El comiquero inmovilista

Imagen de Anne Bonny

Estaba reflexionando sobre los cómics olvidados e, inevitablemente, mis ojos se han posado en su imagen especular: esos cómics que están siempre allí, alguna vez por motivos incomprensibles.

Cuando alguien me pregunta por mis primeros cómics, siempre me viene a la mente la biblioteca de mi padre, dónde, en sus cuidadas ediciones en tapa dura, se alineaba un surtido casi completo de Tintin, Astérix y Obélix, y Lucky Luke. Junto a éstos se encontraban otros, de ediciones igualmente cuidadas, pero que no prosperaban más de tres números, lo que les daba cierto aspecto de náufragos: Blueberrys -que luego despegaron dentro de la familia-, un Alexis MacCoy, algunos de Alix, los infumables Mortimer y Blake, El libro de la jungla... Y luego, en otro compartimento, los parias, unos cómics -en ocasiones colecciones completas- que seguramente por carecer de tapa dura estaban ahí apilados.

 

Es normal que, preparando mi artículo sobre cómics olvidados, haya obligado a mi memoria a echar un vistazo a ese cajón del rincón, lejano geográficamente, pero cercano en sentimientos, y mi sorpresa ha sido encontrarme junto a cómics que, efectivamente, se pueden tildar de “olvidados”, a otros que no encajan en absoluto con el epíteto. El caso es tan flagrante que he terminado escribiendo lo contrario a lo que pretendía, y la culpa es... del Capitán Trueno.

 

Hay cómics hacia los cuales nos volvemos con reverencia, como los tres primeros que he nombrado, y otros que están tan incrustados en nuestra cultura que no podemos pasar por alto aunque lo intentemos (como los Mortadelos o los Zipi y Zape). Luego hay otros que, considerados obras maestras más o menos universales, aparecen en cualquier conversación o cuando se piden recomendaciones. Últimamente podemos poner en este taco a V de Vendetta, o a Mauss. Y luego hay otros incombustibles, que permanecen en el candelero pase lo que pase, y ahí es donde veo yo a nuestro bienamado Capitán Trueno.

 

Vale, puedo tragarme que el Capitán Trueno, como los Mortadelos que nombraba previamente, forma parte de nuestro acerbo cultural. Aunque no vea muy claro qué aporta frente a, por ejemplo, El Guerrero del Antifaz -más allá del color y la perspectiva en el dibujo-, estoy de acuerdo en que es un cómic de aventuras que incluso los que no vivimos la dictadura pudimos apreciar (de niño me leí unos cuantos kilos de ellos y, de hecho, me gustaban más que El Príncipe Valiente, aunque fuera únicamente porque tenían bocadillos). El Capitán Trueno, de acuerdo. Pero sólo eso, el Capitán Trueno. Porque, como todos sabréis, tiene otros alter ego, como El Corsario de Hierro o El Jabato, ese improbable íbero que ya era cristiano antes de que llegaran los romanos.

 

Estos dos cómics representan para mí el ejemplo más claro de cómo se puede explotar un modelo que funciona sin ningún tapujo. Ver a Goliath transformado en Mac Meck o en Taurus, y a Crispín en Merlini o en Fideo siempre me ha perturbado profundamente. Es como lo de los animales parlantes de Disney pero en versión nacional y formato cómic. Es el paradigma del inmovilismo comiquero, del trabajo hecho siguiendo una receta.

 

Cuando uno ve que de Conan sacan varias series, ve también que se hace un esfuerzo por vender la misma moto con distinto lazo: la Espada Salvaje es más adulto, Conan Rey es de otra etapa del personaje, Conan el Aventurero es el comienzo cronológico... Bueno, más o menos te lo tragas. Pero ¿qué explicación hay en que se repitan casi con los mismos guiones los tríos de prota – cachas – cómico? (Sí, el pobre Crispín ha ido en barrena descendente hasta dar nombre a cierto Klander). Supongo que la comodidad hipnótica del lector. ¿Para qué probar algo distinto si esto ya funciona?

 

Lo más sangrante, a mi parecer, es que ya el propio Capitán Trueno nacía como imitación de otro cómic, aunque luego emprendiera su propia ruta, sin duda más personal. ¿Cómo es posible que se sigan comprando estos mismos cómics?

 

Por supuesto, esto no es un mal exclusivo de esta “trilogía”. Muchas veces las editoriales tiran de estos recursos sin demasiados sonrojos adicionales. Pensemos en los Astrosniks nacidos a la sombra de los Pitufos, o en las toneladas de superhéroes paralelos que se cocinan entre Marvel y DC. Miremos cómo los cómics “góticos” surgen con fuerza siguiéndose la pista unos a otros. Reflexionemos, finalmente, sobre nuestras propias apuestas como lectores.

 

¿Confiamos realmente en nuevos cómics o, en el fondo, preferimos leer siempre lo mismo? Algo de ambas cosas habrá, sobre todo teniendo en cuenta que los cómics se releen mucho más que los libros o que las películas, y que es difícil acostumbrarse a un nuevo tratamiento gráfico, pero que todo termina cansando. Supongo que, además, es inevitable, pero después de tanto quejarnos de que no tenemos la variedad historietística de los galos, me pregunto si, hasta cierto punto, no tenemos precisamente lo que hemos estado demandando.

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