El exilio en las marismas

Imagen de El Príncipe Valiente

Dispuesto a forjar su héroe desde la misma veta primigenia, Harold Foster arranca la obra con el exilio de su padre, rey de la mítica Thule, cuando Val cuenta con tan solo cinco años de edad

Vertiginoso y trepidante, así es el arranque de El príncipe Valiente en tiempos del Rey Arturo. Harold Foster comienza su obra con lo que casi parece un resumen: seis viñetas implacables en las que se resume el derrocamiento de un rey, la implacable fuerza de la naturaleza, la majestuosidad natural de Britania, la ferocidad de sus habitantes y, cómo no, la determinación que correrá también por las venas del protagonista.

Estamos hablando de épica y eso ha de quedar claro al lector desde un primer momento. También que no van a cesar de ocurrir cosas. Aunque el ritmo se apacigua un poco a lo largo de la primera plancha, sigue siendo sostenido. Solo unos breves momentos costumbristas, en los que vemos que los guerreros son gente de carne y hueso, que descansan y se asean, son el preludio de la solución de compromiso: el rey puede elegir morir con sus súbditos plantando batalla o refundar su reino en unas misteriosas marismas. Épica realista, sin excesos que rompan la tensión narrativa.

Tras un interludio salpicado de sombras inquietantes, es hora de que Val haga su aparición propiamente dicha. Hasta el momento, él también ha ejercido de sombra: con su arco y el aplomo propio de un heredero del trono, se ha paseado por las viñetas. A partir de este momento, será él quien lleve sus riendas.

En este primer arco argumental, que llena la primera mitad de 1937, la magia y el misterio son protagonistas. Las marismas que han colonizado los exiliados escandinavos, como descubre el príncipe de la mano de un amigo nativo, están llenas de criaturas antediluvianas que los muchachos deberán dominar con su ingenio. Son héroes, pero no en el sentido mitológico: su fuerza y su físico no sobrepasan el de ningún hombre.

Más ambigua es la naturaleza de la bruja Horrit, la cual, junto a su hijo Thorg, darán pie a la primer aventura propiamente dicha, que no es más que el proceso de maduración del niño adolescente que ha de llegar a joven antes de buscar su propio destino: las escaramuzas apuntadas en las peripecias de caza se concatenan aquí en algo mayor, tan grande que dejará una sombra perenne en el personaje. La profecía, el deseo de conocer la Tabla Redonda, los mundos que se extienden más allá de esos pantanos perdidos... Es particularmente interesante el elemento humano que es el motor de toda la historia. No se trata solo de derrotar monstruos, sino de entender el entorno y vivir en él. Finalmente, con la muerte de la madre, un primer golpe emocional severo que se despliega como una imagen especular siniestra, se cierra la etapa.

Harold Foster ha echado los cimientos de su obra maestra: dinamismo, épica, realismo, drama... Todos los ingredientes están ahí mezclados con un aura de magia y misterio que es tributaria directa de los ciclos de leyendas artúricas. Algunos de estos efluvios se disiparán con el tiempo como si fueran el ensueño de un joven imaginativo, pero el esqueleto, el fondo, se mantendrá inmutable y constituirá la esencia de esta joya de la narrativa.

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