El cómic de la discordia

Imagen de Anne Bonny

Reflexiones a priori que me han surgido tras darle un poco de vueltas al proyecto que nos ha presentado Alan Moore con su mujer, Melinda Gebbie, este año en el Salón del Cómic de Barcelona

Sólo por centrar el asunto, aunque supongo que los que lean sobre el tema estarán ya al corriente o incluso habrán leído el cómic, comentar que Lost Girls -Niñas perdidas, que no sé por qué no han traducido el título- es la última obra de Alan Moore, publicada ahora en España por Norma Editorial y realizada con la que ya es su mujer, Melinda Gebbie. Se trata de una obra erótica protagonizada nada menos que por tres heroinas de historias infantiles: Alicia (de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll), Dorothy (del Mago de Oz, de Frank Baum) y Wendy (de Peter Pan, de J.M. Barrie)

 

La obra viene ya avalada, además, por honores varios (el Premio Harvey 2007 por “La excelencia en la presentación”, una nominación como “La mejor novela gráfica del año” por The Publishers Weekly y otra como “Una de las 10 mejores novelas gráficas del año” por Amazon.com). Aclaro, además, para que nadie se haga ideas erróneas, que las heroinas ya están creciditas en estas nuevas aventuras.

 

Después de comentar estos detalles, así como de incidir de nuevo en que las que mueven este artículo son ideas a priori -todavía no he leído el cómic, aunque espero no tardar en hacerlo- y de aclarar que Alan Moore es uno de mis autores preferidos en absoluto (no sólo dentro del cómic), creo que ya podemos entrar en harina.

 

A priori, la idea de utilizar personajes de los cuentos de infancia en una historia erótica me perturba. El motivo es sencillo -aunque su trasfondo sea complejo-: tengo la impresión de que atraerán lectores de una manera malsana. Y eso, independientemente de que lo que luego encuentren les decepcione o no, me pesa.

 

Por supuesto, tengo claro que esto no deja de ser un tamizado impuesto por mi propia cultura, en la que la separación entre el mundo de la infancia y el de los adultos está muy marcada, y más en cuestiones de sexo. Esto no es Un mundo feliz de Huxley, donde los niños retozan alegremente sin tabúes, sino el mundo en el que he crecido, occidental y católico con todas las connotaciones. Es por ello que no me gusta la idea en sí, ni toda la publicidad gratuita que va a reportarle al cómic el simple hecho de abordar la sexualidad de estos personajes de ficción, aunque estén ya desvirtuados por la propia imposibilidad de su crecimiento. Es decir, que ya no serán ellos mismos, sino un eco de lo que representan, que, supongo, es lo que busca el autor.

 

Y ése es el quid que me impulsa a leer la obra: el autor, Alan Moore. En primer lugar, porque no es un hombre al que le guste aprovechar los tirones mediáticos, o, al menos, ésa es la impresión que me queda al ver su relación con las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de sus cómics, y de las que ha llegado a renunciar a parte de la tajada que le correspondía por el simple hecho de no querer aparecer en los créditos de una adaptación que no consideraba fiel (por supuesto, esto se puede tomar con toda la precaución del mundo, que los rumores, rumores son, y no creo que nadie haya visto los contratos que haya firmado el propio Moore).

 

Otro hecho más tangible es la formación literaria de este artista. Cualquiera que haya leído La liga de los caballeros extraordinarios se habrá dado cuenta de cuán familiarizado está Moore con la literatura británica, al menos con la del siglo XIX -en el que se enmarcan las tres obras inspiradoras de sus chicas perdidas-. De este modo, cabe suponer que no se trata de una simple elección sensacionalista, sino de un experimento muy meditado. Después de todo, no es que haya cogido tres personajes al tuntún (¿Heidi, Caperucita Roja y La sirenita?), sino tres encuadrados muy claramente en su cultura materna y en un espacio muy determinado, literario y temporal.

 

Finalmente, no he leído ningún cómic de Alan Moore que tenga un trasfondo realmente ligero. Incluso los Tharg's Future Shocks o la propia Liga de los caballeros extraordinarios, con toda su carga de gamberrismo, tienen un fondo cuidado con sus implicaciones filosóficas a flor de piel.

 

De este modo, aun con mis reticencias iniciales, supongo que acabaré encontrando en la obra todo el genio al que me tiene acostumbrado Moore, aunque las ilustraciones de Melinda Gebbie, al menos las que he visto, no hayan terminado de convencerme. Ésa debe de ser, a fin de cuentas, la gracia de los auténticos transgresores, que son capaces de vulnerar nuestros límites poniendo una pregunta sobre el tapete que merezca la pena ser contestada, y no con el simple objetivo de levantar unos cuantos fuegos artificiales.

 

Bueno, de momento a esperar a su lectura, y veremos si se confirman mis temores... y mis esperanzas.

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