Cazafantasmas

Imagen de Jack Culebra

There is something weird in the neighborhood, who you gonna call?

 

Una de las múltiples cosas útiles que se pueden aprender con esta película, qué duda cabe. A quien llamar cuando encuentras un ectoplasma, qué es la actividad psíquica o qué pasa cuando cruzas los haces de positrones. Material de gran valor para cualquier niño que quiera coquetear con el terror sin quedarse helado, soñar con aventuras improbables, reírse un rato y no enterarse de la misa la media con las escenas subidas de tono. Ah, Cazafantasmas, qué gran clásico de nuestra infancia.

Bill Murray, antes de convertirse en un actor de culto (de hecho, precisamente gracias a ello, supongo) rodó cosas como esta delirante comedia sobre el mundo de lo paranormal. El enfoque, ochentero a más no poder, incluía referencias demenciales a aparatos nucleares, peinados y hombreras dignos de Bon Jovi y una atrevida mezcla entre terror y humor salpicada de efectos especiales que, contra todo pronóstico, no han envejecido tan mal. Bueno, unos mejor que otros.

No, no pienso fingir imparcialidad. Estoy seguro de que la película tiene mil fallas, pero me sorprendió gratamente al verla, después de tantos años, el otro día. El ritmo es bueno, los diálogos funcionan y la puesta en escena es impecable: los monos de trabajo paramilitares, la publicidad cutre de la tele, el cuartel general con barra de bombero, la especie de ambulancia que les sirve de vehículo, las mochilas llenas de lucecitas que, obviamente, no sirven para nada, los medidores de actividad extrasensorial, esa misma jerga... ¿qué crío no hubiera querido ser un cazafantasmas?

Luego te das cuenta de que la película, en realidad, no iba enfocada para los más pequeños. Como pudiera pasar con Indiana Jones, bajo la capa de acción y diversión te encontrabas algunas puyas y, sobre todo, cierto erotismo, aunque fuera bajo una capa de humor. La misma Sigourney Weaver haciendo de “el guardián de la puerta” es antológica.

De hecho, el reparto es una de las grandes bazas de la película: los ya mencionados Bill Murray y Sigourney Weaver juegan a la perfección con unos no menos impresionantes Rick Moranis (“el maestro de las llaves”), Dan Aykroyd y Harold Ramis (Egon, que siempre sonaba más como un “Igor, la palanca”). Llenan la pantalla y hacen que todo fluya en el tono justo, jocoso pero al mismo tiempo sin regodearse en el ridículo, uno de esos equilibrios que hicieron grande el cine de aventuras humorísticas.

Si a esto le sumas una banda sonora inolvidable (también ochentera a más no poder), tienes una película que no es ninguna obra maestra, pero sí un filme que queda grabado en la memoria y con el que pasar una buena noche de risas. ¿Os es que no os apetece sentir de nuevo ese escalofrío inicial en la biblioteca o ver al Michelín gigante amenazando Nueva York?

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