Sam & Twitch 2

Imagen de Kaplan

Reseña del último tomo recopilatorio de la etapa de Brian Michael Bendis

 

Si nos hicisteis caso y leísteis el primer recopilatorio de Sam & Twitch que Planeta DeAgostini publicó hace unos meses, concluiríais que Brian Michael Bendis estaba sirviéndose de un spin-off de un personaje que le importaba bien poco para hacer un homenaje a una estética y, en particular, a una película -Seven-, que había marcado el cine de género en los noventa. Con la lectura del segundo tomo que completa la trayectoria del guionista en esta colección, comprobamos cómo su intención era la de alejarse cada vez más de la fuente original y seguir haciendo suyos los clichés del noir contemporáneo.

Si bien la primera historia que se incluye en este volumen mantiene una clara continuidad con la temática macabra de la seminal Udaku (las componentes de un aquelarre están siendo asesinadas en serie y de forma ritual), en el siguiente número autoconclusivo, Leyes tontas y huevos, adivinamos que la trayectoria va a cambiar hacia algo más mundano, más centrado en la anécdota, con mayor énfasis, si cabe, en el diálogo. En resumen, decimos adiós a Fincher y recibimos a Tarantino. Esta tendencia se culmina en la siguiente historia, que ocupa el resto del tomo y con el que Sam & Twitch se desliga por completo del universo de Spawn para convertirse, sin más, en una serie de Brian Michael Bendis.

Que la pareja de detectives comparta el peso de la trama con Jinx, la cazarrecompensas que el guionista creó para su celebrada serie homónima, no es baladí. Que el personaje de McFarlane no aparezca siquiera haciendo un cameo gracioso, tampoco. Gran parte de La guerra de los cazarrecompensas transcurre en una cafetería en la que los personajes dan vueltas y vueltas a un mismo tema y el hilo de la narración bascula entre diversos personajes. Pensemos en Reservoir Dogs. Pensemos en, sobre todo, Pulp Fiction. El estilo Bendis de numerosas viñetas reiterativas que se supeditan a la fluidez del diálogo se extrema aquí y, lo que es más importante, adquiere por fin pleno sentido.

La metamorfosis no sólo se experimenta en la narrativa, sino también en la parte gráfica. El estilo barroco y retorcido de Ángel Medina deja paso, en primer lugar, a Alberto Ponticelli y, finalmente, a Alex Maleev. El que será futuro compañero de Bendis en su celebrada etapa en Daredevil realiza aquí una labor sucia y de trazos quebrados que casa como anillo al dedo con la historia que se cuenta.

Tras esta última saga, Bendis hizo las maletas y comenzó a trabajar para Marvel seducido por la idea de dar nuevos aires a Spiderman. El resto de la historia es conocido por todos. Mientras, dejó a Sam y a Twitch en una situación complicada desde el punto de vista argumental y escindidos por completo de aquello que les había visto nacer. Vista semejante situación, da toda la impresión de que su relación con McFarlane no acabó siendo la mejor posible. Nada nuevo bajo el sol. No obstante, el -interesantísimo- trabajo estaba ya hecho, demostrando que el problema no son los malos personajes, sino los malos autores. Y si no nos creéis, echa un vistazo a este tomo de Sam & Twitch.

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