Abrazos

18 posts / 0 nuevo(s)
Ir al último post
Imagen de Angelito
Angelito
Desconectado
Poblador desde: 25/12/2013
Puntos: 263

Nos dijeron que el tiempo lleva el rostro de una mosca, que somos hijos de un minero en cuyas canteras de carne se han moldeado a las criaturas que pueblan la tierra, que cada vida es el insignificante trozo de una estrella colosal que reina sumergido en el centro de un planeta oceánico.

 Esto y más nos dijeron, y a pesar de las disensiones subrayadas por nuestra cosmogonía, el enemigo común amalgamó nuestros propósitos. Prometieron que la daga haría regresar al viejo curaca; su venida: augurio de libertad al albor de una nueva era. Así nos convencieron. Después de todo, ellos también fueron perseguidos, y aunque sobreviven parapetados en la cruz de los invasores, los desprecian tanto o más que nosotros.

 Pero ellos no tienen nombre. La cofradía no existe. Los saberes que albergan jamás han sido escritos. Esto no ha impedido narrar la crónica de su promesa al resplandor danzarín de las fogatas, en la conjugación secreta de las décadas, a veces con un fervor capaz de mermar la veracidad de los hechos, no por ello menos reveladores.

 La esencia misma de dicha promesa se materializó una tarde sepultada en las cenizas de nuestra propia historia; pues allí donde convergen el hambre y las hecatombes, bajo un firmamento en ruinas y un legado de laderas arrasadas, allí donde el parpadeo lacrimógeno de las madres riega la selva que enverdece el pie de la cordillera, en el último refugio del cóndor, el puma y la serpiente, allí debía llegar la daga del Garjelm.

 En efecto, bajo la prohibición de relevar la reliquia, con órdenes precisas de entregarla en persona, el chasqui cruzó los pasos de montaña y los puentes colgantes de los riscos. Derrotó los embates del surazo y las rabietas de la lluvia. Apenas descansó las noches, pendiente sobre todo en racionar sus reservas de maíz tostado. Nada detuvo su marcha, hasta que al tercer mediodía se dio de bruces con aquel puñado de soldados guarecido junto al tambo al borde del camino.

 —¿Hacia dónde os dirigís? —preguntó la mole barbuda calando la moharra de su lanza por mero instinto defensivo.

 —Vilcabamba —contestó justo al extender el brazo con la credencial herida por el roce con las costuras de la chuspa.

 El soldado secó la grasa caliginosa de su frente con el paño de la manga y se acercó cauteloso, aun cuando el cañón de un mosquete, apoyado en una horquilla, le brindaba cobertura desde el flanco izquierdo. Demasiadas veces una situación semejante había preludiado sangrientas emboscadas.

 El indio sacó una hoja de coca. Masticó lento con el sol escociéndole desde una altura cenital, acentuando las sombras por debajo del ceño prominente y la nariz combada, mientras observaba el vaivén exagerado de aquellos ojos que fingían leer y que al instante, con el alivio de quien sobrevive a morir ahogado en un mar agitado de signos, se petrificaron sobre el sello lacrado del virrey.

 —Allí solo encontraréis un montón de piedras tristes —afirmó el infante atragantado por el deseo de atravesarle el pecho.

 —Sí, hace meses las hemos pasado a todas por la pica —añadió otro tocándose la entrepierna.

 El chasqui no reaccionó. Antes de reanudar la senda, se abstrajo al vuelo ermitaño de una guayata, conturbado por el mal presagio del avistamiento, la misma ave que, minutos después, el pequeño Achiq contempló a lo lejos con la espalda apoyada sobre la pared de adobe, resguardado a la sombra bajo la cornija de totora de su casa.

 —Abuela, ¿por qué viaja sola? —Señaló la guayata—. ¿No era que siempre andaban en pareja?

  —Que viaje sola no significa que lo esté.

  —Si me elige, ¿me acompañarás?

 —Tranquilo, no elegirá niños. —Lució una sonrisa que acentuó las arrugas de sus mejillas y que pretendía ocultar esa misma inquietud.

 —Pero yo quiero ir a Hanan Pacha —insistió Achiq.

 —Eso es porque eres muy valiente.

 El niño empezó a dar golpecitos alegres en el muro. Colocó la cabeza en la panza de su abuela que, a su vez, la rodeó con los brazos. 

 —¿Cuándo llegará Atahualpa? —preguntó alzando la vista con el mentón anclado a la boca del estómago de la anciana.

 —Tu hermano, que todos los apus le protejan, debería llegar antes del atardecer.

 El nieto siguió frotándose el rostro en el abdomen de la abuela, mientras esta le ignoraba para intentar predecir las circunstancias de su nieto mayor. Observó la cima pelada del cerro y deslizó los ojos por la pendiente pronunciada que acababa en el templo, la única construcción de piedra de una aldea erigida por cuatro casas en torno a una plaza central.

 —Ahora ve, Achiq, es tu turno —dijo la anciana al ver que una de las servidoras del curaca hacía señas bajo el dintel de la puerta del templo—. ¡Y no te distraigas, las moscas son traicioneras!

 Corrió descalzo. Imaginó que superaba la velocidad de su hermano, que incluso de un salto podía atravesar los lagos y llegar desde la cima de una montaña a la otra.

 El sol escoraba hacia el oeste cuando el chasqui desvió por un sendero de tierra que acababa en un matorral salpicado con árboles de cascarilla. Avanzó como un rayo bajo la sombra constante del amasijo de copas que rayaban las nubes y le hacían perder la noción del tiempo. La densidad de los arbustos desapareció de golpe en un yermo arañado por un riachuelo. Descendió por la linde con el sol de frente y la brisa fresca dándole en las mejillas. Paró solo a beber una vez. El dolor en las piernas no fue aliciente para detener el ritmo. Cruzó por el embalse, con el agua a la altura de las caderas, y se adentró por el soto cuesta arriba. Al poco emergió el claro inmenso rodeado por una flora robusta, muralla natural en cuyo centro resplandecían, diminutos, los techos de totora y las paredes de piedra del templo alineado con el cerro al fondo. Un círculo de tejedoras que trabajaba el único fardo de alpaca tensado en los telares, penoso contraste de las capacidades del viejo imperio, le dio la bienvenida. El microclima seco asestó el golpe final que le hizo sentir en casa.

 —¡Atahualpa! —El prioste de la cofradía extendió los brazos a lo lejos, la potencia de su voz acalló el bufido de las llamas que pastaban en libertad—. ¡Al fin!

 Su abuela salió provista de un cuenco con harina de maíz batida en agua y dos papas asadas, esperando que su otro nieto no descuidara las labores al servicio del curaca, tentado a salir en busca del abrazo de su hermano.

 —Hoy mismo volverá de entre los muertos —afirmó el prioste al recibir la daga, sintiendo el calor del mango traspasando la tela que la envolvía.

 Achiq había oído el murmullo, sin embargo, también comprendía la importancia de su tarea, impidiendo a los insectos tomar siquiera un miserable milímetro de la piel de su ancestro. Acercó la nariz para olfatear el aroma de las resinas y el tanino que desprendía el cuerpo acuclillado sobre la superficie plana de la roca. Intentó encontrarle más allá de sus ojos, por detrás de esa mirada de pan áureo que perforaba los días y las noches. Le pudo más el hambre que la curiosidad. Achiq dio un bocado a una de las yucas puestas en abanico frente al cadáver, probó también el mote con una pizca de remordimiento.

 El murmullo del exterior se hizo más fuerte. Pudo tragar antes de que el mayordomo de la cofradía pusiera pie en el interior del recinto, acompañado por dos aldeanos con la piel sembrada de costurones de viruela. El niño lamentó que su hermano no estuviera entre ellos, ni tampoco fuera.

 —¿Por qué no ha venido a saludarme? —cuestionó a su abuela.

 —Lo siento, Achiq. Ha comido rápido y descansado un momento, nada más. Tenía que subir al cerro antes del atardecer. —El niño dejó caer los hombros—. Pero lo verás en cuanto subamos.

 Los aldeanos salieron del templo con el curaca en andas, guiados por el mayordomo. Una fila de supervivientes, vértebras de un ofidio esquelético, le siguieron en una procesión solemne por la ruta escarpada que llevaba a la cumbre.

 —¿Y cuándo subiremos, abuela?

 —Ni bien me ayudes a cargar los troncos para a encender la hoguera de la plaza.

 —Pero nos lo perderemos todo.

 —No si me ayudas bien.

 Achiq no paró de correr. Nunca había demorado tan poco en apagar y retirar las ascuas del interior del círculo de piedras donde la anciana vio el documento a medio quemar con el sello del virrey. Apreció la perfecta falsificación en la consistencia del lacre, en cada una de sus curvas, y de pronto, un regocijo arremolinado en el pecho le hizo sentir más joven. Nada podía producirle mayor satisfacción que engañar a los invasores, su única forma de venganza luego de tantas tribulaciones y pesadillas.

 Al acabar, abuela y nieto lidiaron con los obstáculos de la pendiente; cantos filosos, desprendimientos y ramas oblongas obstaculizando el atajo por el que Achiq insistía transitar. Las dificultades ponían en evidencia el lastre asido a su mano.

 Tras una franja de queñuales dispersos, a pocos metros de la cumbre, la brisa transportó fragancias de resinas y tanino junto a una voz apolillada. Dio unos pasos más, entusiasmado y desecho ya del alcance de su abuela, hasta que el ángulo le permitió vislumbrar la magia prometida por los cófrades. La silueta del curaca moviendo los brazos, de pie, alzado a contraluz sobre las pinceladas rosas y anaranjadas de las nubes. La daga clavada en su frente. Una vehemencia arrolladora que cerraba el paréntesis de un siglo de silencio y perfecta conservación.

 —No lo recuerdo así —musitó la anciana en cuanto anudó los recuerdos que le daban cuenta de ser la única que le había conocido en vida—, era más pequeña que tú... —Dudó con un suspiro estremecedor.

 La cuesta se aplanó bajo una piña de mujeres y hombres, en su mayoría renegados de las diferentes panacas del Tahuantinsuyo, postrados junto a unos pocos españoles ante la gloria de su efigie. Anciana y niño se hincaron a la retaguardia de los neófitos encapuchados. Achiq buscó la mirada de su hermano, quien hinchaba el pecho de ansiedad y orgullo para ganar el pase y engullir los caminos innaturales que harían recobrar el equilibrio del mundo.

 —¡llevadme a mí! —exclamó Atahualpa—. Yo he portado la daga, yo soy a quien la dignidad de Inti depara el destino.

 —¿Inti? —El Garjelm giró la cabeza en una contorción desnucada que silenció el alboroto nasal de todas las respiraciones—. Habéis amañado la credulidad de estos pobres inquilinos.

 —Mi señor, han diezmado nuestras capacidades —excusó el hermano mayor de la cofradía—,  hemos sido obligados a escondernos en estas tierras lejanas.

 —No puedo cargar con una lumbre que ignora los propósitos que se le exigen.

 —Todos están dispuestos a pagar el precio, mi señor.

 El Garjelm volvió la cara por encima de su pecho y midió el temple en el brillo multiforme que habitaba en cada carne arrodillada, a la manera de los campesinos que saben determinar el momento exacto de una buena cosecha. La miga de luz intensa al fondo llamó su atención.

 —Tú.

 La anciana volvió a tomar la mano de Achiq. Fue incapaz de distinguir cuál era la palma que había empezado a sudar.

 —Ven, Thiri-nor.

 El niño se puso de pie, su corazón aceleró y, con él, un aluvión de emociones le embriagó de valor. Atahualpa ladeó el rostro, en un gesto que delataba temeridad, para encontrarse con la imagen de su hermano despuntando sobre un lago de capuchas.

 —No. Llévame a mí, he dicho. —El temblor de su voz no le restó fuerza al tono amenazante.

 El cadáver ignoró el reclamo. La anciana titubeó en cuanto Achiq dio el primer paso adelante.

 —Por favor, es solo un niño —suplicó la abuela.

 —Por eso es la mejor opción, inquilina, ninguno de vosotros ha sido preparado —afirmó el Garjelm—. Las certezas que arrastraríais de este estercolero al que llamáis mundo os haría estallar al otro lado, no sabríais reteneros sobre vuestra propia conciencia. —Orientó una expresión paternal hacía el chasqui—. Lo echaríais todo a perder.

 Atahualpa se mantuvo en el frío glaciar de aquella mirada muerta, una fuerza avasallante entonando el aire como las cumbres nevadas que sobresalían en el horizonte.

 La luz ya se sumergía por el borde de la tierra cuando el Garjelm tomó la mano del niño. La anciana, con todo el peso de la impotencia aplastando su insignificancia, comprendió esa verdad que a veces brota solo por irrigación de la mentira. Y he aquí nuestra confianza hecha añicos. Nuestra gente necesitaba creer, por otro lado, ellos necesitaban un muerto donde alojar a su señor. Nada hubo de los dioses que hemos fraguado en los yunques de nuestra imaginación. Nada hubo ni del crucificado de los invasores. Nada hay salvo los demiurgos que habitan en palacios inaccesibles, aun por atrás de los bordes de la locura. Y apenas una ínfima gota de esa verdad tuvimos que verla con nuestros propios ojos. La abrazamos, no tuvimos mejor alternativa.

 Achiq dirigió a su hermano un gesto con alusión a despedida. Recostó la espalda encima de un uncu que el prioste había desplegado en el suelo, mientras el hermano mayor de la cofradía entonaba la oración del Thiri-nor en aquella lengua que solo el Garjelm y los miembros de la hermandad podían comprender.

 —No permitáis que su cuerpo muera, o todo su esfuerzo habrá sido en vano —advirtió el Garjelm.

 —¿Volverá? —preguntó Atahualpa.

 Otra vez el cadáver le ignoró. Luego se dejó vencer por las corvas de sus piernas escuálidas y mustias. El pomo esférico de la daga, rodeado de espinas, ocupó el centro del campo visual del niño. Aquello no le amilanó. La sombra sobre la cabeza, por el lado de su cabello, realzó el celeste de un cielo picado de nubes al que la noche fue ganando terreno por oriente. Pronto emergió un mango blanco que prologaba el brillo dorado del recazo. Las pupilas de pan áureo del Garjelm se posaron en las suyas, con el corazón acompasado al mantra que acariciaba los segundos, la percusión tribal en el pecho, en la pausa que le abstrajo del miedo visceral a lo desconocido. Fue ahí cuando el Garjelm extirpó la daga de su frente y, con el oro de la hoja impoluta, de un movimiento vertiginoso, la ensartó directo entre las cejas del Thiri-nor. El cuerpo del curaca se desplomó en el acto.

 La hoguera de la plaza no atemperó las angustias de la noche. Atahualpa vomitó sus lágrimas en solitario, a orillas del embalse. Su inicio apresurado en la hermandad tampoco calmó la sed de conocimiento acerca del numen hecho piel y huesos, el emisario de las imposibles entrañas del cosmos. Ni siquiera los cuidados que dedicó a su hermano pudieron sustituir ese abrazo que jamás tuvo lugar.

 El cuerpo del niño permaneció en idéntico estado. Nadie supo explicar la naturaleza de su condición, acaso en el intersticio de la vida y la muerte. Lo cierto es que nunca fue pasto de las moscas. Sin pulso, sin respiración, y aun así, un niño fuerte y saludable durmiendo la siesta al margen del puñal clavado en su cráneo.

 Recién a la segunda década, se descubrió que los espasmos, en alguna extremidad, sucedían al azar una vez por año cuando menos. Para entonces la aldea ya había sido consumida por el fuego de los invasores. Vaya a saberse los derroteros que albergaron la diáspora definitiva de nuestra estirpe. El famélico impulso de ampliar la zona de influencia del corregidor nos empujó a optar por los peligros feroces de la selva o la abyección de las reducciones gobernadas por la cruz y el plomo. Aunque ninguna alternativa restó importancia a la posibilidad de ser devorado por los túneles del Potosí.

 Sí sabemos de Atahualpa que vagó la aridez de los años con su hermano a cuestas. Conocedor de todos los caminos y encrucijadas, huyó de los tentáculos extendidos desde la ciudad de Lima. Hizo de la cordillera su casa, de la hospitalidad de los alfareros su familia. Fue nombrado consiliario en las fauces de un volcán, y aprendió cosas que hubiera deseado borrar de la memoria. Aun así, el caudal de su conocimiento apenas abarcaba una vaga noción de las tensiones y vilezas que dieron lugar a las primeras nebulosas.

 Qué hay de admirable y majestuoso en los instintos celestiales de las tres bestias que dominan la existencia. Quién en su sano juicio renunciaría a luchar en la guerra clandestina de las lumbres que añoran su libertad. Quisieron las turbulencias de los acontecimientos que acabara convirtiéndose en el hermano mayor de la cofradía.

 Envejeció.

 El mito de un niño eterno, embalsamado en vida por el oro de una daga milenaria, se divulgó en capillas y posadas. Solo el preciado metal motivó la expedición de aventureros afiebrados de avaricia. De estos no sabemos nada.

 En cambio, sí sabemos que justo cuando Atahualpa había perdido la esperanza, decrépito y rendido al umbral de su último aliento, observó los párpados de su hermano abriéndose de par en par, al alba de un día cualquiera de primavera, tras una convulsión de espanto que sobresaltó cada uno de sus huesos. No obstante, el fogonazo de vida no dio paso a ninguna emoción feliz, porque desde el fondo de sus pupilas, como lóbulos ocelados de una mosca deforme, regurgitaron las dentelladas rutilantes y frías de un orbe que embraveció las mareas desproporcionadas que ahogaron al niño hasta la muerte.

Imagen de Patapalo
Patapalo
Desconectado
Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

Imagen de Patapalo
Patapalo
Desconectado
Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Un relato solemne, sombrío y terrible. Me ha gustado mucho el trasfondo y el papel que juega la momia en él. Inesperado, me ha parecido muy original y potente. La imagen que genera es muy poderosa.

Al punto que le he visto algunas aristas es a la elección del vocabulario. En líneas generales me ha parecido muy sugerente y adecuado al tipo de historia, pero ha habido algunos momentos en los que la construcción de las frases me ha resultado algo laberíntica y otros en los que la duda me ha sacado de la trama. Por ejemplo, el uso de "abstraerse" o "escorar" en forma intransitiva.

Más allá de eso, me ha parecido un relato muy meritorio y enriquecedor en su modo de abordar al personaje de esta convocatoria: la momia.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

Imagen de Efepe
Efepe
Desconectado
Poblador desde: 28/05/2017
Puntos: 320

Vaya tela de relato. No sé ni cuanto rato me ha costado leerlo. Parece que lo ha escrito el mismísimo escriba de Atahualpa.

 

La historia está bien. Además las diálogos son muy creibles, y pese alguna errata, están muy bien escritos.

 

Me ha sucedido un poco lo que dice Patapalo. Las frases son demasiado largas y comlpejas. Algunos terminos de una determinada jerga enriquecen, muchos entorpecen la lectura. Se me ha hecho demasiado farragosa, y sé que es algo totalmente personal, a mí me gusta que se vaya al grano.

 

Te dejo 3,4 estrellas.

 

 

 

EFePe

Imagen de Stendek
Stendek
Desconectado
Poblador desde: 27/05/2020
Puntos: 198

Un relato muy trabajado, en el que es facil perderse si no se lee con atención. Quizas le faltó un poco de contexto, pero eso no le quita valor, al igual que algún despiste ortográfico.

Le doy 4 estrellas.

Un saludete.

 

Imagen de Ligeia
Ligeia
Desconectado
Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Me he perdido... bastante... al principio hasta creí estar en otra cultura extraterrestre o del futuro y vaya susto al llegar al primer término incaico, la curaca. El uso de palabras demasiado modernas para el ambiente (como neófito, cosmogonía, etc) con otras más abtrusas y los nombres locales de flora y fauna no ayudó demasiado.

 

Tres estrellas: ***

Imagen de Bio Jesus
Bio Jesus
Desconectado
Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Un relato muy particular, con aire de leyenda andina, en el que actuan dos fuerzas opuestas. una te mete en la historia gracias a su sugerente planteamiento, al tono legendario y a la visión desde los ojos de un niño que siempre es sugerente.

La otra te saca por lo denso del texto: profusión de adjetivos, frases largas, mezcla de vocablos indígenas con otros poco habituales... te pierdes muy facilmente y hace que los árboles no te dejen ver el bosque.

Es una bonita historia, en forma y en fondo, pero el peso de lo estético lastra al relato en si mismo.

Mi nota es 3,25.

Imagen de LCS
LCS
Desconectado
Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Está claro: estamos ante un buen escritor. El autor sabe utilizar muy bien el lenguaje. El problema es que, lo que normalmente sería una virtud, en este relato es un inconveniente. Dificulta mucho la lectura. 

Del tema,todos tengo tenemos nociones básicas. Parece que habla de la llegada de los españoles al Imperio Inca. Pero surgen dudas: ¿Atapualpa es el Atahualpa histórico? ¿O es otro Atahualpa? En todo caso, las nociones históricas que tenemos sobre la materia dificultan la capacidad de entender el relato.

Por otro lado, he encontrado gerundios en las acotaciones. No influye eso nada en la puntuación (mi fijo más en la capacidad para crear la historia), pero no me gustan nada. Jajaja. 

Como dato a favor, me gusta que no se haya centrado en el Antiguo Egipto. 

 

*** Tres estrellas. 

 

Imagen de Germinal
Germinal
Desconectado
Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

Talento en la forma de escribir, sin duda, aunque creo que a este relato le favorecería la regla del menos es más, pues lo encuentro demasiado recargado. Me ha sucedido además que he tardado en situarme al principio de la historia que parecía envuelto en un halo de fantasía, pero esto puede ser a causa del desconocimiento propio.

Voy a puntuar el relato con 3,5 estrellas. Felicidades y gracias por compartirlo.

Imagen de GOODGIRL
GOODGIRL
Desconectado
Poblador desde: 13/11/2012
Puntos: 64

Texto barroco muy bien, pero que muy bien escrito y con una excelente contextualización incaica. Sin embargo, para los no avezados, resulta una trama confusa y el autor hubiera hecho bien en darnos más apoyos sobrer ella. Yo todavía dudo de si el tema se centra en el secuestro del cadáver de Atahualpa y el mito de su momificación con vistas a su retorno y glorificación. Supongo que sí, pero mi desconocimiento de los modos del sacrificio ritual me han impedido disfrutar de un texto que, sin ser capaz de juzgarlo del todo, me parece un trabajo extraordinario que me ha provocado tener que acudir al diccionario de la RAE para muchos de los términos dialectales. Eso es un valor añadido.

Por mi parte, tiene un valoración de 5 estrellas

Imagen de Mzime
Mzime
Desconectado
Poblador desde: 01/02/2016
Puntos: 352

GOODGIRL dijo:

Texto barroco muy bien, pero que muy bien escrito y con una excelente contextualización incaica. Sin embargo, para los no avezados, resulta una trama confusa y el autor hubiera hecho bien en darnos más apoyos sobrer ella. Yo todavía dudo de si el tema se centra en el secuestro del cadáver de Atahualpa y el mito de su momificación con vistas a su retorno y glorificación. Supongo que sí, pero mi desconocimiento de los modos del sacrificio ritual me han impedido disfrutar de un texto que, sin ser capaz de juzgarlo del todo, me parece un trabajo extraordinario que me ha provocado tener que acudir al diccionario de la RAE para muchos de los términos dialectales. Eso es un valor añadido.

Por mi parte, tiene un valoración de 5 estrellas

¡Diantre, ese comentario es mío! heart

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

Imagen de solharis
solharis
Desconectado
Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 21906

El estilo me recuerda al estilo borgiano de los relatos del Aleph, que leí no hace mucho. Aunque me gusta que la escritura esté trabajada, especialmente en los formatos cortos, es un estilo demasiado barroco para mí pero desde luego está muy elaborado y rebosa vocabulario. Sólo un autor con experiencia puede lograrlo. También es un mérito que se aparte de Egipto porque no fue la única cultura donde las momias tuvieron un papel destacado. Las momias fueron también relevantes en las culturas andinas. 

La ambientación y la temática son originales. Creo que con un estilo un poco menos farragoso y a veces incluso excesivo (¿vomitar lágrimas?) hubiera ganado mucho.

Mi puntuación es 3'75

Imagen de Dr. Ziyo
Dr. Ziyo
Desconectado
Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Bufff... relato denso donde los haya. En la primera lectura que hice me vi tan perdido que la verdad, apenas me enteré de nada. Ahora, en la segunda, he podido comprenderlo algo mejor, pero aún así se me ha "atascado" y me ha seguido generando una sensación incómoda en la lectura.

Por un lado, hay frases muy poéticas y muy bonitas y es innegable que el autor lo hace muy bien. Por otro, el relato me parece demasiado recargado y eso no me ayudaba a conectar con él en absoluto y me empujaba una y otra vez fuera de él, de tal manera que no he podido visualizar apenas nada, algo que me parece muy importante a la hora de leer cualquier cosa.

Le doy tres estrellas.

 

Imagen de Sanbes
Sanbes
Desconectado
Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Un relato que te obliga a tener un extra de atención durante toda la lectura. 

La narrativa me parece demasiado recargada. Supongo que se ha querido trasmitir la sensación de estar escrito en la época en la que sucedieron los hechos. En ese sentido está muy logrado. Pero aún así creo que jugar a mezclar párrafos densos con otros más directos hubiera conseguido una lectura más fluida, sacrificando un poco el paisaje en favor a la trama.  

El uso de la momia es original, cosa que se agradece. Y la historia que se cuenta es interesante, aunque, en mi caso, el uso excesivo de adjetivos y las frases tan recargadas han ensombrecido la lectura. 

En definitiva, al acabar el relato tengo la sensación de que me encuentro con un buen autor, que ha conseguio lo que pretendía. Sin embargo, como lector no he conseguido conectar ni con los personajes ni con la historia.

3 estrellas.   

 

Imagen de Curro
Curro
Desconectado
Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Un relato muy original y ambientado. Los numerosísimos detalles sobre los escenarios y la cultura inca claro que o bien el autor es docto en la materia, o bien ha sido necesario un duro trabajo de documentación previo a la escritura. Por mi parte, valoro mucho ambas cosas.

Vamos con la reseña, aunque no sé si como lector estaré a la altura.

Escritura delicada, mimada. Cada palabra parece atada con presteza, encajada a conciencia. Cada frase transmite muchísimas cosas. Esto es meritorio, sin duda. Sin embargo, se me ha atragantado un poco al principio, creo que el arranque es muy exigente. Demasiada información que se suelta de golpe y asfixia un poco al lector, que se ve obligado a intentar desentrañar el marco espacio-temporal, comprender la identidad de los personajes y su cultura y, a la vez, ir entrando en la historia, que deja descanso. Sí, creo que exigente es la palabra.

Pongamos por ejemplo…:

El chasqui no reaccionó. Antes de reanudar la senda, se abstrajo al vuelo ermitaño de una guayata, conturbado por el mal presagio del avistamiento, la misma ave que, minutos después, el pequeño Achiq contempló a lo lejos con la espalda apoyada sobre la pared de adobe, resguardado a la sombra bajo la cornija de totora de su casa.

 —Abuela, ¿por qué viaja sola? —Señaló la guayata—. ¿No era que siempre andaban en pareja?

La acción se traslada de una escena a otra muy distinta sin siquiera un salto de párrafo, utilizando un ave como nexo de unión. Aplaudo esta transición por su originalidad, pero llega en un momento de confusión máxima y termina por extenuarme.

La segunda parte del relato, desde mi punto de vista, es mucho mejor. Se reduce un poco el elenco de personajes (los conquistadores que aparecen con el mosquete también me confundieron un poco) y se empieza a acotar la historia. A partir de ahí, todo fluye de forma más cómoda y empieza a disfrutarse de verdad, y mucho.

Me ha fascinado. El inocente comentario de Achiq es una declaración de intenciones por parte del escritor que agua un poco la sorpresa que supone su elección, pero a la vez es un salto hacia el horror que tiene mayor peso que el que habría supuesto dicha sorpresa aguada.

Por fomentar el diálogo con otros lectores y reseñadores:

solharis dijo:

Creo que con un estilo un poco menos farragoso y a veces incluso excesivo (¿vomitar lágrimas?) hubiera ganado mucho.

Es cierto que llega a ser excesivo, pero no lo veo una pega, creo que podría ser premeditado. Al final, se está contando una historia muy dramática, en cierto modo, una epopeya. Creo que ningún lenguaje resulta excesivo en estas circunstancias. Otra cosa es que dichos excesos lleguen a entorpecer la lectura (eso ya está comentado).

LCS dijo:

Parece que habla de la llegada de los españoles al Imperio Inca. Pero surgen dudas: ¿Atapualpa es el Atahualpa histórico? ¿O es otro Atahualpa? En todo caso, las nociones históricas que tenemos sobre la materia dificultan la capacidad de entender el relato.

El viaje final de Atahualpa que narra el relato es precioso. Confieso haber tirado de Wikipedia para saber sobre el Atahualpa histórico (sabía quién es, pero con pocos detalles sobre su vida). Los datos históricos no cuadran, pero podría entenderse el como una metáfora del declive de la cultura inca hasta su extinción. No soy muy de metáforas, así que mejor no ahondo en esto.

 

Como corrección, solo tengo una y es una chorrada: una mayúscula que falta en…:

 —¡llevadme a mí!

En definitiva, por mi parte, el relato se lleva cuatro estrellas, sobre todo por el meritorio esfuerzo que entiendo que ha supuesto y por su preciosa prosa, que es casi poesía en algunos puntos.

Imagen de Angelito
Angelito
Desconectado
Poblador desde: 25/12/2013
Puntos: 263

Gracias a todos por los comentarios y las valoraciones. Tomo nota de todo. 

Ya que estoy aclaro que no se trata del Atahualpa histórico.

Imagen de Hedrigall
Hedrigall
Desconectado
Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Es posible que el texto requiera del lector un esfuerzo extra, pero a pesar de un par de construcciones complejas, tal esfuerzo merece la pena. Hincapié en la descripción y la adjetivación, creo que porque el escenario es parte importante no tanto en la historia, sino en las sensaciones que desprende. Buena elección del narrador, que aporta un toque ominoso constante, a la vez que una sensación melancólica de derrota. El vuelo de la guayata avistado por dos personajes y usado como transición entre escenas es magnífico, y en general el relato se aproxima de forma original a la momia en esa condición de profecía y esperanza/desesperanza frente a un pueblo invasor.

 

Mi valoración es de 4 estrellas.

Imagen de mawser
mawser
Desconectado
Poblador desde: 17/07/2009
Puntos: 253

Un relato con aroma a leyenda, bien construido y por momentos cruel. Si bien es cierto que no siempre es de lectura fácil, tiene algo que atrapa y que obliga a seguir leyendo de forma casi hipnótica. 3,5 estrellas por mi parte.

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

 OcioZero · Condiciones de uso