Stunt Car Racer

Imagen de Destripacuentos

Análisis de este videojuego de coches de Geoff Crammond

 

Nunca me gustaron demasiado los videojuegos de coches. Incluso el Out Run, que en su día volvía loco a todo el mundo y que tenía la suerte de tener en nuestro Amiga 500, no pasaba de entretenerme un rato.

Pero había uno... ah, con aquel sí que sentía el vértigo de las carreras, la emoción de las competiciones, la adrenalina correr por mis venas. Era, por supuesto, el Stunt Car Racer, desarrollado en 1989 por MicroStyle y The Creative Assembly, nada menos.

El concepto no distaba nada de otros juegos de carreras: se trataba de llegar el primero a la meta, obvio, e ir escalando posiciones en el ranking, que venía caracterizado por una serie de simpáticos —es un decir— y sugerentes personajes. Sí que hay que señalar que pasaban de división, lo que añadía un componente de emoción considerable.

 

Para hacerte con la victoria en el Stunt Car Racer había que conocerse bien las pistas, girar en los momentos adecuados, manejar con cuidado el acelerador, saber evitar las colisiones —o provocarlas, dependiendo del momento— y... bueno, lo típico de una carrera de coches. Las diferencias estaban en los coches usados y en las pistas por las que circulaban.

Los primeros eran de estos todo terrenos infernales con enormes amortiguadores, cabinas que no son más que una jaula de barrotes y unos motores preparados para rugir como bestias corrupias que veíamos en algunos vídeos americanos y que yo siempre relacionaba con playas, desiertos y el París Dakkar —aunque no tuviera nada que ver—. Los coches, en definitiva, que hacen soñar a un crío cuando ha visto demasiado Mad Max o jugado al Cars Wars con sus colegas. Coches de aventuras, vaya, que hacen que las competiciones sí que revistan riesgo aparente —y digo aparente porque, en contra de lo que nos hacía creer el Out Run, con coches más convencionales también te juegas el tipo cosa mala—.

Es verdad que los gráficos dejaban bastante que desear en muchos aspectos y que los adversarios que se te cruzaban en la pista tenían más pinta de piezas del Tetris sobre ruedas que de coches infernales, pero la ambientación estaba ahí. Y también en algunos gráficos intermedios que representaban tu derrota, victoria o siniestro total.

Luego, claro, estaban las pistas, auténticos ingenios de parque de atracciones por los que los vehículos volaban con auténticos daredevils. Stunt Car Racer era rampas, agujeros, loopings, obstáculos, curvas retorcidas... De nuevo, el concepto estaba por encima de los gráficos, al menos hasta que te ponías a jugar, porque, claro, cuando la pantalla empezaba a bandearse en función de tu habilidad al volante, aquello te ponía los nervios a cien por hora y el efecto mareo de los gráficos viejunos era más que bienvenido.

Para acabarla de rematar, tenías la posibilidad de inyectar un turbo —que hacía salir unas vistosas llamas por los tubos del motor— que te daba el impulso necesario para un acelerón en el momento clave, bien fuera para alcanzar a tus rivales en la recta final, bien para poder superar ese salto digno de uno esquiador de altura. O para empotrarte donde no debías o salirte por la tangente en un vuelo sin motor de varios metros...

Por supuesto, con todo esto era más que fácil desbarrancarse en el momento más inoportuno, lo cual hacía perder un tiempo precioso hasta que te subían con unas cadenas de nuevo al circuito. Y, para acabarla de arreglar, todos los impactos, choques, golpes y despeñamientos iban causando daños al coche que podían terminar, cómo no, con la imposibilidad de terminar la carrera.

Hay que reconocer que los circuitos no eran demasiados y que, cuando se pillaba el truco al tema, pocos suponían un desafío excesivo, al menos si conseguías mantener la concentración, pero eso no hacía del Stunt Car Racer un juego peor, al menos en su época. Demonios, ningún otro ha conseguido darme las mismas descargas de emoción y con ningún otro he terminado por echar tantas carreras. Al menos, hasta que descubrí el Pod. El Stunt Car Racer era un juego tridimensional, nada que ver con lo planos que resultaban otros juegos de coches.

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