El inspector Dan es el mejor

Imagen de Anne Bonny

Parafraseando al inspector Hólmez, me lanzo a este artículo nostálgico que nos adentrará en lo más profundo de las catacumbas de Orly y en otros temores infantiles a modo de tebeos

En esta vida hay cosas que te marcan. Tener un padre aficionado a leer cómics es una de ellas. Tener uno que guarda joyas como la colección Bravo es otra aún más definitiva. No es de extrañar, con estos precedentes, que mi hermano y yo supiéramos dónde anida el terror más absoluto –si es que anida en alguna parte-, ni que yo me haya dedicado a adentrarme en tal sitio tanto tiempo después. Hablo, por si alguno no ha tenido el privilegio todavía de seguir las peripecias del Inspector Dan, de Las catacumbas de Orly.

 

El terror debe ser algo atemporal, o quizás algo que, como el vino, mejora con los años –o, más bien, se incrementa-, porque a diferencia de los tebeos cómicos de mi padre, que no nos resultaban tan graciosos, o los de aventuras, que salvo “El fantasma que camina” nos resultaban demasiado abigarrados, los cómics de terror paternos funcionaban a las mil maravillas a pesar de haber sido editados antes de nuestro nacimiento.

 

Sí, tanto el Inspector Dan –bueno, más bien sus aventuras-, como los moralizantes tebeos de Don Bosco –de los cuales, supongo, acabaré hablando en otro artículo-, tenían la rara habilidad de helarnos la sangre en las venas ya sólo con su mera mención. Eran, sin duda, más efectivos todavía que la adaptación de “El Señor de los Anillos” a dibujo animado o que los implacables pastelillos de la película del joven Sherlock Holmes.

 

Las catacumbas de Orly, el improbable complejo funerario que comunica el todavía más fantástico museo de Babilona con la casa de los horrores de la Morgue Street –nombres que no resultan nada graciosos cuando tienes ocho años-, era, para nosotros, el lugar más aterrador de todo el orbe. Sólo con mencionarlo pasada la media tarde nos estábamos jugando el tener unas buenas pesadillas. Cabezas de ahorcados flotando en el aire, demonios paseándose entre osamentas, deformes siervos vestidos a guisa de monjes… todo lo que la calenturienta mente infantil necesita para construirse su propio circo de los horrores encerrado en un cómic. Incluso cuando, como en mi caso, no te habías leído uno entero.

 

Supongo que gran parte de la culpa de todo esto la tiene la habilidad dibujando de Eugenio Giner. Aunque la presentación de las viñetas y los encuadres a veces dejan mucho que desear –especialmente en las escenas de acción, en las que Dan suele quedarse volando en posiciones de lo más variopinto-, lo cierto es que este dibujante era capaz de presentar unos cuadros de lo más dantesco. Sin duda fue una buena elección –aunque luego otros le sucedieran- para lanzar esta serie de tebeos.

 

Misteriosa donde las haya, he tenido que navegar un poco en Internet para enterarme de los orígenes de la misma. Los tebeos de la colección Bravo, por insólito que parezca en nuestros días, ni vienen firmados, ni se indica quién o quiénes estaban detrás de los mismos. De hecho, antes de realizar mi modesta investigación, había llegado a barajar que fueran incluso una traducción –poco rato, desde luego, teniendo en cuenta el escenario-.

 

Por suerte, Wikipedia ha arrojado algo de luz sobre el tema: La idea original de la serie fue del director editorial de Editorial Bruguera, Rafael González, quien guionizó sus primeras entregas, pasando luego a ser sustituido por Francisco González Ledesma (conocido autor de novelas del Oeste bajo el pseudónimo de Silver Kane) y Víctor Mora (el futuro autor de El Capitán Trueno).

 

Desde luego, si la serie necesitara algún mérito a añadir al terror atávico que sus portadas transmitían, se puede colgar la medalla de ser una de las primeras historietas no cómicas que triunfaron en nuestro país, abriendo, aunque fuera indirectamente, puertas a ese género de terror que tanto nos fascina a algunos.

 

Es justo reconocer estas cosas, y recordarlas de vez en cuando, sobre todo cuando es una serie que ha envejecido tan mal a nivel de guión (lo que dificulta recuperarla más allá del círculo de nostálgicos). Los dibujos de Giner siguen siendo de lo más sugerente cuando el autor se otorga el espacio –porque también hay ristras de viñetas que no hay por dónde cogerlas-, seguramente porque lo que más llama la atención de “El inspector Dan” son los escenarios.

 

Por el contrario, los guiones dejarán con la boca abierta a cualquier lector actual, porque son de una ingenuidad insospechada. Por centrarnos en “Satán vuelve a la tierra” –el volumen que se desarrolla en las previamente mencionadas catacumbas de Orly- tenemos una historia lineal que no se puede calificar de absurda porque termina con las mismas incógnitas con las que empieza, sembrada con unos diálogos repetitivos en los que abundan los “por San Patricio” –que denotan el origen irlandés de los miembros de Scotland Yard- y las obviedades más absolutas –las dudas existenciales sobre las alucinaciones que “tiene” Stella son memorables- y unos personajes que recuerdan a los histriones de las películas de terror serie B. Pero en el fondo, ¿qué importa?

 

El terror es algo complejo y, a la vez, muy simple, y sin duda los tebeos del Inspector Dan consiguieron sublimar un estilo. Ese Londres atemporal -¿periodo entre guerras, tal vez? A juzgar por los coches que aparecen…-, lleno de callejuelas oscuras –más oscuras todavía en blanco y negro-, de monstruos de pesadilla y científicos locos, es el escenario perfecto para que un aguerrido inspector de policía se enfrente a los mayores genios del mal. Y también para aterrarnos a los lectores, por muy ridículas que sean las mallas de “El siniestro Dr. Brandon”.

 

Aunque ahora que ya podemos leer un “Inspector Dan” de noche sin morir de miedo en el intento, creo que es justo un pequeño homenaje. No superaremos el que le brinda Jan, pero tampoco está de más.

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Brasero
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Es mucho mejor superlopez

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