La Clavícula de Salomón

Imagen de Biblioteca Fosca

Hablamos del famoso libro de hechicería atribuido al bíblico rey Salomón

Su nombre completo es Lemegeton Clavicula Salomonis y ya en sí mismo el título es ambiguo y oscuro, pues Lemegeton no es una palabra latina y las otras dos llevan a equívoco: la clavícula no tiene nada que ver con el hueso, aunque mezclar esqueletos con estas cosas siempre sea sugerente, sino que hace referencia a una clave (o llave) pequeña; por su parte, la autoría que se atribuye al legendario rey Salomón tiene más de publicidad y argumento de autoridad que consistencia, no ya porque las dataciones más tempranas del texto son del siglo XIV o el XV, sino por los anacronismos patentes, como adjudicar uno de los artes recogidos en el grimorio nada menos que al apóstol San Pablo.

Más allá de estos detalles, la Clavícula de Salomón ha ejercido una gran atracción sobre el imaginario colectivo ocultista sobre todo después de que Aleister Crowley editara la traducción revisada de Samuel Mathers en 1904. Hay que reconocer que sus contenidos son más que sugerentes.

Está dividida en cinco libros. El primero, Ars Goetia, está destinado a la invocación y control de entidades demoniacas que ya el propio Salomón habría encerrado en su día en vasijas selladas, de donde proviene, sin duda, tanto el mito de las lámparas con genio como de los diablos en botella. Los procesos se detallan tanto en su fase previa como en su ejecución, lo que da una imagen muy colorida de lo que serían los rituales mágicos. La jerarquía de demonios, con sus títulos variados, nos trae ecos del Paraíso perdido de Milton y los reencontramos incluso en la fantasía contemporánea, como en los duques infernales de Michael Moorcock. Estos setenta y dos demonios parecen haber sido extraídos de la Pseudomonarchia daemonum del demonólogo Johann Weyer, de 1563.

A este libro le siguen Ars Theurgia Goetia, para espíritus no demoniacos y no necesariamente buenos ni malos, la Ars Paulina, para recurrir a la influencia de los ángeles apoyándose en conocimientos zodiacales, la Ars Almadel, que permite la construcción de un artefacto mágico también para solicitar pequeños favores angelicales, y Ars Notoria, una especie de vía de desarrollo a base de oraciones sobre las cuales se dan indicaciones precisas en cuanto a pronunciación y que incluyen palabras mágicas de varios idiomas.

Como se observa, la mezcla es considerable y compleja, pero remite a unos cuantos elementos que se han perpetuado en la imagen que tenemos de los grimorios: rituales precisos y complicados, uso de materiales específicos para la creación de amuletos y/o entornos para invocaciones, la idea de los sellos para proteger a los oficiantes, las jerarquías en las criaturas de otros mundos, las mezclas crípticas de idiomas y el uso de palabras de poder, la intencionalidad de otorgar poder a quien domine sus secretos, etc.

Elementos todos ellos muy sugerentes, sin duda, que han suscitado la curiosidad y estimulado la imaginación de cuantos han oído hablar de ellos, consolidando una fama de rey hechicero de Salomón que ya venía de la Antigüedad.

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