Un nuevo caladero pirata

Imagen de Long Clic Silver

Este año, la isla del tesoro no esconde el cofre, sino viceversa

Playmobil nos presenta entre las novedades de este año la caja 5347, que retoma el formato transportable de la caja 4432 —también editada como la 5737— con un diseño también en cofre del tesoro de lo más sugerente aunque un contenido quizás más modesto. También ha cambiado el mecanismo de despliegue por uno en dos mitades, de tal manera que queda una magnífica panorámica del mar al fondo —con su navío errante incluido— mientras se extienden en primer plano las arenas finas del Caribe limitadas por sólidos roquedales. Sin duda, un diseño que facilita tanto el despliegue como el juego sin perder la capacidad de servir como medio de transporte.

El contenido es modulable y más bien sobrio: rocas, palmeras y algo de vegetación, junto a un pequeño embarcadero —con su correspondiente chalupa—, dejan el peso central a la escenografía. El plato fuerte es sin duda la guarida pirata en sí, lo que casa bien con el propio formato en maletín: aquí es donde se juntan los caballeros de fortuna entre correría y correría.

Como guardianes, dos piratas, uno que por su vestimenta y pelaje parece de cierto calado, quizás un segundo de a bordo, un contramaestre o un oficial, hombre de confianza, sin duda, que a su servicio tiene a un algo desarrapado y muy tatuado bribón tuerto. Desde luego, bien capaces de defender el caladero y la parte del botín que han dejado de lado sus compañeros, quizás por si se hacen sorprender en algún puerto poco amistoso o simplemente por tener una reserva para los malos tiempos que siempre llegan.

Históricamente, este tipo de enclaves medio salvajes y en apariencia poco protegidos eran bastante frecuentes. Los piratas necesitaban lugares donde repostar agua y víveres, a veces tomarse un breve descanso para trazar planes o incluso calafatear sus embarcaciones: las más ligeras, como las pinazas, no necesitaban propiamente un dique seco por su escaso calado. Las construcciones, si habían eran someras, pues el tiempo, si acompañaba, permitía pernoctar en la propia playa con mucha más comodidad que en un destartalado navío lleno de cañones y pendencieros malolientes.

Puede parecer que un solo cañón —que muy probablemente no pasará de culebrina— y sin muros ni zanjas de ningún tipo, defender una posición semejante es una misión imposible. Pero lo cierto es que hay documentación de la época que deja claro que a veces media docena de campesinos —con un caballo y dos mosquetes— eran capaces de mantener a raya a hombres armados hasta los dientes. En las misteriosas costas del Caribe, antes de que todo estuviera colonizado, a veces el factor sorpresa, la determinación y la desconfianza eran determinantes. Yo, desde luego, no me preocuparía por estos dos. Al menos hasta que vuelvan sus compañeros y empiecen las discusiones por el ron y los doblones...

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