Los niños del Brasil

Imagen de Jack Culebra

Reseña del inquietante filme de Franklin J. Schaffner basado en la novela de Ira Levin

Los niños del Brasil es una película construida en torno al médico nazi Josef Mengele, a quien se dota de un carácter casi mítico para encontrar un objetivo a sus investigaciones. Si nos ceñimos a la perspectiva histórica, el doctor dejó tras su paso por el campo de concentración de Auschwitz un rastro de experimentos tan inhumanos como incomprensibles, centrados en muchos casos en los gemelos y la genética, y consiguió escapar a Sudamérica, donde llevaría una vida sorprendentemente pública para un criminal de guerra, sobre todo si tenemos en cuenta que seguían su pista las autoridades de dos países e incluso un cazador de nazis.

TodLos niños de Brasilos estos mimbres están presentes en Los niños del Brasil, pero, como decía, se busca dotar de una motivación al personaje más allá de la mera psicopatía. Para cometer las aberraciones que se le achacan bien podría haber bastado con que fuera un perturbado, pero desde un punto de vista narrativo hay un gran interés en dotar de una meta al científico loco: cuando el lector / espectador descubre sus planes, el estremecimiento es todavía mayor.

La escenografía montada para contar esta historia nos remite al pulp más descarnado: logias de nazis en el exilio, clínicas infernales, espías, asesinatos, cazadores de nazis, repúblicas bananeras, el mencionado científico loco... Solo las formidables actuaciones de todo el reparto encabezado por Gregory Peck y Laurence Olivier y el resquemor de que en este circo macabro hay, a fin de cuentas, un sustrato de realidad hacen que la película resulte inquietante y perturbadora. No se trata de un filme de acción, sino de una obra de terror que, de alguna manera, se sale de los esquemas del género.

Parte de esta sensación viene del trasfondo de ciencia ficción. Lo más horrible de la historia, a fin de cuentas, es que es plausible. Con el tiempo, se puede ver más como una distopía abortada, pero no perdamos de vista que se estrenó en 1978, época en la que la genética era algo que sonaba a Mendel y sus guisantes y que rara vez estaba en boca del público en general. La novela aun se publicó dos años antes.

Además de la propia repulsión que suscita la historia de fondo, la propia puesta en escena resulta inquietante y desazonadora. La elección de los niños que de algún modo dan nombre al filme, con esos exagerados ojos azules e interpretados magistralmente por Jeremy Black, y la tensión de algunas escenas, como la protagonizada por los dóberman, son propias del cine de terror más puro, y añaden una carga de tensión emocional importante a la narración.

El resultado es una película intensa y desasosegante. Los niños del Brasil remueve algo en la conciencia, previene sobre el monstruo que muchas veces se esconde bajo el hombre y nos muestra cuán náufragos estamos en el mundo. Un clásico que todavía tiene mucha capacidad de transmisión.

Los niños de Brasil

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