La espada salvaje de Conan: Cuando un dios vive

Imagen de Anne Bonny

Reseña del trigésimo sexto tomo de la reedición de Planeta DeAgostini

Continuamos de enhorabuena en la reedición de La espada salvaje de Conan porque John Buscema sigue aportando su granito de arena a las historias que se nos presentan, al menos a las dos principales. Queda claro que el dibujante no solo tiene dotes para la narrativa sino que, además, había terminado por conocer muy bien al personaje y la idiosincrasia de la Era Hiboria.

La espada salvaje de Conan 36 - Cuando un dios vive - Planeta DeAgostini - Michael Fleisher - John Buscema - Ernie Chan - Rudy NebresArrancamos con Cuando un dios vive, donde Michael Fleisher escribe el guión a partir de una idea de John Buscema, quien se encarga también de los lápices con un entintado de Ernie Chan. La historia en sí misma no tiene nada de sorprendente o fuera de lo habitual, pero está montada con una gran precisión y discurre con una coherencia y un ritmo envidiables.

Conan se encuentra ejerciendo de ladrón en Arenjún cuando se ve metido en un lío mayor de lo previsto tras robar una curiosa estatuilla. Esto hará no solo que un capitán de la guardia particularmente celoso de sus obligaciones se ponga tras su pista, sino que acabe intentando darle esquinazo mientras se ve atraído por el templo del que originalmente habría salido dicha estatuilla... lo que los llevará a una terrible confrontación.

Los escenarios plasmados por Buscema son magníficos, las junglas y las ruinas devoradas por la vegetación son impresionantes y opresivas, y los antagonistas están muy bien perfilados: la tribus de pigmeos, el chamán sanguinario y, por supuesto, el monstruo final que entronca con la tradición de horror cósmico que Howard desarrolló con Lovecraft. Algunos elementos que se volvieron casi obligatorios en la saga, como la joven ligera de ropa en apuros, son más accesorios pero se complementan bien con el carácter de otros secundarios.

El regalo, una historieta corta de relleno, es harina de otro costal. Con guión de Larry Yakata, dibujo de June Brigman y entintado de Armando Gil, es una historia entretenida pero algo deslavazada en su final. Todo circula en torno a una bendición que disfruta Conan por haber ayudado a un monje errante (por casualidad) y la maldición de una bruja en un bosque recóndito infestado de muertos vivientes. Hay elementos interesantes que funcionan bien pero el cierre resulta algo precipitado, que no deja muy claro cuál es el famoso regalo. Interesante su toque Creepy siniestro, en cualquier caso.

Como cierre, volvemos con el tándem Fleisher – Buscema con unos acabados magníficos de Rudy Nebres que dan una textura muy interesante a los dibujos. La historia, titulada La sirena, se desarrolla en dos partes muy bien articuladas, un asedio y una persecución por barco, y en su segunda mitad nos presenta un escenario muy interesante con ecos de la Odisea: mares de sargazos, monstruos marinos, horrores de las profundidades...

Un Conan más humano y menos infalible es una de las claves para que narrativamente la historia funcione mucho mejor que otras, con suficiente tensión argumental y una presencia de personajes secundarios con más interés y peso durante el desarrollo de la trama. En ocasiones, da la impresión de que el exceso de protagonismo de Conan puede, paradójicamente, hundir sus historias. Aquí se toma el camino contrario y el equilibrio está mucho más conseguido. Además, aunque los peligros y los encuentros sean algo incidentales y pudieran haber sido intercambiados por otros, el conjunto resulta coherente y funciona muy bien.

Con estos elementos, La espada salvaje de Conan: Cuando un dios vive es uno de los tomos de la colección que más he disfrutado, donde se ve la madurez que había adquirido algunos de sus creadores. Muy recomendable.

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