Ébano y hielo (F)

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Tusitala
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Hola, aquí va mi relato "Ébano y hielo":
 

 

ÉBANO Y HIELO

Hubo una vez una altiva princesa Shahir que desafió antojadiza a su fiel y devoto enamorado al preguntarle un enigma que el mismísimo dios fenec le había susurrado durante su solitaria adoración más allá de la Puerta del Misterio.

—¿Dónde se hallan juntos ébano y hielo? —quiso saber la alta princesa de ojos grises—. Dímelo, te lo ruego, en prueba de tu amor.

El nombre de su enamorado no se recuerda. Un grueso muro de olvido fue levantado desde entonces, aunque su triste travesía aún perdura en viejos pergaminos roídos por el calmo y eterno gotear de los siglos, que nadie sabe ya leer.

No era un hombre sabio y ni las seculares letanías ni el arcano culto que la princesa profesaba le decían nada. No podía penetrar en el saber de los libros. Sólo podía guiarse por las brillantes pupilas de su amor. Así que partió en busca de una respuesta.

Cabalgó a lo largo del Valle de los Condenados musitando la pregunta, como temeroso de olvidarla. La soledad fue su compañera entre los incorruptos huesos de muertos guerreros de otrora. Hubo de entregar su bienamado garañón a sus revoloteantes espíritus para escapar al final del valle. Los cráneos no le respondieron.

Luego arrostró el torvo Risco del Sacrificio, bullente de horribles e inhumanos moradores llenos de carnal ansia por quienquiera que hallasen. Apenas si pudo eludirlos mientras ascendía. Nunca daría con la respuesta allí.

Del otro lado de la abrupta montaña se tendía Minartee, la ciudad del pagano, sus áureas espiras talladas y sus cúpulas de jaspeado mármol irguiéndose orgullosas hacia el encapotado cielo en el gélido alba. Aguardó al acecho tras los musgosos peñascos junto al camino del norte, tendido desde el Último Mar, hasta que logró despojar a un solitario peregrino que se dirigía hacia la malsana ciudad. Se puso las burdas vestiduras de lana de aquél y así atravesó el cercado de piedra de Minartee sin ser advertido. Una vez dentro, se encaminó hacia el templo del hereje. Se decía que sus impíos sacerdotes ávidos ofrecían su consejo a cambio de algo de sangre. Así lo hizo, haciéndose pasar por un peregrino. Ninguna respuesta le fue dada.

Poco después partió de Minartee en dirección norte, a través de las tierras palustres. Si tanto sapos como faunos le croaron la respuesta burlones, él no la entendió. Llegado al Último Mar, convenció a un grupo de marineros arrugados por el agua para subir a bordo en una travesía de un lustro bordeando la costa de todas las tierras conocidas.

Conoció y preguntó a mucha gente. Ninguno de ellos pudo decirle.

Al cabo volvió a casa, afligido y con aire marchito, sus ojos perdidos para siempre en la distancia, buscando sin cesar una respuesta. Acudió a palacio, y entró en la cámara de la princesa sin ser anunciado. Estaba sentada en su trono real. Al verlo pareció recordar, y esbozó una fugaz sonrisa, clavándole la mirada. Entonces él supo.

Ébano y hielo estaban allí, latiendo sobre un trono de marfil.

Autor: Fermín Moreno González

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reimundez
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Puntos: 52

No se sale indemne de la lectura de tu relato, consigue hacer pensar sobre lo que tenemos y a veces hay que cerrar los ojos para verlo.

Felicitaciones.

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Tusitala
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Poblador desde: 08/05/2009
Puntos: 824

Hola, reimundez:

Muchas gracias por tus comentarios :-).

 

Fermín

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