La Cosa del Pantano de Alan Moore

Imagen de Kaplan

Reseña del primer tomo publicado por Planeta DeAgostini

A estas alturas, uno no sabe muy bien cómo enfrentarse en principio a una reseña de una obra de Alan Moore. Son tantas las páginas sobre él, tantas sus entrevistas, tantos análisis concienzudos, tal su reconocimiento, que es fácil encontrar inútil y repetitiva la labor de escribir solo unas líneas más sobre el de Northampton. A no ser que se haga un esfuerzo por olvidar toda la relevancia que ha adquirido a lo largo de los años y nos enfrentemos a la lectura de sus obras y las posteriores conclusiones libres de ideas preconcebidas. A la hora de tratar este primer volumen recopilatorio de Swamp Thing habrá que situarse en la década de los ochenta, ante un personaje con quien nadie sabía muy bien qué hacer tras su creación por parte de Len Wein y Bernie Wrightson.

Lo primero que se advierte es que Moore no se anda con rodeos y que sabe muy bien qué quiere hacer: dinamitar la serie. Lo hará en una doble dirección.

En primer lugar, dinamita el contenido. En los cómics de superhéroes puede decirse que los poderes y el disfraz son lo anecdótico, lo meramente estético, mientras que el trasfondo del personaje es lo que lo hace único. Pues bien, en Lección de Anatomía, Moore decide prescindir, en un acto de osadía tremendo, de dicho trasfondo. Como si Superman dejara de ser Clark Kent. Esta rotura deja al personaje libre de ataduras argumentales, lo sitúa en una tan peligrosa como sugerente página en blanco. El guionista optará por rellenar ese vacío por medio de planteamientos progresivamente más abstractos y literarios y menos superheroicos (algo parecido a lo que será su futura Promethea) y por dar más importancia a las atmósferas (a menudo escalofriantes, siempre lúgubres) y al resto de personajes, tanto a los secundarios como a los solo anecdóticos (el memorable capítulo Pog, hermanado en esencia con El evangelio del coyote de Morrison, es un ejemplo inmejorable de ello; en él, la Cosa del Pantano es un mero espectador de cuanto acontece).

En segundo lugar, dinamita el continente. Gran parte del éxito de Alan Moore proviene, curiosamente, de la humildad con la que trabaja con sus dibujantes. A pesar de que sus guiones sean bien descriptivos, no impone sus reglas de forma dictatorial, sino que las adapta a los puntos fuertes de sus colaboradores. La impronta de Moore se percibe más en el resultado total que en una viñeta aislada, su estilo no es una frase lapidaria, es un discurso hilado como nadie lo lograría. A la hora, pues, de trabajar con Bissette y Totleben, Moore les propone composiciones de página evocadoras, recargadas, abstractas, que dan mayor impulso si cabe a sus emotivos guiones. Que sea imposible separar en esta obra el dibujo del guión es el mejor elogio que se puede hacer a la labor de los dibujantes.

Si a esto sumamos la edición sobresaliente que Planeta DeAgostini ha realizado para la ocasión, con todas las portadas originales, textos de Delano y Gaiman y tapas duras nos encontramos con un tomo que no debe perderse ningún aficionado al cómic y el terror. Sí, es cierto, todo el mundo lo sabía ya a estas alturas, pero resulta un tanto mezquino no reconocer los méritos de una obra maestra cuando se está ante ella.

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