña del recopilatorio de Kurt Busiek y Greg Ruth publicado por Planeta DeAgostini

La infancia de Conan ha sido un terreno largamente explorado por multitud de cómics y de las maneras más variopintas. No es de extrañar: la vaguedad con la que Robert E. Howard trató esta etapa del personaje —recordemos que él plasmaba las historias del cimerio como si un viejo amigo se las estuviera contando— se presta particularmente a ello. Esta vaguedad, unida al conocimiento del destino final del personaje, que llegaría a coronarse rey, plantea sin embargo el problema de la predestinación.

Me explico: la predestinación es un tema recurrente en la fantasía épica, pero ¿termina de ser apropiada para Conan? Si esto terminó cambiando a llamarse espada y brujería es, entre otras cosas, porque, a pesar de sus grandes gestas, el aventurero cimerio es un tipo mundano, ¿no? Al mismo tiempo, es difícil no tratarle como alguien extraordinario, porque también lo es.

Kurt Busiek, gran conocedor de la obra de Howard, consigue conciliar de un modo admirable ambos aspectos en este Conan la leyenda: Nacido en el campo de batalla, el volumen en el que Planeta DeAgostini publica los números sobre la infancia y la juventud de Conan que, originalmente, se publicaron intercalados con otros de la misma colección. Por un lado, se apoya en un personaje fuera de cuadro —un erudito que desentierra las biografía del que fuera rey de Aquilonia de las Crónicas Nemedias por petición de su monarca—, lo que le permite abordar ya esta dualidad sobre el mito y la persona en la que, sin querer, muchos adaptadores de la obra de original habían entrado. Por otro lado, opta por hacer un retrato de la vida del Conan niño y adolescente con claros tintes costumbristas en los que, sin exabruptos, incluye tanto la épica propia del personaje como los símbolos que, bien inventados a posteriori por los escribas nemedios o por el mismo cimerio, ebrio en una taberna, bien reales, forman parte del personaje.

Así, Conan nace en efecto y literalmente en el campo de batalla, y también tiene una infancia implacable en las duras colinas de Cimera —con un breve guiño al famoso poema original de Howard—, la cual, trámite una adolescencia que lo pone a prueba una y otra vez, y siempre con la sombra del abuelo cercana, desemboca en su bautismo de fuego en Venarium. Es particularmente interesante la relación que Busiek consigue establecer entre el viejo, quien todavía mira con nostalgia sus correrías de juventud, y que aparece magnífico frente a los ojos de su nieto, pero igualmente humano, y el propio Conan. De hecho, el veterano guerrero se convierte en una suerte de protagonista secundario de este arco argumental en el que, como el buen acero, el personaje se va forjando golpe a golpe.

Las ilustraciones con las que Greg Ruth completa el guión de Busiek son una maravilla y terminan de dar forma a esta dualidad entre épica y cotidianidad. Nunca la vida de una tribu cimeria había tenido tanto poso y calado, nunca las colinas nevadas bajo la mirada severa del trono de Crom sobre la montaña había sido tan terribles, sugerentes y humanas. Y, personalmente, creo que no se debe únicamente a los impresionantes planos de batalla, o al dinamismo de las escenas de acción, ni siquiera al acierto de los escenarios —algo clave en el género— sino a la propia expresividad de los personajes, dentro de los cuales, a mi parecer, el Conan niño es particularmente impactante.

En definitiva, tal y como dice Ed Brubaker en el acertadísimo prólogo —suscribo cada una de sus palabras—, el Conan que nos traen Busiek y Ruth es aquel que responde a los anhelos de los aficionados que durante años disfrutamos con los cómics con la sensación, al mismo tiempo, de que falta un punto de madurez en las historias. En Conan la leyenda: Nacido en el campo de batalla se palpa esa madurez, ese realismo cercano, sin que se traicionen los conceptos claves del género de espada y brujería —las notas sobrenaturales, los signos, esa misma especie de predestinación—. Una auténtica joya.

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