Dos caras (más) del doctor Jekyll
El personaje de Stevenson fue llevado al cine en 1912 y 1913 con resultados dispares
Como comentábamos en el anterior artículo, los cineastas vieron a comienzos del siglo XX un buen filón en las adaptaciones de obras literarias a la gran pantalla. La novela de Robert Louis Stevenson El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde fue material predilecto en este sentido y tuvo ya una temprana adaptación en 1908 que, desgraciadamente, no ha llegado a nuestros días. No es de extrañar: la obra ya había tenido éxito en formato teatral gracias, entre otras cosas, al emblemático momento de la transformación.
En la versión de 1912, dirigida por Lucius Henderson y producida por la Thanhouser Company, se nos presenta a un Hyde grotesco, con dientes prominentes y un discutible gusto en el vestir. Por su corta duración, no da de sí para ahondar en la naturaleza del alter ego, por lo que se debe confiar en la dualidad fealdad – maldad vs bondad – belleza. Lo más destacable es, sin duda, el uso de efectos especiales para apuntalar la transformación, que suplirían el impacto emocional de ver la transformación en directo de los teatros con el sorprendente, para la época, juego con el empalme de fotogramas.
La versión de 1913, dirigida por Herbert Brenon y producida por la Independent Moving Pictures Co. of America, disfruta del doble de metraje y, gracias a ello, permite explicar mejor lo que supone Hyde: un tipo depravado y mezquino que, por supuesto, además es feo. Este asunto es tan exagerado que roza el ridículo: King Baggot, el actor que encarna al personaje dual, se agacha de tal manera y adopta unos ademanes tan excesivos que parece una parodia. Aun así, funciona mucho mejor que el de la película homónima del año anterior. Por otro lado, el juego de fotogramas para representar la transformación es más completo, aunque no por ello más efectivo, y hay más ocasiones para mostrar el descontrol en el que se ve sumido Jekyll por culpa de las transformaciones incontroladas, lo que da algo más de consistencia a la historia a pesar de repetir el apresuramiento con el final.
Por desgracia, ninguna de las dos adaptaciones capta la fuerza de la novela de Stevenson, y se quedan en un maniqueísmo estético que no aporta gran cosa más allá de la curiosidad histórica. Quizás por desconfiar de la capacidad de los espectadores para quedarse con sutilidades, se deja bien claro en ambas historias que Hyde es malo sin más y que el problema de Jekyll es casi accidental porque él es bueno. No hay desarrollo sobre su personalidad o motivaciones, e incluso cuando lega sus bienes a Hyde no se sabe muy bien por qué lo hace, quizás por mero afán de sobrevivir.
Es una pena constatar que con un buen material de partida y medios por lo menos iguales a los de los años precedentes, estas adaptaciones no aportan gran cosa ni muestran la inventiva y el ingenio de títulos de los que ya hemos hablado con anterioridad. Quizás el desafío era demasiado ambicioso, tal vez el factor moral de la historia se convirtió en un lastre. En cualquier caso, quedan dos películas que se ven con interés por su antigüedad y su buen ritmo, pero que resultan algo ingenuas en comparación con obras anteriores.
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