Síndrome de Manowar

Imagen de Jack Culebra

Breve comentario sobre una de las películas que más me han hecho polvo los tímpanos: Transformers

El otro día me metí en el cine por la mañana para ver dos películas seguidas; la segunda fue “Transformers” (en versión original, así que no se tengan en cuenta las traducciones para mi opinión). El resultado, como cabía esperar, fue una mezcla de emoción y rabia aderezada con un considerable dolor de cabeza.

 

Dejando de lado el tema del volumen de los altavoces en los cines franceses –que provocaba el pánico en los espectadores cada vez que disparaba, o simplemente aparecía, cualquier robot-, cabe decir que es una película que me ha generado sentimientos encontrados.

 

Por un lado, pone de relieve que la generación que crecimos con toda esta cacharrería que tanto ha nutrido nuestra imaginación vamos llegando a esos puestos mágicos de la sociedad que permiten, por ejemplo, hacer películas (o anuncios de coches, que Transformers a veces parece un guiño a ése que todos sabéis). Y eso es esperanzador, porque vamos a disfrutar de las películas que queríamos ver -y que queríamos hacer-. De hecho, hasta cierto punto, es una gloria rememorar estos cómics de Transformers de Forum, y aunque estéticamente los robots han cambiado, los efectos especiales hacen perdonar muchas cosas.

 

El sentimiento, a pesar de todo, es agridulce: la película conserva parte de ese humor bizarro de la colección de cómics (demasiado, tal vez), y casi es lo que mejor funciona; pero, al mismo tiempo, ha transformado su épica en un pandemonio de cañonazos y galletas sin pies ni cabeza. Y cuando una película de acción tiene en la acción su talón de Aquiles, mal vamos.

 

No es ya que los fans echemos en falta los láseres, ni que los robots prefieran el cuerpo a cuerpo a los misilazos -¿por qué?, se pregunta uno-, sino que las escenas de acción parecen estar metidas sin continuidad alguna con la historia, y, sobre todo, porque son tremendamente confusas. Starscream, por ejemplo, se diferencia de Megatron en la talla, pero poco más, y cuando se revuelcan como cerdos en el cieno es difícil saber quién es quién.

 

Si a esto se añaden elementos incomprensibles (el plan de huída a la ciudad -¿para destruir más cosas? ¿acerquemos a los civiles esta fiesta?-, el asalto en moto del militar -¿pero éste no quería volver con su bebé? ¿le ha entrado pánico escénico?- o el montar una base de congelados en el desierto ¡a principios del siglo XX!) y la música “guiño” a Terminator, uno se queda con la impresión de que tenían más interés por jugar con los efectos digitales que por contar una buena historia.

 

En definitiva, el que quiera acción, tendrá acción, y el que quiera risas, tendrá risas. No tendrán mucho que ver unas con otras, y bien hubieran valido para películas distintas, pero vienen bien surtidas. Eso sí, el que quiera un guión consistente, mejor que busque otra película. O que se lea un cómic.

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