El cine ¿en peligro de extinción?

Imagen de Jack Culebra

Tiempo de agoreros, la cuestión nos asalta periódicamente con un mensaje de fondo que se repite insistente: la evolución tecnológica está decidida a terminar con el cine... o al menos, con el concepto de cine que tenemos hoy en día.

El otro día leía en una revista no especializada una anécdota sensacionalista en la que comentaban que un niño de cinco años preguntaba a la canguro, al pillar un programa de televisión a mitad, que por qué no podía rebobinarlo (bueno, diría ponerlo desde el principio, porque es una generación que no ha visto una cinta con bobina ni en pintura). Era la excusa para presentar los cambios que se están instalando en el mundo del cine y los medios audiovisuales en general y el tono, cómo no, era catastrofista.

 

En dicho artículo hablaban de las páginas webs americanas en las que ya puedes ver las series de moda (Héroes, 24, etc.) sin pagar un duro, y que sobreviven, como parece que será la norma, a base de publicidad. Webs en las que, según decían, las grandes productoras no quisieron invertir en su momento y a las que intentan bloquear para mantener su modelo de mercado basado en la distribución exclusiva. Hablaban también del niño “raro” que se monta sus videos caseros que, al caer en gracia, hacen que su blog ascienda a la categoría de miniempresa, y también, como es habitual en estos casos, de la desaparición de los formatos físicos (algo recurrente, hablemos de libros, Cds, DVDs, o billetes de banco, que también dijeron que no los veríamos más, vendidos al dinero de plástico).

 

Y en mitad de todas estas disquisiciones, yo me preguntaba: ¿y el cine? El de barrio, quiero decir; no el programa sino el conjunto de salas al que te vas el miércoles de extranjis o el fin de semana con la novia o los colegas. Porque es muy interesante esto de las quiebras de las multinacionales y los cambios de distribución y demás gabelas, pero al tipo de a pie, creo, lo que le importa es lo que le toca. Y, francamente, el único quebradero de cabeza que trajo el cambio de VHS a DVD, a fin de cuentas, fue encontrar sitio en los armarios. Poco más.

 

Así, ¿qué pasará con el cacareado fin de los tiempos físicos? Pues la verdad es que no lo sé ni me las voy a dar de Nostradamus. Sólo me voy a limitar a aventurar lo que, a mi parecer, son habas contadas sobre los dos temas que, al final, nos interesan: qué podremos ver y dónde.

 

Con los nuevos soportes, digitales y demás, la distribución bajará sus costes. Es inevitable. Obviamente, cuando haya menos gastos, quienes se los ahorren intentarán convertir la reducción en beneficios, no en bajadas de precio, pero a la larga se llegará a un equilibrio de mercado, porque lo de la oferta y la demanda funciona así.

 

Las grandes compañías podrán seguir fortaleciendo el cercado, y habrá ámbitos en los que podrán hacer presión. Las grandes campañas publicitarias quedarán para los grandes productores y los grandes nombres, y las grandes compañías seguirán obligando a los grandes actores a firmar grandes abusos si quieren jugar en su circo, y así, seguirán haciendo blockbusters de verano entre películas buenas con retoques digitales y toneladas de tramoya ultracara.

 

Pero quedará un hueco, ése que ya ha empezado a explotar el niño “raro” de Internet.

 

Los efectos especiales cada vez son más baratos; cierto que los grandes grandes seguirán en manos de los mismos, pero ¿cuántas películas os han seducido últimamente sólo por eso? Rodar en sí será menos caro también gracias a las cámaras digitales, y también montar las películas. Y, lo que es más importante, darles difusión estará al alcance de cualquiera. Ya no habrá un límite económica para probar fortuna y, sobre todo, no hará falta contar con un mecenas para ello.

 

Los de abajo no tendrán asegurado el millón de visitas el primer día, pero podrán llegar hasta él sin tener que arriesgar dos riñones. Y, quién sabe, el público es caprichoso y puede hacerte César de la noche a la mañana. Quizás el nuevo Ed Wood se encuentre con su legión de fans relativamente pronto, y consiga un patrocinador que le dé de comer para que pueda consagrarse al séptimo arte sin cortapisas.

 

Así, la variedad de películas aumentará (bueno, quizás no la variedad real, pero sí su número) y, por consiguiente, los cines tendrán más oferta que dar. ¿Darán cabida a todo? No, por supuesto. Mucho material quedará “condenado” al ordenador, a la tele panorámica del salón. Sobre todo, el material peor rodado, pues todavía cantará más en pantalla grande.

 

Al mismo tiempo, al haber mayor oferta, y menores costes de distribución, también deberían poderse ajustar los costes de los cines, hacer asequibles las entradas, que ahora cuestan como los DVDs a los que se vaticina la extinción.

 

¿Volverá la gente a los cines si los precios bajan y hay una variedad mayor de películas, roto por fin el monopolio? Yo creo que sí. El ser humano es más bien gregario, y, realmente, no vamos al cine únicamente a disfrutar de la pantalla grande y las “comodísimas” butacas, sino a cambiar de aires, a -literalmente- salir.

 

¿Será una época dorada? No lo creo, igual que el teatro no ha vuelto a tener los esplendores de antaño. Habrá pases de lujo, para superproducciones y con la presencia de actores y directores, y habrá festivales y demás, pero es difícil que el cine (como punto de encuentro) recupere el aura que tuvo para nuestros padres. Tampoco pasa nada: se adaptará a los tiempos, quizás con salas más pequeñas, más baratas, o con monerías en tres dimensiones. Quizás con una oferta gastronómica más razonable o, como en aquel TBO, con un desesperanzador karaoke para los musicales... El tiempo dirá. Mejor tomárselo con calma.

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