Aaargh!

Imagen de Destripacuentos

La épica confrontación de las catapultas contra los ogros escupefuego

 

Un año después del lanzamiento de Rampage, ese todavía disfrutable clásico de los monstruos gigantes, Steve Coleman nos planteaba su propia versión de la diversión de encarnar a un daikaijū. En esta ocasión, podíamos optar entre un dragón y un ogro, un planteamiento mucho más clásico que el cienciaficcionero pulp aportado por su predecesor.

Los escenarios, igualmente, iban a tener un toque más conservador: nuestros monstruos no iban a encargarse de ciudades modernas —al menos en un primer acercamiento— sino de hostigar aldeas con empalizadas de madera, ciudades medievales con sus muros de piedra y enclaves de este tipo. El propio “enemigo” iba a tener su máxima expresión en una persistente catapulta que nos haría la puñeta, partida tras partida, en combinación con mosquitos gigantes y otras invenciones muy propias de los arcades de esta época.

La gran baza del Aaargh! y uno de los motivos por los que la llamada de la nostalgia funciona y te hace rebuscar en el pasado para echar una nueva partida es la ambientación. A diferencia del Rampage, aquí tenías la posibilidad de avanzar a través de varios escenarios y algunos de ellos tenían elementos muy sugerentes —nunca me olvidaré de la estatua gigante del centauro—.

El problema es que esta baza terminaba por ser muy superficial. Una vez metidos en harina, no cambiaba gran cosa de una ciudad a otra, algo que, en combinación con los limitados gráficos, hace que volver a jugar el juego sea más bien decepcionante. La misma idea del ogro vs el dragón es casi de cartón piedra. En realidad, es el mismo personaje. Sí, el ogro puede escupir fuego.

Este tipo de cosas son una pena porque la jugabilidad podría haber aumentado mucho. El Aaargh!, mal que pese decirlo, era un juego bastante limitado y poco inspirado. No aporta gran cosa frente a su predecesor y la carrera por conseguir huevos y devorar pequeños hombrecitos no termina de despegar. Incluso los detalles humorísticos —muy de la época también—, como los trozos de pizza para recuperar energía no están a la altura de esos traicioneros tostadores de su predecesor.

Así, por mucho que en el Aaargh! se pueda avanzar en profundidad —dentro de su cutrecilla perspectiva caballera—, incorporara elementos adicionales como la posibilidad de escupir fuego con el que incendiar las casas —algo que tampoco terminaba de cuajar: paradojicamente, el juego no se enfoca lo suficiente en la destrucción— y haya algunas notas más de color frente al Rampage, lo cierto es que no mejoró nada lo ya disponible y, con el tiempo, se queda en un videojuego que es mejor dejar reposar en la memoria, bajo el polvo, un poco idealizado.

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