Cólera

Imagen de Coleccionista de dientes

¿Qué mejor modo de hacer un clásico que remitiéndose a los clásicos?

Cólera arranca con fuerza, directo al pecho del espectador, para que este sepa que el título no es un mero adorno. Las turbamultas de lugareños son uno de los elementos de la narrativa de terror más simbólicos y, a veces, más olvidados, pero bastan unos segundos de visionado para que toda su fuerza resurja por méritos propios: el miedo transformado en rostros crispados de odio, los útiles agrícolas convertidos en armas homicidas, la sordera y la mezquindad de la masa... A la cabeza, Luis Tosar, inmenso, en el papel inconfundible de quien guía las frustraciones, escopeta en mano, tan terrible como la propia rabia ciega del rebaño.

Entonces, aparece el monstruo, el apestado.

Se podría pensar que el cortometraje de Aritz Moreno no aporta nada nuevo a ese conflicto de la incomprensión mil veces abordado con la excusa de cualquier Frankenstein, pero es tal la belleza estética y la capacidad de transmisión del filme que hipnotiza. Son apenas unos minutos de violencia y tensión, pero dirigidos con mano magistral, con un pulso envidiable que denota una voluntad minuciosa: la música, la luz, los encuadres, la dinámica, el plano secuencia... todo son aciertos. Y, cuando la tensión ya no puede seguir subiendo, llega el cierre, brutal y tajante como no podía ser de otra forma, y para redondear la jugada todos los pequeños detalles cierran el rompecabezas como una despedida macabra, para que el espectador sepa, más que nunca, que el título no es un mero adorno.

Cólera es una pequeña joya a la que merece la pena dedicarle los escasos siete minutos que dura.

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