Escuchando La llamada de Cthulhu

Imagen de Jack Culebra

Como en la famosa historia del flautista de Hamelin, hay cánticos a los que no se puede evitar prestar oídos, como el que ha conducido a la Sociedad Histórica H.P. Lovecraft a recuperar el horror que aguarda en las profundidades...

En el año 2005, el equipo formado por Sean Branney y Andrew Leman nos daba una sorpresa mayúscula: el lanzamiento de La llamada de Cthulhu, una película que desde su propia concepción es mítica en numerosos aspectos. El primero, quizás sólo conocido por amantes de la historia de H.P. Lovecraft, viene de que este relato -y, en realidad, la mayor parte de la obra del escritor- era considerado como imposible de adaptar al cine.

 

Efectivamente, las narraciones de horror cósmico de Lovecraft encierran un singular obstáculo a su paso a otros medios: toda su fuerza reside en lo intuido, en el vértigo sobrenatural de percibirse ínfimo frente a la presencia de unos seres más allá del razonamiento humano. El norteamericano nos trajo un nuevo tipo de horror, de un corte más bien filosófico, existencialista, que pasa en multitud de ocasiones por las reflexiones internas de los personajes y la degradación de éstos. Desde luego, nada que ver con las historias de monstruos o de sustos, donde la presencia de algo horrible o de un sobresalto guían la mirada y roban el escalofrío. Aquí hablamos de algo anímico, íntimo.

 

A pesar de este escollo, la versión cinematográfica de La llamada de Cthulhu consigue transmitir toda la fuerza del texto original, aun cuando, como en toda adaptación real que se precie, hay unos cuantos pasajes de la trama modificados (los cuales son en sí mismos un buen acicate para ver la película). Y lo consigue sin recurrir a la primera solución por la que optan muchos guionistas: actualizar el escenario.

 

M.R. James postuló, con acierto, que el terror ha de ser cercano al lector -en este caso espectador- de la obra. Sin embargo, este concepto es más amplio de lo que podría parecer a priori, y el horror de los mitos de Cthulhu, en el imaginario popular, está anclado en los años 20. Además, al público actual esta época no le resulta realmente lejana: la mayor parte de nosotros es consciente de que existieron coches arcaicos, una música llamada Charleston y un tiempo en el que todo el mundo iba de traje y corbata -si se lo podía permitir-. Nos puede resultar un periodo exótico, pero no desconocido al punto de no sentirnos en sintonía con él.

 

En una vuelta de tuerca interesante, el tándem Branney - Leman lleva esta idea algo más allá y filma la película como se hubiera hecho en los años 20. No con los medios de la época, obviamente, pero sí respetando la estética imperante y, grosso modo, el resultado final. Y con un escrúpulo tal, he de confesarlo, que cuando la vi por primera vez estaba convencido de que era una película realmente de época.

 

Por un lado, la grabación es en blanco y negro, un recurso que ha permitido dar a los escenarios y a la apariencia general un aspecto más verosímil y satisfactorio del que hubieran podido conseguir en color con los mismos medios. La elección de rodar el metraje como una película muda se revela un nuevo acierto: obviamente gracias al buen trabajo realizado por los actores -que evolucionan como sus predecesores, aquéllos que tuvieron que lidiar realmente con esta limitación-, la tensión argumental aumenta y el ambiente de desasosiego propio de La llamada de Cthulhu cala con toda su fuerza en el espectador.

 

En cualquier caso, no sólo en estos elementos tan claros permanece la vocación de fidelidad de los realizadores: en las últimas escenas del filme tenemos el mayor desafío, el encuentro con el ignominioso Cthulhu, y el escenario creado, que recuerda a las tendencias arquitectónicas y estilísticas de los años 20, cubista y de líneas puras (aunque quebradas en el absurdo propio del horror cósmico) plasma a la perfección la inconmensurable locura a la que se enfrentan los protagonistas.

 

En definitiva, sencillamente impresionante. La fuerza argumental conseguida en menos de 50 minutos en esta adaptación cinematográfica deja boquiabierto. Rara es la vez que se aborda una obra tan complicada y se lleva a un formato tan dispar de un modo tan peregrino consiguiendo, al mismo tiempo, un resultado tan bueno. Una cita inexcusable para todos los que disfrutan recreando en su mente esta fabulosa -e inquietante- historia señera de los Mitos de Cthulhu.

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Nocte - Asociación Española de Escritores de Terror

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