Larga vida a los juegos de miniaturas

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Vuelve el HeroQuest, vuelve la nostalgia... las miniaturas nunca han llegado a irse

Las miniaturas, sobre todo las de carácter bélico, son tan viejas como la civilización. Ya se encontraban en las excavaciones, por ejemplo, de la Roma Antigua y, en cualquier caso, no habían perdido continuidad, a juzgar por las aficiones decimonónicas por los soldaditos de plomo, por poner un ejemplo.

Durante mi infancia, sin embargo, hubo un cambio. De improviso, sobre todo cuando vivías en una ciudad algo provinciana, llegaron unas miniaturas no solo más accesibles al bolsillo, sino también pensadas para ambientaciones menos convencionales. Menos serias que los soldaditos de mi padre y más que los soldaditos de sobre que guardaba en cajas de galletas, llenaron la imaginación de toda una generación al colarse en las tiendas no especializadas de la mano del HeroQuest. Este se vio como un sucesor de El Imperio Cobra, no un spin-off de los secretos arcanos que luego algunos descubrimos en LudoZeta. Era para el gran público y, al mismo tiempo, una frikada apoteósica.

Al mismo tiempo, era la época del primer boom de los videojuegos. Estos habían salido de las máquinas tragaperras que te encontrabas por igual en el bar de la piscina que en los recreativos de la esquina para inundar dispositivos móviles algo limitados —de estos de pantalla de tinta líquida—, consolas primitivas y ordenadores que ni soñaban con Internet. El ocio digital, que además abrazaba sin tapujos el fantástico, aparecía como un rival imbatible para las miniaturas, un leviatán capaz de relegarlas al olvido cuando apenas habíamos empezado a disfrutar con ellas. Puede que todavía los gráficos no tuvieran el calado de un cómic o de las propias ilustraciones de los juegos de mesa, pero títulos como el Golden Axe se nos metían en el bolsillo.

Han pasado veinticinco años desde aquellos días felices. Veinticinco. Si no fuera por lo del aniversario me costaría creérmelo. Y los juegos de miniaturas, lejos de haber perdido la batalla, han demostrado que no estaban en guerra con nadie. A día de hoy suman a las nuevas generaciones de aficionados las hordas de incondicionales nostálgicos que estamos viendo cómo cuadrar en el fin de mes ese sueño de infancia de tener el HeroQuest con escenografía de resina. Ahora que Game Zone nos lo pone en bandeja, es difícil resistirse. Incluso cuando no sabes muy bien qué vas a hacer con tu heterogénea colección de minis, recortables, tableros y accesorios que has acumulado durante lustros —es un decir, claro: lo que vas a hacer es integrarla con lo nuevo, como siempre—. El hechizo vertido en su día mantiene su poder.

Está claro que las miniaturas tienen un algo especial. Por muy bueno que sea un videojuego, la experiencia de sentarse en torno a una mesa, de trabajar con tus manos el escenario —aunque sea solo desplazando las miniaturas, incluso sin haber llegado a atreverte a pintarlas—, es distinta. Entrar en si mejor o peor es absurdo: no se renuncia al cine porque te gusten las novelas. Lo que importa es que es única, y genial.

Echo la vista atrás y, además de nostalgia, siento cierta alegría al ver que aun con todo lo llovido esta afición crece, sobre todo con interesantes proyectos independientes que a veces culminan en cosas tan impresionantes como esta edición 25 aniversario. Veo cómo le brillan los ojos a mi chico mayor al ver las imágenes promocionales a través del bendito ordenador y me digo que es un privilegio poder compartir con él un momento por las mazmorras y constatar que podrá encontrar —quizás ya lo haya hecho— un juego que le haga soñar tanto como lo hicieron otros conmigo de niño, uno que podrá sacar dentro de otro cuarto de siglo de una caja polvorienta para compartirlo con mis nietos, así, en plan tesoro pirata desenterrado. Eso es magia, ¿no? Sobre todo en una época en la que cada vez se hace más raro el trabajo manual más nimio y las prisas recortan sin piedad cualquier rato de descanso.

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Xoso
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Puntos: 13888

¡Larga y próspera! Por cierto, creo que les está yendo genial lo del Kickstarter.

Xoso vive en un mundo post apocaliptico (...) y recorre en su motocicleta steampunk la desolada tierra acompañado por Pérez Reverte... [1]

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