La espada salvaje de Conan: Los leones de hierro de Kharamun
Reseña del trigésimo séptimo tomo de la reedición de Planeta DeAgostini
Volvemos al formato de dos historias más largas (una por cómic en la edición original) y a los guiones en exclusiva de Michael Fleisher, pero aun con estos dos posibles escollos, lo cierto es que nos encontramos con un volumen más que satisfactorio. En La espada salvaje de Conan: Los leones de hierro de Kharamun no solo tenemos una imagen de cubierta emblemática, sino también un cómic maduro que nos da lo que promete la colección: buenas historias clásicas de espada y brujería.
La primera de ellas, que da nombre el tomo de la recopilación de Planeta DeAgostini, Los leones de hierro de Kharamun, es la más redonda de las dos y, además, una de las más originales que he leído nunca. En ella, Conan, líder de una banda de saqueadores zuagires, solivianta a los otros líderes tribales, los cuales recurren a la hechicería para quitárselo de en medio... solo que en esta ocasión, la bruja de marras no se limitará a mandar a un bicho grande y monstruoso contra él, sino que lo condenará a repudiar las armas y convertirse en un cobarde.
Sin duda, un planteamiento inesperado que viene complementado con un escenario muy bien perfilado en el que se ven influencias estéticas babilónicas, la idiosincrasia de los piratas del desierto y una serie de personajes secundarios bien perfilados e integrados a la trama para darle todo su sabor. El apartado gráfico, que corre a cargo de Gary Kwapisz (dibujo) y Ernie Chan (tinta) responde con acierto y nivel a los estándares de la colección.
La segunda historia, con guión de Michael Fleisher e ilustrada por Pablo Marcos, es algo menos redonda en ambos aspectos sin dejar de ser un buen cómic del género. El problema, a mi entender, se encuentra en que El tigre blanco de Vendhya incluye dos líneas argumentales que no se complementan en realidad entre sí y, aunque funcionan por separado, dejan esa sensación de que a veces el guionista mete elementos por completar, más que pensando en una única historia.
Así, por un lado tenemos a un asesino de Khitai experto en artes marciales puesto por orden de Turán tras la pista del cimerio y sus compinches (por un tema de robos) y, por otro, una trama de tigres protegidos por una extraña deidad en Vendhya. El primero prácticamente está desaparecido hasta el combate final, que tampoco es para tanto (como cabía esperar después de un centenar de números) y la segunda da una dimensión más interesante al concepto de damisela en apuros de lo que estamos acostumbrados a ver.
De hecho, es esta segunda línea argumental la que tendría, en mi opinión, más potencial, aunque el tema de dibujar tigres sea un marrón en sí mismo. Es una trama que se presta a la sensualidad propia del género, a brindar unas buenas escenas de acción y tensión e, incluso, a introducir un argumento ecologista y de defensa y protección de los animales salvajes, en muchas ocasiones acusados injustamente de monstruos devoradores de hombres y, en general, sufridos secundarios en las historias de espada y brujería.
La resolución, no obstante y sin ser mala, tiene algunos momentos algo abracadabrantes, como el del caldero gigante de aceite hirviendo para freír tigres, y adolece de cierta precipitación, aunque apunta buenas maneras.
Con estos elementos, La espada salvaje de Conan: Los leones de hierro de Kharamun es un tomo muy interesante y una lectura agradable para los amantes del género.
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