Syriana

Imagen de Jack Culebra

Comentario sobre una largometraje a caballo entre el documental y el cine que no acaba de cuajar en uno ni otro sentido

Syriana es una de estas películas que abordan la globalización y la cara oscura de algunos elementos cotidianos -como la gasolina- a los que no damos demasiada importancia. Es un metraje en el que se ve una intención clara de mostrar los conflictos que se esconden bajo recursos que consideramos incuestionables, así como las relaciones causa-efecto que, no por ser menos claras o indirectas, no dejan de estar ahí para el que sabe buscarlas.

 

Con el objetivo de plasmar esta idea -cómo el "primer mundo" rebasa sus fronteras y sus propios mecanismos políticos para asegurarse el control de ciertos recursos naturales creando una maraña de interrelaciones que terminan tocando a todo el mundo- Syriana opta por una narración fragmentada centrada en varios personajes que denominaremos claves y que van desde el operario islámico de una planta de petróleo en Oriente Medio al especialista asesor de una titánica corporación pasando por una suerte de agente secreto o espía que vela por que la política de su país llegue a buen puerto independientemente del escenario.

 

En principio, es un sistema que podría funcionar a la perfección como ya lo ha hecho en otras películas -recordemos la fabulosa Babel-, pero que, en este caso, y a pesar de que las relaciones causa efecto son más bien claras -o quizás por ello- no termina de fluir todo lo que debería. Personalmente, creo que un lastre importante que sufre el filme en este sentido viene de las historias "humanas". Enfocado como un simple reportaje, Syriana tenía todos los elementos para tocar al público. Al forzar la mano para que se resalte ese lado de tragedia humana -con cierta muerte accidental o algunas escenas centradas en lo cotidiano- de algún modo se rompe la continuidad de la película.

 

Puede que esto se deba a la falta de chispa de algunos papeles, que realmente quedan ensombrecidos, y demasiado, frente a un astro que brilla indiscutiblemente a lo largo de todo el metraje: George Clooney. Su personaje, sin duda, es el más fascinante durante el arranque de la película, y aunque al cierre no termina de llenar todo lo hubiera cabido esperarse, sin duda eclipsa otros papeles interesantes, como el encarnado por Matt Damon o el desaprovechado rol del príncipe árabe reformista.

 

Sea cuál sea el motivo, al final uno se queda con la impresión de haber visto una película con un planteamiento y un trasfondo interesante pero en la que quizás se encuentren demasiadas irregularidades para que se fije duraderamente en la memoria. Es posible que el esfuerzo baldío de dotar de una humanidad excesiva a unas situaciones que la hubieran adquirido sin tanto acento, o la determinación de obligar a que todas las líneas narrativas converjan en el punto álgido -error que la previamente mencionada Babel evitó, precisamente, renunciando a ello-, haya dinamitado, al menos en parte, la exposición de una realidad tan fascinante como importante en nuestros tiempos.

 

Desde luego, no es que se haya echado a perder una película a la que bien merece la pena echarle un vistazo, pero queda cierta sensación de que, con un ligero pulido, las cosas hubieran ido mucho más suaves.

 

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