Timiti206 (CF)

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Queen of tales
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La voz sabía a hojalata, al menos eso es lo que Timiti206 pensó durante unos segundos antes de anunciar a Artemis que acababa de comprender uno de los primeros misterios de la poesía.

—La voz no puede ser un sabor —dijo en apenas un susurro para dar a entender que su línea de pensamiento era la correcta.

—En efecto —corroboró Artemis, su actual ingeniero—, ¿y con eso que consigue experimentar el humano?

Timiti206 aceleró su microprocesador y sus circuitos comenzaron a rozar la temperatura máxima recomendada. El pensar no era algo habitual en su sistema de actuación. Era una de las nuevas incorporaciones de las que disponía desde hacía tan solo unos meses.

—Experimenta… ¿Confusión?

Artemis arqueó las cejas. Su semblante se tensó. No cabía la menor duda de que Timiti206 era capaz de pensar; pero lo que más le sorprendía era la habilidad  que le permitía progresar en nuevas formas –cada vez más complejas- de desarrollar el algoritmo de semejanza al pensamiento humano.

Hacía tan solo unos días que Timiti206 había aprendido a responder a una pregunta con otra pregunta y ahora, no sólo había comprendido lo que había tratado de enseñarle acerca de la poesía sino que además había aplicado sus últimas actualizaciones.

—Creo que es suficiente por hoy ­―terminó por decir Artemis.

Acto seguido apagó el ordenador con el que había estado haciendo las últimas modificaciones sobre Timiti206, amontó los libros de software cerca del monitor y se puso de pie.

―He actualizado tu memoria, en ella encontrarás varios libros de poesía. Me gustaría que esta noche trabajases en la sinestesia. Timiti206 asintió y de forma inmediata comenzó a trabajar en la tarea.

 

Artemis se fue a su cuarto. Desde hacía varios meses no había hecho otra cosa más que trabajar en Timiti. Ahora se preguntaba si de verdad valía la pena enseñar a un robot a escribir poesía o literatura, si de verdad en algún momento un ser que no dispone de capacidad sensorial sería capaz de plasmar la suavidad del viento en una tarde de otoño, o la elegancia de un cisne al estirar su cuello y deslizarse por un estanque entre los juncos.

Se miró en el espejo durante unos segundos y negó con la cabeza. “Quizá no haga falta sentir”, se intentó convencer. No era la primera vez que se preguntaba esto, de hecho, desde que había comenzado el proyecto “Timiti206” no había hecho otra cosa más que pensar en cómo un robot podría solucionar algo para lo que en un principio no estaba programado.

Artemis se tumbó en la cama y miró durante unos segundos la pila de libros amontonados que había formado durante los últimos meses. Habría cerca de veinte, todos apilados en tres montones de semejantes características; ordenados en robótica, literatura y matemáticas. Dejó caer la cabeza sobre la almohada y apagó las luces. Siguió durante unos minutos con los ojos abiertos, escrutando el techo en busca de una respuesta que quizá no existiese.

“No hace falta que lo sienta, simplemente con que tenga la suficiente experiencia será capaz de simular la sensibilidad humana”, fue lo último que pensó antes de quedarse dormido.

 

—Las golondrinas cantan colores de primavera —dijo Timiti206 nada más entrar Artemis.

Y Artemis se sorprendió una vez más de la capacidad del robot, si bien la frase no era nada en especial. Se sentó cerca del autómata y, pensando que sería bueno para Timiti206, comenzó a contarle sus pensamientos.

—Cuando era pequeño jamás pensé que un robot sería capaz de conducir un coche, ni que un ordenador podría ocupar un cargo de importancia en una empresa, ni mucho menos que se pudiesen crear máquinas robóticas diseñadas para el deporte en competición; sin embargo, hace unos años se formaron varias ligas de fútbol, se creó el primer torneo de tenis y el primer equipo de natación sincronizada. Además ahora todos los taxistas y chóferes son robots y en unos meses, los ejecutivos de varias compañías de seguros serán reemplazados por autómatas especialistas en estrategia comercial.

“Nunca pensé que un robot sería capaz de desempeñar la función de un asistente de médico, ni me imaginé que serían capaces de realizar todas y cada una de las tareas humanas que son repetitivas. Y ahora no sólo hay asistentes de médico, ni enfermeros, sino también hay médicos autómatas. Médicos cada dos esquinas en los que si introduces una moneda cobran vida por unos segundos, piden síntomas, analizan datos, si acaso toman una fotografía sobre la herida o lesión y cotejan con sus bases de datos gigantescas la instantánea para después, sin más, como una máquina expendedora, dejar caer el medicamento.”

“Ahora hay miles y miles de robots, todos ellos funcionando perfectamente en sus distintas labores, pero aún así Timiti, tú eres diferente ¿Y sabes qué es lo que te diferencia del resto? Que todos los demás son incapaces de ver más allá de lo que ya son. Ellos son robots que cumplen su función al pie de la letra; el médico no piensa en verdad en la patología del paciente, sólo ve en su procesador “Si ocurre A, y está presente B, y hay C de por medio, entonces sacar el medicamento F y decir que lo tome los días XXX”. No pueden hacer más: dependen de un matemático o un ingeniero para superar sus funciones.”

—¿Y yo no? —respondió Timiti206 con su tono treinta y siete de pregunta.

Artemis musitó un tiempo antes de responder.

—No lo sé. Quizás me esté volviendo loco. En verdad no eres más que una memoria con un algoritmo complejo. Tienes cientos de diccionarios metidos, miles de respuestas a posibles preguntas en función del tema del que se está hablando. Y además tu microprocesador consta de un algoritmo de mutación capaz de crecer en sí mismo, añadiendo nuevas funciones sin necesidad de que alguien te retoque.

Artemis miró un momento la pantalla del ordenador y, con curiosidad, se detuvo unos momentos a observar una de las primeras respuestas para las que Timiti206 había sido programado. Era la única respuesta invariable, la única que no tenía ningún otro camino posible: la única que nunca cambiaría en su sistema.

—Timiti, ¿eres humano?

Timiti206 encontró la respuesta rápido; sin embargo esperó durante unos segundos para simular la forma de pensamiento del ser humano.

—Supongo que no. No soy capaz de sentir.

Artemis miró de nuevo la pantalla del ordenador. La respuesta para la que había sido programado era un simple y tajante “no”. Entonces se preguntó de nuevo hasta que punto llegaba a ser humano Timiti ya que había manifestado inseguridad en la respuesta, y sobre todo un anhelo: ser capaz de sentir.

 

 

 

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PedroEscudero
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2661

Bienvenida, Queen of tales

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¡Suerte!

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reimundez
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Poblador desde: 30/07/2009
Puntos: 52

De cómo la poesía puede convertir a Timiti en humano, y a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad.

Evolución y crecimiento de un personaje.

Bonita historia, Queen, que tengas suerte. Un saludo.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Me gusta mucho este relato. De hecho, me gusta más ahora que cuando lo leí por primera vez en OJ. Me gusta que el robot no evolucione en algo terrible, pero al mismo tiempo se plantee esa curiosa idea de fondo. Tiene algo de metafísico y mucha ternura, me atrevería a decir.

Buen trabajo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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